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3 de mayo del 2006 |
Diario Hoy / La Insignia. Ecuador, mayo del 2006.
Las perversidades se complementan. En los EEUU se pretende introducir una ley que criminaliza a los inmigrantes sin papeles. Es paradójico que el país de la inmigración por excelencia, pretenda ahora penalizar la inmigración, que fue y es el motor de su desarrollo. Sin ella no se habría industrializado. Sin la masiva inmigración habría sido impensable la colonización de su basto territorio, mientras se exterminaba a su población aborigen. Y sin los actuales inmigrantes su economía no crecería tan rápido y su sociedad no sería ese conglomerado cultural tan multifacético.
La contribución de la inmigración es diversa, incluso sirve para completar la tropa invasora en Irak… Sólo algunos simplones apoyan la respuesta de Washington porque los inmigrantes indocumentados constituirían un lastre para los servicios sociales. Desconocen o les cuesta reconocer que justamente esos inmigrantes, portadores de una mano de obra barata y sin derechos, representan una especie de regalo de capital humano que permite resucitar varias actividades productivas en las ciudades y en el campo, que facilita la ampliación de muchos servicios con trabajos considerados como sucios y denigrantes, que posibilita la atención de ancianos y personas marginadas de los debilitados servicios sociales, que paga impuestos y pensiones que nunca las reclamarán, que justamente esos seres humanos representan una inyección de culturas y creencias que enriquecen a la sociedad estadounidense. Para comprender el alcance de la migración es preciso establecer un vínculo entre los flujos inmigratorios y las demandas de revalorización del capital, nexo que constituye el núcleo central y la matriz de las relaciones sociales. Aunque los flujos humanos no son una novedad del capitalismo, sí se fortalecieron con él. Así las actuales migraciones, con características propias de la nueva época, son similares en esencia a las anteriores migraciones: siguen siendo una opción para que los seres humanos mejoren sus condiciones de vida. John Kenneth Galbraith, influyente economista fallecido hace un par de días, fue preciso en su apreciación: "la emigración es la acción más antigua contra la pobreza. Es buena para el país al que van; ayuda a romper el equilibrio de la pobreza en el país de donde vienen. ¿Cuál es la perversidad que hay en el alma humana que provoca que la gente se resista a un bien tan obvio?" La emigración puede no ser capaz de erradicar todas las pobrezas, incluso puede exacerbarlas en algunos casos, pero limitar o restringir la emigración no es ni productivo ni democrático. Menos aún cuando se aplican políticas económicas que -inspiradas en el libre comercio- generan más pobrezas en los países de origen de dicha emigración. Esa es la perversa paradoja del TLC ecuatoriano con los EEUU, pues busca establecer condiciones de libertad en el mercado de capitales y también, aunque en menor medida, en algunos mercados de bienes y servicios, mientras Washington aumenta brutalmente sus barreras inmigratorias. |
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