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10 de mayo del 2005 |
El cortejo del miedo y la intolerancia
La República. Perú, marzo del 2005.
Estimado Mirko Lauer:
Justo antes de concluir mi período como embajador de Estados Unidos en Perú, en julio de 1999, pronuncié un discurso en que especulaba acerca de qué tipo de país sería en el futuro. Lo hice en el contexto de qué encontraría mi pequeña hija en diez o veinte años, cuando volviera al país en que había nacido. Los latinoamericanos seguramente comparten esa incertidumbre al mirar hacia el norte con una mezcla de admiración y envidia, esperanza y temor. El poder de la economía, así como la influencia militar y política de EEUU afecta a todos. Y a la vez no se me ocurre un tiempo en que los EEUU hayan sido una fuerza menos positiva en el mundo. No solo está mi país más autoabsorbido por haber descubierto que también él puede ser víctima del terrorismo. Cuando decide usar su poder en el exterior, suele ser por las razones equivocadas. Esto ha sucedido porque la política exterior de los EEUU ahora está en buena medida determinada por la política interna. La única superpotencia del mundo piensa que no sólo es innecesario tomar en serio la opinión del resto del mundo, sino que ni siquiera necesita saber cuál es esa opinión. En el curso de esa transformación los EEUU han adquirido los peores rasgos de un país del tercer mundo. De cualquier país del tercer mundo, y ciertamente no de Perú, sino los rasgos de un país cuyas instituciones son tan débiles como su economía. En un país así, el gobierno solo sirve a aquellos que pueden comprar influencia. El presidente da hermosos discursos con nobles frases que no quieren decir nada y jamás se traducen en acciones que ayuden a quienes lo precisan. El Congreso es un club de debates para políticos profesionales que miden cada iniciativa legislativa con la vara de su interés partidario antes que el del país. El sistema judicial sirve a quienes se pueden permitir la justicia y cuando los jueces intentan defender el bien común sus vidas se ven amenazadas. Los medios son un negocio en que la carrera del periodista y su tajada del mercado significa más que la verdad en sus historias. Pero por encima de todo, ese país tiene una religión dominante que también domina a su política. Los teócratas extienden su influencia hacia el dominio público de la certeza santurrona. Ofrecen proteger a la gente frente al cambio mediante el retorno a un pasado idealizado que jamás existió. Despotrican contra la modernidad y califican a los discrepantes como gente sin dios, cuando no traidora. Y muchos escuchan su llamado porque los líderes religiosos son muy duchos en lo de crear un cuerpo de seguidores políticos mediante el cortejo del miedo y de la intolerancia. Espero que ese no sea tu país. Es en lo que se ha convertido el mío. Un saludo. |
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