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La insignia
27 de noviembre del 2006


Crónica armambolera


Paul Medrano
La Insignia. México, noviembre del 2006.


Desde que supe que Armando Palomas estaría en Cuernavaca (Morelos), dentro de la gira por sus 10 años de carrera, hice planes para lanzarme, a sabiendas de que sería el punto más cercano del lugar donde vivo. Luego de cinco horas de viaje por tierra llegué a la que era la ciudad de la eterna primavera, pero debido al desmadroso clima de lluvia y frío, parecía una copia de Suecia en región 4.

Conocí al Palomas hace unos cinco años, cuando organicé una tocada en Chilpancingo (Guerrero). A pesar de que en este rancho las propuestas musicales no pasan del grupero ni del ponchis de moda, el concierto resultó todo un éxito. Llegaron unas 300 personas que disfrutaron o conocieron a uno de los roqueros más peculiares de la escena musical del país. Y es que al Palomas sólo le bastó un micrófono, un canal de audio para conectar su guitarra y un litro de tequila. No más. Con eso bastó para que durante dos horas compartiera su ya extenso repertorio. Al final de la tocada nos pusimos una guarapeta marca Acme, la cual incluyó de todo: chupe a discreción, pleitos por nuestro avanzado estado etílico, huida del bar debido a una falsa amenaza de madriza, un conecte frustrado, una siesta incomodísima en la sala de un amigo y una curada fenomenal con birria de chivo a las ocho de la mañana. Aquella vez me despedí del Palomas con la sensación de que despedía a un gran amigo, aunque sólo habíamos compartido tragos y cuitas amorosas durante unas dieciocho horas. Total, le seguí la huella a sus discos posteriores, En vivo, Tequila Don Armando Palomas, Fábrica de veladoras, Llamadas perdidas y su más reciente producción: Que se muera el rock.

Mi llegada a Cuernabaches fue seguida de una merecida siesta, debido a que el descanso que tenía planeado durante mi traslado tuvo que cancelarse por los ronquidos de mi compañero de asiento, quien triplicaba los decibelios de una motosierra. Ni mis audífonos, ni la concentración, ni mis reservas de tolerancia lograron hacerme creer la idea de que podía dormir plácidamente como si estuviera en mi catre. De modo que al llegar tuve que dormir hasta las cuatro de la tarde. El concierto se llevaría a cabo tres horas más tarde, dato que me asombró, pues sólo a algún morelense se le ocurre citar a un concierto a un horario de homilía dominical. En fin, pensé, de todos modos los conciertos siempre empiezan tarde.

No obstante, por los exhortos de Dinora y Carlos, mis anfitriones, tuve que llegar a las seis y media al lugar del concierto. Se trataba del Samaná, una discoteca de tintes guapachosos, pero de aspecto más que decente, en comparación al sitio donde había organizado la tocada en Chilpancingo. Con mencionarles que el tipo que cortó mi boleto traía un impecable smoking y que una ansiada cerveza Corona valía 35 pesos, con eso puede decirles mucho de ese antro ubicado justo enfrente de El Alebrije, disco mamila, harto fresa y causante de aglomeraciones equiparables a las de un mercado. Cuarenta minutos después, un tipo llamado Laúd -que según me informó Carlos tiene el logro de calzar las mismas botas desde que empezó su carrera musical, la cual me pareció una mezcolanza de Elefante y Fernando Delgadillo- abría el concierto con una propuesta demasiado seria para tomarse en serio. Menos mal que sólo tocó cuatro rolas. Porque inmediatamente después Palomas apareció en escena con su lira y un vaso que a primera vista parecía agua, pero que después supimos que, efectivamente, era agua pero de agave azul.

Comenzó precisamente con la rola que abre su disco más reciente: Que se muera el rock, en la cual, el hidrocálido proclama: "Me cagan Los Panchos, me cagan sus canciones/ me caga el imbécil de Adal Ramones/ me cagan los ponchis, me caga el deporte/ me caga Inspector, me caga Resorte/ me caga Maná, me cagan los Jaguares/ me cago en ellos dos y sus similares/ me caga Televisa, me caga Telehit, me caga Tv Azteca, me caga el MTV" y se sigue con una sarta de cajeteadas a diestra y siniestra. Esa canción resume mucho de lo que es el Palomas: una propuesta románticamente vulgar, estupendamente imperfecta, finamente sarcástica, imponentemente etílica, metafóricamente sencilla y rabiosamente sincera.

El respetable respondió con un cálido aplauso y una lluvia de peticiones. Pedí otra cerveza, mientras Palomas hacía gala de su estupenda capacidad de improvisación: albures, pitorreos, juegos de palabras, mezcladas con los acordes de su guitarra acústica y tragos entreverados a su vaso con tequila, el cual volvía a llenar Julito, su asistente quien sustituye al famosísimo Tuna.

Siguió con Charro atrabancado, de la cual se desprendió Rupestre 2000 (My harakiri), un nuevo manifiesto rupestre que usa (y usa muy bien) la música de Soy un desastre "de esos grandes roqueros que fueron Timbiriche", como dijo Palomas. El toquín resultó un divertido tour por las rolas más emblemáticas del repertorio palomezco: Serenata pacheca, Hasta el fondo del zaguán , The manguares song, Canción pinche, The rap-utiado, El blues del perro atropellado, Cholo story, Señora vudú, Hoy salud, Santa de Infonavit, Lacricostas dark ranger , Déjame besar tus ojos, Traje de Luces with blood, Cuándo será sábado otra vez, Acidez brutal, Una cuarta más abajo del ombligo, To all the girl i fuck before, Canción del mutilado , Fly pajarito fly, Canción pendeja, Himno pacheco (en su versión Corazón de mota), Lora´s son iguales, y cerró con La canción de la madrugada, justo cuando vació el último pegue de su botella de tequila.

No pocos han descalificado la propuesta del Palomas quesque por vulgar y naca. Pero es ahí donde radica su atractivo: su irreverencia es genuina, sin poses pseudorebeldes o esperanzas para salir en la portada del Rolling Stone o Tv Novelas. Palomas se divierte haciendo música: criticando estrellitas del rock, trovadores caducos o televisoras mamonas; jugando con infinidad de ritmos mexicanos y extranjeros (hip-hop, folk, rithm and blues, rumba, tango, corrido, ranchera, balada, huapango, flamenco); acompañando a su guitarra con tololoche, violín, requinto, batería, arpa o trompetas; bebiendo y albureando con sus seguidores (que no son pocos) y ufanándose de su mayor logro: diez años de carrera musical independiente, pero independiente de verdad (él mismo es su productor, manager y vendedor de discos).

Al recibir mi cuenta sentí vergüenza, no por lo irrisoria, sino por la tenebrosa noticia del aumento a la leche y gasolina. Intenté hacer un estimado de cuántos litros del lácteo podría comprar con esa cuenta, definitivamente eran muchos. Salimos del antro y mis anfitriones propusieron echarnos la caminera en un bar ubicado en el centro de la ciudad. El lugar en cuestión se llama Estrés y resulta más que desestresante. Debido a su tamaño, no supe ni como el mesero pudo colocar ese enorme tarro de cerveza oscura en mi mesa. Estaba por darle el primer trago cuando el Palomas entró al recinto. Aunque puso cara de "este güey quién es", me saludó. No obstante, luego de presentarme, me recriminó mi nuevo look y mis kilos de más ("por eso no te conocía bato"). Se sentó en nuestra mesa y la caminera se extendió por varias horas más.

Resultan sorprendentes los ocho cilindros del motor palomezco para destilar cantidades industriales de tequila. "Calculo que en toda mi vida me he tomado unas dos pipas", aseguró. Por mi estado y por la hora, ya no pude hacer cuentas sobre mis posibles pipas. Así que tuve que abandonar el bar no sin antes despedirme del Palomas, quien me dijo algo que quizá, sólo haya sido mi borrachera: "En el próximo disco tocaré piano". ¿Será?



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