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La insignia
30 de diciembre del 2006


A fuego lento

Breve defensa de la sátira


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, diciembre del 2006.


La sátira es un género que ha sido olvidado por los escritores de hoy día, al igual que el epigrama. Como todo, esta verdad tiene sus excepciones. Pero ocurre que aunque los escritos periodísticos y literarios están cruzados por latigazos de sorna y escarnio, a menudo inconcientes o involuntarios, la sátira y el epigrama como principios organizadores del texto no aparecen ejerciendo su función estructuradora de los discursos. Se me dirá que para qué habría de ser así, toda vez que la sátira y los tonos epigramáticos a menudo embrollan más los asuntos que se pretenden elucidar y no contribuyen a la concordia entre los seres humanos.

Permítanme estar en desacuerdo con esta abnegada afirmación.

La invitación de Tito Monterroso de unirse siempre a los filisteos puede tomarse al pie de la letra o, por el contrario, leerse al revés, e incluso es posible hacer una lectura ambivalente y quedarse con las dos posibilidades de la máxima para usarla según la ocasión. Se me puede decir que si se asume la primera lectura uno se convierte en un oportunista y un cínico; que si se asume la segunda uno se torna un puritano hipócrita, y que si se abraza la tercera uno se vuelve un pragmático inescrupuloso. Visto así el asunto, la moraleja monterrosiana es un callejón sin salida. Pero si se interpreta su consejo como una manera de desconstruir las posibilidades binarias de lo bueno y lo malo para meter en escena posibilidades más ricas de vida e interpretación de la vida, entonces el tono satírico y epigramático se convierte en una puerta de entrada a dimensiones humanas que los binarismos, los esencialismos y los fundamentalismos niegan por propia y egoísta conveniencia. Esta, creo, es la crítica más benigna que se le puede hacer a los contenidos de Monterroso, de quien Monsiváis ha dicho que es misericordiosamente breve, quizá pensando justamente en que el cinismo, si breve, es dos veces más efectivo y menos irritante. Es imposible dejar de apuntar aquí que el juicio de Monsiváis no se aplica a sus propios textos, los cuales no se quedan atrás en materia satírica y epigramática.

Pero literatos aparte, lo que importa decir en una defensa de la sátira y el epigrama es que en realidad se trata de una defensa del tono satírico y epigramático, independientemente de los géneros literarios en los que aquéllos se envasen. Estos tonos cumplen la noble función de hacer funcionar los hígados de las buenas conciencias a una velocidad que les permite ejercitarse y permitir que el organismo ponga en tensión todas sus defensas para desintoxicar la sangre de bilirrubinas y transaminasas, todo lo cual hace que broten defensas apasionadas de las propias convicciones, contribuyendo con eso a que los debates necesarios se libren en los espacios de la esfera pública. En palabras vulgares, la sátira y el epigrama hacen que la gente que se considera decente desembuche lo que tiene de no tan decente, y eso desde todo punto de vista (terapéutico, político, ideológico) es indudablemente sano. De donde se puede concluir que el cinismo, la sorna, el escarnio y la burla contribuyen a la salud mental de las ciudadanías. Ahí están Séneca, Petronio, Marcial, Quevedo, Swift y otros ilustres léperos para atestiguarlo.


Cedar Falls (EEUU), lunes 16 de noviembre de 1998.



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