Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
11 de mayo del 2006


El discreto encanto del 7


Jürgen Schuldt (*)
La Insignia. Perú, mayo del 2006.


Una y otra vez, políticos, periodistas y economistas nos repiten que la economía peruana debería crecer sostenidamente al 7% anual para resolver nuestros grandes problemas, comenzando por los de la pobreza y la desigual distribución de la riqueza. Ante tanta precisión y repetición de ese guarismo en los medios, muchos se preguntarán de dónde sale ese número tan peculiar, cuando bien podría ser uno más redondo, como el 5% o el 10%, entre otros tantos. Queremos ofrecerle tres hipótesis que permitirían explicar este recóndito fenómeno, cábala que también se corea en muchos otros países 'emergentes'.

La explicación que está más a mano proviene de un distante pasado que aparentemente impregna el subconsciente de muchas personas, en el que el número 7 ha figurado en lugares prominentes: El mundo fue creado sin duda en 7 días, con duda los planetas son 7, la Tierra alberga 7 mares, con 7 colores nos embelesa el arco iris, 7 son las notas musicales, los pecados capitales solo son 7, las maravillas del mundo antiguo eran 7, el poder del mundo está en manos del G-7, a Blancanieves siempre la acompañan 7 enanitos, etcétera. Sin duda, en muchos casos, por alguno de estos insólitos misterios, el seductor número 7 habría entrado subrepticiamente al científico mundo de la economía contemporánea.

Una segunda posibilidad radica en el hecho de que si nuestra economía creciera sostenidamente al 7%, nuestro Producto Interno Bruto (PIB) se duplicaría cada 10 años. En este sentido, la idea de la duplicación de alguna variable siempre ha sido una ambiciosa promesa y añoranza de los gobiernos. En este caso, el cálculo se hace en base al 'truco del 70' que acostumbramos usar los economistas para determinar -sin calculadora- en cuántos años se dobla una cifra. Para lo que se divide el 70 (el 72 sería más preciso, pero menos manejable) entre la tasa de crecimiento de la variable y se obtiene el número de años requeridos para duplicar su valor absoluto. De esta manera, si queremos determinar en cuánto tiempo se duplica el PIB de una economía si ella crece al 2% anual, veremos que tardará 35 años para lograrlo (70 dividido entre 2), si crece al 10% se duplicará en 7 años y así sucesivamente. Y, obviamente, al 7% anual la duplicación se dará en una década, que es un número redondo y el tiempo adecuado para levantarle el ánimo a cualquiera. En ese caso, la necesidad de soñar despierto ingresa inesperadamente a los serios análisis económicos a través de ese quimérico 7.

La tercera hipótesis que se nos ocurre es bastante más sofisticada, si bien también pertenece a otro de los furtivos submundos de los economistas. Se trata de una fórmula, desarrollada en los años 40 del siglo pasado por el economista keynesiano Evsey Domar (y que compartía con el inglés Sir Roy Harrod, por lo que es conocido como el modelo Harrod-Domar), de acuerdo a la cual existiría una relación proporcional y positiva entre la inversión y el crecimiento económico. A mayor cuota de inversión (neta de la depreciación del stock de capital), mayor sería también el PIB. Aunque Domar estaba interesado en el ciclo económico de los países desarrollados, en la práctica los economistas la convirtieron en una receta útil para determinar la tasa de crecimiento económico y, sobre todo, para establecer los requerimientos de financiamiento externo de las economías atrasadas a efectos de asegurar su 'despegue'.

Según esa perspectiva, el ritmo de crecimiento económico se determina a partir de la relación existente entre la cuota de inversión (I/PIB), que es igual al ahorro interno más el financiamiento externo, y la relación incremental capital-producto, que es la inversa de la productividad del capital (k). Con lo que la tasa de crecimiento es igual a I/PIB multiplicado por k. Dado que se 'necesita' crecer al 7% (la que, otra vez, 'se supone'), con una k de 1/3 (también se asume que es una cifra realista válida de largo plazo), necesariamente la cuota de inversión tiene que ser del 21% (21 entre 3 igual 7), otro guarismo que se repite muy a menudo en el país y que tampoco parece ser casual que sea un múltiplo del 7. Lo interesante es que, quienes postulan esa ambiciosa meta del 7%, nunca revelan haber realizado el mágico cálculo en base a esa receta, si es que se han tomado la molestia de hacerlo.

Esa caduca formulita es de uso muy común, no solo por su sencillez, sino porque le habla al sentido común de quienes creen en la importancia suprema de la inversión para alentar el crecimiento, por lo que sigue usándose despreocupadamente. Pero, lo que generalmente se olvida es que el propio Domar renegó de su 'teoría' diez años después de haber elaborado el célebre texto que la engendró, adhiriéndose a los más sofisticados planteamientos de Robert Solow que se publicaron entonces. A pesar de ello, sin embargo, prácticamente todos los economistas -incluidos los muy experimentados de los organismos internacionales-.han seguido usándola despreocupadamente para establecer el crecimiento económico esperado y la 'ayuda' que requieren las economías 'subdesarrolladas' para alcanzarlo. Lo que es otro misterio, puesto que ya se sabe que la inversión no es condición necesaria ni suficiente (sic) para el crecimiento económico sostenido (Véase a ese respecto el soberbio texto de William Easterly, En busca del crecimiento, Barcelona, 2003; especialmente el capítulo 2). Como los gatos, pues, hay teorías económicas que tienen 7 vidas. Nos alegra por los felinos, pero resulta muy peligroso cuando se las otorgamos a ideas erróneas en el campo de la política económica.

Para terminar, y esto sí habría que repetirlo 7 veces, hay que señalar que de tanto ocuparse por la meta del 7% los economistas se han olvidado de lo fundamental: no necesariamente una alta tasa de crecimiento económico -que es el 7%- tiene que desembocar en una cuota menor de pobreza o en una distribución del Ingreso Nacional más equitativa. Eso ya depende finalmente -simplificando en extremo- de la productividad de sus factores de producción y de las elasticidades empleo-producto que caracterizan su estructura económica sectorial, las que a su vez son una función de complejos factores geoestratégicos, sociopolíticos, institucionales y culturales. De manera que muy bien puede ser que una economía que crezca al 7% reduzca la pobreza en un porcentaje mucho menor que una que lo haga solo al 4 o 5% o que, en ese afán, se deteriore aún más la desigual distribución del ingreso. Por lo que a nadie debería sorprender que ese ambicioso 7% de crecimiento económico nos pueda conducir directamente -y no solo en el caso de los países petroleros- a alguno de los 7 infiernos de Dante.


Lima, mayo del 2006.


(*) Codirector de Actualidad Económica del Perú y colaborador de La Insignia.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto