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9 de mayo del 2006 |
Fernando Mires
Parece difícil analizar las tendencias que se están perfilando en el año electoral 2006 en América Latina sin referirse al reciente pasado, marcado por las tenazas de la guerra fría.
En efecto, después de la simbólica caída del muro de Berlín, habiendo desaparecido la potencia comunista mundial, los EEUU dejaron de considerar a América Latina como a un campo en donde, entre otros, tenía lugar la disputa por la hegemonía planetaria. Así se explica que, paralelamente a los procesos de insurgencia que tenían lugar en los países de Europa del Este, en América Latina comenzó a tener lugar una especie de declive de las dictaduras militares conocidas como de "seguridad nacional", cuya función era contener el avance interno del comunismo e impedir que una segunda Cuba apareciera en el continente. Sin el abandono de esta política por parte de los EEUU sería imposible explicar por qué en América Latina -con excepción de Cuba- no existe hoy, en sentido estricto, ninguna dictadura militar. Eso quiere decir que desde el fin de la guerra fría, América Latina en general parece entrar a un proceso de democratización. Ahora bien, lo que a primera vista llama la atención es que esa democratización tiende a asumir la forma predominante de una democratización desde y por la izquierda e impulsada por partidos que se dicen o son de izquierda. De tal modo, la así llamada izquierda latinoamericana parecería a simple vista ser el sujeto refundador en algunos casos (Chile, Uruguay), fundador en otros (Argentina) o constructor (Brasil) de una nueva democracia. No obstante, una segunda mirada puede llevar a pensar que ese proceso de izquierdización democrática (o democratización de izquierda) que hoy tiene lugar no es tan sencillo, pues bajo el concepto de izquierda se encuentran articuladas diferentes tendencias que no son siempre compatibles; más aún: que son antagónicas entre sí. Si se hace un recorrido imaginario a través del mapa del continente, nos encontramos con tendencias socialistas democráticas (Bachelet, Vásquez Tabares), movimientistas (Lula) etnicistas (los movimientos indígenas de Ecuador y algunos de Bolivia) etnonacionalistas (Morales), populistas institucionales (Kirchner) nacionalistas-democráticas (López Obrador) fascistas o fascistoides (Castro, Chávez, los hermanos Humala), todas denominadas "izquierda" desde la óptica de sus representantes. De ahí, entonces, que en América Latina sea importante pluralizar el concepto de izquierda; y si pluralizamos hay que afirmar: la izquierda latinoamericana no existe; lo que existe son las izquierdas, en todas sus diversas manifestaciones y colores. La precariedad política de las derechas Que la democratización que hoy tiene lugar en América Latina aparezca bajo el signo de la izquierda, tiene que ver sin duda con la precariedad de las derechas políticas. Dicha precariedad puede ser explicada a partir de tres motivos: 1) A diferencia de Europa, la derecha política latinoamericana no es representante de una antigua tradición conservadora. Eso quiere decir que el pasado que representa esa derecha es en gran medida un "pasado reciente", y en algunos casos muy reciente. Eso significa a su vez, que las derechas, al no ser esencialmente conservadoras, son esencialmente modernas, y en muchos casos más modernas que las propias izquierdas. El pasado que representa el siglo XlX es terrateniente, oligárquico y antipolítico (caudillesco, militar, clerical) y de ese pasado quedan muy pocos restos, entre otras cosas, debido a los proyectos de modernización capitalista impulsados por la propia derecha política. Las derechas no pueden ni quieren hacerse cargo de ese pasado, y es por eso que su discurso es esencialmente "futurista". 2) Las derechas latinoamericanas, en lugar de aparecer como representantes de determinados valores conservadores, se han constituido, predominantemente no como derecha política sino como derecha económica. La mayoría de sus representantes electorales son ejecutivos de grandes empresas o pertenecen a familias de magnates o empresarios, y sus discursos son esencialmente económicos (desarrollistas y modernizadores). La derecha política debe ser, por lo mismo, refundada. Eso implica para ella desligarse de su discurso esencialmente economicista. Pero sobre todo implica desligarse de su pasado reciente ligado, en muchas ocasiones, al de cruentas dictaduras militares. 3) Que las derechas políticas hayan aunado su destino con las dictaduras militares de la guerra fría es la razón de su desprestigio político y de la enorme y justificada falta de credibilidad democrática que tienen en la mayoría de los países del continente (especialmente en el Cono Sur). La fusión de la derecha con dictaduras militares llevó en muchos casos a un proceso de autodisolución política del que les ha sido muy difícil rehacerse. La rehabilitación política y sobre todo, democrática, de las derechas es, sin embargo, una de las condiciones más necesarias para la estabilización política de las propias izquierdas. Una izquierda sin derecha, o con una derecha muy precaria, puede sucumbir a la tentación de hacerse con todo el poder, lo que inevitablemente llevaría a su propia negación como izquierda. No todos los países del continente han tenido la suerte de tener estadistas conservadores, portavoces de una centroderecha política democrática como Fox en México, Cardoso en Brasil, o Arias en Costa Rica. La mayoría de los gobiernos de derecha han sido militares, latifundistas o empresariales. La democracia latinoamericana no sólo requiere de una izquierda democrática, que ya existe, sino también de una derecha democrática, que sólo existe de modo parcial. En otras palabras: sólo la existencia de un juego democrático entre izquierda y derecha abre las posibilidades para el aparecimiento de un "centro" político en disputa. La existencia de ese "centro" es la condición esencial para la vida política. Una política sin centro lleva a la polarización de sus agentes, y ese es el comienzo del fin de la política. Las izquierdas políticas Uno de los hechos más alentadores de los últimos años no sólo reside en la democratización que experimentan diversos países de la zona, tampoco en el hecho de que esa democratización esté siendo llevada a cabo bajo la hegemonía política de las izquierdas, sino sobre todo en el hecho de que esa democratización significa también la democratización de las propias izquierdas. La democratización de las izquierdas, fundamentalmente en el Cono Sur del continente, ha resultado de sus propias experiencias. No deja de ser notorio que precisamente en los países donde existieron las más sangrientas dictaduras militares (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay), sean sus izquierdas mucho más democráticas que en países donde las izquierdas no pasaron por esas terribles experiencias. A veces la vida enseña mucho más que las más esclarecidas teorías. Y es que es así: la democracia comienza a valorarse cuando se pierde. El caso de la nueva presidenta de Chile es emblemático. Durante la dictadura su padre fue asesinado, ella fue enviada a prisión y torturada; padeció el exilio. Y sin embargo, su mensaje político no es de odio ni de venganza sino de unidad y reconciliación. Pero no sólo fue la revaloración de la democracia lo que ha impulsado a esas izquierdas a su democratización, sino una realidad objetiva que llevó a que esas izquierdas se vieran envueltas en complicados eventos que llevaron a la democratización postdictatorial. Como es sabido, ninguna de las dictaduras latinoamericanas del pasado reciente fue derribada como consecuencia de un acto revolucionario. Por el contrario, ellas fueron disueltas sólo después de compromisos que las izquierdas hubieron de contraer con otras fuerzas políticas, incluyendo a los propios militares. Abrir una brecha de transición entre la dictadura y la democracia requiere de mucha diplomacia, pero, sobre todo, de una alta capacidad política. Y esas fueron las virtudes que tuvieron que desarrollar dichas izquierdas. Hoy en día, esas izquierdas han llegado a ser el mejor garante, no sólo de la democracia y de la libertad en sus respectivos países, sino también los agentes políticos estabilizadores de sus respectivas naciones. La tarea que tienen por delante es todavía muy grande y tiene que ver con la pregunta de las preguntas de toda actividad política, y esa pregunta es: ¿Cómo es posible democratizar no sólo políticamente sino además socialmente a una nación, sin desestabilizar las estructuras democráticas que la constituyen? O formulada, la misma pregunta, de otro modo: ¿Cómo incorporar a la escena política a los sectores sociales excluidos por las derechas y por las dictaduras sin que ello produzca quiebres en el sistema institucional, sistema que es la única garantía para que esos sectores excluidos puedan ser incorporados, pues sin esas instituciones cualquier incorporación carece de sentido? Esa pregunta es a la vez el camino pedregoso por el que caminan los nacientes gobiernos democráticos latinoamericanos. El camino son las instituciones. Sin esas instituciones, la política democrática cae en el precipicio sin fin de los populismos antidemocráticos que hoy son, sin duda, las sombras más sombrías que asoman en nuestro continente. Populismos y fascismos El populismo en sí no es un problema. La verdad es que no existe ningún populismo "en sí". El populismo es sólo entendible a partir del calificativo que lo acompaña. Hay, en ese sentido, populismos nacionalistas, populismos regionales, populismos autoritarios, populismos personalistas, populismos militares, y no por último, populismos fascistas. Todo fascismo, por ejemplo, es populista, pero no todo populismo es fascista. ¿Cuándo es el populismo fascista? La mayoría de los científicos sociales están de acuerdo en afirmar que el populismo fascista se da sobre la base de una combinación de cinco "elementos", a saber: el personalismo, el movimientismo, el nacionalismo extremo, el mesianismo revolucionario, y el militarismo. En ese sentido, las sangrientas dictaduras militares que asolaron el continente sudamericano durante el período de la guerra fría no eran fascistas en estricto sentido del término. Poseían rasgos facistoides, pero eso es algo distinto. La mayoría de ellas no fueron personalistas ni movimientistas, ni mucho menos mesiánico-revolucionarias. Eran, si se quiere, dictaduras de contención social, y por cierto, extremadamente criminales. Pero no todo gobierno criminal es fascista. El gobierno latinoamericano que mejor sintetiza las particularidades que constituyen al fascismo es, sin dudas, la dictadura cubana. Que los científicos sociales latinoamericanos no hayan catalogado todavía a ese régimen como fascista se debe, por una parte, al discurso pseudosocialista de la dictadura, y por otra, por cierto respeto frente a lo que imaginan fue el pasado revolucionario "glorioso" de Cuba. No obstante, ese pasado terminó definitivamente hace muchos años con la conversión de Cuba en base político-militar de la URSS. Desde ahí fueron establecidas en la isla todas las instituciones propias al totalitarismo de tipo soviético. Ahora bien, después del fin del comunismo soviético, el sistema de Castro ha evolucionado a uno de típico corte fascista. En verdad, pocas veces se han dado en un sistema político todas, pero todas las condiciones que hacen a un régimen fascista: personificación extrema del poder, un líder mesiánico, apelación a las masas aclamadoras, militarización de la vida social, uniformidad cultural, pensamiento único, represión a la libertad de reunión, de opinión y de prensa, verticalización paraestatal (corporativismo) de las organizaciones sociales, y sobre todo, el imperio del terror mediante sistemas de vigilancia, delación y uso metódico de la tortura y del asesinato, etc. Esos son sólo algunos de los rasgos típicos del totalitarismo fascista, y el Estado cubano los reúne y sintetiza de modo perfecto. Alguna vez hay que descorrer el velo y decir la verdad, aunque a algunos les duela. Pues quien todavía piensa que el régimen cubano es de izquierda no se da cuenta del enorme daño que hace a la izquierda. Que Castro haga uso de algunos tópicos comunes a las izquierdas, no cambia en nada su esencia fascista. Todo lo contrario. Hay que recordar que los fascismos europeos, especialmente el de Mussolini y Hitler, secuestraron gran parte del discurso de las izquierdas y lo incorporaron a su repertorio. Mussolini venía del Partido Socialista, y cuando asumió el poder, tuvo el apoyo de muchos socialistas -sobre todo literatos e intelectuales- engañados por su retórica dirigida a las masas empobrecidas, cuyas connotaciones radicalmente antiestadounidenses enfervorizaban tanto a socialistas como a nacionalistas. Su mejor discípulo latinoamericano, Perón, utilizó en los momentos ascendentes de su poder la misma estrategia. En cuanto a Hitler, hay que recordar que su partido se llamaba "nacionalsocialista". |
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