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18 de julio del 2006 |
Un detalle revelador
Vicente Rojo
(...) Un detalle revelador de la evolución que la propia lucha imponía a la mentalidad de nuestros hombres y a la conducta de nuestros cuadros de mando, y que permite realzar la explicación que dimos oportunamente sobre la mutación operada la noche del 6 al 7 de noviembre [de 1936], es el siguiente:
El combate librado en torno a dicho objetivo (puente de San Fernando) había terminado hacia medianoche. La gravedad del suceso y la confusión a que se llegó en dicha lucha, las comprenderá el lector sabiendo que en su resolución tuvieron que intervenir, manejando algunas fuerzas, los jefes y oficiales del C.G. de la Defensa que fueron enviados a la zona del combate para observar el desarrollo de la acción e informar al Mando. Hacia las 2 de la madrugada se presentó en mi despacho uno de los jefes de las unidades de milicias, que aún actuaron como tales en aquel combate. Era de la organización sindical más reacia a la reorganización que se estaba operando. También fue su unidad de las que más enérgicamente se habían batido en el choque y de las que habían sufrido mayor número de bajas. Se percibía en él al hombre agotado por el esfuerzo físico y moral de la jornada. Pidió permiso para sentarse. Sabía yo que era un hombre enérgico, duro, valiente, de pocas palabras, reflexivo, simple y radical en sus determinaciones; inspiraba a sus subordinados, como principal «responsable» de la Columna, extraordinario respeto, y le teníamos en gran estima en el Cuartel General porque conocíamos la recta intención que ponía en todos los actos de su conducta. Me preparé para resistir las reclamaciones que pudiera hacer, muy frecuentes en aquel tiempo. Parecía abrumado. Guardaba silencio. Su actitud hosca y su mirada incierta, excepcional en él, no permitían descubrir su pensamiento. Le tiré de la lengua:
-Duro lo de esta tarde, ¿eh? Sé lo bien que os habéis portado y lo sabe el general, al que he informado. Por mi parte te felicito... El imperativo implacable de las leyes tácticas le habían quitado la venda de los ojos a aquel luchador, tan apasionado y terco en la defensa de sus convicciones políticas y sindicales, como valiente y tenaz en su conducta militar. La resolución psicológica del incidente no podía diferirse. Lo llevé a la presencia del general, que se retiraba en aquellos momentos a descansar. Y el «responsable» M. salió del Cuartel General aquella madrugada con el nombramiento de mayor. Los políticos habían regalado muchos grados, ¡pero lo de ahora no era un regalo! Quince días después, ya recuperada, reorganizada e instruida, tuve la satisfacción de comprobar que la nueva unidad militar estaba rehecha y disciplinadamente montada. Sería enseguida una de nuestras más brillantes unidades de choque y su jefe -madera de los pequeños caudillos de nuestra guerra de la Independencia de 1808- uno de los más sobresalientes en el cuadro de mandos salido del primitivo ejército miliciano. |
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