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La insignia
9 de abril de 2007


¡Viva Vargas! (II)


Woody Allen
«Para acabar con las revoluciones en Latinoamérica»,
de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

Transcripción para La Insignia: C.B.


1 de agosto

Pese a todo por lo que debemos estar agradecidos, no hay duda de que en nuestro cuartel general reina un leve estado de tensión. Cosas insignificantes, sólo perceptibles al ojo observador, indican la presencia de una corriente subterránea de intranquilidad. Por un lado, han aumentado los navajazos entre los hombres a medida que se hacen más frecuentes las peleas. Asimismo, un intento de atacar un depósito de municiones para rearmarnos terminó cuando el cohete de señales que llevaba Julio le estalló en el bolsillo. Todos nuestros hombres pudieron escapar, menos Julio que fue capturado después de haber volado dos docenas de edificios como si nada. Aquella tarde, de regreso al campamento, cuando volví a sacar el monstruo Gila, los hombres se amotinaron. Me agarraron y me inmovilizaron mientras Ramón me golpeaba con mi propio cucharón. De forma misericordiosa me salvó una tormenta eléctrica que se cobró tres vidas. Por último, cuando las frustraciones alcanzaban ya su punto álgido, Arturo toco Cielito lindo, y los que tenían menos inclinaciones musicales en el grupo se lo llevaron detrás de una roca y lo obligaron a comerse la guitarra.

En la columna del activo podemos anotar que el enviado diplomático de Vargas, tras muchos intentos abortados, consiguió llegar a un interesante acuerdo con la CIA por el cual, a cambio de nuestra irrevocable lealtad hacia ellos, se comprometían a aprovisionarnos con no menos de cincuenta pollos asados a la semana.

Vargas piensa ahora que tal vez había sido prematuro prever la victoria para diciembre e indica que la victoria total podría exigir algo más de tiempo. Resulta extraño que haya dejado sus mapas y sus diagramas para dedicarse a la astrología y a la lectura de entrañas de pájaro.


12 de agosto

La situación ha empeorado. El destino ha querido que los hongos que yo recogiera con tanto cuidado para variar el menú resultaran venenosos; aunque el único efecto notable consistiera en unas pocas convulsiones menores, los compañeros me trataron, a mi juicio, exageradamente mal. Y, para colmo, la CIA, tras reconsiderar nuestras posibilidades revolucionarias de éxito, invitó a Arroyo y a todo su gabinete a un almuerzo en el Wolfie's de Miami Beach. Esto, sumado al obsequio de veinticuatro bombarderos jet, indujo a Vargas a temer un cambio sutil en las alianzas.

La moral permanece razonablemente alta y, si bien ha aumentado el ritmo de deserciones, estas aún quedan reducidas a aquellos que pueden caminar. El mismo Vargas parece estar un poco taciturno y le ha dado por ahorrar trozos de hilo. Ahora piensa que la vida bajo el régimen de Arroyo quizá no sería tan incómoda y se pregunta si no tendríamos que volver a adoctrinar a los hombres que nos quedan, abandonar los ideales de la revolución y formar una orquesta de rumba. Entretanto, las fuertes lluvias han provocado un aluvión que arrastró a los hermanos Juárez al desfiladero mientras dormían. Hemos despachado a un emisario a ver a Arroyo con una lista modificada de nuestras reivindicaciones; pusimos especial interés en sacar los párrafos referentes a su rendición incondicional y los sustituimos por una suculenta receta para preparar monstruos Gila. Me pregunto en qué terminará todo esto.


15 de agosto

¡Hemos tomado la capital! ¡Increíble! Siguen detalles de la operación:

Después de muchas deliberaciones, los compañeros votaron y decidieron depositar nuestras últimas esperanzas en una expedición suicida, suponiendo que el elemento sorpresa podía ser un tanto a nuestro favor para derrotar las fuerzas superiores de Arroyo. Mientras charlábamos por la selva en dirección al palacio, el hambre y el cansancio diezmaron lentamente gran parte de nuestro entusiasmo y, al aproximarnos a nuestro lugar de destino, decidimos realizar un cambio de estrategia. Nos entregamos a los guardias del palacio quienes nos llevaron a punta de pistola ante la presencia de Arroyo. El dictador tomó en consideración el atenuante de habernos entregado voluntariamente; aunque a Vargas no pensaba más que en sacarle las entrañas, al resto de nosotros sólo pensaba desollarnos vivos. Al reconsiderar nuestra situación a la luz de esta nueva circunstancia, fuimos presa del pánico y salimos corriendo en todas direcciones mientras los guardias abrían fuego. Vargas y yo subimos corriendo la escalera en busca de un escondite, irrumpimos en el boudoir de la señora Arroyo y la sorprendimos en un momento de pasión ilícita con el hermano de su marido. Ambos quedaron aturdidos. Entonces, el hermano de Arroyo desenfundó su revolver y disparó. No sabía que el disparo actuaría como señal para un grupo de mercenarios que habían sido contratados por la CIA para ayudar a barrernos de la sierra a cambio de que Arroyo garantizase plenos derechos a Estados Unidos para abrir una cadena de confiterías en el país. Los mercenarios, que también estaban confundidos ideológicamente después de semanas de política exterior ambigua por parte de Estados Unidos, atacaron el palacio por equivocación. Arroyo y sus oficiales pensaron, al principio, en una traición de la CIA y volvieron sus armas contra los invasores. En ese mismo instante, una conspiración maoísta largamente planeada para asesinar a Arroyo quedó truncada cuando una bomba, escondida en una piña, estalló prematuramente volando el ala izquierda del palacio y proyectando a la mujer y al hermano de Arroyo hacia las vigas de madera.

Arroyo cogió una maleta llena de talonarios suizos, se dirigió hacia la puerta trasera y saltó a su avión particular. El piloto pudo despegar por entre los disparos, pero, confundido por los extraños acontecimientos del momento, apretó el mando equivocado y el avión cayó en picado. Segundos después, se estrelló sobre el campamento del ejército mercenario causándole graves pérdidas y haciendo que abandonasen toda intención de continuar la lucha.

Durante todo este tiempo, Vargas, nuestro amado líder, adoptó una táctica brillante de meticulosa vigilancia que consistió en quedarse absolutamente inmóvil cerca de la chimenea como si fuera una estatua de cerámica negra. Cuando la situación se calmó un poco, avanzó de puntillas hasta la oficina principal y asumió el mando, haciendo una sola pausa para abrir la nevera y hacerse un bocadillo de jamón.

Celebramos nuestra victoria toda la noche, y todos se emborracharon mucho. Más tarde hablé con Vargas acerca de la pesada tarea de dirigir un país. Si bien cree que las elecciones libres son esenciales para el buen funcionamiento de cualquier democracia, prefiere esperar a que el pueblo esté un poco más preparado antes de llevarlo a las urnas. Hasta que ello suceda ha improvisado un sistema de gobierno práctico basado en la monarquía por la gracia de Dios y ha premiado mi lealtad permitiéndome sentarme a su derecha en las comidas. Además, estoy encargado de vigilar que su letrina esté siempre inmaculada.



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