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22 de marzo del 2005 |
José Santamarta Flórez (*)
El agua es un elemento que emborracha, en palabras de un presidente autonómico. Podemos pasar varios días sin comer, pero un par de días sin agua nos ocasionaría la muerte. Nuestro cuerpo, en gran parte, sólo es agua. Y como tantas cosas importantes, sólo percibimos su importancia cuando nos falta. El agua es el recurso más importante, por encima de la energía o los minerales, y causa de conflictos cada vez más graves, dado que el 40% de la población ya vive en zonas de escasez, y el porcentaje aumenta cada año. El agua enfrenta a Israel con los palestinos y sus vecinos árabes, a Egipto con Sudán y Etiopía, a Turquía con Siria e Irak. Pero no hay que irse muy lejos para ver el papel del agua en los conflictos del presente y del futuro. Aquí mismo tenemos nuestras propias guerras del agua, como muestran las polémicas en torno al trasvase del Ebro, del Tajo-Segura o del Júcar-Vinalopó. Todos quieren disfrutar del agua, para abastecimiento urbano, regadíos, usos industriales o campos de golf, y todos quieren pagar lo menos posible. Las necesidades son infinitas, pero el recurso es escaso. ¿Cuánta agua es suficiente? ¿Quién pone límites y raciona la escasez? España -y Galicia en particular-, vive la peor sequía de la última década. ¿Cambio climático o episodio natural? Probablemente es pronto para decirlo, pero lo cierto es que sufrimos el año más seco desde hace una década. Hoy se requiere una nueva política del agua, que garantice más equidad, más eficiencia y más sostenibilidad, aprovechando las mejores tecnologías disponibles, y potenciando la participación y la corresponsabilidad de los ciudadanos para combatir el despilfarro, la especulación, la insuficiencia y la contaminación del agua. La nueva política del agua debe dar prioridad a la gestión de la demanda, frente al enfoque tradicional basado sólo en la oferta de nuevas infraestructuras hidráulicas, como embalses y trasvases que, si son necesarias, deberán ejecutarse analizando sus costes, viabilidad e impacto sobre el medio ambiente. La desalinización y la reutilización son algunas de las tecnologías a potenciar cada vez más, teniendo en cuenta los efectos del cambio climático sobre la disponibilidad de recursos hídricos continentales; pero lo prioritario es optimizar el uso del agua, mediante la modernización de los regadíos, la mejora de la calidad del agua y el fomento de la eficiencia en el uso de los actuales sistemas hídricos superficiales y subterráneos, reduciendo las importantes pérdidas en las redes de distribución. En tiempos de escasez hay que hacer más con menos, y eso es precisamente lo que se llama eficiencia, que debería ser una realidad, llueva o no llueva. La nueva Directiva Marco de la Unión Europea nos obligará también a mejorar la calidad, sin olvidar el importante papel del agua en la conservación de ecosistemas. La repercusión de los costes de las infraestructuras en los usuarios, aunque no agrade a los afectados, acostumbrados a que el Estado (es decir, todos) corriese con los gastos e inversiones, servirá sin duda para consumir agua con más eficiencia. (*) Director de World Watch. |
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