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La insignia
18 de diciembre del 2006


Fernando Silva Santisteban, in memoriam

Papá


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, diciembre del 2006.


Sábado gris de Lima, cinco en punto de la tarde. Mi hermano y yo esperamos a mi papá mirando entre las persianas de la sala. Desde el segundo piso, a lo lejos, podemos ver cómo se acerca el Ford Falcón azul marino. «Ahí está», gritamos, y salimos disparados para ganarle uno al otro el asiento de adelante. Una vez a la semana hacíamos la misma carrera. Ya sentados, la clásica pregunta caía como una gota de humedad: ¿y ahora, adónde quieren ir? Siempre hacía la pregunta pero él siempre sabía adónde nos llevaba. Como había pocas monedas y mucha gasolina (era la época de Velasco) nos dedicábamos a ir de un lado a otro de la ciudad. Al aeropuerto, para ver despegar a los aviones desde la rampa central; a La Punta para sentir cómo se estrechan las calles; al cementerio Presbítero Maestro para perderle el miedo a los muertos o hasta el Galax de La Molina para comprar un paquete de Charadas. Vagar con mi papá por la ciudad diseminada. Al final recorríamos el malecón de Miraflores y así podíamos ver caer al sol como una galleta de naranja sobre un inmenso café con leche. «Pidan un deseo». Y yo nunca pedía que regresara (era realista) pero sí que me quisiera para siempre.


Publicado originalmente en el diario El Comercio. Perú, junio de 1999.



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