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13 de octubre del 2006 |
Libertad para decidir
La Insignia. España, octubre del 2006.
Prefacio del libro Derecho a decidir (*)
Un socialista está hoy en la posición de un doctor que trata un caso desesperado. Como doctor, es su deber mantener vivo al paciente, y por lo tanto asumir que el paciente tiene por lo menos una oportunidad de recuperación. Como científico, es su deber hacer frente a los hechos, y por lo tanto admitir que el paciente probablemente morirá. Nuestras actividades como socialistas tienen solamente sentido si asumimos que el socialismo puede ser establecido, pero si nos paramos a considerar qué sucederá probablemente, entonces pienso que debemos admitir que las oportunidades están contra nosotros.
Durante muchos años el error de la izquierda marxista ha sido pensar que las armas del pasado sirven para ganar las batallas del presente. Como la teoría no se ha renovado, la práctica ha perdido el rumbo. El pragmatismo hizo el resto, y el oportunismo terminó el trabajo. El neoliberalismo, que ha provocado tanto desastre económico y tanto sufrimiento, ha podido mantenerse durante 25 años como pensamiento único, permeando todo el espectro político realmente existente y limitado el campo de lo posible en las decisiones públicas. Probablemente fue el gobierno francés de André Maurois, el primero que experimento el corsé del capital internacional entre 1981-83, cuando el programa común de los partidos socialista y comunista, basado en nacionalizaciones estratégicas, defensa del poder adquisitivo de los salarios y políticas de intervención en el ciclo económico naufragó ante los embates de la presión del capital internacional contra el franco y el desequilibro exterior, siendo sustituido por el gobierno "normalizado" de Laurent Fabius, presto a aplicar la conocida receta "estabilizadora" de los equilibrios fiscales y monetarios (1) . Desde entonces, en Europa todas las políticas se han realizado desde el centro (centro-izquierda, centro-derecha) con un denominador común: el centro consiste en favorecer el proceso de acumulación de capital y la distribución del excedente de forma creciente en beneficio de las fracciones dominantes del capital transnacional. Las únicas diferencias estriban en la velocidad con que se aplican las políticas. Más rápido en Gan Bretaña o España, más lento en Alemania o en Francia. Y la velocidad se explica a su vez por el grado que alcanzó la derrota del movimiento obrero. En el pulso que libró el movimiento sindical -en particular el sindicato minero NUM- con Margareth Thatcher, el movimiento sindical acabó vencido y derrotado. Así se pudo imponer en Gran Bretaña desde principios de los ochenta ese conjunto de políticas conocido inicialmente como "tatcherismo", consistente en reducción de gastos sociales, y de impuestos directos, desregulaciones, monetarismo, privatizaciones, legislación antisindical, retórica pequeñoburguesa ("capitalismo popular") y actuaciones en favor de la centralización del capital a gran escala. En España, el movimiento obrero fue particularmente controlado, manipulado y desactivado en la transición política. No solamente las organizaciones sindicales fueron legalizadas más tarde que los partidos políticos, sino que la intervención política del exterior forzó la división sindical favoreciendo la creación o reconstrucción de organizaciones sindicales tradicionales alternativas al que era en la primera mitad de los setenta embrión de un nuevo movimiento obrero: las Comisiones Obreras. La posterior transformación de estas en una organización sindical tradicional, y el sistema de pactos estatales, permitió despolitizar el movimiento obrero y encauzarlo en un discurso economicista y en un marco de intervención cada vez más dependiente de la financiación estatal. En este contexto, la llegada de la izquierda al poder en 1982 significó de hecho el final de la progresión de las políticas keynesianas, aplicadas ¡por los herederos del régimen franquista! en la segunda mitad de los setenta. La desregulación se instaló de la mano del ilustre predecesor hispano de Toni Blair, el socialista Felipe González, que inició un proceso de desnacioanlizaciones, financiarización de los beneficios, desregulación y desindustrialización y sobre todo precarización del mercado de trabajo, al tiempo que sobre la base de la recaudación fiscal posible gracias a las reformas fiscales del gobierno post-franquista anterior, se permitió establecer un "estado de medioestar" (2) consistente en el desarrollo de la sanidad pública y la universalización de la educación obligatoria (3). A principios de los ochenta, se produjo la "crisis de la deuda", exacerbada por la decisión del gobierno de Ronald Reagan de provocar una recesión interna por medio del aumento de las tasas de interés; y en consecuencia, elevando a niveles insoportables la carga de la deuda denominada en dólares y a interés variable de América Latina y África. La terapia aplicada para atacar la crisis sirvió para encontrarle una nueva función al Fondo Monetario Internacional, un organismo desahuciado por la desaparición del sistema monetario internacional de Bretton Woods en la primera mitad de los setenta. En una división del trabajo en al que participan también los organismos internacionales, el FMI se va a dedicar a diseñar las recetas macroeconómicas adecuadas para aplicar la ideología diseñada en laboratorios internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) (4), con el resultado conocido: una crisis económica y social sin precedentes en el continente latinoamericano, un retroceso de treinta años que lleva a África de regreso a la época colonial. Esta degradación económica y social se completa con "la caída del Muro de Berlín" y el asalto del neoliberalismo a la Unión Soviética y a los países de su órbita, con un resultado de degradación social, política y económica no muy diferente al caso africano, en particular en las ex repúblicas soviéticas de Europa y Asia. No se trata aquí de hacer un recuento de los milagros prometidos y los pecados cometidos por el liberalismo, sino de llamar la atención sobre dos hechos: la hegemonía incontestada del neoliberalismo ha sido posible por la ausencia de alternativas creíbles. De hecho, hasta el día de hoy, la mayor parte de las propuestas del movimiento sindical y político se limitan a propugnar la defensa y recomposición de las estructuras del capitalismo de concertación fordista. La izquierda está por tanto limitada a un proyecto utópico y anacrónico, el regreso de un pasado que ya no se corresponde con las condiciones sociales y políticas del momento. En segundo lugar, recalcar que esa derrota es previa a la implosión del socialismo estatista del este de Europa. Si bien es cierto que el siglo XX fue el "siglo soviético" (5), la desaparición de este régimen sólo fue un trauma político cultural para la izquierda comunista, tanto "pro" como "anti", pero no para las otras corrientes de la izquierda, socialista, anarquista o religiosa. La derrota política, es decir teórica y práctica, se produjo en la década de los ochenta, y solo al final de la misma se descompuso definitivamente el régimen soviético. ¿Como ha podido producirse una derrota tan profunda, tan extensa, tan duradera? Tampoco es el caso de profundizar aquí en esta pregunta clave para la recomposición de la praxis emancipatoria. Tan solo señalemos un aspecto clave: la falta de visión, de proyecto de futuro, se encuentra en la raíz del descalabro. En el desarrollo de las nuevas formas de competencia, las empresas capitalistas han desarrollado un importante bagaje de pensamiento estratégico. En el mismo, juega un papel central el desarrollo de una visión de futuro, que no se entiende como prognosis o adivinación, sino como elemento unificador del equipo de dirección, y en ocasiones, del conjunto de la fuerza de trabajo, en torno a un proyecto empresarial abocado a la competencia con otros que buscan desplazarlo del mercado. Esta misma forma de actuación (desarrollar visiones compartidas, diseños de futuro para cohesionar al grupo y dotar de mayor incidencia a la intervención) se aplica también en las nuevas políticas de participación social, por ejemplo en las estrategias participativas de ámbito local. La definición de una visión de futuro, unos objetivos y unas metas compartidas contribuye a crear, mantener y mejorar las actividades a desarrollar como parte del proceso de planificación. En la elaboración de una visión, se comunican y comparten ideales, se clarifican los valores o principios fundamentales de quienes participan del proyecto estratégico y facilita así la creación de expectativas y el entusiasmo necesarios para hacer política de transformación y no solo de gestión. Esa falta de capacidad para diseñar una visión compartida de un futuro distinto es la base de la quiebra del proyecto socialista, en cualquiera de sus versiones: la socialdemocracia abdicó hace un siglo de tener una perspectiva de cambio estratégica, la izquierda comunista se sumergió en la defensa y crítica de las prácticas en las sociedades postrevolucionarias, la izquierda anarquista no alcanzó a superar el fracaso de la revolución española, la izquierda religiosa, como su reino no es de este mundo, limita su quehacer teórico a la crítica ético-moral. Ciertamente, es más sencillo definir una visión a partir de los elementos del presente -las características de la empresa, del entorno urbano- y del contexto actual, que pergeñar los elementos centrales de un futuro distinto y mejor. Entre otras cosas, porque la visión no es la utopía, sino un esfuerzo de diseño, de ingeniería social, que vaya más allá del presente sin perder contacto con las determinaciones del tiempo histórico que se está viviendo. Atrapada en las diversas coyunturas, la izquierda no ha sido capaz de renovar su proyecto, su visión. Esa esa mirada que percibimos en el Marx más joven (6), y también en el Marx más maduro (7), que refleja el valor movilizador de la esperanza en un mundo mejor, se ha difuminado en la política de izquierda actual (8). Las nuevas formas de contestación social, fruto de las nuevas circunstancias históricas -el movimiento alterglobalizador- está atrapado también en esta falta de perspectiva estratégica, como se ha puesto de manifiesto en las últimas movilizaciones y encuentros, en la dificultad de pasar de la política de la protesta a la política de la propuesta. Si no se dispone de un esbozo estructurado de la arquitectura social alternativa, no es realista esperar que la política supere los estrechos márgenes que le concede el pensamiento único. A largo de la historia del movimiento socialista, estos debates han aparecido de modo recurrente: en las críticas de Marx a Proudhon en Miseria de la filosofia, o a Darimon en los Grundrisse, al igual que en la de Engels al socialismo utópico, o en las dirigidas al socialismo de Lasalle que se expresa en el programa de Gotha, se discrepa sobre los contenidos materiales de la sociedad postcapitalista, bien que a un nivel todavía filosófico y conceptual: el carácter de la mercancía dinero, la esencia del trabajo, el papel de la propiedad privada, la caracterización del Estado o del ser social son los principios de la disputa teórico-política en el siglo XIX (9). La revolución en Rusia abrió un amplio espacio a la discusión teórico-práctica, sobre las formas de organización económica de la nueva sociedad (10), debate ampliado posteriormente con las revoluciones china y cubana (11). También la reforma económica de finales de los sesenta dio lugar a una importante debate sobre los contenidos de la economía socialista (12). Este debate influyó en el nuevo rumbo de los partidos comunistas de Europa occidental que se embarcaron en lo que se llamó "eurocomunismo", un intento de adaptación cultural de la tradición oficial del comunismo europeo occidental a las condiciones del capitalismo avanzado, que no logró diseñar un proyecto distinto a la mera aceptación del orden económico capitalista. La crisis industrial de los años setenta y la ofensiva neoliberal de los ochenta acabaron con la influencia de este tipo de preocupaciones en la izquierda de los países capitalistas. En la segunda mitad de los ochenta la aparición de la corriente en boga del socialismo de mercado, que se postulaba como "segunda oportunidad" para el socialismo derrotado (13). permitió un inicial relanzamiento del debate, que tuvo en las páginas de la New Left Review (14) unos de sus momentos más destacados. Pero la posibilidad de desarrollar dicha polémica y traducirla actuaciones prácticas quedó sepultada bajo los escombros políticos de la caída del Muro de Berlín. Por eso, la decisión de la revista Science and Society de dedicar en 1992 un número monográfico a pensar la economía del socialismo futuro (15), fue no solamente una decisión arriesgada en el contexto del gran colapso de los años 1989-91, sino que marca el inicio de una nueva etapa en la formación del pensamiento estratégico de la izquierda. De hecho, junto con la continuación de las reflexiones recogidas en una segunda entrega en 2002 (16) es la base de la selección recogida en este libro. Hace quince años no eran muchos los que se atrevían a desarrollar un pensamiento estratégico en torno a la superación del capitalismo. De hecho, la mayor parte de las reafirmaciones de fe socialista y comunista se basaban en un "ya lo decíamos nosotros" o en un "a pesar de todo", sin mayor trascendencia teórica ni práctica (17). Las contradicciones del proceso de acumulación neoliberal, sin embargo, estaban dando lugar a nuevos espacios de conflicto social, nuevas formas de resistencia que poco a poco van cristalizando en nuevas prácticas políticas. Pero como ya se ha señalado, un límite se impone a esta reconstrucción de las fuerzas anticapitalista, por la carencia de un pensamiento estratégico que prefigure la nueva sociedad. Ante este desafío, no solo los economistas están pensando en como superar el engendro social del capitalismo contemporáneo. Entre los restos del comunismo francés aparecen también interesantes debates (18), que prefiguran un proceso de reconstrucción orgánica que aun está por venir. Esa ausencia de alternativas es más patente en circunstancias en que la posibilidad de la transformación del orden social está en la agenda del día. Así, vemos como en Venezuela, donde se está viviendo uno de los procesos políticos más complejos y abiertos de las últimas décdas de América Latina, o en Cuba, que requiere sustituir el agotado modelo de organización económica derivado de la división internacional del trabajo del espacio soviético, la necesidad de concebir los fundamentos de un nuevo socialismo, de definir los perfiles del orden social alternativo, se hace más urgente. La búsqueda se va concretando en propuestas que como "El nuevo proyecto histórico" (19) o en los debates recientes sobre la reestructuración de la economía en Cuba (20). Lo que se requiere desde los países en los que la transformación social es una posibilidad desde un poder alternativo, son propuestas operativas, que permitan transformar los procesos de producción y distribución de acuerdo a reglas y procedimientos más acordes con el objetivo de lograr una vida buena para toda la población. Pero lo que queremos subrayar es la necesidad de esas mismas propuestas para la organización de la contestación al orden capitalista, en países donde no es tan evidente que el cambio pueda estar a la vuelta de la esquina. Los textos que componen este libro responden a una cierta "ingeniería económica". Nos dicen cómo se puede organizar la nueva sociedad, dejando para otro momento la indagación en los porqué de esa opción, que aquí sólo queda apuntada. Pero de ahí deriva su importancia actual, pues es precisamente la falta de convicción social de que la economía y la sociedad se pueden organizar de otro modo, lo que mantiene a las fuerzas de la izquierda prisioneras de un pragmatismo incapaz de vislumbrar más allá de lo dado, o enclaustrada en sus cuarteles de invierno invocando reiteradamente los mantras de su fe asediada. En el libro se apuntan algunos de elementos centrales de esta definición de una arquitectura económica alternativa al capitalismo, con respuestas no necesariamente coincidentes: ¿qué papel deben jugar los precios de mercado en la asignación de los recursos? (Leibman, Schweickart, Cockshott y Cottrell) ¿cuál es la compatibilidad entre centralización y descentralización en el proceso de planificación? (Campbell, Hahnel) ¿es posible identificar un algoritmo distributivo o asignativo más eficiente que el mercado? (Campbell, Cockshott y Cottrell) ¿cómo establecer un sistema de incentivos adecuado en una economía socialista? (Schweickart, Hahnel) ¿pueden las nuevas tecnologías de la información y la comunicación compatibilizar el equilibrio y la planificación centralizada? (Laibman, Cockshott y Cottrell)... Las propuestas y autores se inscriben en el arco amplio de la izquierda socialista, comunista, libertaria. Pese a las diferencias en el tratamiento de los mercados, de la planificación o de la necesidad y contenidos del periodo de transición desde el capitalismo a la nueva forma de organización social, todos ellos asumen de forma implícita o explícita algunos postulados, que distan aun de estar claros en los planteamientos y propuestas programáticas de la izquierda social y política en nuestros países:
-La asignación de recursos por el mercado no es necesariamente la más eficiente desde el punto de vista del crecimiento económico y el bienestar de la gente. Uno puede estar convencido, como Bertell Ollman, de que "el mercado no es un instrumento a nuestro servicio. Es más bien como una picadora de carne, y nosotros estamos dentro" (22), y al mismo tiempo, valorar la importancia de la reflexión de Schweickart sobre los mecanismos de transición al socialismo, y el papel que pueden jugar las empresas capitalistas en el proceso, o incluso valorar su concepción del funcionamiento limitado de los mercados como mecanismo distributivo. Pero si se cree con fuerza que "Sean cuales sean las relaciones de propiedad, en materia de gestión de empresas no existe más racionalidad que la capitalista" (23), entonces por mucho que se estiren las propuestas, en la perspectiva de "hacer posible la transformación del trabajo remunerado en actividad autónoma... la liberación en el trabajo [que] deberá precederá la liberación del trabajo" o hacer que "las relaciones sociales moldeadas por la racionalidad económica del capital no ocupen ...respecto a los valores y fines cuantificables, nada más que un lugar subalterno" (24), será muy difícil encontrar una vía razonable para hacer operativas tales ideas . O dicho de otro modo: las propuestas programáticas de la izquierda que se inscriban en la lógica de que otro mundo es no sólo posible, sino deseable, deben partir de reconocer que la racionalidad económica capitalista no es la única ni la mejor racionalidad económica posible. A este reconocimiento contribuyen las aportaciones recogidas en este libro . Si se leen atentamente estos textos, se entenderá mejor porqué las iniciativas de nacionalización del sistema bancario no debe caerse de las políticas impulsadas por la izquierda, y porqué estas son más racionales que el pretender poner granitos de arena en la rueda de la fortuna de la globalización financiera al estilo de las propuestas tipo tasa Tobin. O se verá con más claridad la incompatibilidad radical de la normativa comunitaria en materia de ayudas estatales y la necesidad imperiosa de desarrollar un nuevo sector empresarial no capitalista (un nuevo sector público, social, a no confundir con el denominado "tercer sector", inserto en los vacíos del estado de bienestar del capitalismo avanzado). O la necesidad de recuperar para la izquierda el discurso y la defensa de la libertad también en el terreno de la economía; pero no la libertad del capital, sino la libertad de las personas. No la libertad de consumir lo que otros eligen producir, sino la libertad de decidir lo que hay que producir a partir de lo que elegimos consumir.
Notas
(*) El libro incluye trabajos de David Laibman (Siete tesis para un socialismo pujante en el siglo XXI); David Schweickart (Democracia económica: propuesta para un socialismo eficaz); Al Campbell (Socialismo planificado y democracia: procedimientos económicos viables); Robin Hahnel (Socialismo libertario: planificación participativa); Allin Cottrell y W. Paul Cockshott (El valor y los modelos económicos socialistas).
(1) Aunque siempre con ese toque "a la francesa" que se traduce en el mantenimiento todavía hoy de un importante sector empresarial público, o en que el mismo Laurent Fabius encabezase la oposición al Tratado Constitucional que pretendía consagrar definitivamente el espacio de la Unión Europea al servicio del orden neoliberal. |
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