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8 de febrero del 2006 |
Los mártires de Oxford
Wilfredo Ardito Vega
-¡Qué hermoso! ¡Está nevando! -exclamó la mesera del hotel, con un fuerte acento oriental.
Miré por la ventana y a la débil luz del alba (durante el invierno en Inglaterra amanece pasadas las siete y media) vi caer sobre Oxford unos tenues copos de nieve y, al otro lado de la calle, un bello monumento de estilo gótico que conmemora hechos terribles: el monumento a los mártires. Hace algunos siglos, en ese lugar fueron quemados vivos tres obispos anglicanos, durante las persecuciones promovidas por la reina María. Ella estaba empeñada en que los ingleses volviesen a aceptar el catolicismo, veinte años después que su padre, Enrique VIII decidiera romper con la a utoridad del Papa. La ruptura tampoco fue un proceso apacible y pronto también tuve evidencia artística de ello: días después, visitando un monasterio en el sur de España, encontré una serie de cuadros con escenas de torturas y ejecuciones a monjes y sacerdotes que rehusaban aceptar a Enrique VIII como jefe de la Iglesia. Esos crímenes eran presididos por uno de los obispos quemados después en Oxford. La reina María falleció sin descendientes y la sucedió su hermana Isabel I, bajo cuyo gobierno la persecución cambió de giro, para dirigirse nuevamente contra los católicos, con similar ensañamiento. De esa familia turbulenta, sólo el joven Eduardo VI, hermano de Isabel y María, se abstuvo de perseguir al prójimo por sus creencias y es más conocido porque Mark Twain lo convirtió en protagonista de El príncipe y el mendigo. En el Perú, pasados los tiempos de la extirpación de idolatrías y la Inquisición, que tuvo un rol mucho menos sanguinario de lo que suele pensarse, las persecuciones religiosas no han sido parte de nuestros problemas, como sí ocurrió en México o Argentina durante el siglo XX. Actualmente, es verdad que la división entre católicos y evangélicos ha afectado la unidad dentro de algunas comunidades campesinas, pero muchos integrantes de diversas iglesias también han aprendido a trabajar conjuntamente, en espacios como la pastoral carcelaria y la promoción de los derechos humanos. Es importante destacar además que, durante el período más sangriento de nuestra historia, la razón por la que muchas personas murieron, no eran sus creencias religiosas o políticas. Los senderistas asesinaban a un juez de paz, simplemente porque representaba al Estado o a un ingeniero porque era parte de un proyecto de desarrollo. Los militares y policías mataban a muchos campesinos andinos simplemente por el hecho de serlo: las facciones y la apariencia eran más peligrosos que las ideas, como prueba el asesinato de los pastores evangélicos que predicaban contra los senderistas. Mientras caía la nieve sobre el monumento de Oxford pensé en una constante en la Historia: es más factible que las víctimas de una atrocidad reciban homenaje público cuando los responsables de sus sufrimientos han sido derrotados políticamente. Por eso también María es recordada en Inglaterra como la Sangrienta, pasando a segundo plano los crímenes cometidos por su padre Enrique y su hermana Isabel. En el Perú, esta percepción sesgada de los hechos se manifiesta cuando el período de la violencia política es de nominado la "época del terrorismo", ignorando la responsabilidad de militares, policías y políticos en muchas muertes terribles. Acostumbrarnos a usar la expresión "conflicto armado interno" ayudaría a entender mejor lo que efectivamente ocurrió. En las plazas principales de Ayacucho, Huancavelica o Apurímac, no existe todavía ningún monumento similar al de Oxford, que rinda homenaje a las víctimas de la violencia. En parte, se debe a que se trata de episodios muy recientes, de los que muchos responsables perman ecen libres e impunes. En parte, a que las víctimas eran consideradas por quienes tienen poder como seres insignificantes, que sólo llaman la atención cuando pueden ser utilizadas políticamente. Sin embargo, no es tarde para recordar a los muertos: el monumento de Oxford fue erigido mediante una colecta pública casi trescientos años después del martirio de los tres obispos. Se quería evitar que los círculos de estudio dirigidos por algunos sacerdotes anglicanos, terminaran derivando hacia el catolicismo, como efectivamente sucedió. Ojalá que en el Perú no sea necesario esperar tres siglos para que admitamos los hechos de violencia que sufrimos. Ojalá el próximo gobierno tome como una de sus prioridades no sólo reparaciones simbólicas en base a monumentos, placas y fechas conmemorativas, sino la necesaria compensación a muchas familias, cuyas esperanzas de una vida mejor quedaron truncadas por la injusta muerte de sus seres queridos. Debido a las persecuciones, puritanos, cuáqueros y católicos ingleses del siglo XVII buscaron una tierra donde vivir en paz, emigrando a lo que ahora son los Estados Unidos. Para nuestras víctimas de la violencia, la "tierra prometida", será el propio Perú, cuando sean tratadas como seres humanos. |
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