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26 de julio del 2006 |
Frente a la trampa de Doha
Alberto Acosta
Detrás de la suspensión de las negociaciones de la Ronda de Doha asoman varios mensajes. Incluso contradictorios. Pero interesantes, de todas maneras. El "tiempo indefinido" de dicha suspensión abre la puerta para repasar los alcances de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, por ende, del comercio internacional.
A primera vista, este nuevo retraso en dicha Ronda complica aún más a los países subdesarrollados. Sin pretender asumir la OMC como el marco propicio para el intercambio comercial, lo cierto es que algunas definiciones que podrían tomarse en este organismo se han postergado una vez más. Los EEUU, recordémoslo, no aceptaron siquiera discutir los subsidios a sus agricultores en las negociaciones del TLC, pues ese asunto debería resolverse, según ellos, dentro de la OMC. Eso sí, Washington impuso el desmantelamiento de las bandas de precios con las que los países andinos protegían a sus productos agrícolas. En definitiva, con la demora en la Ronda de Doha se mantienen las normativas del mercado mundial en las que los países más ricos siguen imponiendo condiciones a los más pobres, dando pábulo a que sigan aflorando los perniciosos acuerdos bilaterales del tipo del TLC como los que alientan los EEUU. Esta realidad nos recuerda que en el mundo, más allá de los discursos, no existe libre comercio. Este es, como diría Gandhi refiriéndose a la civilización europea, una buena idea... si fuese real. Lo que hay es un mercado regulado por los países más poderosos. En este escenario, los "temas del desarrollo", tratados en la Ronda de Doha, resultan una broma de mal gusto. Y por esas mismas razones no hay como esperar a que los ricos del mundo estén dispuestos a hacer algunas concesiones a los empobrecidos. El nuevo fracaso de la Ronda de Doha no puede convertirse en una trampa que condene a la inacción, es una oportunidad para -desde el mundo subdesarrollado- levantar respuestas propias con el fin de construir una agenda alternativa. Hoy más que nunca urgen propuestas de integración para presionar desde allí por un esquema de comercio justo atado a las demandas de los pueblos y no a las presiones del capital financiero, que es a la postre el que se impone en la OMC. Es necesario, entonces, apurar la largamente esperada integración de los países subdesarrollados. En nuestra región, la tarea pasa por priorizar la unidad a partir de un proceso de convergencia -no de uniformización- de las políticas económicas y sociales, de la complementaridad de los aparatos productivos y de la solidaridad regional. No se tiene en mente la misma forma de integración impulsada hasta ahora. Requerimos una integración diferente, autonómica, sustentada en bases económicas, sociales, políticas y culturales a partir de las diversas realidades ambientales. Hay que constituir soberanías regionales a partir de los hasta ahora estrechos márgenes nacionales. Ojala el MERCOSUR, cuya cumbre también terminó con muchas expectativas en estos mismos días, sea un paso en esa dirección. |
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