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11 de noviembre del 2005 |
La Insignia, noviembre del 2005.
Introducción
El crecimiento mundial del comercio exterior ha sido en promedio ampliamente más elevado que el del PIB mundial estos treinta últimos años. La idea de establecer una relación de causalidad entre el crecimiento del uno y del otro se viene naturalmente a la mente. Yendo más lejos, numerosos economistas consideran que el único medio de aumentar la tasa de crecimiento del PIB es dejar al mercado operar libremente una asignación óptima de los recursos de cada país gracias al libre comercio. Ciertos economistas (2) consideran (además) que la apertura de las economías, a consecuencia de la adopción de una política de libre comercio reconociendo las virtudes del mercado, debería conducir a los países fuertemente dotados de trabajo no cualificado y de poco capital a especializarse en la producción y exportación de productos manufacturados labour using. La apertura de una economía no significa necesariamente el reconocimiento de las virtudes de las leyes del mercado. Es a menudo el resultado de una política deliberada del Estado: subvenciones a la exportación, políticas de tasa de interés selectiva, proteccionismo temporal y selectivo, expresión de una política industrial activa han caracterizado los modos y las secuencias de la apertura de los principales países asiáticos estos cuarenta últimos años (Lall, 2004, y anexo) y más particularmente en China estos veinticinco últimos años. Se sabe también que la apertura de las economías produce sobre todo especializaciones intrasectoriales, bien distantes de las especializaciones intersectoriales, fundadas sobre las dotaciones relativas de los factores de producción. Los países que permanecen especializados en productos primarios, agrícolas y mineros, son hoy marginados del comercio internacional, a menos que procedan a una "industrialización" de su agricultura desarrollando una agroindustria que utilice técnicas de punta, tanto al nivel de los inputs como de los bienes de equipamiento (Chile, Argentina por ejemplo). La estructura del comercio internacional de los países en vías de desarrollo se ha visto profundamente transformada desde hace un poco más de dos décadas. En 1980, el 25 % de las exportaciones de estas economías se basaban en productos manufacturados, en 1998, este porcentaje asciende al 80 % y después continúa creciendo (Banco Mundial, 2004, p. 45). Estos países, poco numerosos, orientan pues sus exportaciones hacia productos manufacturados. China ofrece un claro ejemplo de esta orientación. Los otros, los países menos avanzados, son cada vez más marginados en el comercio internacional. Esta nueva orientación no corresponde pues a una especialización de acuerdo con los "cánones" de la teoría pura del comercio internacional". Como siempre, la realidad es sin embargo más compleja de lo que parece. Las economías asiáticas devenidas emergentes han podido, por ejemplo, beneficiarse de "ventajas" vinculadas a las dotaciones relativas de factores (mano de obra barata y poco protegida esencialmente), pero de una parte, estas son ventajas en costos absolutos de tipo smithiano (3), y de otra parte sólo para mejor crearse nuevas "ventajas" más atractivas. El precio de su mano de obra a menudo les ha permitido obtener así ventajas absolutas sobre un número muy restringido de productos, cuando existía un espectro de técnicas que permitían utilizar combinaciones productivas poco intensas en capital sustituibles por combinaciones intensivas en capital y permitiendo una rentabilidad superior. Y es a partir de esta ventaja que pudieron, gracias a una política industrial activa, flexibilizar su aparato de producción hacia la producción de productos que requieren aun más capital, trabajo cualificado, teniendo una elasticidad renta mayor. Sea en el caso de Corea, Taiwan, Brasil o China, se puede observar este movimiento hacia una tecnificación acrecentada como acabamos de destacar y esto a pesar del coste aún escaso de su mano de obra. La verdadera "amenaza" para los países desarrollados, a un plazo más o menos cercano, no es que estos países se especialicen en productos intensivos en mano de obra poco cualificada ( labour using ) como lo hacen al principio, sino que compitan a largo plazo con las empresas localizadas en estos países sobre productos de alta tecnología, intensivos en capital, utilizando una mano de obra cualificada y escasamente remunerada (4). A partir de un apoyo directo e indirecto importante del Estado, el crecimiento de China se efectúa con la ayuda de un doble proceso de acumulación primitiva: el primero en el sentido de Marx, destinado a superexplotar la emigración del campo hacia las ciudades, imponiendo una "gestión libre de su fuerza de trabajo"; el segundo, nuevo, original, consiste en sacar provecho de ganancias obtenidas en las empresas que utilizan mucha mano de obra escasamente remunerada para invertir en sectores de tecnología más sofisticada (5) y que utiliza una mano de obra más cualificada, mejor remunerada que la que no cualificada, pero recibiendo rentas muy bajas comparadas con las que rigen en las economías semiindustrializadas. Una apuesta sobre nuevas estructuras China se exhibe hoy como ejemplo a los países en vías de desarrollo como el país que, gracias a la recobrada confianza en las leyes del mercado, ha conocido un muy fuerte crecimiento estos veinticinco últimos años. Limitándose a los quince últimos años, se observa que el crecimiento de su producto interior bruto real de 1990 a 1994 fue de 12,4 % al año (10,7 % per cápita), de 8,3 % de 1995 a 1999 (7,3 % per cápita) según el Banco Mundial, el 8,5 % de 1995 al 2003 según el BRI con un pico de 9,5 % en el 2004 y una tasa probablemente equivalente en el 2005 con una inflación despreciable desde 1997. El PIB per cápita chino, medido a tipo de cambio constante, comparado con el de los países del G-7 (EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y el Reino Unido) pasó de un poco menos de 1 % en 1960 al 2,5 % en 2000, mientras que declinó fuertemente para América latina, pasando del 18 % al 12 % entre las mismas fechas (Palma, 2004, p. 7). El PIB por habitante se eleva a un poco más de 1.000 dólares (1.096 exactamente) en el año 2003, lo que, calculado en dólares de paridad de poder adquisitivo, se traduce en un PIB per cápita de 5.486 dólares PPA (Mc Kinsey, 2004). Por oposición, los otros países asiáticos conocieron tasas de crecimiento menores y sobre todo más volátiles, habiendo sufrido algunos una crisis profunda a fines de los años noventa. En cuanto a las economías latinoamericanas, parecen estar comprometidas en un estancamiento (2 % de crecimiento entre 1995 y 2003), particularmente volátil, del que se empeñan en salir de manera duradera. La experiencia china podría pues nutrir un cierto optimismo, pero no obstante con serios "bemoles". La pobreza, por cierto, disminuyó fuertemente, pasando de 50 % en 1980 a 10 % en 1996 por término medio, pero después se estanca en este nivel a pesar del mantenimiento de un crecimiento muy elevado (6). Las razones de esta incapacidad de reducir más la pobreza son muy simples: el "socialismo de mercado" es particularmente excluyente. El índice de Gini, indicador de desigualdad, estaba en 28 % en 1981 y se sitúa en 45 % en 2001, aumentando por término medio un 2 % anual de 1990 a 2001 según las estimaciones del Banco Mundial (2005), lo que es considerable y se torna inquietante (7). En la historia del capitalismo esta progresión de más de 50 % de las desigualdades en 20 años constituye un récord.
Notas
(1) Profesor, miembro del cepn-cnrs, Director científico de la revista Tiers Monde. Correo electrónico: salama@seg.univ-paris13.fr Página: http://perso.wanadoo.fr/pierre.salama/ |
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