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27 de octubre del 2005 |
Extractos
Juan Modesto Guilloto León
Octubre, mes crucial
Para los dos campos, octubre sería un mes crucial. El día 1, Franco se alzó como jefe de Estado después de haber sido nombrado generalísimo por la Junta de Burgos el 29 de septiembre. Las fuerzas mercenarias de África pasaron a depender de Mola en el orden operativo. En torno a Madrid las tropas enemigas alcanzaban efectivos de unas seis divisiones. Estaban integradas por la división Soria, cuyas actividades venían desarrollándose en la carretera general a Madrid por Guadalajara; las fuerzas independientes de Somosierra; las del sector del Guadarrama; la división de Ávila, en el sector Ávila-Gredos; el ejército del Tajo. El último había completado sus efectivos, fortalecido su potencia de fuego y su capacidad de maniobra al dotar a todas las Banderas y Tabores de dos baterías de artillería (una de 75 y otra de 37 mm.) de acompañamiento y antitanque. Había reforzado, además, su capacidad de acción, porque los nuevos desembarcos de tropas italianas y de la Werhmacht le habían dado una "agrupación blindada nazi" y un "grupo de tanques-artillería" del Ejército italiano. En el campo leal, las nacientes Fuerzas Armadas dieron un salto cualitativo, originado por varios decretos del gobierno Largo Caballero. Uno, del 10 de octubre, disponía que las unidades de milicias del frente del Centro pasaban a ser unidades militares; otro, de la misma fecha, ordenaba la formación de las primeras seis brigadas regulares del Ejército Popular; otro, del 15, decretaba la creación del Comisariado de Guerra; otro, del día 20, hacía extensivo el del día 10 a todas las milicias. (…) Octubre sería un mes crucial también para el propio Madrid, porque en él se crearon las bases de su heroica rsistencia posterior. El día 22, José Díaz pronunció en el Monumental Cinema su histórico discurso de combate, de organización de la defensa, de movilización de la clase obrera, de instrucción y preparación combativa de todo el pueblo, cuyo lema era "En pie las masas para la defensa de Madrid". En él se analizaba la situación creada y las perspectivas del desarrollo de la lucha, alertando a la población y a los combatientes para que no fueran sorprendidos por los acontecimientos y para que estuvieran en condiciones de sostener combates largos y cruentos, previendo, incluso, las diversas formas de actuación del enemigo dirigidas a cercar Madrid. En la combinación de mandos para las primeras seis bridagas, Enrique Líster fue designado jefe de la 1ª. Yo fui promovido por el partido a la jefatura del Quinto Regimiento (…). Centenares de comunistas, de militantes de la JSU, de hombres de diferentes ideologías y tendencias se convirtieron, a lo largo de octubre, en agitadores y organizadores de masas para los trabajos de defensa. Luego, en noviembre, muchos de ellos serían los caudillos anónimos de los que habla el general Vicente Rojo con su gran autoridad, los cuales, con su ejemplo hasta el sacrificio, contribuyeron a la magna obra de la defensa de Madrid. El Quinto, en su marco, también cumplía aquella misión de partido. En Madrid, más limitadamente; en los frentes, con más dedicación. El comandante Carlos, con su dinamismo, desplegaba una intensa labor propagandística y cultural, apoyándose en el conocido arquitecto Manuel Sánchez Arcas, en Benigno Rodríguez y en tantos otros. Sánchez Arcas dirigía la Sección Social, y con su gran autoridad y personalidad intelectual fue el alma y el organizador de la ayuda y el traslado a lugar seguro de un grupo de notables intelectuales y artistas madrileños. (…) La importancia de octubre reside también en el ataque generalizado del enemigo en todos los sectores de la defensa de la capital. En el flanco derecho, donde mandaba las fuerzas leaes el coronel Jiménez Orge, se produjo la pérdida de Sigüenza después de varios días de combate y siete de cerco de sus últimos defensores, acogidos a la catedral, que fue cañoneada, siendo asesinados todos fríamente después. El enemigo no tuvo el menor éxito en los sectores de la Sierra, donde el coronel Moriones asumía el mando. Aquí, Mola pasó a la defensiva el día 25, después de fracasar en sus propósitos de superar el Guadarrama por Navacerrada. Pero las dos masas de maniobra de los generales Valdés Cabanillas y Varela consiguieron: la primera, ocupar el día 17 Robledo de Chavela; y la de Varela, Illescas, el día 18. Combates en los accesos a Madrid (…) El contraataque sobre Illescas se desarrolló bien en las primeras jornadas. Las tres columnas fueron cerrando el anillo sobre la villa. Se cortaron las comunicaciones al oeste y se dominaron las del sur por las dos columnas que teníamos en aquella misión. En el resto de nuestro sector, liberados los pueblos de Carraque y Ugena, donde instalé mi puesto de mando avanzado, superpuesto al del batallón Nelken, nos pegamos al oeste de Illescas sin poder irrumpir en la localidad. Todavía no teníamos ninguna artillería. (…) Los últimos días combatimos pegados al pueblo. Las salidas que intentó el enemigo para librarse del agobio en que se veía, fracasaron todas. ¡Qué alegría daba ver a los hombres del Comuneros y del Nelken crecerse y respirar, libres del agobio que habían padecido antes, desde Badajoz hasta Griñón! Incluso superaron bien la perturbación que causaron los primeros bombardeos de la Legión Cóndor, a cuyos aviones algunos combatientes disparaban con los fusiles y algunos mandos con las pistolas, a lo loco. Pero en auxilio de la columna Barrón, amenazada de destrucción, y cuando ya no tenía aliento para resistir porque la estábamos demoliendo, acudieron otras dos: la de caballería de Monasterio, reforzada con tres unidades, y la de Tella. Eran las fuerzas que habían tomado Navalcarnero el día 21. (…) Después de violentos combates con resultado alterno durante los días 25 y 26, en la mañana del 27 el enemigo irrumpió en la carretera general, alcanzó Torrejón de Velasco, Seseña y Torrejón de Ardoz. El coronel Puigdengola, prestigioso y capaz jefe leal, cayó en aquella jornada. A nuestra izquierda, viniendo de Torrejón, atacó Griñón. Los tanques precedían a la infantería. Cuando llegaron a los accesos, hicimos lo que estaba en nuestras manos para contenerlos. Combatieron hasta los enlaces y telefonistas, pero todo en vano. Era cuestión de minutos -y eso porque venían muy lentos- el corte de Griñón. Mi decisión fue unirme a los míos. Cuando se produjo el corte, quedé dentro con mis soldados, como era mi deber y mi sentimiento. Defendiéndonos desde dentro, con el frente invertido, organicé la salida de nuestras fuerzas (…) Personalmente, éste fue quizas el periodo de la guerra en el que trabajé más agotadoramente. Mis funciones de jefe de la columna tenía que compartirlas con todas las correspondientes al Estado Mayor. Y esto duró hasta que fui herido. Al finalizar los combates, reunía a todos los jefes de las unidades para examinar las incidencias de la jornada, puntualizar la situación exacta de las fuerzas y fijarles sus misiones respectivas. Luego tenía que ocuparme de asegurar los servicios, despachando con cada uno por separado. Todos los días, al anochecer, venía a verme el comandante García "el Barbas", jefe del servicio de municionamiento del Quinto, que traía la comida y las municiones. En las jornadas difíciles, los muchachos comían caliente una vez al día, por lo menos. Yo había aprendido esto en los manuales, pero quienes me lo enseñaron en la práctica fueron los campesinos serranos de Navacerrada. De hecho, pasaba noche tras noche en vela. Sólo descabezaba un sueño sobre la mesa cuando podía. Con las primeras luces de cada día, salíamos para la primera línea. En el curso de la jornada, mi puesto era el lugar que me permitía seguir de cerca e influir en la marcha del combate, costumbre que mantuve desde el principio de la guerra hasta el fin. (…) En las postrimerías de octubre, el Ejército del Tajo tenía concentrados sus efectivos principales en este sector y lanzó una potente ofensiva, apoyada por numerosa aviación, tanques y artillería, que fue el signo genérico de los combates de dicho mes (…). El 2 de noviembre (no estoy seguro de la fecha, que pudo ser el 1 o el 3), uno de los ataques enemigos, que siempre comenzaban al amanecer, apoyados por tanques nazis, sobre la carretera donde nos encontrábamos, fue rechazado en sus primeros momentos, pero nos permitió ver que anunciaba un ataque general.
Cuatro bombas de mano Los tanques avanzaban por la carretera. Efectivos de un Tabor de Regulares indígenas se desplegaron con todas las de la ley en frente estrecho. Avanzaban como en un ejercicio táctico. Nuestra gente los miraba serena, sin pestañear. Tenía una confianza absoluta en los chavales servidores de los tres fusiles ametralladores, a los que contuve para que no se descubrieran antes de tiempo. Esa era mi carta de triunfo principal. Era la primera vez que iba a emplearlos en el combate. Veía que estaban emocionados. Eran jóvenes, ellos y los demás, arrancados del taller, del campo, de la escuela. Enfrente tenían a matones profesionales, mercenarios. Ya estaban a una distancia relativamente corta. Los demás abrieron fuego, tiraban a discreción, pero el enemigo seguía progresando, sin bajas. Por la carretera avanzaban los tanques. Llegó un momento en que tenía sobre mí las miradas de todos, en muda interrogación, atrozmente expresiva, pero límpida. Y tuve que repetir lo hecho ya en otras ocasiones. Les aconsejé: -Juntad cuatro bombas de mano, amarradlas entre sí, deslizaos por el regato y esperad la llegada de los tanques para ponérselas debajo. Tomé el fusil de uno, les mostré el blanco que elegí -un oficial- y disparé, haciendo diana, todo un peine. Algunos muchachos se pusieron en pie y probaron. Hicieron algún blanco. Se comunicaban sus éxitos entre sí. El enemigo estaba cerca, pero ya no se movía con la soltura de antes. Cuando intentó levantarse, los tres fusiles ametralladores entraron en acción escalonadamente, cumpliendo su misión. Pero mi admiración y toda mi atención la conquistaron los chavales que habían respondido a mi llamada. Con pasmosa naturalidad, recogieron las bombas a sus compañeros, las ataron con una aplicación que superaba mis consejos y se situaron al acecho de los tanques. ¡Heroicos chavales de la JSU, con qué emoción los seguía! La intensidad del fuego enemigo aumentó. Pero ya se había acabado el ejercicio táctico. Los atacantes tuvieron que pegarse al suelo y evacuar sus bajas. Todo anunciaba el fracaso del ataque. Cuando disfrutábamos del cambio de situación, sentí como una picadura de fuego que me entraba por el costado derecho, a la altura de la cintura, me cruzaba y se incrustaba en el hueso contrario, derribándome de golpe. La pierna izquierda se me contrajo. Los muchachos vinieron a decirme, uno tras otro, una frase de aliento, a darme un abrazo. Algunos me besaron. En mi larga vida he sentido emociones diversas. La de aquel día es incomparable. Me retiraron en camilla. Al marchar, designe jefe de la columna al teniente coronel Carrasco. En el puesto sanitario, situado en Fuenlabrada, el médico se declaró impotente para operarme y decidió enviarme a Madrid. En el coche de Manuel Bragado, fundador del Thaelmann, me evacuaron al Hospital Obrero. Ahora la cosa era seria. |
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