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La insignia
13 de marzo del 2006


Bibliálogos: Entrevista con Sergio de Régules

La ciencia como aventura cultural


Ariel Ruiz Mondragón
La Insignia. México, marzo del 2006.


Se han destinado muchos esfuerzos a intentar que amplios sectores sociales se interesen por la ciencia, que sigue siendo vista como algo complicado, aburrido, solemne y ajeno a la vida diaria. Superar y desmentir esa concepción ha sido una tarea que los divulgadores se han impuesto para transmitir el placer estético que la labor de los científicos produce, más allá de la utilidad práctica que pueda tener o de los beneficios inmediatos que nos pueda aportar.

Una de las trincheras más importantes de la divulgación de la ciencia es la de los medios impresos: periódicos, revistas y libros en los que intermediarios entre los científicos y el gran público nos hacen más asequibles y amenas las experiencias, los procedimientos, la estética y los resultados del quehacer científico.

Uno de los más destacados divulgadores de la ciencia en México es Sergio de Régules, quien a finales del año pasado publicó su libro ¡Qué científica es la ciencia! "El Sol muerto de risa" y otras crónicas (México, Paidós, 2005), en el que ha reunido varios textos donde aborda cuestiones científicas de manera sencilla y jocosa, con el énfasis no tanto en los resultados como en el proceso de investigación y en la forma científica de pensar.

De Régules es físico, colaborador de varios periódicos y revistas, además de autor de varios libros. Trabaja en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México.


AR: ¿Por qué publicar un libro como el tuyo en este momento?

SR: El momento es bueno, pero creo que habría sido igual de bueno hace dos o tres años. Este es un libro de divulgación de la ciencia, que lo que busca es acercarle la ciencia al público; pero no sólo los resultados científicos (eso ya lo hace la escuela más o menos bien), sino también la forma de pensar que se le exige a un científico, y sobre todo cómo actúa la ciencia, qué es lo que no te dicen en ningún lado, ni siquiera en las carreras científicas; eso lo tienes que descubrir después.

La divulgación de la ciencia tiene múltiples objetivos. Puedes preguntar a muchas personas y te dirán que uno de ellos es que el ciudadano esté bien informado de cómo funciona la ciencia en una democracia, y para tomar buenas decisiones. Otra respuesta es que hay muy pocos científicos, por lo que hay que alimentar y despertar vocaciones científicas. En mi caso se trata del simple gusto de compartir algo que me parece profundamente emocionante: la forma científica de pensar, la historia de la ciencia; y también algunos resultados de ella, pero sobre todo la ciencia como aventura cultural.

AR: Uno de los más significativos artículos del libro es precisamente "El Sol muerto de risa", que trata sobre las concepciones erróneas y equívocos en que ha caído la ciencia a lo largo de la historia. Con los avances que se han registrado en la ciencia, ¿el Sol tiene menos motivos para reírse?

SR: Creo que siempre va a tener motivos para reírse. Específicamente, el Sol quizá cada vez tenga menos, aunque todavía los tiene: hay aspectos de la física solar que todavía no están claros, por ejemplo: parece que no está claro por qué emite tantos neutrinos.

Pero si tomamos la risa del Sol como el hecho de que la naturaleza siempre nos va a llevar la delantera, entonces no: tiene tanto de qué reírse como lo tuvo antes. Siempre va a tener, porque finalmente la ciencia no es magia, y las teorías y el conocimiento científico avanzan desde abajo. Podemos explicar un poco de lo que conocemos y un poco de lo que no, pero siempre va a haber mucho que no conocemos y que por lo tanto no sabemos explicar. En este ámbito el Sol está muerto de risa.

AR: En el libro hay varias referencias y anécdotas sobre las ideas místicas y religiosas que han obstaculizado o que incluso han ayudado a la construcción de una concepción del universo. ¿Qué papel han desempeñado en la ciencia esas ideas místicas y religiosas?

SR: Lo interesante sería hacer notar las veces en que han jugado un papel positivo. Sobre todo en el pasado hay muchísimos científicos con creencias religiosas e incluso místicas, y desde luego también hay científicos creyentes. Pero cada vez juega menos papel el que tengan esas creencias. Digamos que ahora se reconoce como una regla de la ciencia el que no entre nada sobrenatural, aunque el científico pueda tener creencias de ese tipo.

En el pasado Johannes Kepler, quien es el que organizó los movimientos de los planetas y lo redujo a tres leyes matemáticas muy sencillas con las cuales puedes explicarlos (por lo menos los que no sean relativistas. Y Kepler no sólo era un ferviente religioso protestante, sino que además tenía unas creencias místicas muy interesantes. Él se enamoró de una de las ideas más bonitas que tuvo: es la de que había seis planetas (en su tiempo se conocían Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, los que se aprecian a simple vista) porque el Universo estaba construido matemáticamente, y se imaginaba una estructura como de cebolla o muñeca rusa en el que adentro estaban el cubo, el icosaedro, los sólidos pitagóricos. Se imaginaba un universo matemático construido con base en los cinco cuerpos que puedes formar con todas las caras iguales.

Esa es una idea muy bonita y muy elegante porque reduce el número de los planetas y las distancias al Sol a un principio matemático muy sencillo. Kepler además la relacionaba con su copernicanismo; es decir, creer que el Sol estaba en el centro del Universo, que no era tanto una idea científica como una idea mística, ya que el Sol, siendo el centro del movimiento de los planetas, tenía que estar además en el centro del Universo. Gracias a eso Kepler produjo sus tres leyes del movimiento planetario (que es por lo que se le conoce), que son como un producto secundario de su deseo místico de perseguir su idea del Universo construido con un principio matemático, hasta sus últimas consecuencias.

Entonces podríamos decir que las leyes del movimiento planetario derivaron al final de las creencias místicas de Kepler. Allí no podemos decir que sus creencias místicas hayan sido un obstáculo, aunque otras sí lo han sido después no tanto a la ciencia como al avance de la aceptación de la ciencia por parte del público.

En Italia en el siglo XVII Galileo era un devoto católico, pero no se puede decir que sus creencias hayan influido en su trabajo científico. Acabo de leer un libro muy bonito de una periodista del New York Times que escribe unos libros de divulgación preciosos, en donde dice que lo único que tuvo que hacer Galileo con sus creencias sinceras y genuinas fue tratar de demostrarles a los demás que lo que él descubría con la manera de pensar científica, no tenía por qué estar en contra con lo que él creía ser cierto por ser parte de su religión. Entonces él trató de compaginar la ciencia con la religión, y no fue la religión, sino la Iglesia, la que lo obstaculizó un poco. Pero las creencias no tuvieron un papel ni de obstáculo ni de impulso. Quedémonos con que no fueron ningún obstáculo para Galileo.

AR: Entonces, no siempre han sido negativas para la ciencia las ideas místicas y las creencias religiosas...

SR: No necesariamente.

AR: En otro artículo denuncias el anumerismo que hay en la sociedad, por lo que podemos ser víctimas de la charlatanería. ¿A qué se debe este anumerismo, cuando las matemáticas y los números son básicos para nuestra vida social?

SR: A la mala enseñanza de las matemáticas, que tradicionalmente son la materia más odiada en las escuelas. Creo que eso se debe a que se enseña mal, y esto no es necesariamente culpa de los maestros, sino puede que sea más bien de los programas de estudio, o de las dos cosas. Entonces esto hace que a las matemáticas las concibas como no sólo aburridas, sino muy difíciles, y que no valen la pena.

Sin embargo, más allá de la simple aritmética que necesitas para hacer tus cuentas en el supermercado y en la vida diaria, hay un montón de conceptos matemáticos que están detrás de muchas cosas que nos suceden en la vida. Me refiero específicamente a la estadística y a la probabilidad, así como a sus conceptos. Creo que si los entendiéramos mejor, podríamos entender muchos casos en las que la vida no se divide en blanco y negro, sino que tiene un montón de matices. Sin embargo nuestra forma de pensar tiende a ser bicolor, y detrás de la gama de grises que hay en todo, están la estadística y la probabilidad. Quien las entiende un poco mejor, entiende mucho mejor esos matices.

Cuento en el libro el caso del señor que, conocedor de que la probabilidad de que hubiera dos bombas en el mismo avión era prácticamente nula, siempre viajaba con una bomba para evitar cualquier peligro porque esto, según él, le garantizaba que ya no iba a haber otra. Una probabilidad no dice eso, sino que en muchísimos casos van a ser pocos los aviones que lleven una bomba y van a ser todavía menos los que lleven dos. Si se entendiera eso nos dejaríamos engañar menos.

AR: Hay textos donde criticas muy duro a la escuela respecto a los mitos que allí todavía se difunden. Como el de que Colón, con sus viajes, quería demostrar que la Tierra era redonda. ¿Qué otros mitos se propagan desde allí?

SR: El de Colón se sigue enseñando, porque el año pasado se lo enseñaron a mi hija en Preprimaria, y mejor le platiqué cómo fue esa historia. Hay otro muy bonito, del cual me di cuenta un día después de mucho pensar y sin darme cuenta, y es cuando te enseñan las estaciones, donde hay muchos detalles: te dan a entender que las estaciones se deben a que la Tierra se acerca y se aleja del Sol, así me lo enseñaron. Y sí, sabemos que le Tierra está un poquito más cerca del Sol en enero y posteriormente un poquito más lejos, pero es muy poca la diferencia comparada con la distancia media de la Tierra al Sol; además, si así fuera, cuando la Tierra está más cercana sería verano en toda ella, lo que no ocurre porque es verano de un lado e invierno del otro. Curiosamente, cuando la Tierra está más cerca del astro rey es a principios de enero, cuando en el hemisferio norte es invierno. Eso falla por todos lados, y sin embargo es una cosa que se enseña, pero no bien.

No es fácil enseñar. Tal vez no deberían meterse con las estaciones hasta más adelante, ya que implica un poco de geometría. Quizá no sea una buena idea enseñar esto en Primaria, pero la enseñan y mal.

En general, todo esto pasa por la sobresimplificación, incluso la de los grandes héroes, del "este personaje hizo esto porque nació superdotado", lo que sabemos que no es cierto; el hecho de que alguien acabe por convertirse en una figura depende de muchas cosas, a veces de su habilidad, pero no necesariamente, ya que eso ocurre muchas veces por contingencias, de las circunstancias, y muchas veces te das cuenta de que una persona que es el héroe reconocido porque fue el primero que se le ocurrió alguna cosa, pues no lo es, porque siempre hay un precursor. Lo de los héroes es otro mito simplificador que no es correcto.

AR: De los grandes personajes de la ciencia, como Newton, que terminó haciendo cosas algo raras, investigaciones de otro tipo, ¿qué tan ordinarias son las vidas de ellos?

SR: Las de unos son más ordinarias que las de otros, lo cierto es que muchas de ellas sí son extraordinarias. Pero otra vez son las circunstancias, rara vez es porque alguien nació predestinado, eso no existe.

Te podría decir que Einstein fue un físico especialmente notable; pero por otro lado no creo que ni sea inigualable ni que haya sido inigualado. Es posible que hayan nacido muchos otros con esas capacidades especiales porque no era el único; pero muy posiblemente nacieron muchos que hubieran tenido en las mismas circunstancias las mismas capacidades.

Sí tienen vidas extraordinarias, y te voy a decir por qué: es un proceso de selección. Darwin publicó una teoría que hoy se considera una de las más influyentes ideas en general en la historia de la humanidad. Sin embargo vivía en una casita con sus ocho o diez hijos y su esposa, era enfermizo y muchas veces rehuía los compromisos sociales porque se sentía mal, etc. Tenía una vida bastante normal.

Einstein también; cuando se quedaba quieto en un lugar, era un señor con su casa, al que le gustaba navegar... creo que algún gobierno le regaló un barquito y le gustaba navegar en él.

Los científicos no eran ni especialmente fuertes, guapos o atractivos. Por ejemplo, Newton era un tipo insoportable, con una paranoia tremenda que creía que todo mundo estaba intentando robarle sus ideas y de hacerlo menos, por lo que se enfurecía a la menor crítica.

¿Vidas extraordinarias? Sí, porque hoy nos acordamos de ellos; pero eso no los convierte necesariamente en seres superiores o superdotados; yo creo que eso del supergenio que nació con más que los demás, rara vez es cierto.

AR: Sobre Einstein tienes un texto, el que trata de la antisemita Compañía Antirelativista, que políticamente impugnaba sus teorías científicas. Sobre eso, ¿qué papel han jugado los procesos políticos en el desarrollo de la ciencia?

SR: Uno importantísimo. Yo te citaría el caso recientísimo de lo que está haciendo la administración de George Bush con la ciencia en su país. Es un presidente que se ha distinguido por su completa falta de escrúpulos a la hora de dirigir la política para favorecer su ideología y a su clase social.

Eso ha afectado mucho a la ciencia en su país, y los científicos en los Estados Unidos han denunciado esto, y han dicho que ahora como nunca antes en su vida, para ingresar en organismos científicos gubernamentales, en lugar de revisarse sus credenciales como científicos, se les ha preguntado por quién votaron, y a algunos se les ha impedido la entrada por manifestarse contra Bush. A un científico se lo hicieron, argumentando que había publicado demasiadas cartas abiertas contra Bush en el New York Times.

Entonces la política influye en la ciencia. El gobierno de Bush ha suprimido -o por lo menos lo ha intentado- resultados científicos que demuestran que la industria sí está afectando el clima, y ha tomado represalias contra los científicos. Eso es un ejemplo reciente y actual de cómo la política influye en la ciencia, desde luego.

Hay ejemplos más sencillos: hay un caso muy bonito en el siglo XVIII, en Inglaterra, que era una gran potencia naviera. Perdían muchos barcos y lo que contenían -que era lo que les importaba, no necesariamente la gente sino las mercancías-, y era porque no podían determinar su posición en el mar, lo que era un problema científico. Entonces la reina Ana promulgó un edicto en el que se establecía un Consejo para tratar de resolver el problema, y además ofrecía un premio jugoso para el que lo resolviera. Eso desde luego encauzó los esfuerzos de muchos científicos y de un carpintero y relojero, que fue el que finalmente lo resolvió.

Ahí esta otra manera en que la política puede influir sobre la ciencia: cuando hay un problema apremiante que es de la pertinencia de la ciencia, puede favorecerla.

A partir de 2004, en la UNAM hay cuatro temas esenciales a los cuales se va a favorecer: la nanotecnología, la energía, el agua y la genómica. Por eso se ha visto en los institutos una desbandada para crear grupos que se dediquen a esos temas, donde antes no los había. Ahora los hay y son un montón debido a esa política.

Creo que es muy divertido ver cómo la ciencia no es una actividad pura, de la torre de marfil, aunque hay científicos que sí se pueden permitir hacer estrictamente lo que quieran. Pero la ciencia, como una actividad social global, sí está influida por la política.

AR: Hay una parte del libro donde criticas a una lectora de noticias que confundió la astrología y la astronomía. Pero hubo una época en que ambas caminaron muy juntas, al igual que la alquimia y la química. ¿En qué momento se separaron y a una se le da la categoría de ciencia?

SR: La critiqué porque esta mujer estaba diciendo que iba a ocurrir un acontecimiento astrológico cuando lo que iba a pasar era un acontecimiento astronómico -creo que era que Venus iba a pasar por enfrente de cierta estrella y la iba a ocultar-.

Hoy en día es grave confundir "astrológico" con "astronómico". Pero tienes razón: nacieron juntas la astrología y la astronomía; el mismísimo Kepler, al que hoy reconocemos como astrónomo, era también astrólogo; hacía horóscopos, y se hizo su propio análisis de personalidad basado en las astrología. Pensaba que los astrólogos eran todos unos charlatanes, menos él; sus horóscopos eran los buenos.

El problema es que conforme se han ido refinando las técnicas y la ciencia se ha distinguido por ser rigurosa en el sentido de que no nos creemos sólo lo que nos gusta, sino lo que de hecho podemos comprobar con experimentos y convencer a los demás, se ha ido separando de sus otras mitades -ni siquiera hermanas- que se exigen menos a sí mismas. La astrología, por ejemplo, que yo sepa no cambia de dogma; en la ciencia, los dogmas cambian, cuando menos.

Eso es lo que la ha ido distinguiendo: cuando la ciencia cobró vida y personalidad propias a partir del siglo XVII y hasta el XIX, fue porque se volvió más rigurosa y se exige más. Entonces se convirtió en una forma de pensar cuyos fundamentos cambian, y eso las distingue de las forma de pensar cuyos fundamentos no cambian -como las religiones- y de disciplinas como la astrología. Eso se ha ido acentuando de tal manera que hoy en día sí es grave lo que ocurrió con la locutora, porque además tiene consecuencias: si es astrológico puedes pensar "me tengo que cuidar de la mala suerte hoy".

AR: En ese sentido, me parece que tu libro también forma parte de un gran esfuerzo que se desarrolla en la UNAM por parte de sus divulgadores de la ciencia, que es el combate a las doctrinas seudocientíficas -si no es que de plano anticientíficas-. Por ejemplo, muchas cosas del esoterismo se promueven como científicas, "ciencias paranormales" y todo eso. ¿Qué le recomendarías al público para distinguir entre los que sí es científico y lo que no lo es, pero que se presenta como tal?

SR: A veces claramente no se puede, a menos que tengas el conocimiento científico. Te diría algo así como reglas muy generales: cuando ves que lo dice un señor que habla con voz misteriosa y que se hace fotografiar con sombras, es mala señal. También cuando te dicen que es ciencia, pero también te dicen cómo puedes ser más feliz y mejorar tu existencia y todo eso, es muy posible que eso tampoco sea ciencia, porque todavía no hay ciencia de la felicidad.

Cuando te están diciendo que los resultados que se presentan como científicos van a tener grandes consecuencias en tu vida, es falso. Acaba de salir una película en donde se pretende afirmar que debido a la mecánica cuántica eres libre de hacer lo que quieras y que tú eres el arquitecto de tu propio destino. Suena jalado, y lo es.

Pero no hay ninguna regla que te funcione si no estás familiarizado con el pensamiento lógico, lo que tampoco es tan difícil. En general la mejor recomendación es dudar: duda de lo que te digan, así sea el científico reconocido; no hay que aceptar el argumento de autoridad.

AR: Pero como ejemplificas en un artículo, hay gente culta que cree en ciertas supercherías, como la de ponerse un listón en la cabeza quita el hipo, y cosas por el estilo. ¿Por qué ocurre esto?

SR: Es que uno pensaría que decir una persona culta quiere decir que piensa, que tiene una cabeza bien ordenada, y no es cierto. Te puedo decir que he conocido a gente muy culta, como unos altos funcionarios de la cultura del país, que una vez me preguntaron si podría ayudarles a resolver una discusión que habían tenido la noche anterior. La cuestión era que si el Sol giraba alrededor de la Tierra o al revés. Juro canguro que me preguntaron esto.

Yo no sé por qué, pero el hecho es que sucede que gente con muchos conocimientos en literatura, arte o política, puede ser tan ignorante de la ciencia que ni siquiera saben si la Tierra gira alrededor del Sol.

Esto se debe que hasta ahora no hemos considerado a la ciencia como parte de la cultura, lo cual visto en retrospectiva es un poco tonto. ¿Qué es cultura? Lo que hacen los seres humanos. ¿Quién hace la ciencia? Personas. La ciencia está inmersa en una sociedad, y es influida e influye en ella. Entonces, ¿cómo no va a ser cultura?

Si nos ponemos estrictos, incluso puedes encontrar un montón de analogías sobre la forma de construir una teoría en ciencia, y la forma de construir una sinfonía, una novela, un cuadro o una escultura. Unos y otros lo que hacen es tomar elementos de la naturaleza o de sus propias reflexiones, escoger algunos y construir con ellos una estructura con ciertas reglas de coherencia y de simetría. En el fondo estamos haciendo lo mismo.

AR: Hay mucha gente que hace o se interesa por ciertos asuntos si le son útiles. A esta gente qué le dirías: ¿por qué debe interesarse en la ciencia?

SR: Hay una historia de Michael Faraday, físico británico del siglo XIX, quien un día recibió a la reina de Inglaterra en su laboratorio, donde estaba haciendo experimentos sobre la electricidad y el magnetismo. La reina le preguntó: "¿Y esto para qué sirve?" Faraday le contestó: "Majestad, ¿para qué sirve un bebé?"

Es una anécdota muy conocida en la que dice: "Pues no tiene que servir para nada". Curiosamente lo de Faraday después sirvió para un montón de cosas: descubrió el principio que está detrás de los motores eléctricos, las bocinas, los micrófonos y los generadores de electricidad. Finalmente su bebé sirvió para mucho.

Pero lo que diría es que hacemos ciencia no nada más para aplicarla, para obtener beneficios económicos y mejorar nuestra calidad de vida. El motor principal siempre ha sido la simple curiosidad y la necesidad de entender el Universo y relacionarlo con nosotros mismos. La ciencia es una forma de hacerlo, y vista de esta manera puede producir grandes satisfacciones y grandes placeres sin necesidad de una retribución económica.

Para quien sólo puede ocuparse de cuestiones que le van a redituar, quizá no haya nada que decirle. Pero tal vez si a esas mismas personas les gusta oír música, ir al teatro y les gusta leer libros, les diría: Aquí tienen una nueva fuente de placeres tan grandes como esos, que son la ciencia y la historia de la ciencia. No esperen de ella más que placer, que es lo que se le exige al arte.

AR: Son apasionantes algunas cosas de las que hablas en el libro, como las desventuras de algunos científicos. El libro quita la imagen tan heroica de muchos de ellos.

SR: Sí, sobre todo eso me ha interesado. En la escuela te muestran los grandes éxitos, pero no te dicen todo lo que hay detrás. Quisiera meterme tras bambalinas y ver que hay allí; y se puede ver que no siempre aciertas si eres un gran prócer. Entonces te puedo decir dónde se equivocaron Kepler o Galileo, porque finalmente no eran magos.

También me gusta platicar de los caminos que no llevaron a nada, y las veces en que se ha empantanado la ciencia, porque creo que es parte necesaria para ver cómo funciona de verdad.

AR: Pero hay veces que parece que ni los propios científicos creen completamente en sus propias teorías debido a otras ideas preconcebidas con las que cargan. Es el caso del error de Einstein, que inventó una constante cosmológica para adecuar su teoría a las doctrinas al uso.

SR: Eso es curioso porque es un error que a la mera hora no lo fue. Es como cuando Galileo trató de explicar las mareas en términos de la rotación de la Tierra, en lo que estaba completamente errado; sabemos que aunque la Tierra no rotara, ahí está la Luna y da vueltas, por lo que hay mareas. Ese es un error garrafal.

El caso de Einstein es mucho más interesante porque vio la necesidad de añadirle a su teoría cosmológica un término, por que él decía: "Con esta teoría que tengo aquí, la Teoría General de la Relatividad, me sale que el Universo tendría que estarse expandiendo o contrayendo." Pero no había ninguna evidencia de eso. Entonces le tuvo que añadir este término, que se refiere a una fuerza que frena ese proceso en caso de que se expanda o se contraiga, y que permite que sea estático el Universo.

Diez o trece años después se descubre la expansión del Universo, que en efecto era dinámico y no estático. Entonces Einstein dice: "¡Uff! Qué suerte, esto no lo podía yo haber previsto, no nos habíamos topado con esto, y mi teoría es buenísima porque simplemente le quito este parche que le puse y ya." Entonces se sintió muy aliviado.

Pero, curiosamente, ese mismo término que él quitó en los años setenta del siglo pasado fue útil para explicar parte del origen del Universo, y se volvió a introducir. En los últimos siete años, la constante cosmológica -que Einstein puso a regañadientes y quitó con gran alivio- se ha vuelto a invocar para explicar por qué se acelera la expansión del Universo, lo que apenas se descubrió hace unos años.

Esto es muy chistoso, porque a la luz de nuevos datos no resultó ser erróneo; en su tiempo sí lo fue, pero hoy ya no es error. En cambio, el de Galileo es error y lo será por siempre jamás.

AR: El libro es también un recuento de las humillaciones que el Universo ha dado a los científicos.

SR: En general a la humanidad, diría yo.

AR: ¿Qué nuevas humillaciones crees que nos depara el Universo? Por ejemplo, mencionas que puede haber otros universos, como alguna vez se pensó que había una galaxia.

SR: Sí, esa es la que se me ocurre. Antes resultó que había otros mundos, después otras estrellas, posteriormente otras galaxias. Pues la que sigue es que no sólo hay un Universo, sino que hay muchos. Pero creo que esta sería como la máxima humillación que nos podría deparar la realidad.

AR: ¿A quienes está dirigido tu libro?

SR: En México hay muy poco mercado para la divulgación de la ciencia y creo que se debe, en parte, a que se la concibe como parte de la educación. Entonces, cuando publicas un libro de divulgación se cree que es un libro para la escuela, un libro de texto, para niños y jóvenes.

Mi libro no es lo uno ni lo otro, sino que es un libro. Su objetivo está dirigido al ciudadano de la edad que sea, y busca provocarle placer como el que le provocaría una novela. No es ni para instruirlo, ni para cultivarlo ni para demostrarle que es un tonto, sino todo lo contrario. Si mucha gente leyera este libro, quisiera que empezaran a concebir la divulgación de la ciencia como un aspecto más de la literatura. Ese es el objetivo; si se logra, ya dependerá del lector. Quiero que leer mi libro sea un gusto.



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