Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
8 de abril del 2007


De la amistad


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, abril del 2007.


E.E.Cummings

Labores de trabajo me han traído descuidadamente a la mesa algunos poemas de E.E.Cummings, poeta estadounidense de principios del siglo XX, considerado menor por una crítica que prefirió encumbrar a T.S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens. No discuto los méritos de Eliot o de Stevens: Pound sí que me parece un poeta muy dotado pero con menor sensibilidad poética. El carácter vanguardista, o por mejor decir más transgresor de la poeía de Cummings, y los temas a que se enfrenta lo han situado en segunda fila.

Desde la primera vez que lo leí me trajo el recuerdo de otro poeta, español este, Leopoldo María Panero. No tanto porque lo dos experimenten con las posibilidades expresivas del poema, sino por cierta obsesión con la infancia que se transluce en "Buffalo Bill" o en tantos poemas de Panero. La niñez como mitología, quizás también como el momento previo al desarraigo. Hay un elemento oscuro y desazonador en los poemas de Panero. Los mitos infantiles exhiben una tonalidad siniestra, levemente perversa, como si las especulaciones de Freud salieran a la superficie y esto es patente sobre todo en el relato "El lugar del hijo".

De todas formas, no me interesa tanto la crítica de los poemas o de los poetas sino la ingenua percepción de las líneas comunes tan poco advertidas por los lectores. Un poeta no es un ser que surja de la nada y se críe con su solo hálito. La de la poesía es una aventura interior y exterior, hacia adentro para encontrarse y encontrar la manera de decirse, y hacia fuera para conocer lo que otros han dicho y cómo lo han expresado. Es lo que algunos llaman tradición, pero Edward Said prefiere denominar filiaciones. Para Eliot la tradición está ya constituida, para Said es algo que se va haciendo en cada momento y dependiendo de cada escritor.

Lo importante no es la constatación de que Panero ha leído a Cummings y le ha interesado, sino que Panero ha entendido al estadounidense como a un compañero o un maestro, alguien con quien caminar, de quien aprender, con quien compartir. Los profesores de literatura, tan adustos ellos, prefieren olvidar este hecho y se refugian en la marea de datos, rasgos formales y análisis sociológicos, y dejan el estudio de las afinidades a gente con mayor sensibilidad, al lector emocionado que es capaz de intuirlas y sacar las conclusiones pertinentes.

La literatura es una aventura individual y colectiva. Uno lee en su casa, a solas y va aprendiendo, memorizando, quedándose con lo que importa, ese brillo instantáneo o el aleteo silencioso de la sensibilidad. Pero luego lo comparte, al igual que el poeta establece una secuencia de maestros y amigos, el lector comparte con otros sus descubrimientos y sus emociones. Es lo que llamo la amistad lectora, la que crea calladas logias de lectores que se reconocen donde quiera que se encuentren.

El día del libro, ya queda menos, es también, al menos para mí, el día de la amistad, aunque a muchos de los amigos no los haya visto nunca. La lectura es un placer social que nos vincula de muchas maneras. Entre otras, mediante las filiaciones literarias.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto