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La insignia
25 de noviembre del 2006


De dictaduras, progres
y enmascaramientos de las palabras


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, noviembre del 2006.


Leo en un periódico digital sobre la dictadura de los progres. Tampoco tiene importancia en realidad. La costumbre de utilizar los conceptos con el propósito de arrimarlos a nuestros propósitos es algo que ya dejó bien claro Lewis Carroll en "Alicia en el país de las maravillas" y George Orwell en "Rebelión en la granja". Hay una distancia que nunca recorrerá el concepto entre su verdadero significado, siempre abierto a interpretaciones, y los sentidos partidistas que algunos quieren imputarle en beneficio propio.

La dictadura nunca se puede dar en países donde existen democracias que funcionan, a pesar de sus deficiencias. A lo sumo se tratarán de corrientes de opinión con mucho poder, que, no lo olvidemos, no se diferencias mucho de las presiones que puedan ejercer otros grupos, entendámonos, los empresarios, los médicos, los conservadores o los homosexuales. Podríamos hablar también de los actores, de los editores e incluso de los fontaneros. Todo grupo constituido formalmente puede, y suele, ejercer la presión ya sea social o al gobierno.

Los progres (la peor calificación que los conservadores de hoy en día pueden aplicar a cualquier persona, junto con musulmán, multicultural o batasuno) ejercerían, según el articulista, un gobierno en el que solo ellos tendrían el poder y no rendirían cuentas ante nadie, las libertades fundamentales (de pensamiento, prensa, expresión, agrupación civil o política) estarían prohibidas, algo que desmiente la realidad - la realidad que ellos tanto invocan -. Libertades hay, otra cosa es que no se acomoden a sus capricho ni intereses, y subrayo lo de sus caprichos e intereses, que no hay que confundir con el interés general.

¿Por qué entonces la mención a la dictadura? Pues simplemente porque "dictadura" es una palabra cargada de connotaciones que exceden su mera denotación semántica. Las palabras sirven por lo que dicen pero también por lo que esconden. Esconder el verdadero significado de dictadura pero omite acusar a un estado de opinión, un régimen o una corriente de opinión de lo peor que se le pueda acusar en una democracia. Si esta es el régimen perfecto, la otra será lo peor, lo más miserable, aquello que todos debemos rechazar si no queremos ser dictadores, si queremos ser buenos demócratas. La fórmula es fácil: Cogen una palabra de connotaciones negativas, la sacan de contexto y la aplican luego a sus blancos de ataque. Que el uso de las palabras responda mínimamente al uso convencional que aparece en el diccionario es lo de menos. Lo importante s que a partir de entonces el término servirá de insulto, de arma arrojadiza, de ficha útil en la tergiversación de los conceptos y la realidad.

En el caso de España el caso es más sangrante si recordamos que la derecha se ha preocupado de calificar al régimen de Franco como de dictablanda, curioso neologismo que oculta la etimología de la palabra (una vez más) y permite un juego verbal, vulgar pero muy efectivo. La de Franco no se distinguiría por la represión de las personas pues fue blanda, al contrario que oras que sí que fueron duras. Se olvidan que las dictaduras no son blandas ni duras, son regímenes políticos en los que las libertades inalienables de las personas están prohibidas. Pero el truco ejerce su efecto, y ya que no es posible exculpar a Franco al menos se le rebaja en la consideración global.

Muy bien podría acabar mi exposición aquí, y sin embargo, me gustaría ir un poco más allá en la consideración de los regímenes totalitarios y la consideración que cada uno despierta en nosotros.

En su último libro, "Diccionario de adioses", Gabriel Albiac escribe un ensayo, flojito la verdad sea dicha, aunque tampoco el peor de todo el libro, en e que analiza, o mejor decir equipara fascismos, socialismos y nacionalismos. No es muy original. Ya mucho antes Hannah Arendt había escrito acerca de la radical similitud entre el fascismo, el comunismo y el imperialismo en "Los orígenes del totalitarismo" (que Albiac ni siquiera menciona a pesar de que sea una referencia clave). Lo que me interesa señalar no son las ausencias en la argumentación y en las citas. Prefiero fijarme en la recepción que tanto el imprescindible libro de Arendt como el ensayo de Albiac han tenido en la intelectualidad conservadora. Sin duda ha servido para que equiparen el comunismo de la Unión Soviética y satélites al fascismo de Hitler. Pero lo que no parece haber resultado es la aceptación de que si cualquier régimen comunista es perverso de por sí y son equiparables a los fascistas, entonces el que España padeció durante cuarenta años es tan perverso como cualquiera que fue comunista. El régimen de Franco sigue gozando de un estatuto especial apartado del contexto europeo, como si hubiera sido una anomalía en la Europa de los años treinta y no un fiel reflejo de lo que entonces se estaba viviendo como señala, entre otros, Stefan Zweig en "El mundo de ayer".

Palabras, que esconden y revelan, suya ausencia dice más a veces que su presencia, o cuyo abuso señala lo que no se quiere decir. Dictadura, políticamente incorrecto, caza de brujas, todas las expresiones están permitidas si sirven para distorsionar la realidad, labor en la que unos cuantos están empeñados y no se paran ni en gastos ni en esfuerzos ni en pensar las consecuencias con tal de salirse con la suya, y así pueden deformar la realidad, tergiversarla o acumular un libro tras otro de supuesta historia, y digo supuesta pues los mamotretos que dan a la imprenta carecen del más mínimo rigor intelectual, o como dijo hace años (tantos ya que parece que nunca hubiera sido): "Nada hay que deteste tanto como esa siniestra tradición orteguiana (...) Un lampedusismo, al fin, de casino provinciano, tan fatuo como mugriento. De sus herederos, los apóstoles del analfabetismo ilustrado hecho de suplementos semanales del periódico (...) "Todo vale", es cierto, allá donde la forma-mercancía es ontológicamente constituyente - esto es, acá. Sólo que algunas cosas valen específicamente para tirarlas a la papelera" (1), o un poco más adelante, citando a Spinoza: "Humanas actiones non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere" (2). Lástima no aprendan de él y procuren entender y no reírse ni envilecer. Notas

(1) Gabriel Albiac. Adversus socialistas. Madrid: Libertarias, 1989, pág. 155.
(2) Íbid., pág. 156.



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