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16 de septiembre del 2006 |
Jürgen Schuldt
Por lo menos desde inicios del siglo pasado, gracias a los trabajos del economista austriaco Joseph A. Schumpeter, sabemos que la dinámica y la expansión de las economías occidentales de mercado se deben a las sobreganancias. El profesor de Harvard entendía por tales todas aquellas utilidades que derivaban de la 'innovación' llevada a cabo por empresarios creativos y arriesgados, hoy denominados precisamente schumpeterianos; es decir, aquellas atribuibles a su capacidad para aplicar uno o más inventos científico-tecnológicos a la esfera económica. Entre éstos destacaban las nuevas tecnologías, el uso de nuevas fuentes de energía, la explotación de nuevos recursos naturales e insumos, el desarrollo de nuevos productos de consumo y servicios, el ingreso a nuevos mercados, el diseño de nuevos sistemas de transporte, la provisión de nuevos sistemas de almacenamiento, comunicación, distribución y financiación, etc.
Tales innovaciones se materializaban en grandes inversiones, primero por parte de los empresarios schumpeterianos, cuyo éxito les rendía ganancias extraordinarias, las que a su vez atraían manadas de inversiones de otros empresarios que también ingresaron a los sectores o ramas económicas con sobreutilidades. Este proceso de inversión masiva y en cadena dinamizaba la economía a través de efectos multiplicadores, por el principio de aceleración, por los impactos de transvase y de encadenamientos, con lo que se procesaba una fase larga de auge económico, sobre todo de las economías más avanzadas. A partir de los años veinte del siglo XX, debido al trabajo de un economista ruso, a esos procesos se les denominó 'ondas de Kondratieff', las que duraban entre 40 y 60 años, en que aproximadamente la mitad de los cuales -a medida que maduraban las inversiones- era de auge espectacular en términos de las tasas de crecimiento económico y del comercio mundial. En la fase descendente del ciclo largo, en cambio, las economías se enfriaban a medida que la sobreoferta basada en las innovaciones rebasaba a la demanda agregada. Estos ciclos largos de desarrollo del capitalismo comenzaron con la Revolución Industrial de fines del siglo XVIII, asentada en la máquina de vapor, en que la fuente de energía era el agua y la producción estaba centrada en la producción sencilla y masiva de textiles de lana y, especialmente, de algodón. Una segunda revolución tecnológica se inicia a mediados del siglo XIX, sustentada en máquinas de movimiento, alimentadas con carbón y que revolucionaron los medios de transporte: el ferrocarril y el barco a vapor. Una tercera revolución se da a inicios del siglo apoyada en una nueva fuente de energía (petróleo) y el uso del caucho, en el marco de la fabricación de los automóviles. Después llegó la revolución de los 'años dorados' de la posguerra (1945-1973), que se basó en el bajo precio del petróleo, la TV y las más diversas industrias de la diversión, los plásticos y la química, el márketing, entre otros. Finalmente, la revolución tecnológica que está en marcha desde hace poco se alimenta de la biotecnología, los nuevos materiales, las nuevas fuentes de energía y la microelectrónica-telemática. A lo que deben añadirse los nuevos instrumentos financieros, la metamorfosis de una economía de productos a una de procesos y, no menos importante, al ingreso a la economía mundial de gigantes como Rusia, China e India. Su mayor auge se dio en los años noventa y no sabemos bien hasta cuando nos acompañará, deslizándose hacia un enfriamiento relativamente largo; pero que, a la larga, debería dar lugar a una nueva revolución tecnológica que siga asegurando las siete vidas que tendría el capitalismo. En cada caso, Schumpeter hablaba de un proceso de 'creación destructiva', oxímoron que combina 'lo creativo', referido a la innovación que da lugar al auge económico, con 'lo destructivo', en el sentido que las inversiones que se hicieron en la onda larga anterior, con tecnología ahora caduca, pierden rentabilidad y van desapareciendo paulatinamente. Obviamente al interior de las ondas largas existen ciclos más cortos o coyunturales, los que son más suaves y cortos en la fase de auge de las ondas Kondratieff que las que se dan en la fase descendente. Las grandes crisis económicas del sistema, por lo menos antes de Keynes, se dieron precisamente en esta última etapa. Con cada onda larga cambian también muchos otros procesos, tales como las ventajas comparativas y la división del trabajo, la relación empresa-Estado, las configuraciones y grupos de poder a nivel nacional y mundial, la concentración de capitales, las instituciones y hasta los valores, normas y expectativas de la gente, etc. En última instancia, en ese proceso compulsivo de competencia entre empresas en el mercado (¡y fuera de él!), a través de las innovaciones lo que se busca es bajar costos y -a la larga- precios, básicamente a través de aumentos en la productividad total de los factores de producción y del uso más eficiente e intensivo de la fuerza de trabajo y del capital disponibles. El que no innova, se queda. En esencia, por tanto, se trataría de la conquista (¿destrucción?) del mundo y de la naturaleza a partir de la técnica, la información y el poder, en que la competencia por sobreganancias es el incentivo, cada vez más ciego, que motiva la acción empresarial y la 'creación destructiva'. Lo que aseguraría el futuro del capitalismo, pero no necesariamente el de la humanidad. |
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