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27 de enero del 2006 |
Luis Peraza Parga
Hace algún tiempo publiqué es La Insignia un artículo sobre los mandatarios como testigos improbables. En aquel momento no pensé en escribir una secuela, pero ahora no me resisto a ello:
En el Parlamento europeo se ha formado una comisión temporal (de nada menos que 46 diputados) con la intención de responder a varios interrogantes sobre los vuelos de la CIA en territorio comunitario. Toma el relevo de la investigación del Consejo de Europa, que denuncia a los gobiernos de la UE por considerar altamente improbable que desconocieran la mortal carga humana de esas aeronaves fantasma. No existen pruebas contundentes de su conocimiento, pero sí muchos indicios razonables sobre decenas de vuelos realizados en territorio europeo por orden de EEUU y con el objetivo de subarrendar los servicios de la tortura a terceras naciones. Además, esta misma organización intergubernamental ha iniciado una investigación, contemplada en los textos fundacionales de la misma, donde los Estados deberán responder con sinceridad sobre la forma en que su derecho interno asegura la aplicación efectiva de las disposiciones del Convenio Europeo de Derechos Humanos. En estos tres canales abiertos de investigación, el primero ha cometido la bravuconada de defender explícitamente la citación de altos funcionarios estadounidenses Cheney, Rice y Rumsfeld. O mejor dicho, la amable invitación, ya que el Parlamento europeo carece de la coercibilidad que se le presume a los tribunales nacionales e incluso internacionales. En estos momentos, los invitados deben de estar riendo a mandíbula batiente con el vano intento de la institución que guarda la conciencia democrática de Europa. Los EEUU rechazan cualquier intento de fiscalización que venga allende sus fronteras. Denunció el Estatuto de Roma, creador de la Corte Penal Internacional que previamente había firmado. Llegó a la desfachatez de poner en vigor una ley que autorizaba a asaltar la sede de La Haya ante la posibilidad de que un estadounidense fuese juzgado en ella. Rechaza la jurisdicción obligatoria de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. No ratifica la Convención Americana. Denuncia un protocolo que le obligó a comparecer ante la Corte Internacional de Justicia, máximo órgano judicial de la ONU, en un asunto donde se debatió y confirmó la obligatoriedad jurídica internacional de facilitar el contacto diplomático a un ciudadano (mexicano, pero extensivo a otras muchas nacionalidades) detenido en los EEUU (igualmente extensivo a otras muchas naciones). La lista es larga. En suma, los EEUU sólo respetan la jurisdicción de su Corte Suprema de Justicia, que tras la renuncia de una jueza y la muerte de su presidente han otorgado al gobierno de Bush la oportunidad casi única en una sola presidencia de nombrar, con el obligado beneplácito del Senado, dos nuevos jueces vitalicios ultraconservadores. La cuestión sería distinta, y mucho más seria, si fuera la Corte Penal Internacional la que iniciara un asunto a través de su fiscal, quien tiene capacidad de abrirlo de oficio, aunque antes debe convencer a una sala preliminar de que su apertura es razonable y apegada a derecho internacional. Sin embargo, los EEUU no son parte del Estatuto de Roma y sus actos entrarían con mucha dificultad en la tres categorías de crímenes internacionales que contempla la Corte Penal Internacional en su jurisdicción; a saber: genocidio, crímenes de lesa humanidad y de guerra. No obstante, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos podría admitir a trámite una petición individual de alguna víctima europea de esos vuelos de la muerte, o de víctimas de cualquier otra nacionalidad cuyo paso por territorio europeo se pudiera demostrar. De haberse producido una violación de las leyes sobre tortura o trato inhumano o degradante, habría una responsabilidad por omisión, por no haberlo evitado, del Estado europeo donde aterrizó la nave o cuyo espacio sobrevoló. Y en este contexto, el también llamado juez europeo podría solicitar órdenes de comparecencia de altos funcionarios estadounidenses cuya risa, quizás, de pronto, se trastocaría en ahogo. |
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