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La insignia
11 de junio del 2006


A fuego lento

El fútbol y la mundialización de los chauvinismos


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2006.


Cuando uno observa las violentas reacciones de nacionalismo que provocan los partidos del campeonato mundial de fútbol, varias reflexiones afloran intempestivas. Los desórdenes callejeros producidos por la euforia de la pasión nacionalista no sólo se producen en el país sede, a donde han acudido en peregrinación los nacionales de los quipos que compiten, sino también en los países a los que pertenecen las diferentes selecciones deportivas. Así, tanto en Paris como en México o Inglaterra, los conflictos callejeros producidos por la pasión nacionalista provocan la intervención de la policía, haciendo de los patriotismos locales un fenómeno mediático global.

El mundial de fútbol, visto como un espectáculo competitivo que es consumido en todo el planeta por ciudadanos de todas las clases sociales, podría proponerse como ejemplo de lo que la globalización publicita en sordina como la formación de una comunidad mundial de consumidores de bienes simbólicos, la cual es posible gracias a que la oferta de esos bienes ha sido uniformizada y asimismo lo ha sido su demanda por parte de un público heterogéneo en sus orígenes pero homogeneizado en sus gustos audiovisuales. Sin embargo, esta supuesta bondad ecuménica de la globalización parece chocar con las manifestaciones de pasión nacionalista, localista y chauvinista que vemos en los telenoticieros internacionales, y que lleva a jóvenes y viejos a agitarse hasta el paroxismo junto con la banderita que simboliza su Estado-nación, independientemente de que ésta represente a un país paupérrimo o a uno opulento. ¿Qué pasa, entonces? ¿Hay desnacionalización con la globalización, o hay nacionalismos estrechos como parte de la cacareada aldea global?

La globalización desnacionaliza en lo económico pero en lo ideológico fomenta localismos, nacionalismos y chauvinismos; son parte de la puesta en escena mundial de un simulacro de competencia "limpia" entre naciones. En el caso que nos ocupa, como parte de un simulacro de épica deportiva en el que las naciones ponen a prueba todas las mitologías que cohesionan y enorgullecen a sus ciudadanos. El fenómeno del mundial no es nuevo; lo más o menos nuevo es la mundialización sistemáticamente inducida de las pasiones nacionalistas como simulacro de patriotismo, las cuales son también puestas en escena por los noticieros, reduciendo los nacionalismos al espectáculo, con lo que éstos quedan despojados de la carga ideológica de autonomía y soberanía que antes tenían, tornándose muy fáciles de asumir por cualquier hijo de vecino. En otras palabras, al quedar vaciados de su contenido primigenio, no exigen más sacrificio que la diversión consumista disciplinada que el mercado ha propuesto como sustituto de las ideologías políticas que expresan la lucha de clases. Y eso estaría bien, puesto que se trata de un deporte. Lo que no lo está tanto es el énfasis unilateral que el espectáculo hace sobre sí mismo como sinónimo y simulacro de lo nacional a la vez. No olvidemos que en el mundo del espectáculo todo es amor, todo es paz, todo está bien, todos aman a todos (excepto en los simulacros de pasión desbordada de los talk-shows). Se trata de una versión de lo real que choca precisamente con lo real pero que se nos propone como real. Y este mecanismo sustitutivo de la realidad por la ilusión sigue sirviendo, hoy como ayer, para la manipulación de amplios conglomerados humanos, los cuales antes eran locales y ahora son "glocales".

Por todo, la globalización desnacionaliza los imaginarios colectivos al exacerbar un sentido de lo nacional que no sólo no rebasa el espectáculo y la puesta en escena, sino que ecualiza ilusoriamente en éstos las diferencias que hacen de los países y las naciones entes distintos entre sí, diferenciados por el intercambio desigual en el sentido (por ejemplo) de que unos son los que producen las imágenes que nos brindan las versiones de nosotros mismos, y otros las que las consumen junto a la ilusión de que de verdad el espectáculo nos representa y que de verdad el triunfo de una selección de fútbol es un triunfo de la nación de que se trate, olvidando con ello que cualquier selección de fútbol es ante todo una empresa lucrativa y que la nacionalidad de los jugadores que se agrupan con tanto fervor bajo la bandera de un solo país es tan variopinta como la que encontramos en los revoltijos multiculturales de los más abigarrados aeropuertos.

Si la globalización y sus procesos de desnacionalización y homogeneización de los imaginarios colectivos para convertirlos en espectáculos nos sirve o no, lo dejo por ahora a juicio del lector. Hoy sólo quería hacer una lectura distanciada del mundial como espectáculo, en vista de que este ejercicio me resulta mucho más emocionante que ver los partidos y las estúpidamente sangrientas batallas que protagonizan con lujo de nacionalismo los patrióticos hinchas vandálicos de todo nuestro ya descerebrado (pero muy deportivo y entusiasta) planeta globalizado.


(*) También publicado en A fuego lento



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