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La insignia
2 de abril del 2007


¿Autoodio? ¿o disidencia?


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, abril del 2007.


Los tiempos que nos han tocado vivir no deben de ser muy diferentes a otros anteriores, y lo más seguro es que tampoco difieran del porvenir. Si eliminamos la parte decorativa -la tecnología con todos sus electrodomésticos y aparatos de distracción o destrucción masiva- los afanes humanos han sido los mimos, los buenos y los malos.

Entre estos se cuenta la organización política de los grupos humanos. En principio es algo que no debería resultar muy difícil, pero la práctica ha mostrado lo contrario y la capacidad que tiene el hombre de volver, aun a sabiendas, a posiciones pasadas y manifiestamente perjudiciales para los demás y para sí mismo.

Entre los rasgos que más me sorprenden está la resistencia a aceptar a los disidentes de nuestro propio grupo. Jaleamos, aplaudimos y concedemos un plus de coraje a los disidentes de otros grupos, pero en cuanto esto ocurre en el nuestro, los perseguimos. La historia de España guarda en sus entrañas numerosos ejemplos. Las vicisitudes de José María Blanco White, Luis Cernuda o Juan Goytisolo son ejemplo de personas que han sido incapaces de plegarse a los dictados del grupo, y no por mero esnobismo ni por un sentimiento pueril de llamar la atención, sino por la necesidad que tenían de no ir en contra de su conciencia.

La situación no ha variado sustancialmente, y como resultado de la desastrosa política antiterrorista del presidente del Gobierno, algunos socialistas han decidido hacer público su desacuerdo. La respuesta del partido ha sido la de descalificarlos, por medio de voceros naturalmente, y ahí tienen a Rosa Díez con una trayectoria política comprometida de la que muy pocos de los políticos que pululan pueden presumir, ni siquiera acercarse, o la de Antonio Aguirre, militante socialista, agredido hace pocos días, y el partido en el que milita no ha pedido responsabilidades al Gobierno vasco por las agresiones físicas. Lo mismo le ocurre a la iniciativa ciudadana ¡Basta Ya! En cuanto ha discrepado de la política gubernamental en materia de terrorismo ha empezado a sufrir una campaña de difamaciones que sólo busca emparentarla con la derecha y conseguir su descrédito y la pérdida de la influencia que ahora tiene.

No muy distinto fue el caso de Ciutadans. Sin entrar a valorar su programa político, lo que más me llamó la atención fue la rapidez con que se le colgó el sambenito de españolistas, y en consecuencia anticatalanes, de grupo demagógico y populista y otros por el estilo. Y todo esto por los que se decían catalanes que, no se cansan de declarar, sólo quieren el bien para los suyos.

Se trata en todos los casos de etiquetar a las personas, colgarles el sambenito mencionado al igual que hacía la Inquisición, porque lo importante no es el análisis y la discusión de las ideas sino la eliminación del contrario y para ello vale cualquier cosa, hasta tacharlo de lo que no es pero hace daño por el desprestigio social que comporta.

Sabino Méndez habló del autoodio de los catalanes en Hotel Tierra. En Historia del hambre y de la sed, ensayo autobiográfico sobre Cataluña muy calificador, retoma la expresión y analiza sus causas. Si uno es catalán ha de simpatizar con el catalanismo según ha sido formulado por sus ideólogos (ERC, CIU y la facción catalanista del PSC). En caso de que no sea así y descubras puntos que van en contra de los derechos elementales de las personas, los dispensadores de la ortodoxia te acusarán de no sentirte catalán y de ser extranjero en tu propia tierra. La consecuencia es el autoodio que dicen que sientes.

No cabe duda de que semejante modo de entender la política es más propio de la religión que del análisis político racional, algo que está muy arraigado y demasiado extendido. La visión que tenemos de nuestro país suele ser muy diferente a la que en realidad es. Así, Méndez se atreve a decir que Cataluña es una sociedad conservadora pero que se cree progresista. Y por esto le pueden criticar sin llegar a rebatir sus argumentos.

Jean Daniel es un judío disidente, argelino que vive en Francia, fundador en 1964 de Le Nouvel Observateur. Se encuentra en una situación similar a la que he expuesto. Es judío y como tal se siente, pero se niega a aceptar la política que está llevando Israel contra los palestinos. No por otra razón lo han acusado de odiarse a sí mismo y de no querer a los judíos. En La prisión judía, Daniel les responde con el ejemplo de otros que también fueron heterodoxos y se negaron a seguir la corriente que el Gobierno o la sociedad marcaba, Spinoza entre ellos, pero no es el único, y añade: "la acusación de 'odio hacia uno mismo' es el último recurso para denunciar a un renegado entre todos cuantos se niegan a convertir la inteligencia en un gueto". Más claro, imposible.



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