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7 de marzo del 2005 |
La Insignia. EEUU, marzo del 2005.
Es increíble cómo se entremezcla la información entre los bandos en pugna. La lucha parece desarrollarse entre partes enfrentadas de un mismo cerebro o entre contendientes que muestran sus cartas. La crueldad ya natural, mechada de estupidez, se pone en juego como muestra de poder a futuro.
Los estadounidenses usan armas prohibidas que derriten los cuerpos y la tortura como sistema. Es fácil imaginarse a los soldaditos mascando chicle aromático, mientras emboscan a la periodista italiana y descargan sus ráfagas de plomo sobre el auto que acerca a la ex rehén al aeropuerto. Por otro lado, un alto agente italiano -en definitiva un funcionario a las órdenes de una de las potencias invasoras, con un gobernante capomafia- se convierte, de pronto, en ángel de la guarda, cariñoso y querible. A medida que se abren los pliegues del horror, se divisa más cerca la verdad. Cuando por fin se haga la luz, la Tierra estará siendo, tal vez, abrazada por sustancias memoriosas de un volcán imparable. Un tsunami planetario, llameante y provocado. Quizá pase que dios existe y está decidiendo que el mundo era un ensayo inútil de Justicia cuya chance se está agotando. Él, tal vez, siempre lo supo; pero quería descartar a la suerte como posibilidad. Y, ahora, tras un chispazo, está bajando la manivela hacia la noche eterna. A nosotros se nos hace largo, porque en comparación somos pequeños y vemos la vorágine por dentro. |
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