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3 de diciembre del 2006 |
A fuego lento
Bases para una política interculturalista
La Insignia. Guatemala, diciembre del 2006.
Para diseñar políticas culturales es necesario partir de conocimientos compartidos que sirvan de base y criterio estratégico para articularlas y ponerlas en práctica. En el caso que nos ocupa, se hace necesario empezar por plantear los criterios generales de los que las políticas en contra de la discriminación y el racismo deben partir. Estos criterios tienen que brotar de la historia de nuestro país, que es el que pondrá en práctica un conjunto de disposiciones antidiscriminatorias. Asimismo, tienen que surgir de la experiencia vivida de su ciudadanía y de su especificidad multicultural concreta, evitando transpolaciones mecánicas de criterios culturalistas forjados para otras realidades. En otras palabras, una política interculturalista en contra de la discriminación y el racismo tiene necesariamente que surgir como un producto original de la especificidad intercultural que intentará regir de manera democrática.
Es igualmente imprescindible establecer el objetivo de la puesta en práctica de estas políticas. ¿Se pretende que un grupo adquiera más poder sobre otro? ¿Que el grupo hegemónico mantenga el suyo? ¿Que la colectividad subalterna alcance mayores, pero no absolutas, cuotas de poder? ¿Que se interiorice en la ciudadanía el criterio multiculturalista diferenciador o, por el contrario, el interculturalista que enfatiza en la articulación mestizada de las diferencias? ¿Se busca una magnificación de las diferenciaciones o una toma de conciencia acerca de la valía y dignidad de nuestros mestizajes interculturales diferenciados? Lo más prudente es extractar el objetivo de las políticas antidiscriminatorias y antirracistas del análisis concreto de la situación histórica concreta que en nuestro país originó la discriminación y el racismo, para así encontrar las soluciones pertinentes en y desde la especificidad multicultural e intercultural nuestra. Plantearse objetivos antes de conocer las causas de los problemas a remediar es un rotundo contrasentido. Procedamos entonces a elucidar lo que nos interesa. La función social del prejuicio y el origen histórico de la discriminación Lo primero que se debe superar a la hora de diseñar políticas tendentes a dejar atrás los prejuicios diferenciadores, la discriminación y el racismo, es la noción de que esta práctica es antinatural y exclusivo patrimonio de grupos sociales o individuos esencialmente malignos. Por el contrario, lo que hay que tener claro es el hecho de que el prejuicio diferenciador se encuentra en la base de la supervivencia de los primeros grupos humanos, ya que éstos no podían sobrevivir en grandes conglomerados sino solamente en pequeños grupos, y esta necesidad hizo surgir elementos culturales diferenciadores entre los grupos, dando origen a toda suerte de símbolos totémicos, tradiciones orales y mitos de origen, y también a las nociones de supremacía ejercidas en forma violenta por unos grupos sobre otros. Mediante la creación de elementos culturales diferenciadores se pretendía que los grupos no crecieran más de lo conveniente. Las funciones sociales de la producción de símbolos como las enseñas, vestimentas y demás elementos identificatorios, eran funciones diferenciadoras y discriminatorias, ya que solamente mediante este procedimiento los grupos humanos podían asegurarse sobrevivir en pequeñas comunidades. La matriz histórico-cultural de la discriminación es, pues, la original necesidad de supervivencia. Lo cual, como veremos a continuación, no quiere decir que la misma tenga un carácter "natural" y por tanto inamovible para que prevalezca el género humano. Al contrario, su naturaleza es cultural y, por eso mismo, superable. Junto a la aparición de la cultura como una práctica que, mediante sus sistemas de símbolos (cantos, danzas, tradiciones, pinturas, etc.), otorga al grupo cohesión social y legitimidad política (es decir, unión y sentido de que lo que hace es conveniente y bueno para el grupo), aparece también otra de las funciones primordiales de la cultura: la de otorgar identidad a la comunidad que la produce y la consume. En otras palabras, la aparición de la cultura implica la aparición del sentido de cohesión, legitimidad e identidad diferenciada del grupo frente a otros grupos. Y toda esta producción y práctica cultural es fundamentalmente diferenciadora y discriminatoria respecto de las demás comunidades con las que eventualmente se entraba en conflicto por territorios, caza y recolección de frutos, y con las que a la vez que intercambiaba mujeres periódicamente para evitar malformaciones genéticas derivadas de la práctica reproductiva al interior de las cerradas comunidades tribales. Como podemos ver, las identidades son invenciones diferenciadoras que los grupos construyen a partir de rasgos (reales o ficticios) que los caracterizan, forjando así, mediante la producción cultural, un imaginario colectivo con el que los individuos se identifican sintiéndose parte de un todo cohesionado y a la vez legitimado mediante el poder político que lo avala y lo defiende. Es necesario, pues, tomar conciencia de los orígenes históricos del prejuicio cultural como un mecanismo de supervivencia originario, pues esta es la base concreta de prácticas diferenciadoras extremas como la discriminación y el racismo sistemáticos. De hecho, los estereotipos inferiorizantes, el humor discriminatorio y, en general, las nociones de superioridad e inferioridad étnicas y raciales, tienen su origen en una necesidad de supervivencia. Si es que una sociedad -en este caso, la guatemalteca- se plantea la necesidad de alcanzar una vida social sin discriminaciones ni racismo, es necesario no sólo hacer conciencia en su ciudadanía acerca de este hecho (que de ninguna manera es fatal e inmutable), sino también asegurarse de que conozca el desarrollo histórico de los mecanismos que han posibilitado los prejuicios, las discriminaciones y el racismo en su propio territorio y cultura. Se hace pues imperativo estudiar la historia de Guatemala como matriz de las mentalidades y los criterios discriminatorios que nos conforman en el tiempo y el espacio. En este sentido, es imprescindible que la ciudadanía tome conciencia de los siguientes asuntos concretos. Aunque el prejuicio cultural es una práctica inherente a la necesidad primigenia de supervivencia humana y, por ello, no debe considerarse como algo antinatural y ajeno al proceso histórico del origen y desarrollo de la especie humana, esto no quiere decir que nos expliquemos y hagamos valer las diferencias culturales mediante prejuicios, sobre todo en la actualidad, cuando la misma necesidad de supervivencia en condiciones de modernidad exige que las sociedades convivan respetando sus diferencias culturales internas y las de otras sociedades fuera de su espacio nacional. La modernidad -que implica democracia en lo político, libre empresa en lo económico y derechos individuales en lo ético y en lo jurídico- exige de las sociedades multiculturales modernas el respeto a sus diferencias mediante una política intercultural que, lejos de postular a un grupo como hegemónico, garantice el ejercicio libre e igualitario de todas las diferencias. En otras palabras, si bien el prejuicio cultural y la discriminación fungieron como elementos básicos de la supervivencia en el pasado, actualmente esa misma supervivencia exige su superación. Es esta necesidad histórica la que obliga a dejar atrás la política de la diferenciación confrontativa y a buscar soluciones interculturalistas de convivencia pacífica. Para superar los prejuicios mediante los que percibimos a quienes consideramos como "otros" diferenciados, y para aprender a valorar y respetar su cultura, necesitamos entender por qué se formaron las diferencias que nos dividen y por qué continúan teniendo vigencia -si bien modificada- en la actualidad. Para superar un prejuicio, primero hay que comprenderlo en su origen y evolución. De estos criterios se desprende una estrategia contra el prejuicio cultural que debe servir de base para la elaboración e impulso de una política al respecto. La estrategia puede consistir en lo siguiente: Estrategia contra el prejuicio cultural Diseñar e impulsar una campaña educativa y publicitaria que explique a la ciudadanía y, sobre todo, a la niñez y la juventud, la función social que ha cumplido el prejuicio cultural en la historia de la humanidad, así como la necesidad actual de superarlo como eje de las relaciones interculturales. La previa capacitación de docentes en el conocimiento pertinente es imprescindible. Historia de la interculturalidad y de la discriminación en Guatemala Para poner en práctica la anterior estrategia, es necesario explicar el proceso de formación y desarrollo de la diferenciación interétnica en Guatemala, desde los tiempos precolombinos y la Colonia hasta nuestros días, así como el origen de los criterios y de las bases materiales del racismo y la discriminación. Para el efecto, hay que empezar por explicar la naturaleza violenta de la interculturalidad en nuestro territorio, empezando por comprender la interculturalidad precolombina para poder analizar su transformación colonial y su posterior evolución republicana hasta la actualidad. Interculturalidad, como se sabe, es un concepto que sirve para denotar el carácter dinámico y relacional de las culturas que conforman un espacio multicultural. Es decir que la multiculturalidad -como concepto que expresa la convivencia de varias culturas en un mismo espacio nacional o regional- es siempre una multiculturalidad dinámica, pues las culturas que la conforman no permanecen estáticas e incontaminadas las unas de las otras. A esta relación es a lo que se llama interculturalidad. De modo que toda multiculturalidad es necesariamente intercultural. Eso quiere decir que se hace necesario caracterizar la naturaleza de la interculturalidad precolombina, la de la colonial y la de la republicana, hasta llegar a la que protagonizamos en la actualidad, para comprender nuestra realidad interdiscriminatoria y nuestro racismo. Si no alcanzamos una comprensión histórica de este asunto, nos debatiremos inútilmente en diatribas sobre quién es más racista que quién, o más bueno o más puro. Siguiendo esta lógica, el ciudadano necesita conocer y entender cómo ocurrió el poblamiento original de América y cómo se originó el carácter violento de la interculturalidad precolombina, que fue la que los españoles encontraron aquí en el siglo XVI. El poblamiento paulatino del norte hacia el sur, luego de que los grupos nómades atravesaran el istmo de Behring caminando, originó culturas diversas: unas que alcanzaron un alto grado de desarrollo, como la de los mayas, los aztecas y los incas, y otras cuyo desarrollo fue menor y que sirvieron de apoyo vasallo a la expansión de las grandes civilizaciones. Comprender el hecho de que los habitantes americanos también vinieron de otra parte y fueron inmigrantes, puede ayudar a superar fundamentalismos originaristas que sólo enrarecen el pasado en las brumas de las religiosidades. Es necesario asimismo comprender la naturaleza de las relaciones entre las clases sociales y entre los distintos pueblos precolombinos, a fin de superar la visión idílica, romántica y pacifista que suelen tener quienes idealizan ese pasado histórico. Igual cosa ocurre con la dinámica militarista que caracterizó a los pueblos de origen maya después del colapso de esa civilización en el siglo X. Sobre todo, la violenta tendencia de la nación quiché hacia el imperio -imitando a sus modelos, los aztecas--, que los hizo sojuzgar y masacrar a los pueblos vecinos, en especial al pueblo cakchiquel, de todo lo cual ofrecen noticia los "Anales de los Cakchiqueles" y el mismo "Popol Vuh" (Carmack). Esto llevaría a comprender no sólo la violenta interculturalidad precolombina, sino también la que rige actualmente las relaciones entre los pueblos indígenas de Guatemala, en especial las de los quichés y los cakchiqueles, sobre todo porque la acción de éstos fue decisiva para que las tropas españolas al mando de Pedro de Alvarado derrotaran a aquéllos y quedara consumada así la llamada conquista, y este hecho histórico constituye motivo de encarnizados odios interétnicos que han llegado a nuestros días. A este respecto es imprescindible comprender también el hecho de que no cabía en el horizonte de posibilidades culturales y militares de la época, la conformación de una unidad de todos los pueblos indígenas en contra de los llamados conquistadores. Lo que sí tuvo lugar fue una prolongada guerra de resistencia, que empezó como guerra de guerrillas y que se tornó en insurrecciones y motines a lo largo de toda la Colonia (Martínez Peláez). Es igualmente básico entender el tipo de interculturalidad violenta que rigió las relaciones sociales durante la Colonia, con el llamado "indio" en la escala más baja de la pirámide social, al cual lo seguían en ascenso los "negros", luego los mestizos o ladinos y finalmente los criollos (o hijos de españoles nacidos en América) y los propios peninsulares. Todos los pueblos indígenas, así como sus clases dominantes y sus conglomerados populares quedaron reducidos a la condición de indios, es decir, de siervos ligados forzadamente a la tierra y a los trabajos agrícolas para sus amos españoles y criollos, quienes exportaban el producto obtenido y utilizaban sus ganancias en procurarse una vida propia de la nobleza feudal europea, mientras el campesinado indígena era maltratado y despojado de lo que le pertenecía. Un elocuente ejemplo acerca de la cruel homogenización que los españoles perpetraron con los indígenas reduciéndolos a la categoría por ellos inventada de "indios", es este lamento del "Chilam Balam" en el que el escriba llora así el estado en que los pueblos quedaron después de la guerra de conquista: "Sin sacerdotes, sin sabiduría, sin valor y sin vergüenza, todos iguales". Vergonzosamente iguales, por derrotados. Sin duda, este hecho marcaría la personalidad y la identidad de los pueblos indígenas de entonces en adelante, haciendo que la experiencia de la derrota se expresara en múltiples manifestaciones de justa hostilidad y comprensible resentimiento hacia quienes ocupaban los espacios que los dominadores reclamaban como "civilizados" y "dignos" en oposición al carácter "inferior" de las culturas y los pueblos sojuzgados. Así se origina también el odio de las comunidades hacia los ladinos o indígenas cristianizados, ya que, relegados como quedaron todos a los "pueblos de indios", quien se salía de la vida comunitaria sojuzgada mediante su asimilación a la cultura dominante, era considerado traidor. La "indianización" de los pueblos vernáculos determinó un cambio en el tipo de violencia intercultural que rigió las relaciones sociales precolombinas. Ahora, una clase de personas que se caracterizaban por ser "blancas", europeas, conquistadoras y "superiores", explotaban y oprimían a todo un conjunto de sociedades que había acusado una gran complejidad en su estructura de clases, cultural y científica, reduciéndola a la servidumbre y utilizando como capataces a los miembros de su nobleza. Quizá el rasgo más saliente de esta nueva interculturalidad violenta brote del fenómeno del mestizaje, ya que éste hizo que se originara una complejísima red de mentalidades mestizadas, las cuales participaban de diferente manera y en distintos grados, de las nociones superioristas eurocéntricas de los dominadores, ya fuera por adhesión o por rechazo. El mestizaje dio vida a conglomerados que no existían hasta entonces, como los ladinos, los mulatos y una infinidad de variantes. Asimismo, los criollos se mestizaron culturalmente con sus contrapartes indígenas, ladinas y mulatas, dando origen a sociedades de una multiculturalidad cuyas diferencias internas están tan articuladas que es muy difícil separarlas mediante un operativo radicalmente diferenciador. Hubo y hay diferencias, por supuesto. Pero se trata de diferencias mestizadas. Lo cual plantea el reto de comprender las dinámicas de los mestizajes que conforman nuestra interculturalidad, así como las mentalidades de quienes los viven y los ejercen de manera discriminatoria y racista. Los primeros ladinos fueron indios, a quienes se llamó indios ladinos porque eran individuos que adoptaban la cultura española y el idioma español, a los cuales se consideraba una cultura y un idioma latinos por provenir de la dominación romana de la península ibérica. Del vocablo "latino" al vocablo "ladino" no hubo sino un breve paso espontáneo. Si a los judíos conversos de la España de la Reconquista, que es la misma del llamado Descubrimiento de América, se les llamaba judíos ladinos, no era difícil para los soldados españoles que llegaron acá llamar a los indios conversos, indios ladinos. La condición inicial de los mestizos o ladinos fue peor que la de los indios, pues eran despreciados por éstos y por los españoles y criollos, y no encontraban un espacio social en el cual encajar. Esto los llevó a labrarse un espacio propio que los diferenció de las contrapartes india y española, complejizando más el paisaje étnico y la dinámica intercultural al transformarla en un ensamble de mestizajes diferenciados cuyo conjunto no puede explicarse por medio de denominaciones bipolares ni mucho menos por purismos raciales o culturales. La interculturalidad colonial -que en gran medida se prolonga hasta la actualidad por el escaso desarrollo del capitalismo local y el atraso general de los criollos dominantes-fue, pues, violenta, como lo fue la precolombina, pero la diferencia entre ésta y aquélla es que la interculturalidad colonial se desarrolla en el marco del sojuzgamiento de una cultura absolutamente ajena a las culturas que quedan por ella dominadas, y ese hecho determina que la sociedad resultante del choque transcultural sea una sociedad distinta y nueva, de un mestizaje inédito cuya naturaleza sus practicantes sólo vislumbran desde su particular manera individual o grupal de ejercerlo, lo cual plantea la necesidad de teorizarlo en su desarrollo histórico como totalidad conflictivamente armónica (valga la contradicción). La Colonia es hegemonizada económica y culturalmente por los criollos desde el siglo XVII. La literatura, las artes y las ciencias de la época son desarrolladas casi exclusivamente por los criollos. Su sentido patriótico de corte terrateniente y hacendado los hace protagonizar la independencia de España, un proyecto político que no era apetecible ni para los indios ni para los mestizos, ya que la matriz colonial permanecería intacta. El gran cambio consistió en que los criollos afianzaron su poder y pudieron proceder a fundar la nación bajo principios que en la teoría eran propios de la Ilustración pero que en la práctica eran feudales, dictatoriales y militaristas. La situación de los indígenas y los mestizos empeoró, y también empeoró la interculturalidad que regía sus relaciones porque las nociones discriminatorias instauradas por los peninsulares y fortalecidas por los criollos, se consolidaron y fueron apropiadas por indios y mestizos, tanto por ilusoria adhesión como por amargo rechazo. La diferenciación hostil, inferiorizante, eurocéntrica y racista, tal como la conocemos, quedó instaurada desde el siglo XVI, se fortaleció definitivamente desde el XVII y acabó de interiorizarse en el imaginario de los sojuzgados en el siglo XIX y en el XX (Morales, "Guatemala"). La comprensión de este tortuoso proceso histórico nos garantiza superar nociones prejuiciosas acerca de la bondad de unos y la maldad de otros, como si el desarrollo social fuera resultado de una lucha bipolar de grupos químicamente puros. Asimismo, nos permite humanizar a los indígenas al no idealizarlos, pues la idealización deshumaniza, ya sea porque desemboca en el pater(mater)nalismo o porque se torna en ideología fundamentalista de destinos manifiestos y guerras étnicas. Igualmente nos faculta para aceptar que nuestra interculturalidad ha sido violenta siempre y, al entender sus orígenes y desarrollos, podemos vislumbrar medidas para su superación y transformación en una convivencia interétnica pacífica y respetuosa de nuestros mestizajes diferenciados. A propósito de nuestra conformación mestiza, es necesario comprender que la razón por la que los españoles y portugueses se mestizaron con los nativos que conquistaron (y los ingleses, holandeses y franceses no lo hicieron sino como excepción) es que la península ibérica era ya entonces una geografía intensamente mestizada a lo largo de su historia, siendo una amalgama de iberos, celtas, romanos, cartagineses, visigodos y árabes, entre otros. Además, en España convivieron durante siglos judíos, musulmanes y cristianos. De modo que el mestizaje biológico y cultural no era extraño para los peninsulares. Esto convierte en poco menos que ridícula la pretensión criolla de pureza de sangre en relación a indios y ladinos. En América Latina el mestizaje es la norma. En África y Asia es la excepción. Esto hace de los países como el nuestro un espacio propicio para legislar en contra de los bipolarismos racistas desde el vértice de la conformación y el desarrollo históricos de nuestros mestizajes. Es imprescindible que, a partir del estudio de nuestra historia como una dinámica intercultural, nuestra ciudadanía se informe acerca del origen y desarrollo de nuestra interculturalidad violenta, ciñéndose a los hechos y sin recurrir a idealizaciones paternalistas que deshumanizan a los actores sociales; todo, con el fin de que comprenda que la violencia intercultural en nuestro territorio es anterior a la llegada de los españoles; que con ellos esa violencia continuó, pero de una manera distinta que cambió para siempre la sociedad originando nuevos sujetos étnicos y culturales, como el criollo y el ladino, los cuales no tienen equivalentes en otras sociedades colonizadas por Europa durante los siglos XV al XX. Eso hace de nuestro mestizaje un hecho histórico excepcional que no se puede teorizar con ideas extrapoladas de otras realidades. Por el contrario, es necesario caracterizar las especificidades de las mentalidades discriminatorias de todos los sujetos que conforman nuestra multiculturalidad, pues no discrimina ni padece la discriminación de la misma manera el criollo que el ladino, el indígena que el negro, y todas las variantes mestizas que carecen de apelativo. Asimismo, no ejercen ni padecen la discriminación de igual manera los criollos ricos que los criollos pobres, los ladinos ricos que los ladinos pobres, y los indígenas ricos que los indígenas pobres. En tal sentido, es necesario comprender que el fortalecimiento y vigencia de los criterios discriminatorios que rigen nuestra interculturalidad son obra de los criollos, y que los ladinos los abrazan ilusoriamente pensando que ellos también son "blancos". Por su parte, los indígenas contribuyen a su permanencia en el tiempo mediante su valoración negativa de los mismos, es decir, mediante una relación de amor-odio por medio de la cual expresan la apetencia frustrante por lo que se les ofrece y niega al mismo tiempo, por el deseo de tener lo que tiene el dominador, para llegar a ser tan malo como él. En otras palabras, el modelo para superar al enemigo económico, político y étnico es el enemigo mismo. Esta dialéctica está basada en criterios eurocéntricos que, al valorar lo "blanco" como superior, nos impiden captar y valorar la naturaleza exacta de cada uno de nuestros mestizajes, y a nosotros mismos como mestizos diferenciados de otros mestizos. A esto se le llama crisis de identidad, y es la fuente de los comportamientos discriminatorios en los que se trenzan elementos de clase, étnicos, culturales, sexuales y demás. Es necesario entender que la discriminación y el racismo no son sólo un conjunto de acciones de los ladinos en contra los indígenas. Son parte de un comportamiento culturalmente estructural en el que todos participamos activamente, ya sea por acción u omisión, por adhesión o rechazo, y del que los criollos son los ejecutores centrales, ya que para ellos los indígenas y los ladinos no son sino variantes de una misma inferioridad humana. La comprensión de todo esto puede sentar las bases para la formación y surgimiento de un sujeto concientemente intercultural e interétnico, que a la vez asuma su especificidad diferenciada y valore y respete la de los demás dentro de una sociedad multicultural que así puede alcanzar una interculturalidad democrática. A este sujeto lo he llamado "sujeto popular interétnico" (Morales, "La articulación").
Los criterios mesticistas, asimilacionistas y diferencialistas Como todos los países con una multiculturalidad intrincada, en Guatemala ha habido diferentes intentos de homogenizar étnica y culturalmente a la población. El criterio ha sido siempre eurocéntrico, debido a la dominación económica criolla y a la influencia de la antropología social estadounidense. Los gobiernos oligárquico-militares del siglo XIX y XX enarbolaron la bandera del mestizaje para tratar de homogenizar culturalmente a la población multicultural bajo su bota. Pero este concepto de mestizaje era evidentemente demagógico, pues apelaba al criterio del crisol de razas, etnias y culturas que supuestamente produce un mestizaje feliz y homogéneo que en realidad sólo existe en la letra de las constituciones políticas. En la práctica, las diferencias fenotípicas y culturales siguen siendo causa de discriminaciones racistas eurocéntricas por parte de la dominación, y de respuestas subalternas que refuerzan esas discriminaciones, pues son ejercidas "al revés" por las contrapartes discriminadas, sin bien con menos fuerza por la falta de poder político en las masas. La política indigenista del decenio democrático 44-54 consistió en un integracionismo homogenizador eurocéntrico que fue llamado "ladinización" por antropólogos estadounidenses, el cual consistió en el ideal de "occidentalizar" ("ladinizar") a los indígenas. Este proyecto habría tenido éxito si los indígenas al mismo tiempo hubiesen sido convertidos en obreros agrícolas e industriales como parte de un proyecto económico de país que hubiese creado un mercado interno autosuficiente, de modo que la proletarización de los campesinos indígenas los hubiese situado de lleno en el circuito de producción y consumo de mercancías, que es el eje de la cultura occidental. Pero como se les relegó a las cerradas comunidades campesinas cuando no se les hacía migrar hacia las plantaciones de café, azúcar y algodón, esa misma comunidad campesina fue la base de la preservación de la cultura colonial indígena. No se podía asimilar al campesinado indígena al capitalismo y la cultura occidental ("ladinización") si económica y socialmente se lo dejaba en su condición de campesino con escasa tierra o sin ninguna. Las medidas culturalistas en materia de alfabetización y educación occidentales no pueden cundir en las masas coloniales si éstas no son incorporadas a un proyecto económico que las constituya en asalariadas y consumidoras. La desindigenización perseguida por la llamada "revolución de octubre", tenía como condición la proletarización del campesinado. Fue el sueño de Árbenz que Estados Unidos pulverizó. Fue también de Estados Unidos, de sus antropólogos y lingüistas "políticamente correctos" y de sus agencias de cooperación, que nos llegó el diferencialismo culturalista etnocéntrico que, por medio del construccionismo identitario, inspiró a las cerradas elites de indígenas becados para hacer maestrías y doctorados en universidades estadounidenses, quienes dotaron al vocablo "maya" (usado por los antropólogos estadounidenses para referirse a los quichés, cakchiqueles, tzutuhiles, mames y kekchíes) de contenidos milenaristas adjudicados a la cultura y al sujeto indígenas que, tal como los conocemos en la actualidad, son una creación colonial. El diferencialismo culturalista consiste en magnificar las diferencias proponiéndolas como "esenciales" e irreconciliables, para lo cual se recurre a la construcción de identidades (construccionismo identitario) idealizadas que se plantean como inmutables a través del tiempo y el espacio. Todo, con el objetivo de oponer binariamente a una construcción cultural contra otra, a una construcción identitaria contra otra. Utilizando la combinación multiculturalista estadounidense de la "política de la identidad" (usar la identidad para obtener poder político), la "acción afirmativa" (o sistema de cuotas de poder que el sistema otorga a partir de la etnicidad, el género y la cultura) y la "corrección política" (ética que propugna extirpar del lenguaje coloquial cualquier palabra que considere ofensiva, como mecanismo antirracista), el "movimiento maya" ha transitado de una concepción esencialista y fundamentalista de la "diferencia cultural", a criterios más interculturalistas, es decir, más ligados a un enfoque relacional y articulatorio de las diferencias culturales, que por sí mismo obliga a reflexionar más acerca de los mestizajes que nos conforman, y no tanto sobre los supuestos purismos y diferenciaciones irreconciliables que nos dividen. Es en este momento del desarrollo del debate interétnico, iniciado en la década de los años noventa, que nos encontramos, tratando de plantear escenarios y estrategias que sirvan de base para elaborar y poner en prácticas políticas contra el racismo y la discriminación. La consideración de la discriminación étnica y cultural como racismo proviene también del diferencialismo multiculturalista, que adjudica el calificativo de racismo a toda suerte de sexismos y discriminaciones etarias, étnicas, religiosas y culturales en general. Es en este sentido que el término racismo se viene utilizando en Guatemala por parte de las oenegés que propician el "empoderamiento" de los "mayas", financiadas por agencias de cooperación internacional europeas y estadounidenses. La discusión entre quienes afirman que de hecho hay racismo en Guatemala y quienes argumentan que no lo hay porque la nuestra es una discriminación cultural y no fenotípica o por color de piel, es estéril. Lo es porque quienes buscan instaurar el término para el caso de Guatemala, persiguen inculpar de racista a un grupo absolutamente diferenciado de otro (Guzmán Bökler-Herbert), como fue el caso de Sudáfrica y el apartheid, reduciendo a una contradicción bipolar el problema interétnico guatemalteco, que es mucho más complejo debido a la diversidad de posibilidades mestizas de ser indígena, ladino, criollo y demás en este país. Y quienes niegan que haya racismo, buscan conciliar las diferencias remitiendo el conflicto de nuestra violenta interculturalidad a la abstracción sesgada e insuficiente del imaginario patriótico. Lo que en realidad se impone es explicar las dinámicas de nuestros mestizajes, y no inventar polaridades nítidamente diferenciadas a las que se adjudican roles de victimarios y víctimas, y de buenos y malos. En tal sentido, la táctica de enseñar a las víctimas a victimizarse para satanizar a sus contrapartes étnicas y así dotarlas de una identidad "buena" y "superior", no sólo no explica nuestra interculturalidad sino la falsea al reducirla a la simplicidad de dos actores contrapuestos. Unas políticas contra el racismo basadas en esta concepción, serían políticas que no buscarían democratizar nuestra interculturalidad sino sólo modificar el esquema de dominación mediante el enfrentamiento étnico. De hecho, todas las medidas intentadas a la fecha para solucionar el problema de nuestra multiculturalidad e interculturalidad, adolecen del binarismo polarizado que sólo existe en la imaginación de quienes rehúsan analizar los mestizajes producidos por la articulación de nuestras diferencias y, por el contrario, encuentran muy fácil simplificarlo todo mediante una contradicción entre dos actores químicamente diferenciados que en realidad no existen como tales: indígenas y ladinos. Los criollos quedan con ello invisibilizados y, así, se escamotea la base de todo nuestro proceso discriminatorio y cultural: el sistema de explotación económica de herencia colonial, que prolonga la dominación criolla, el militarismo y el relegamiento de los indígenas. Comprender el carácter mestizo de nuestra interculturalidad no equivale a negar la discriminación ni el racismo, sino a abordar la verdadera complejidad de éstos. Pues el problema no se reduce a maldad o bondad de los ladinos o los indígenas, sino se amplía a una estructura económica y cultural criolla que posibilita la dominación y, con ella, el racismo. A propósito, he aquí una propuesta de estrategia relativa a este problema. Estrategia para comprender el carácter mestizo de nuestra interculturalidad Diseñar e impulsar una campaña educativa, publicitaria y legislativa para que la ciudadanía comprenda que la violencia que caracteriza nuestra interculturalidad, tiene sus raíces en la dinámica militarista que los pueblos de origen maya protagonizaron entre el siglo X y el XVI. También, que esta cultura de violencia cambió sus reglas de juego con la invasión española y el régimen colonial, que "europeizó" los criterios y las prácticas discriminatorias. Asimismo, que los criterios y las dinámicas interdiscriminatorias de Guatemala tienen una matriz económica representada por el régimen colonial, que inferiorizó étnicamente a los indígenas y mestizos, a partir de su reducción clasista a la condición de campesinos y siervos. Todo lo cual implica que la dignidad étnica y cultural tiene en la actualidad como base el que los individuos accedan al salario y al consumo, pues la pobreza y la miseria apuntalan la inferiorización y la condición discriminada. Y, finalmente, que el problema interétnico no se reduce a la contradicción indio-ladino, sino se extiende a la dominación económica criolla y a sus criterios de discriminación hacia indígenas y mestizos, por lo que la superación del racismo implica una acción estructural concientizadora, educativa y legislativa tendente a forjar un nuevo sujeto concientemente intercultural e interétnico que comprenda y valore los mestizajes que lo conforman como individuo y también la función que ese mestizaje individual cumple en la dinámica de los distintos mestizajes grupales que conforman nuestra unidad cultural diversa. Estrategias básicas para el diseño de políticas culturales democráticas Guatemala requiere de políticas interculturales que enfaticen en el conocimiento de cómo la articulación de nuestras diferencias desemboca en mestizajes culturales que carecen de nombre y que rebasan con mucho la bipolaridad indio-ladino o "maya"-mestizo. En tal sentido, deben ser políticas que fomenten un proceso de interculturación, es decir, de comprensión del valor cultural de la contraparte, del "otro", para lograr una comunicación intercultural fluida y no una diferenciación separadora. Esto no implica borrar las diferencias, sino hacer de las mismas un ejercicio cotidiano digno y orgulloso, como parte de un concierto más amplio de diferencias que reclaman su especificidad sin apelar a purismo alguno sino, por el contrario, asumiendo que cada mestizaje diferenciado y específico forma parte de un todo multicultural indisoluble que posee una unidad que hasta la fecha ha sido conflictiva debido a los criterios eurocéntricos con los que se la ha analizado y practicado, y que ahora inicia su democratización en igualdad de condiciones. Interculturación es un concepto que designa un proceso por medio del cual se insufla conciencia intercultural (es decir, relacional y articulatoria de las diferencias) y no multicultural (o separadora y magnificadora de las diferencias) en la ciudadanía. Interculturación no es lo mismo que interculturalidad ni que interculturalismo. Interculturación es un proceso inducido, conciente y deliberado de concientización en valores interculturales, es decir, relacionales y articulatorios. Interculturalismo es la postura ideológica que anima este proceso de interculturación. El primero es teoría e intención ideológica, la segunda es práctica social, cultural y política. En otras palabras, soy interculturalista porque impulso, apoyo y practico la interculturación. Por medio de ambas podemos llegar a tener una interculturalidad tal como la queremos, es decir, una en la que todos los énfasis culturales que nos conforman como nación se practiquen igualitariamente, en libertad y sin discriminaciones. ¿Cómo lograrlo? Pues poniéndonos de acuerdo en qué interculturalidad tenemos, en cuál es la que queremos y en cómo la habremos de promover. Toda interculturalidad es especular -es decir, un movimiento de espejos frente a espejos-, porque las identidades etnoculturales se articulan siempre incorporando en ellas a nuestro "otro". ¿Cuántos ejemplos me pueden dar de identidades guatemaltecas que se articulen sin referencia a su "otro"? ¿Habría ladinos sin indígenas o indígenas ("mayas") sin ladinos? Las identidades ladinas se articulan especularmente (en sentido positivo o negativo), en razón de cómo se ven reflejadas en las identidades indígenas, a las cuales les ocurre lo mismo con sus contrapartes ladinas. Si admitimos que nuestra interculturalidad es especular, admitiremos también que nuestro interculturalismo y nuestra interculturación deben buscar hacer conciencia histórica y crítica de esta realidad, y no recaer en el separatismo multiculturalista, basado en diferencias esencializadas y bipolarmente contrapuestas. Ha sido sin duda necesario que los mayistas articularan su esencialismo fundamentalista para hacerse oír. Pero al pasar a otra etapa de su lucha y para efectos de la ampliación de la nación, se hace necesario sustituir el multiculturalismo por el interculturalismo y su práctica, la interculturación. En tal sentido, debemos definir qué entendemos por interculturalidad, interculturalismo e interculturación en las condiciones concretas de nuestro país, y ojalá lo hagamos de acuerdo al criterio especular (relacional, intercultural) de formación de nuestras identidades y énfasis culturales, y no de acuerdo al divisionismo multiculturalista que contribuiría a dispersar más la sociedad. Además del concepto nación, otros conceptos se intersectan obligadamente con el análisis de la interculturalidad, a saber: ciudadanía, pueblo, mestizaje, etnia, raza, sexo. Es el tratamiento relacional de estas variables y no su aislamiento teórico el que nos permitirá captar la complejidad mestiza de nuestro país, y no caer en la magnificación de diferencias que después de todo lo son solamente de grado, ya que a estas alturas del mestizaje cultural es imposible hablar de culturas esencialmente diferenciadas y mucho menos contrapuestas entre sí. De modo que el gran reto para los intelectuales guatemaltecos es teorizar nuestro mestizaje plural, diferenciado y al mismo tiempo articulado en sus diferencias (Morales, Peripheral). La dificultad es grande pero no es imposible lograr una explicación clara de la naturaleza exacta de nuestros mestizajes y, a partir de aquí, articular una propuesta política de democratización intercultural, interétnica e interclasista, y la formación de un sujeto popular interétnico con plena conciencia digna de sus contradicciones etnoculturales y de su mestizaje históricamente gestado. A esto le he llamado negociación interétnica, y la he planteado como una alternativa política al sueño de opio del enfrentamiento interétnico que algunos antropólogos ladinos y estadounidenses azuzan entre las mentalidades etnocentristas, esencialistas y fundamentalistas "mayas". Creo que sólo la negociación interétnica es viable para democratizar culturalmente nuestro país. La alternativa del enfrentamiento culturalista de la diferenciación a ultranza es sólo un anzuelo que los países donantes de la cooperación internacional, que son los mismos que impulsan la homogeneización cultural globalizadora, lanzan a los pueblos indígenas para luego turistizar transnacionalmente sus ceremonias, tradiciones y costumbres, domesticando a sus dirigentes políticos mediante la cooptación para ocupar puestos públicos en gobiernos no siempre situados encima de la corrupción y la impunidad que nos acosan. Los ejemplos están a la vista. Como parte, pues, de cualquier agenda de paz y desarrollo, debe ubicarse en lugar preferencial el punto crucial de la negociación interétnica para la democratización intercultural. Guatemala puede constituir el plan piloto de Latinoamérica. Depende de nosotros lograrlo. Al respecto, las siguientes estrategias pueden constituir una guía de la acción interculturadora. Estrategia económica Para diseñar y poner en práctica políticas interculturales contra la discriminación y el racismo, es indispensable hacer participar a todas la ciudadanía multicultural en un proyecto económico incluyente de producción y consumo, que diversifique y democratice el capitalismo local descentralizándolo de las manos de la cerrada oligarquía criolla, que es la autora histórica de la matriz económica, política e ideológica que posibilita el racismo local. Este sería un eje de lucha alternativo al culturalismo "políticamente correcto", el cual acabará cuando terminen los financiamientos de los países globalizadores, que buscan convertir las diferencias esencializadas en una diversidad cultural que encaje en la diversidad ecológica para consumo de turistas. Sin el aumento del nivel de vida y de oportunidades laborales de la población, las medidas culturalistas de respeto a las diferencias sirven de muy poco porque automáticamente caen dentro del ámbito del paternalismo dominante, y la autoestima de la subalternidad sigue careciendo de una base material, apoyándose sólo en la plataforma denigrante de la victimización que apela a la lástima, o en la de la hostilidad que sueña con sustituir al opresor para oprimirlo. Estrategia educativa Se hace asimismo necesario implementar una educación en la naturaleza exacta de los mestizajes diferenciales, interculturizados, que nos conforman. Esto se puede lograr de diferentes maneras. Una de ellas es mediante el estudio de la historia, de la literatura y el arte de nuestro territorio, y de talleres en los que los niños, adolescentes y adultos establezcan concientemente su mestizaje específico y aprendan a valorar sus componentes, así como las culturas que históricamente los forjaron en nuestro prolongado intercambio transculturador. Estrategia ideológica Se trataría, mediante todo esto, de formar un sujeto intercultural democrático con conocimiento crítico de la articulación de las diferencias y de los mestizajes diferenciales que lo conforman, y con conciencia plena de que este es eje de nuestras identidades y la base del respeto intercultural de las diferencias y de sus articulaciones. Se lograría así contar con ciudadanos interculturales en un país multicultural. Guatemala, septiembre del 2005.
Referencias
Carmack, Robert. "Historia social de los quichés". Guatemala: José de Pineda Ibarra, 1979.
_____. "Fundación del reino quiché". Guatemala: Piedra Santa, 1979.
(*) Texto publicado originalmente en "Diagnóstico del racismo en Guatemala", volumen IV. Marta Casaús, directora y Amílcar Dávila, coordinador. Guatemala: Vicepresidencia de la República, 2006: 75-84.
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