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26 de junio del 2006 |
La Gloriosa
General Ignacio Hidalgo de Cisneros
La industria aeronáutica
Una de nuestras grandes preocupaciones durante la guerra fue la de organizar la construcción y reparación de aviones. Gracias a la ayuda que nos prestó la URSS, pudimos montar la fabricación de aviones completos y la reparación de los mismos. Llegamos a producir diariamente un avión de caza tipo "Chato" (I-15) y cada dos días un avión de caza tipo "Mosca" (I-16). Aunque no era mucho, nos permitía reemplazar una parte de los aparatos que perdíamos. Los obreros trabajaron en las fábricas y talleres de aviación con un entusiasmo ejemplar, y los aviones construidos por ellos eran de primera calidad. También en la reparación de motores llegamos a conseguir buenos resultados. La industria aeronáutica que organizamos era muy superior, por la cantidad y la calidad del material producido, a la que había en España antes de la guerra de 1936. La llegada del material soviético había remediado hasta donde era posible nuestra inquietante escasez de aviones. Ahora teníamos más. Pero, en cambio, las bajas inevitables nos habían creado la papeleta de la falta de personal volante. También fueron en este caso los soviéticos quienes contribuyeron a que pudiésemos resolver el problema con rapidez y eficacia. Mandamos a la URSS escalonadamente grupos de alumnos, al mando de un jefe de aviación español. Estos alumnos los escogíamos entre los mejores combatientes de los frentes. Los cursos duraban generalmente seis meses, al cabo de los cuales regresaban a España perfectamente instruidos y en posesión de los títulos de piloto, observador, bombardero, ametrallador, etc., etc., según las aptitudes y preferencias de cada uno. Cuando se incorporaban a los aeródromos, estaban en condiciones de prestar servicio desde el mismo día de su llegada (...). Un ministro anticomunista (...) Prieto había instalado el Ministerio del Aire en Valencia. El Estado Mayor de aviación continuó oficialmente en Albacete, aunque, en realidad, los meses de octubre y noviembre de 1936 los pasamos casi completos en Alcalá de Henares. Siempre que yo iba a Valencia para despachar con el ministro, éste solía invitarme a comer. Durante una de esas comidas, a la que también estaban invitados Zugazagoitia, Belarmino Tomás y Cruz Salido, tres personalidades bastante importantes del Partido Socialista, una escena de la que, sin poderlo esperar, fui causa, me hizo ver sin camuflajes la antipatía o, mejor dicho, el odio de algunos dirigentes socialistas por todo lo que oliese a comunista. Yo continuaba teniendo en Prieto mucha confianza. A pesar de algunas cosas suyas que no me gustaban, y que atribuía a errores que todos podemos cometer, creía que el patriotismo y el afán de ganar la guerra superarían en él a los prejuicios políticos. Creía en su amistad y estaba convencido de que tenía en mí absoluta confianza. Por eso fue grande mi asombro al ver su reacción y la de sus amigos, cuando en la mesa, después de haber hablado de otros asuntos, le dije con la mayor naturalidad que me había afiliado al Partido Comunista. La cara del ministro cambió como si fuese a darle un ataque. Creo que el estallido de una bomba en aquel comedor no habría causado más emoción que la que produjo mi noticia. Yo me quedé sorprendido, pues no podía comprender aquel odio hacia un partido con el que se estaba en el Gobierno, dirigiendo la guerra. Pensaba que entre un buen socialista y un buen comunista no había mucha diferencia y que, por eso, a Prieto no le parecería mal mi decisión, aunque comprendía que le hubiese gustado más verme en su propio partido. "Don Inda" no dijo una palabra. Se levantó de la mesa y se metió en su cuarto (...). Desde aquel día pude observar en los actos de Prieto un cambio radical para conmigo. Ese cambio fue brusco, sin disimulos (...) La actitud de Prieto era completamente injusta, pues yo no había cambiado en nada, ni nadie intentó hacerme cambiar por ser comunista. "Don Inda" era inteligente y me conocía lo suficiente para saber que en mi determinación no habían influido para nada mis conveniencias personales. Me estaba demostrando que sus rencores políticos podían hacerle olvidar sus deberes y cometer ciertas injusticias que perjudicaban nuestra causa. Y como yo, a pesar de mi respeto y amistad, no podía seguirle por ese camino, pronto vinieron los primeros choques. El primer encuentro, francamente desagradable y muy violento, fue a propósito de los oficiales de milicias. Prieto siempre había sentido por ellos un cierto desprecio, y ya en otras ocasiones habíamos tenido discusiones sobre este asunto, pero aquel día, comentando el ascenso de un oficial de milicias a comandante, Prieto se desató. Dijo tales monstruosidades y fue tan injusto con ellos, que ninguna persona ecuánime podía escuchar aquello sin reaccionar. Precisamente en aquellos momentos estaban llevando todo el peso de la guerra los jefes de milicias, cuyos nombres venían figurando en todos los combates importantes desde el comienzo de la guerra. Pero como una gran parte de estos jefes eran comunistas, el ministro no podía tragarlos (...).
Vicente Rojo y el Ejército Popular En la segunda quincena de diciembre de 1936, atacan los fascistas por El Pardo, al oeste de Madrid. Este ataque, iniciado con éxito para ellos, fue muy sangriento y pudo tener consecuencias desastrosas para nosotros. En aquella operación pasamos momentos de verdadera angustia. Al anochecer, cuando terminaban los vuelos, iba diariamente a Madrid para entrevistarme con el teniente coronel Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor de la Defensa. Y al nombrar por primera vez a Rojo, no puedo menos de hacer una pequeña interrupción y decir algunas palabras sobre él. Yo no había conocido antes al [entonces] teniente coronel Vicente Rojo. Sólo sabía que había sido profesor en la Academia de Infantería [Toledo], que era un hombre políticamente moderado y católico practicante. Durante los diez o doce días que se prolongó aquella operación, le traté diariamente, pude verlo en circunstancias difíciles y decisivas: en las condiciones ideales para conocer el carácter y la manera de ser de las personas. En aquellos días me di cuenta de su gran valor como jefe militar, de su sangre fría en situaciones gravísimas y de su plena lealtad a la causa de la República. Es decir, me produjo una impresión francamente buena. Más tarde, por los puestos que ocupábamos, tuvimos que colaborar constantemente (él era, oficialmente, jefe de Estado Mayor; pero en realidad, hasta el fin de la guerra, fue el verdadero jefe del ejército), y puedo asegurar que cuando más le iba conociendo, más me gustaba como persona y como militar. Debido a mi cargo, yo estaba perfectamente al tanto de la situación en que se encontraban nuestras fuerzas. Sabía que si la operación del Pardo continuaba unos días más, habría sido una auténtica catástrofe para nosotros. Apenas teníamos municiones. Los soldados de las dos últimas brigadas que pudo lanzar Rojo para detener la ofensiva llevaban una dotación de veinte cartuchos de fusil, en vez de trescientos, que era la normal. Con estos antecedentes, es fácil comprender el suspiro de alivio que dimos cuando el enemigo, considerando fracasado el ataque, ante la firme resistencia de las tropas republicanas, cesó la operación. Para los republicanos, aquella suspensión de los ataques resultó muy oportuna. Estábamos en plena organización del nuevo Ejército Popular y aquella pausa nos permitió hacer grandes progresos en la formación de las nuevas brigadas. Habían llegado varios barcos soviéticos con el material de guerra que tanta falta nos hacía (artillería, tanques, aviones, etc.) y se estaba equipando con este material a las nuevas formaciones.
La Gloriosa (...) Para no dar la sensación de que soy parcial por apasionamiento hacia mi arma, copio a continuación el parecer de dos personas muy destacadas, que presenciaron la actuación de la aviación republicana en condiciones y bajo puntos de vista completamente diferentes. Dolores Ibarruri, que tomó una parte activa y muy eficaz en la defensa de Madrid, dice en su libro El único camino: "Sin la aviación y los tanques, la defensa de Madrid, más que difícil habría sido imposible. El pequeño número de aviones de que disponían las fuerzas popuylares estaba todo el día en el aire, confundiendo al enemigo, que no podía imaginarse que fueran siempre los mismos aviones y los mismos aviadores quienes realizaban el milagro de cubrir y defender el cielo de Madrid". Por su parte, el general Vicente Rojo, en su obra España heroica, dice así: "La aviación colaboró con las tropas de tierra de una manera que en algunos momentos fue decisiva. Su audacia la llevó a batirse en difíciles condiciones de inferioridad y con un espíritu de acometividad y de sacrificio ejemplares. Parecía que todos medían bien la transcendencia de aquellos días de lucha. Hubo jornada en que se logró, merced a los cazas, evitar por cinco veces consecutivas el bombardeo de nuestras líneas. Sobre el cielo del Jarama un día y otro, mañana y tarde, la aviación velaba por nuestras fuerzas de tierra. Fueron muchos los combates librados a la vista de nuestras tropas, algunos con un total de más de cien aparatos (era la primera vez en la historia de la aviación que se libraban combates de aquella envergadura), y el coraje que poníoan nuestros aviadores en atacar y derribar aviones enemigos producía en tierra un saludable efecto de emulación. Los servicios dados por los aviadores superaban todos los cálculos; piloto hubo que realizó en una jornada siete servicios, todos con combate, pues las circunstancias en que se luchaba exigían una verdadera congestión de trabajo y de esfuerzo (...)" (...) Ya he indicado antes que durante esta temporada, aunque el Estado Mayor de aviación estaba oficialmente en Albacete, nuestro centro fue el aeródromo de Alcalá de Henares, a pesar de su proximidad del frente y de los numerosos bombardeos que tuvimos que aguantar. El enemigo, cuando conoció el emplazamiento de nuestro puesto de mando, intentó machacarnos bombardeando constantemente el aeródromo y el pueblo de Alcalá. Estos ataques no los hacían gratis. Era raro el bombardeo que no les costase la pérdida de varios aviones, no obstante la fuerte escolta de caza que siempre traían. En el campo de Alcalá teníamos dos escuadrillas de caza, perfectamente entrenadas. Una de ellas estaba siempre en estado de alerta, es decir, pilotos y mecánicos al lado de su aparato, con el equipo puesto. Cuando sonaba la alarma, salían al aire inmediatamente. Algunas veces los he visto despegar antes de que terminasen de sonar las sirenas.
Fotografías
1. Heinkel 111 de las fuerzas aéreas fascistas. |
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