Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
9 de noviembre del 2006 |
Juan José Valenzuela (*)
Reikiavik, la capital de Islandia, ha sido conocida internacionalmente por ser el punto de encuentro de sesudos ajedrecistas que se convocan para participar en uno de los torneos con mayor tradición del deporte ciencia. No es casual que en 1972 se realizara el mítico duelo por el campeonato del mundo entre Fischer y Spasski, encuentro conocido como el match del siglo y que trascendía lo netamente ajedrecístico, ya que confrontaba intelectualmente dos modelos económicos imperantes y antagónicos, representados por el talento del desquiciado estadounidense y la concienzuda preparación del soviético. En definitiva, esta justa definía a través de los 64 escaques la supremacía intelectual como una extensión de la Guerra Fría.
Hoy en día, esta nación que otrora sirvió de escenario para el reconocimiento de lo más elevado del pensamiento del hombre, concita la atención de la comunidad internacional por una decisión profundamente irracional: reanudar la caza de ballenas con fines comerciales, privilegiando así los intereses económicos, capaces de desmoronar cualquier consecuencia intelectual, social o ambiental y derivar finalmente en un oscuro panorama de masacre y devastación. En la actualidad, las ballenas que habitan el planeta se encuentran protegidas por una moratoria a su captura comercial vigente desde 1986, medida que fue adoptada por la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en consideración a las dramáticas disminuciones de sus abundancias, debido a la fuerte presión de captura a que estuvieron sometidas durante cientos de años y a la poca capacidad de recuperación de sus poblaciones. Tampoco es un espíritu de conservación caprichoso ni antojadizo. Creemos que las especies que habitan el mar pueden constituir importantes recursos pesqueros que pueden contribuir a mejorar el nivel de vida de las comunidades costeras o aquellas asociadas a las actividades extractivas. Sin embargo, la sustentabilidad de nuestros mares y sus recursos es una función directa de la forma en que se regula su explotación, una extracción racional contribuye a la sustentabilidad de la actividad. En el caso de las ballenas, la intensa presión a la que estuvieron sometidas por mucho tiempo diezmó considerablemente sus poblaciones, estimándose que en la actualidad sólo constituyen el 10% de la biomasa original, por lo tanto resulta improbable que el reinicio de la caza comercial no atente peligrosamente contra su estado de conservación. Por lo tanto, cualquier intento por reanudar sus capturas debe estar acompañado del control de la legitimidad de las capturas y los productos derivados, asegurar efectivos mecanismos de control y seguimiento, cumplimiento de las medidas de conservación acordadas por la Comisión, todo respaldado por una evaluación imparcial de reservas para establecer criterios precautorios de explotación, es decir, una realidad muy distante. La decisión de Islandia de retomar la caza comercial de ballenas no sólo transgrede la moratoria establecida por la CBI, sino que su decisión de comercializarlas a los nipones también atenta contra la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que incluye a las ballenas en el apéndice I, es decir que figuran entre las especies sobre las que pesa un mayor peligro de extinción. Hay que señalar que Islandia durante la moratoria continuaba practicando caza de ballenas a través del resquicio de "caza científica", que no era más que una forma de disfrazar esta matanza. Al menos ahora Islandia es consecuente y deja de manifiesto ante el mundo todas sus infames intenciones. Entonces, hay que cuestionarse qué es peor, un carnicero disfrazado de científico o el mismo verdugo equipado translúcidamente con toda su maquinaria de masacre y devastación. De esta manera, Islandia sin ningún escrúpulo transgrede un tratado multilateral y adopta esta decisión unilateralmente, cabe preguntarse entonces cuál es el verdadero grado de vinculación de este tipo de acuerdos internacionales. (*) Juan José Valenzuela es biólogo marino de Oceana. |
|