Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
1 de mayo del 2006 |
Una discusión de permanente actualidad
Alberto Acosta (2)
«Las así llamadas leyes económicas no son leyes eternas de la naturaleza,
sino leyes históricas que aparecen y desaparecen.» -Friedrich Engels. Carta a Friedrich Albert Lange (29-3-1865) La economía, como ciencia, ha tenido y tiene una vida atribulada. A lo largo de su historia se han sucedido diversas teorías, como parte de un proceso complejo, para nada absoluto ni continuo. En este empeño, sin posibilidad de avances mecanicistas o de espacios para un predominio monopólico por parte de alguna teoría, se han propuesto diversos nombres para definir a la economía y se han escogido muchos calificativos para distinguirla de las otras ciencias, más allá de sus múltiples escuelas. Esto expresa la compleja búsqueda de identidad y legitimidad de una ciencia permanentemente en ciernes... Sus alcances, por igual, han sido tema de discusiones recurrentes. El debate sobre si la economía es una ciencia, una ingeniería o a momentos simplemente una ideología gira en torna a la cuestión ética. La economía lidia con esta cuestión desde sus orígenes. "¿Cuál puede ser la relación entre el enfoque de la ciencia económica -que tiene su camino propio y de alguna manera su manera ética-, y las exigencias de una ética más amplia que plantea hoy en día el problema de la convivencia humana?", pregunta con razón Bernardo Haour Hartmann S. J. en la presentación del libro de Alberto Graña, que lleva el sugerente nombre de "Metamorfosis de la economía" (1997: 13). Tema que recobra nueva fuerza en la actualidad, con una sociedad mundial signada por sus enormes logros materiales y tecnológicos, que contrastan con sus crecientes desequilibrios en términos de ingresos y riqueza, oportunidades y libertades. Una sociedad dominada por profundos y contradictorios fenómenos de globalización comercial, financiera y tecnológica, caracterizados, además, por una mundialización de culturas y por una crisis de la institucionalidad de los Estados-nación, surgidos en la modernidad. ¿Cómo es posible relacionar en la actualidad la economía moderna y la ética?, es la misma pregunta que se plantea el Equipo Jesuita Latinoamericano de Reflexión Filosófica en el libro "Etica y Economía: Economía de mercado, Neoliberalismo y Etica de la gratuidad" (1), que motiva estas líneas. Esta es la quinta obra de este grupo de filósofos jesuitas, convocado desde principios de los años 80 para "elaborar un corpus filosófico inculturado en América Latina, pero de validez universal" (p. 9). Objetivo ambicioso, sin duda, y que es perseguido desde diversos ámbitos, con el fin de buscar "una nueva manera de hacer filosofía de la historia, a saber, pensar filosóficamente la realidad histórica, social y cultural actual, universal y latinoamericana, con ayuda de las ciencias humanas, para dar una contribución teórica a la praxis histórica". Con este espíritu, los autores del libro replantean "en forma histórica e inculturada todos los grandes problemas del hombre y de la filosofía" (p. 8), en esta oportunidad lo atinente al ámbito económico. Más que discutir el contenido mismo del libro, en la primera parte de este aporte, se quiere reflexionar sobre el tema de la ética en la economía, enriqueciéndolo con aportes que en el libro se hacen, para luego resaltar algunas de sus principales conclusiones. De antemano se reconoce que ésta es una tarea compleja, tanto por la riqueza analítica y propositiva de los artículos que conforman el libro, como por tratarse de textos filosóficos con los cuales el autor de estas líneas no está familiarizado. La misma diversidad y complejidad de las aproximaciones presentadas por este grupo de filósofos podría dar lugar a sendos enfoques sobre cada uno de los artículos expuestos, no se diga sobre las tres partes que conforman el libro: "Economía de mercado y ética", "Economía, ética de la gratuidad y trabajo", y "Proyecciones prácticas", que en total recogen 12 aportes de 11 filósofos latinoamericanos. Una compleja relación histórica La relación entre ética y economía sintetiza un debate muy antiguo, planteado mucho antes del surgimiento de la economía moderna. Debate que cobra una renovada vigencia con la entrega del Premio Nobel de Economía 1998 al hindú Amartya Sen, el primer laureado proveniente del mundo subdesarrollado, quien, entre sus principales contribuciones, a más de ser uno de los pocos premiados que se han preocupado por la pobreza y la equidad, ha dedicado gran parte de su amplísimo trabajo a la ética. Este debate se ha enriquecido en el último tiempo con nuevos y sugerentes aportes. A nivel internacional, cada vez más científicos sociales, incluso economistas, escriben en publicaciones de filosofía moral. Y no faltan profesionales de la economía que incursionan con creciente fuerza en los foros de discusión sobre ética (3). Debate que, lamentablemente, todavía no se da con igual intensidad en la mayoría de países latinoamericanos, atrapados en una especie de medioevo neoliberal. ¿Qué hace actual a esta discusión? ¿Por qué es interesante retomar este tema? Estas preguntas podrían encontrar su explicación en la aceptación de una relación no exenta de conflictos y que se plantea en el libro: conciliar la ética con la economía moderna... La ética, lo dijimos ya, es una preocupación que acompaña a la economía en tanto ciencia, desde sus orígenes. Sin retroceder a las reflexiones de Aristóteles, cabe reconocer que Adam Smith, considerado el padre de la economía, el gran profeta del liberalismo económico, planteó profundos problemas éticos en sus textos. El, en tanto profesor de filosofía moral, colocó en el tapete de la discusión la relación entre los individuos y la sociedad, entre el egoísmo y el altruismo, entre el conflicto y la cooperación social. Los clásicos, a diferencia de lo que intentarán posteriormente los neoclásicos, no separaban para nada economía de sociedad, entre las dos veían una relación dinámica y conflictiva. En su libro "Teoría de los sentimientos morales" (1759) -anterior a su obra clásica "Sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones" (1776)-, Smith sostenía que para que la gente pueda vivir en sociedad, en calidad de individuos libres, debía existir un elemento perceptible de interés común, con el fin de hacer tolerable y posible la vida social. Interesante es recordar que Smith, coincidiendo con algunos fisiócratas de su época, creía en un sistema de leyes naturales a través de las cuales el individuo se reconciliaba con la naturaleza: la "mano invisible" (del mercado) a través de regularidades empíricas expresada en esas leyes... (Cole et. al. 1990: 62-63) La "mano invisible" fue para Smith, hombre de la Ilustración, una metáfora -la metáfora más importante de la historia económica (John Kenneth Galbraith, 1908-2006)-, no un dogma. El mercado fue un medio, no un fin teológico como lo entienden los neoliberales. A Smith le interesaba la libertad de los individuos, no de las empresas; libertad enmarcada en relaciones sociales, no en un mercado caracterizado por relaciones abstractas. "La relación mercantil es sólo ficticiamente abstracta. En realidad, es siempre una relación concreta entre personas y grupos concretos", sintetiza Raúl González Fabre S.J.(p. 65), uno de los autores del libro aquí reseñado, quien aborda con fuerza la cuestión ética en el mercado (pp. 31-76). Vistas así las cosas, Adam Smith (1723-1790), si atendemos los mensajes del neoliberalismo, ha sido falsificado por muchos de sus seguidores, quienes le citan y recitan, aunque a ratos parece que no lo han leído o no lo han entendido, tal como sucede casi siempre con aquellos grandes pensadores sobre cuyos hombros se han desarrollado los más diversos fundamentalismos. Además, mantener en la actualidad en forma dogmática los postulados de Smith, según los cuales los individuos serían entes autónomos y maximadores que se relacionan entre sí en un mercado libre, es una manifestación de una notable falta de contacto con la realidad. Esta discusión sobre la ética en la economía, que se mantuvo a lo largo del tiempo, tal como se desprende del estudio de los diversos paradigmas (4), comenzó a debilitarse en décadas recientes. Con la maduración de las ideas neoclásicas, se intentó incluso la supresión de toda obligación social o moral en la economía. Este intento, más que eso, esta conceptualización tecnocrática de la economía se transformó casi en un axioma indiscutible. Pretensión que constituye, aún cuando pueda parecer paradójico, la fuerza moral que respalda al "Consenso de Washington" y por lo mismo a las recomendaciones de los grandes organismos multilaterales. En la práctica, esta es una imposición que significa una especie de cárcel ideológica para los países subdesarrollados. La economía, en la medida que es asumida como una ciencia exacta, ya no tendría nada que ver con cuestiones prácticas, ni morales. Con el intento por sustituir las relaciones sociales de producción por simples relaciones técnicas, sobre todo expresadas matemáticamente, "el discurso único" -el neoliberal- asume una ética instrumental atada a la racionalidad del mercado, llevado éste casi a la categoría mítica de fin último. Fe en el mercado que dio lugar, como constató Karl Polanyi hace más de medio siglo, a "la más violenta y extendida de las explosiones de fervor religioso que ha conocido la humanidad". Y que intenta hacer de la economía un cuerpo teórico apologético del capitalismo. Si la economía quiere ser considerada como ciencia, tal como pretenden los economistas "serios y pragmáticos", debería marginar de sus reflexiones aquellos temas como la justicia y la injusticia, el dolor y los costos sociales, que provoca el propio manejo económico. El sistema es así y hay que permitir que funcione (en su totalidad) para poder evaluarlo: "es condición sine qua non para el éxito de la política económica neoliberal la aplicación integral del modelo", pregonan sus panegíricos, tal como expresó el ecuatoriano Eduardo Durán-Cousin hace unos años. Varios economistas de renombre ratifican esta pretensión. Para William Stanley Jevons, "la economía, si ha de ser en absoluto una ciencia, deberá ser una ciencia matemática" (Citado por Galbraith 1989: 139) (5). En consecuencia, las valoraciones éticas se excluyen de la economía tratada como una ciencia exacta. Milton Friedman (1912-...), uno de los principales publicistas del neoliberalismo, fue mucho más allá, para él "la economía positiva debe ser independiente de cualquier juicio normativo y en particular de cualquier postura ética". George Stigler, otro de los economistas destacados de la Escuela de Chicago, también sostiene que "no parece necesario repasar un terreno familiar para demostrar que la economía como ciencia positiva es éticamente neutral, y por lo tanto políticamente neutral" (6). Estas aproximaciones conducen a ver el manejo económico como un asunto aislado de lo político. Lo social asoma como resultado de un manejo económico "sano y coherente", o quizás, en el mejor de los casos, hasta como un complemento para mejorar la productividad de la economía y para garantizar aquella "paz social" que facilite la "gobernabilidad" demandada para sostener el modelo vigente. La tarea del economista, en consecuencia, sería hacerse a un lado de los problemas sociales y políticos para llevar adelante la aplicación del modelo indiscutible, el único. El economista, entonces, debería analizar, describir, de ser posible sintetizar en cálculos matemáticos su trabajo, sin pronunciar juicios morales, ni comprometerse en ningún otro aspecto. El profesional de la economía no se ocuparía, entonces "de la justicia ni de la benignidad de la economía clásica o neoclásica", si lo hace estaría negando "la motivación científica". Eludir responsabilidades sociales, por las razones que sean, sirve "de defensa para una vida profesional tranquila y libre de controversias" (Galbraith 1989: 139-140). La economía, vista de esta posición "científica", sería casi una técnica, con su correspondiente ética instrumental: campo propicio para el moralismo tecnocrático. Esta ética, expresada en la neutralidad científica, explica el rechazo a buscar alternativas, justifica los medios, da racionalidad a los sacrificios sociales y ambientales. Predomina una racionalidad instrumental. Da fuerza a "la moral de los resultados", forma parte de una ética consecuencialista: el "éxito económico" de Chile, como lo han manifestado en repetidas ocasiones los partidarios del general Augusto Pinochet durante el juicio que se le sigue en Londres y en el cual en ningún momento han negado los crímenes cometidos por el dictador, justificaría la acción represiva de su gobierno... (7) En la actualidad, en consonancia con lo expuesto, es común ver a nuestros gobernantes y a determinados analistas empeñosos por convencer a la sociedad sobre la inevitabilidad de los costos sociales que provocan inexorablemente los ajustes económicos, cuya lógica es vendida como indiscutible. Para ellos, no hay espacios para una alternativa económica. Demorar los cambios, dicen, agravaría los costos y retrasaría el progreso: el permanente chantaje del retraso cobra fuerza como forma invertida de la ideología del progreso. El camino económico es conocido, el pensamiento económico es único.... Su vigor es determinante en el mundo contemporáneo, en especial en los países subdesarrollados. Este pensamiento dominante, especialmente el pensamiento de quienes toman las decisiones, está influenciado "permanentemente por los conceptos que manipulan los economistas; la formulación misma de los problemas está condicionada por las palabras claves que estos han forjado". Sus "conclusiones tienen la fuerza que antaño tuviera la Verdad revelada. Se transforman en fuerte de un verdadero fanatismo, tan radical como el ciertas sectas religiosas: el fanatismo económico, 'el economicismo'" ( Jacquard 1995: 35-36). Frente a estas pretensiones teóricas surge la fuerza de la realidad. La economía, en tanto ingeniería con pretensión ciencia exacta, comprendida como un ejercicio de lógica matemática, encuentra sus límites. Cada vez es más difícil, sino imposible, explicar desde ella sus propias hipótesis, sus supuestos. Esta sintetiza una serie de teorías, con algún atractivo lógico, pero difíciles de ser verificadas a la luz de los hechos observables (8). Mas que objetividad, muchas de estas teorías demuestran una clara distancia con la realidad, a la cual hasta pretenden deformarla para que se aproxime a sus requisitos teóricos. Por eso, no es raro que, poco a poco, pero cada vez con más fuerza, emerjan propuestas multidisciplinarias que replantean la propia problemática de la economía; hay voces de renombrados economistas, como de Ignacy Sachs, que piden desarrollar en forma clara la economía social, inclusive hay quienes hablan de la necesidad de una ecosocioeconomía, para incorporar también lo ecológico: tres temas que no pueden separarse. En este contexto, el campo del desarrollo y del subdesarrollo, que se lo creía superado a la luz de las conclusiones neoclásicas, es motivo de nuevos estudios: se discuten, con creciente intensidad, diversas opciones de desarrollo a escala humana, desarrollo sustentable, desarrollo autocentrado... la democracia misma no está ajena a esta renovada discusión económica. Algunas reflexiones sobre la economía como ciencia social En el escenario descrito, como acertadamente considera el jesuita José Luis Alemán "no hay lugar fácil para la ética"(p. 22). La ética del "economicismo" es instrumental. Se inspira (casi) totalitariamente por la lógica del mercado. Asume una serie de principios indiscutibles, de validez universal. "La economía ortodoxa da por supuesto el sistema social existente, como si perteneciera al orden natural de la cosas", puntualizó ya hace más de 20 años Paul Sweezy (1977: 81). En el paradigma técnico no se cuestiona la distribución de la riqueza y del ingreso existentes, tampoco las capacidades para obtener la riqueza; a estos elementos se los asume como un dato. El paradigma de vida proyectado universalmente se sustenta en la acumulación sin límites, exacerbada por valores desbocados de consumismo e individualismo, tan propios del neoliberalismo real. Se asume la existencia de un ser humano unidimensional, superrealista, muy bien informado (Alemán pp. 22-24). El individuo en libertad (valor fundamental), en un proceso de autoformación de soberanías privadas autosuficientes, lograría el mejor estado social posible en un ambiente de competencia, garantizadas por el funcionamiento óptimo del mercado, para ponerlo de acuerdo al punto de vista de Friedrich von Hayek, 1899-1992, el maestro más destacado de la escuela austriaca de economía, mentor del neoliberalismo o ultraliberalismo. La economía, sustentada en un orden espontáneo, asumido casi como una técnica, asoma dominada por las matemáticas y por su lenguaje, no deja espacio para lo político, lo social, lo cultural. Un tratamiento de los problemas económicos con criterios interdisciplinarios, ya invalidaría la propia economía. Esta pretensión da fuerza al reclamo de despolitización de la economía, de la sociedad, hasta de la misma política. Por lo tanto, al ver en el mercado el eje de toda la sociedad y al Estado como el máximo distorcionador político del mercado, han desatado un abierta campaña en contra el Estado. Así, en la actualidad, como consecuencia de este nuevo paradigma sustentado en el mercado total, la anteriormente favorecida intervención del Estado en la economía, como un complemento en el proceso de acumulación capitalista, perdió su significación y es ampliamente cuestionada. Todos o casi todos los problemas se sintetizan en el Estado, sin que nadie recuerde ahora los antecedentes de la actual situación. Casi nadie menciona, por ejemplo, que el Estado se vio obligado a asumir riesgos propios del gran empresariado local (y más de una vez del transnacional) y a desbrozar el camino a las grandes inversiones privadas, algo por demás connatural al sistema capitalista, sea para su fortalecimiento, centralización y/o modernización. No se acepta que el Estado capitalista llevó (y lleva) adelante los intereses de los grupos hegemónicos de la sociedad y veló (y vela) por el desarrollo del capital, así como por la reproducción del sistema basado en este tipo de relación social. En su exacerbado antiestatismo llegan, inclusive, a negar el papel que ha cumplido (y cumple) el Estado, como actor y garante, en el desarrollo de las nacionales industrializadas. Al ver como se han interiorizado los indicados principios de la ética instrumental neoliberal, no debería sorprendernos el quemeimportismo reinante en nuestras sociedades, concretamente a nivel de las elites dominantes, frente a las condiciones de creciente pobreza existentes en el mundo. Ellas parecen no percatarse de la situación cada vez más crítica que atraviesa la mayoría de la población, que podría poner en riesgo su propia seguridad y bienestar. Se esmeran en presentar como racional, como la única salida lo que a todas luces asoma como irracional por sus resultados (al menos para amplios sectores de la población), el modelo de apertura y liberalización a ultranza. Esperan simplemente que el modelo (completo) funcione y produzca espontáneamente los resultados ansiados. Encubren las verdaderas contradicciones y los conflictos del sistema. La fuerza de esta percepción, que alimenta una acción repetida una y otra vez, a pesar de sus debilidades y contradicciones, conduce a una sumisión casi estructural frente a una voluntad y propuestas provenientes del exterior que en todo momento habría que respetar: veamos solamente con que desesperación se busca un acuerdo con el FMI, visto como "la" garantía para el éxito de la política económica, a pesar del fracaso manifiesto de las recomendaciones de este organismo internacional. Aquí volvemos a insistir en la debilidad de esta visión ultra- o neoliberal, que hace del orden espontáneo, creado sobre el mercado, una categoría trascendental, que resulta casi mitológica si vemos que no tiene relación alguna con la propia economía real y con la historia. Una vez más quedaría demostrado que las diversas ideologías, en este caso la neoliberal, sirve a los intereses concretos de determinados actores sociales y está lejos de constituirse en ley de carácter natural. El mayor aporte que realiza este colectivo de jesuitas podría sintetizarse en un esfuerzo vigoroso por rescatar a la economía como ciencia, como ciencia social. Y como tal aceptar que es imposible que la economía sea matemáticamente objetiva, que esté libre de juicios de valor. Algo que debería ser obvio si recordamos que la existencia e influencia de valores está presente en la aparición de toda teoría y en sus mismas aplicaciones técnicas. Los entornos de una ciencia son, pues, necesariamente un escenario de elementos éticos. Los autores, entonces, invitan a recuperar la dimensión ética para que la economía vuelva a ser ciencia. No interesa exclusivamente la evolución de la economía medida en variables cuantitativas, como el PIB o la Reserva Monetaria Internacional, sino cómo la política económica afecta la vida de la gente, concluyen. Para José Luis Alemán S.J., "la lección importante de la ética frente a una economía que parece privar en modelar temas que permiten un virtuoso uso de la lógica matemática y de la econometría, es la necesidad de devolverle, en la larga tradición de Marshall, Keynes y de los 'institucionalistas' modernos, la credibilidad y la relevancia que debe tener a los ojos de la sociedad en cuanto se ocupa de los problemas vitales de la gente -el empleo, el salario, la calidad de vida, la ecología, la participación-, aunque permaneciendo siempre crítica, para evitar la triste confusión entre fines y medios, el talón de Aquiles del profetismo social ético". (p. 29). El mercado, en tanto instancia social, ocupa, por igual, un puesto destacado en este libro, en particular en su primera sección. Luego de una crítica profunda a la lógica del mercado capitalista, en la búsqueda de respuestas alternativas, se acepta la conveniencia del mercado. No se lo asume, eso sí, como el eje totalizador de la economía y la sociedad, como lo ven los neoliberales. Después de un amplio debate teórico sobre la cuestión de la ética en el mercado, Raúl González Fabre S.J. (pp. 31-76) concluye que se requiere "una rica vida moral" para poner orden y controles a los mercados, que no deben regularse simplemente por la negociación de los intereses económicos en juego. Y convoca a "una tarea de resistencia y creación cultural, además de política", con claros elementos de crítica al sistema capitalista. Es más, se plantea la posibilidad de una "economía de mercado no capitalista", rescatando el pensamiento de otro jesuita, el alemán Oswald von Nell-Breuning; autor que se pronunció anteriormente por "una economía de mercado realmente libre, pero no capitalista", libre, en el contexto de esta preposición, entendido como un término ético, antes que puramente económico (Vicente Durán Casas S.J. p. 201). Pronunciamiento que va en la misma línea de reflexión de varios pensadores de la vertiente socialista, que buscaban mecanismos para hacer realidad un "socialismo competitivo", como lo definió Oscar Lange en 1938, en su libro "On the Economic Theory of Socialism". Y que abrió la puerta para múltiples trabajos sobre una "economía socialista de mercado", elaborados por varios economistas del este de Europa durante los años cincuenta, sesenta y aún en los setenta; entre los cuales se destacan Wlodzimierz Brus y Ota Sik, quienes, ante los problemas que comenzaban a aparecer en las economías del "socialismo real", se esforzaban por encontrar una vinculación entre la planificación central y el mercado (9). Queda claro que al revalorizar el valor del mercado, se incorpora la cuestión ética en el mismo, ratificando, tal como se manifestó antes, que las relaciones abstractas -la famosa mano invisible- son siempre eso, una abstracción... una metáfora. En este punto vale mencionar el artículo de Miguel Manzanera S.J. (pp. 77-146), quien cree posible "la humanización del neoliberalismo" (¿?), siempre que éste evolucione hacia el "ordoliberalismo" y mantenga la prioridad de la instancia ético-política sobre la técnico-económica. Sus propuestas de humanización resultan limitadas a "actitudes de responsabilidad ética recíproca de todos los hombres en favor de las personas o grupos marginados o discriminados" (p. 139). Resulta realmente difícil aceptar el logro de dicha humanización sin afectar la propia lógica capitalista... Esta es, sin duda, una proposición compleja (¿inviable?) si aceptamos que "el principio de solidaridad -como afirma el propio Manzanera- se opone a todas las formas de individualismo social": base fundacional del neoliberalismo. Novedoso y sugerente en el momento presente, cuando la discusión parece haberse centrado exclusivamente entre dos posiciones antagónicas: neoliberales y no neoliberales, es el rescate de los valores liberales cautivos por el propio neoliberalismo. Vicente Durán Casas S.J. invita a reconocer que "el pensamiento liberal clásico tiene raíces éticas profundas" (p. 200). Bastaría recurrir a los fundamentos de la Revolución Francesa (1789), para recordar que a más de la libertad, estaban presentes la igualdad y la fraternidad como valores consustanciales de dicho proceso histórico. "Lo que se ha dado en llamar neoliberalismo en realidad es no-liberalismo, es la negación del liberalismo, es el abandono del humanismo liberal y su lamentable sustitución por lo que puede ser llamado Darwinismo social" (Durán Casas p. 189). El mismo autor nos invita a no confundir el neoliberalismo con el pensamiento liberal clásico, a partir de una lectura interpretativa del documento "El Neoliberalismo en América Latina", que acompaña a la Carta de los Provinciales Latinoamericanos de la Compañía de Jesús, editada en 1997, y que repercutió en diversos círculos de la sociedad latinoamericana. Coherente con el planteamiento anterior, en la segunda parte del libro, se abre la reflexión a un tema de creciente actualidad: el trabajo. Desde una remozada aproximación se convoca a repensar el trabajo y el ocio, como elementos constitutivos de una nueva sociedad (10). Este es, quizás, uno de los puntos más atractivos del libro: ¿cómo enfrentar el desempleo estructural provocado por una sociedad que excluye sistemáticamente, que fuerza la concentración de la riqueza, la especulación y la refinación del consumo en beneficio de grupos reducidos de habitantes del planeta. Un reto cada vez más acuciante, justo cuando en pleno tornamilenio se pueden registrar los mayores y más espectaculares avances tecnológicos de todos los tiempos, cohabitando con situaciones de inaudita miseria e inequidad (11). Se coincide con la visión ética del desempleo de Amartya Sen, quien transita de la economía del bienestar a la filosofía moral, y que cree que "un fenómeno económico como el desempleo tiene una vertiente ética porque es socialmente injusto". Y Juan Carlos Scannone S.J. (pp. 205-226) y también Antonio Ocaña S.J. (pp. 227-312) van más allá, cuestionan el evolucionismo dominante, la misma idea del progreso. Scannone habla de la necesidad de un cambio cultural -civilizatorio- para salir de una sociedad regida por el trabajo. Scannone y Ocaña incorporan -sin mistificarlos- criterios innovadores a partir de la filosofía de la gratuidad y la reciprocidad. Y después de desarrollar teóricamente estos criterios, se preguntan, con razón, si en la actualidad las alternativas conocidas no son más que meras estrategias de subsistencia destinadas a ser superadas por la dinámica capitalista, antes que la base para un propuesta civilizatoria con fuerza para superar el sistema capitalista. Coincidiendo con Luis Razzeto, creen que aún cuando estas propuestas -sintetizadas dentro de lo que se conoce como economía solidaria o popular- podrían no ser (todavía) una alternativa para toda la economía, si pueden serlo para un sector importante de la misma (12). Desde esta perspectiva caminan hacia conclusiones propositivas. Piden apoyar y favorecer la organización popular, la red de organizaciones sociales, su eficacia productiva y su participación en el mercado global, al tiempo que desarrollan los valores éticos, culturales y económicos de dignidad, libertad, participación, justicia, solidaridad y gratuidad, como valores que responden a una remozada concepción humanista del trabajo y de una nueva economía. En la tercera parte del libro, los autores aterrizan en análisis de casos concretos. Con algunas proyecciones prácticas se abordan los temas de la educación, el trabajo y el imaginario colectivo; la ecología y la ética de la gratuidad aplicada al trabajo, para concluir con un artículo sobre una experiencia empresarial exitosa, orientada por principios de solidaridad. Esta tercera parte se mueve en un terreno no tan epistemológico o paradigmático. Intenta conciliar lo práctico con lo teórico. Antes de concluir, conviene mencionar algunas reflexiones de Rafael Carías S.J., quien, en un breve artículo (409-417), nos invita a ver "la ecología como condición del ejercicio de la ética". Esto es indispensable para desarrollar una alternativa a la ética antropocéntrica dominante, incorporando en este afán como nuevos principios orientadores la cooperación global y la austeridad. Esta proposición implica un esfuerzo de largo aliento y de profundas transformaciones, cuyas connotaciones adquirirán una creciente urgencia en la medida que se profundicen las condiciones críticas desatadas internacional y nacionalmente, en lo ambiental y económico. Paulatinamente se perfila la necesidad de revisar el estilo de vida vigente en el Norte y prevaleciente a nivel de las elites en el Sur, que sirve de marco orientador (inalcanzable) para la mayoría de la población del mundo. Una revisión del estilo de vida tendrá que procesar, sobre bases de real equidad, la reducción del tiempo de trabajo y su redistribución, así como la redefinición colectiva de las necesidades en función de satisfactores ajustados a las disponibilidades de la economía y la naturaleza (13). Más temprano que tarde, tendría que darse prioridad a una situación de suficiencia (ética de la austeridad -14-), en tanto se busque lo que sea adecuado en función de lo que realmente se necesita, antes que de una siempre mayor eficiencia en términos de acumulación material -sobre bases de una incontrolada competitividad y un desbocado consumismo-, que terminaría por hacer imposible el sostenimiento de la humanidad sobre el planeta. En suma, con este aporte multifacético se apunta en la búsqueda de una transformación paradigmática. Su trascendencia depende del grado de lectura y discusión que pueda desatar en nuestras sociedades. Cuenta no sólo con un grupo destacado de autores, sino que está respaldado por el prestigio académico y también político de la Compañía de Jesús, orden religiosa que en los últimos años se ha sumado concientemente al todavía relativamente pequeño grupo de personas y entidades que rompen lanzas contra el neoliberalismo y que trabajan por una sociedad más justa y equitativa. Sin embargo, recordemos que un nuevo paradigma sólo se cristalizará, cuando las transformaciones sociales buscadas cuenten con actores sociales con capacidad para derrotar al paradigma todavía dominante, el neoliberal. Dicho en otras palabras, neoliberalismo habrá mientras los pueblos lo aguanten. Un amplio proceso de discusión ética sobre la economía y dentro de la economía podría ser germen para importantes y necesarias transformaciones, podría ayudar a la desaparición de leyes históricas (injustas) que pretenden transformarse en leyes naturales, como sucede con la economía ortodoxa.
Notas
(*) Publicado originalmente en Ecuador Debate. Nº 46, abril de 1999.
(1) Compiladores: J. C. Sacannone S.J. y G. Remolina S.J., Editorial Bonum, Buenos Aires, 1998, 498 páginas. Salvo que se señale lo contrario, las notas referenciales al margen de las citas corresponden a este libro.
Bibliografía
- Behr, Ted; Garlin, Víctor; Morris, Jeff y Roehl, Richard; "Hacia una economía política radical", en varios autores; "Paradigmas radicales en economía", Editorial Anagrama, Barcelona, 1977. |
|