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15 de noviembre del 2005 |
Calidad del aire es calidad de vida
Wilfredo Ardito Vega
Todos los habitantes del Callejón de Huaylas son testigos de la paulatina, pero inexorable, disminución de los nevados por efecto del calentamiento global. Las consecuencias de este fenómeno son cada vez más intensas, desde los sucesivos huracanes surgidos en el Caribe, hasta la disminución sin precedentes del caudal del Amazonas, pasando por el incendio forestal que por varias semanas afectó a millares de asháninkas en Satipo, en medio de la indiferencia del resto del país. Los seres humanos hemos logrado alterar el clima del planeta a través de las emisiones de gases contaminantes. En el Perú, además, el problema es más grave por la falta de conciencia al respecto, aún entre personas educadas o progresistas. Debido especialmente a los vehículos automotores, quienes vivimos en las ciudades respiramos monóxido de carbono, plomo y otros compuestos químicos en cantidades excesivas para seres humanos. En Lima, la situación se agrava durante aquellos días en que un techo de nubes impide a las emanaciones de más de un millón de vehículos dispersarse en la atmósfera, aumentando así la incidencia de asma y otras enfermedades respiratorias. La contaminación ambiental no es una consecuencia inevitable de la vida urbana o el desarrollo industrial. De hecho, los países más desarrollados tienen una calidad de aire mucho mejor que la nuestra. En otras capitales latinoamericanas, como Santiago de Chile o Ciudad de México, los niveles de contaminación son medidos por las autoridades, que informan a la población permanentemente. Los ciudadanos saben cuáles son las áreas más contaminadas y las horas más peligrosas. Al superarse determinados límites, se proclama una "alerta ambiental", las clases escolares se suspenden y las personas con problemas respiratorios deben permanecer en sus hogares. En el Perú todavía esta pendiente, por ejemplo, reducir la presencia de azufre en el combustible diesel, usado por el transporte público (actualmente se permite una proporción 20 veces mayor que en los países vecinos). En realidad, aún esperamos que la Policía Nacional ponga interés en aplicar las multas vigentes a los vehículos contaminantes (330 soles) que, además, deberían ser inmediatamente internados en el depósito, para que no sigan envenenando al prójimo. Sin embargo, todo propietario consciente debería, por su propia iniciativa, hacer revisar su vehículo, para disminuir los efectos nocivos. Se puede cambiar el vehículo a gas natural (mucho menos costoso que la gasolina y menos contaminante) o trasladar el tubo de escape al lado izquierdo. De esta última forma, se evita que los humos caigan directamente a los peatones, afectando sobre todo a los niños pequeños. Por la salud de ellos, y no sólo porque el Reglamento lo dispone (con 66 soles de multa), los conductores deberían acudir a su taller de confianza para solicitar esta modificación. Un problema adicional es que los peruanos que tenemos a nuestro alcance usar taxis o vehículos particulares (continuos emisores de monóxido de carbono), lo hacemos exageradamente. En los países desarrollados, el transporte público no es ningún signo de decadencia social y muchas personas, además, asumen como un compromiso ecológico, movilizarse sin generar contaminación por algunos días a la semana. En las ciudades de Holanda o el centro de Italia, cientos de oficinistas van a su trabajo en bicicleta. Si los arequipeños o los piuranos los imitaran, sus hermosas ciudades no serían tan caóticas y ruidosas. Además de disminuir la contaminación, caminar al menos media hora diaria es una actividad muy saludable (a propósito, ¿usted cuánto piensa caminar hoy?). Las vías exclusivas para peatones son una forma barata de reducir la contaminación urbana y generar espacios para la convivencia social. Los peruanos suelen respaldar estas iniciativas, desde las nuevas vías peatonales de Ayacucho, hasta la calle Pizarro en Trujillo, cerrada a los vehículos por algunas horas al día. Sin embargo, en muchos lugares, estos espacios públicos siguen siendo una necesidad imperiosa. Hasta que los ciudadanos y las autoridades se decidan a enfrentar la contaminación del aire, los niños y las personas más delicadas o expuestas, podrían protegerse con una mascarilla. Entre quienes sin duda tienen sus pulmones en riesgo, se encuentran las mujeres policías que dirigen el tránsito. Debería ser obligatorio proporcionarles dichas mascarillas, pero los diversos Directores Nacionales de la Policía y Ministros del Interior, han mostrado una permanente insensibilidad al respecto. Acaso confían en que ellas nunca los demandarán ni tomarán medidas para exigir condiciones de trabajo dignas. No deberían confiarse tanto: e xisten varios precedentes de peruanos que se han organizado para luchar exitosamente contra la contaminación. Los activistas de Greenpeace señalan que en este empeño se debe pensar a nivel global (en el cambio climático, por ejemplo) pero actuar a nivel local, de manera concreta. Ese es el reto para quienes deseamos vivir en un mundo donde todos vivamos y respiremos mejor. |
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