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12 de agosto del 2007

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Cultura

Después de tanta palabrería


Miguel de Loyola
La Insignia. Chile, agosto de 2007.

 

Parece que las novelas, al igual que los seres humanos, suelen estar sujetas a las vanidades misteriosas del destino. Algunas las encumbra por los cielos, en tanto a otras las cubre con el velo de la oscuridad más absoluta. Ciertamente, cabe preguntarse si las elegidas son realmente las mejores, porque a veces me sucede que después de leer una de estas novelas marcadas por este dios desconocido -aunque a veces perfectamente identificable con las palabras mercado, publicidad, intereses y otros socios y sujetos afines- mi desilusión no puede ser mayor.

Eso me ha pasado esta vez con la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina. Una novela profusamente comentada por la crítica y vendida al parecer como el pan caliente en los mercados del libro, a un precio impresionante en nuestro país (20 dólares). 12ª edición, dice en la tapa el ejemplar que se me ha caído tantas veces de las manos en mi intento de conseguir llegar a la última página.

La primera pregunta que me asalta al terminar es: ¿cómo se las arreglan estos escritores para rellenar 200 páginas y no decir nada? La segunda: ¿cómo es posible que la crítica no advierta la palabrería y se deje conducir o engatusar por esta característica, propia de algunos escritores ubicados en la cresta de la ola, que yo llamaría algo así como exceso de oficio?

Bien dijo alguna vez Milan Kundera en una entrevista concedida a Quimera que no se puede hablar hoy de crítica literaria propiamente tal, porque está sujeta a las leyes del mercado. Los críticos prefieren conservar sus puestos de trabajo a comentar un libro con un criterio comprometido. Como se ha dicho, aunque nos disguste a muchos, estamos viviendo un momento histórico nominado como "el fin de la historia", donde ni siquiera los artistas, supuestos intelectuales de vanguardia de una sociedad, se atreven a escribir con la pluma cargada hacia algún sentido. Las cultura light nos bombardea así por todas partes. Por supuesto, la tercera pregunta que me asalta es cómo defendernos de ella.

Javier Cercas no es capaz de poner contra la muralla ni a fascistas ni a republicanos, lo cual es una posición bastante cómoda para un intelectual. Ni mal ni con Dios ni con el Diablo, para así poder gozar de las bondades y lisonjas de quienes manejan el mercado.

Sin embargo, bien sé que ese no es lo fundamental de una novela. A la novela tenemos que exigirle otras cosas primero, entretención, coherencia, verosimilitud, acontecimientos, personajes también. Cuestiones propias al género, dirá más de alguno. Pero lo cierto es que es muy difícil separar una cosa de otra, para decir le falta exactamente esto y le sobra exactamente lo otro. Las novelas se leen enteras, y si se comen a pedazos como las tortas, cada trozo tendrá que tener el sabor de la torta completa. De manera que la impresión suele ser una sola al momento de valorar una obra. Y usando términos señalados por H. James en El arte de la novela y otros ensayos, esta novela no me gusta.

El relato intenta novelar la experiencia de un periodista frente a la perspectiva de reconstruir la vida de un hombre en particular. A saber, un tal Rafael Sánchez Mazas que aparece más de seis veces mencionado como tal por página, lo cual resulta verdaderamente sofocante tanto al oído como al intelecto. El narrador, osea el periodista novelista, no se introduce en ningún momento en la psicología del personaje, ni siquiera en el momento que ha servido de donee al relato. Sánchez Mazas ha sido fusilado pero se ha salvado de la muerte gracias a un soldado republicano que lo ha mirado a los ojos y le ha perdonado la vida. Sin duda, el jirón de donde podría arrancar el verdadero drama del personaje para hacerse carne en la novela, es desperdiciado por el novelista-periodista para hacer un pobre perfil de su vida, desde una perspectiva periodística que ni siquiera alcanza un nivel de interés histórico. Porque resulta que el tal Sánchez mazas, nunca se hace carne en la novela, porque a cada monumento se nos dice una cosa de él, y luego esa característica es desmentida. Se nos dice primero que fue el fundador del falanguismo, pero luego se nos asegura que sobre todo era escritor. A continuación se afirma que era poeta, aunque menor. Después se nos dice que fue un ministro importantísimo de Franco, para luego señalar que fue destituido por el régimen y abandonado por el oficialismo a su suerte, que cayó en desgracia, pero que la recuperó, que quedó pobre, pero era rico, aunque después fue millonario, etc. En suma, se nos dice que no es ni esto ni lo otro, con lo cual se nos niega la posibilidad de imaginarlo de alguna maldita manera.

Indudablemente, después de tanta palabrería, los lectores que como yo han tenido que tragarse cientos de páginas estériles en honor al fenómeno de ventas de la novela y a su recepción crítica, esperando siempre que a la vuelta de la página aparezca la justificación de todo eso, además del pago al esfuerzo de leer un edificio de palabras construido a base de un buen oficio de parlanchín, el episodio con Bolaño resulta, especialmente para nosotros los chilenos que conocemos a Bolaño y sabemos que escribe en serio, prometedor. Sin embargo, al cabo de poco andar en el único episodio bien escenificado y convincente de la obra, vemos caer al escritor en la inserción gratuita de otra historia, si bien mejor que la primera, que no lleva la historia total a un resultado verosímil y convincente. La historia de Miralles no convence porque está mal ligada a la estructura general de la novela. Se nota demasiado el artificio de querer hacer pasar a Miralles por el soldado que le perdonó la vida a Sánchez Mazas. La posible coincidencia no funciona. Le falta más trabajo.

Por otra parte, los que desconocemos los pormenores de la Guerra Civil española, comenzamos presumiendo que Soldados de Salamina abordará al menos algún aspecto inesperado de ella. Sin embargo, a pesar de que la novela promete introducirnos en el tema al ir tras la biografía de uno de sus caudillos (Sánchez Mazas), vemos traicionadas las expectativas y constatamos que dicha biografía se torna cada vez más superficial y vaga.

 

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