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9 de agosto del 2007

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Cultura

Porque yo lo digo


Marcos Winocur
La Insignia. México, agosto del 2007.

 

"Dios confunde a quienes quiere perder", reza un dicho conocido. ¿De qué manera? Puede que haga ver visiones, los ejércitos del enemigo a la derecha cuando en realidad están desplegados a la izquierda, el bosque que se pone en movimiento para acabar con Macbeth. La manera más frecuente a que Dios echa mano es, sin embargo, otra. Dejar que los hombres se crean más de lo que son, mucho más, para lo cual un empujoncito es suficiente, luego ellos solitos se encargarán de perderse.

La soberbia, uno de los siete pecados capitales. Quien se siente más, mucho más de lo que es, superior al resto, se come su propio fracaso. Es Goliat frente a David. ¿Qué puede este insecto ante el gigante mil veces más poderoso que él? Otro dicho popular viene a cuento. "Más vale maña que fuerza". Y mientras Goliat ríe, David usa las armas que posee: la sorpresa, la honda y su excelente puntería. Y ha detectado el talón de Aquiles de Goliat: un gigante ciego vale cero.

La soberbia tiene que ver con la política, donde es también pecado capital, y se llama sobrevalorar las fuerzas propias. Y puede aquejar a organizaciones enteras. Pablo Giussani, periodista argentino, publicó un libro cuyo título es por lo demás sugerente: Montoneros, la soberbia armada. Se refiere a los jóvenes peronistas que en la Argentina de los años setenta hicieron disidencia dentro de su partido y luego, al sobrevenir el golpe de estado, se enfrentaron a la dictadura militar. Gente de izquierda, los montoneros eligieron el camino de las armas y cayeron en el pecado de la soberbia: subestimaron la capacidad de fuego del enemigo y de su manejo de los medios para desacreditarlos políticamente. Y sobretodo, subestimaron las posibilidades y el valor de la sociedad civil, con la cual fueron perdiendo vínculos. Aislados, quedaron fuera de combate.

Es un ejemplo entre tantos. Las organizaciones políticas, estén en el poder o en la oposición, practiquen la lucha armada o las vías electorales, tengan o no un programa avanzado, corren el riesgo de caer en la soberbia, en ocasiones derivada de una excesiva confianza en sí mismos. Creerse depositarios de la verdad. Creerse protagonistas de un proceso irreversible conducido por líderes infalibles, son también buenas maneras de dirigirse al mismo puerto. Creerse a salvo de caer en la soberbia es ya signo de soberbia.

En fin, mucho más podría escribirse, pero estas líneas no son el desarrollo del tema sino algunas referencias que incluyen la experiencia soviética. Nos interesa saber si los cuadros del PCUS habían caído en la soberbia, ceguera moral que Lenin llegó a darle la mayor importancia. Hablaba de "partidos que se han hundido" por ese motivo y prevenía al respecto.

El estilo Stalin de culto a la personalidad y el abuso del poder, fueron un alto grado de soberbia. Trae aparejado el autoritarismo en este sentido: yo resuelvo porque yo tengo razón. Y si consulto antes de tomar decisiones, es para que ratifiquen mi punto de vista. Ése fue el estilo, incluso bajo Gorby, bien que atenuado. Que tal vez tuviera su antecedente remoto en el zarismo. Al calor de la polémica de los años sesenta, el PCCh acusó a la URSS de practicar el "chauvinismo de gran potencia". Como era la voz de Mao, el planteo carecía de autoridad pues éste veía "la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo propio". Pero el PCCh tenía su parte de razón y las rebeliones contra la URSS de la misma China, y en el Este europeo la caída del muro de Berlín y finalmente la desintegración de la propia URSS, son más que elocuentes.

Aquí es preciso citar prácticas a las que no se da importancia a pesar del papel que desempeñan en la coyuntura. Por ejemplo. La modestia en el trato, la consulta permanente al termómetro de los pueblos gobernados, la apertura a lo contingente que rectifica los mejores planes, el respeto a la opinión ajena y al debate, fueron virtudes de los bolcheviques. Se cuenta que Lenin, de regreso en 1917 a Rusia después de años de ausencia en el exilio, tan pronto bajó del tren fue abordado por los camaradas. ¿Debemos lanzarnos a la conquista del poder? Y si así fuera, ¿bajo la consigna del socialismo? Y Lenin contestó: No lo sé, aún no he hablado con ningún obrero. Los camaradas rompieron a reír. Pero Lenin les aclaró que estaba hablando muy en serio.

Ese espíritu se perdió y en alguna medida la soberbia jugó un rol "auxiliar" en la caída de la URSS. Como falta de democracia, y discurso uniformado en reuniones y congresos. Como "sugerencias" a otras naciones y nacionalidades. Y dando vuelta al guante, como inseguridad y titubeos cuando la correlación internacional de fuerzas se fue inclinando a favor de Estados Unidos. Es clásico en los tocados por la soberbia. Cuando los hechos los contradicen, quedan como desnudos en medio de la calle. Es invierno y no saben qué hacer, han perdido la ropa y todos los miran con sonrisitas hasta que viene la patrulla y se los lleva.

En el caso de la URSS, al volante de la patrulla iba el presidente Reagan. De copiloto, Juan Pablo II. Supieron hacer las cosas, lo cual significa: se habían creado condiciones para el regreso a los tiempos anteriores a la Revolución rusa, y había quienes hicieran la lectura de esas condiciones. Los resultados fueron tan favorables que los mismos señores de la patrulla quedaron sorprendidos.

En fin, la historia de la soberbia en política da para mucho; impone una tranquila reflexión de quien no busca tener razón a toda costa, sino dar vías al conocimiento. Una reflexión todavía por hacerse.

 

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