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26 de marzo del 2005 |
Primera parte Ciencia y periodismo científico en Iberoamérica
La Insignia. España, marzo del 2005.
«Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad,
a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.» -Declaración Universal de Derechos Humanos, artículo 27- Voy a empezar con una especie de silogismo. Si la ciencia y la tecnología tienen una influencia creciente y decisiva en nuestra vida cotidiana, y si los medios de comunicación deben reflejar e informar sobre esta vida cotidiana, parece que la conclusión es clara: el periodismo científico está llamado a ser una de las estrellas informativas del milenio en el que acabamos de entrar, una de las especialidades informativas de nuestro tiempo más cargadas de contenido y... de emoción, porque comunican todos los descubrimientos que están cambiando las vidas y la estructura social de una parte de la humanidad. Gracias a los avances del conocimiento, muchos millones de personas viven en unos niveles de salud y bienestar que hace sólo un siglo, o menos aún, solamente podían ser alcanzados por los poderosos de la Tierra. Pero ni los conocimientos, ni la cultura, ni el bienestar, ni la riqueza, ni la información, están distribuidos equitativamente. La mitad de la población mundial vive todavía sometida a las antiguas y penosas servidumbres de la inseguridad, la pobreza y la ignorancia. Hacer partícipe a la mayoría de los descubrimientos de la minoría, en un ejercicio plenamente democrático, nos impone a los divulgadores, seamos periodistas o no, una serie de obligaciones, la primera de las cuales es tratar de crear una conciencia pública sobre el valor de la ciencia en nuestro tiempo. El periodismo científico es un instrumento para la democracia, porque facilita a todos el conocimiento para poder opinar sobre los avances de la ciencia, y compartir con los políticos y los científicos la capacidad de tomar decisiones en las graves cuestiones que el desarrollo científico y tecnológico nos plantea: el uso racional de los recursos naturales, el aprovechamiento no comercial de los resultados de la investigación privada, los problemas éticos y jurídicos que plantean el conocimiento del genoma humano, Internet y tantas otras conquistas científicas y tecnológicas de nuestro tiempo. En resumen, se trata de poner lo más noble del espíritu humano, el conocimiento, al servicio del individuo y de la sociedad, para evitar que se repita la historia y que el progreso beneficie exclusivamente a las minorías. El periodismo científico tiene la obligación social de hacer lo posible y lo imposible, por que la ciencia y la tecnología no sirvan sólo para el enriquecimiento cultural y el beneficio práctico de algunas naciones o ciertas sociedades privilegiadas. Por el momento, ni los políticos, ni la generalidad de los docentes, ni de los propietarios de los medios informativos, tienen la sensibilidad de ver la divulgación de la ciencia y la tecnología como un reto de nuestro tiempo. No sé qué porcentaje de las universidades ofrecen la enseñanza del periodismo científico, y ello me hace temer si nuestras facultades de Ciencias de la Información estarán preparando periodistas no para el siglo XXI, sino para el siglo XIX. Hay ejemplos de interés social por la divulgación en nuestra propia comunidad de naciones y concretamente en México, donde este tema está presente en todas las universidades del país, en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y hasta en los gobiernos de los Estados que constituyen la Unión Mexicana. Ellos hablan, con más propiedad que los países industrializados, de divulgación (la Universidad Nacional Autónoma de México tiene un servicio que no he visto en ningún otro país: una Dirección General de Divulgación de la Ciencia), pero la verdad es que la expresión "periodismo científico" está acuñada en las sociedades más desarrolladas y en los organismos internacionales, y sería muy difícil cambiarla. La era científica Estamos en la Era de la Ciencia y, por tanto, el reflejo de la actualidad científica y tecnológica en los medios informativos es, o debería ser, la gran noticia, la explicación diaria del Universo, el instrumento de participación de la gente en esta singular aventura de la especie humana que es el conocimiento científico y sus aplicaciones técnicas. Hay que tener presentes los nuevos y espectaculares progresos sobre cosmología, nanotecnología y miniaturización en general, y los avances prodigiosos en el transporte, la telecomunicación, la medicina y los nuevos materiales, que convierten a este tipo de informaciones en una sugestiva -y a veces divertida o escalofriante- caja de sorpresas. En lo que se refiere al periodismo científico, los problemas y las necesidades en América Latina y en España son graves, y nos parece que el PC no contribuye hoy a satisfacer las necesidades básicas de nuestros países, en orden a la educación permanente y a la participación de los pueblos en el quehacer científico y en la toma de decisiones. Por una parte, las poblaciones no satisfacen su derecho a ser informadas sobre aspectos tan decisivos para su vida cotidiana y para su futuro y el de sus descendientes. Por otra, faltan debates públicos sobre estos temas y una actitud crítica de los ciudadanos ante las prioridades en la inversión pública en ciencia y tecnología. Aportaciones iberoamericanas al periodismo científico En Iberoamérica se empezó en los años 60 y las ocasiones perdidas se pueden señalar con las iniciales de sus instituciones: OEA, CIESPAL, CIMPEC, SECAB. Empezó la OEA (Organización de los Estados Americanos) con un seminario en Santiago de Chile y después con el primer curso internacional de periodismo científico (Quito, 1965) en esa parte del continente, a cargo de CIESPAL (Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina) y OEA. En 1969 un grupo de expertos de Europa y América, convocados por el ministerio colombiano de Educación, creamos CIMPEC (Centro Interamericano para la Producción de Material Educativo y Científico para la Prensa). La tarea realizada por esta institución merece el reconocimiento no sólo de los divulgadores científicos de habla española y portuguesa, sino de todos los ciudadanos. Quienes lo dejaron morir, tanto en la OEA como en Colombia, demostraron una grave ausencia de sensibilidad sobre una de las misiones más importantes de nuestro tiempo: hacer que los resultados de la investigación científica sean compartidos por el pueblo. Josué Muñoz Quevedo, fundador -y director de CIMPEC hasta su muerte- describió en varias ocasiones (congresos y reuniones de periodismo científico y publicaciones como la revista brasileña Comunicaçao & Sociedade) la experiencia de CIMPEC en la divulgación científica en Iberoamérica (Nº 7, 1982). Nos queda mucho por decir, pero desearía formular una invitación. Para científicos, docentes y comunicadores de América Latina, profesionalizar la divulgación científica constituye una innegable urgencia. La primera demanda es apuntalar la formación de comunicadores, procedentes de cualquier disciplina, que asuman esta "delegación social de tareas" y, consecuentemente, el compromiso/contrato social en ella implicada. En ciertos países del subcontinente, como la Argentina, nos enfrentamos -afirma la profesora Amalia B. Dellamea- con una tarea adicional: crear interés en los comunicadores en un área de conocimientos central para la vida comunitaria de este fin de siglo, y más aún del siglo entrante. (Chasqui, Nº 55. Quito, septiembre de 1996). En América Latina, la eclosión del PC en el siglo XX no ha constituido ningún corte radical con lo anterior, ya que los primeros periódicos, en el siglo XVIII, difundían nociones e informaciones científicas. Pero el PC no contribuye hoy a satisfacer las necesidades básicas de los países, en orden a la educación permanente y a la participación de los pueblos en el quehacer científico y en la toma de decisiones. Las poblaciones no satisfacen su derecho a ser informadas sobre aspectos tan decisivos para su vida cotidiana y para su futuro y el de sus descendientes. Y faltan un debate público sobre estos temas y una actitud crítica de los ciudadanos ante las prioridades en la inversión pública en ciencia y tecnología. Hace algo más de un cuarto de siglo, el panorama de la divulgación científica en América Latina era desalentador. Según un estudio de CIESPAL, de los 78 principales diarios investigados, solamente cinco publicaban con regularidad artículos de divulgación científica y trece de ellos no insertaban ningún tipo de material educativo ni científico. En 1985, Josué Muñoz Quevedo (fundador de CIMPEC) señalaba que no existía en Iberoamérica "un diario, una estación de radio o un canal de televisión que no incluyera, al menos una vez por semana, alguna información científica o tecnológica". En los mismos años 60, en que las escuelas de periodismo de los Estados Unidos empezaban a dar cursos de periodismo científico, se manifestó en Iberoamérica una cierta sensibilidad por estas cuestiones. En 1962 se celebró un primer seminario en Santiago de Chile y en 1965, tres personas un norteamericano, un chileno y yo dimos el primer curso de esta especialidad en países de habla española. Estuvo patrocinado por CIESPAL, que después organizó otros cursos, y actualmente mantiene el interés por el tema a través de la revista Chasqui. El Convenio Andrés Bello y la Fundación Konrad Adenauer han publicado dos libros sobre estos asuntos: Periodismo científico en los países del Convenio Andrés Bello (Bogotá, diciembre de 1986) y El periodista científico toca la puerta del siglo XXI (Bogotá, 1988). Con ello, han prestado un servicio importantísimo al periodismo científico, de tanta trascendencia para Iberoamérica. Se completa así la escasa bibliografía en castellano sobre este tema, que algunos de nosotros iniciamos hace muchos años y que cuenta con la publicación del Manual de periodismo educativo y científico (CIMPEC OEA, Bogotá, 1974), reeditado por CIESPAL. Es una pena que una buena parte de esta obra no se haya completado y que se haya olvidado la frase de Martí: "Los países de América del Sur, que carecen de instrumentos de labor y de métodos productores rápidos, experimentados y científicos, necesitan saber qué son y cuánto cuestan, y cuánto trabajo ahorran, y dónde se venden los utensilios que en esta tierra pujante y febril han violentado la fuerza de la tierra y llevado a punto de perfección el laboreo y transformación de sus productos...". Hace algo más de cien años de la frase de Martí y estos propósitos no se han cumplido aún en nuestros países. En su ponencia al I Congreso Nacional de Periodismo Científico (Madrid, 1990), el Dr. Julio Abramczyk recordaba el panorama desalentador del periodismo científico en Iberoamérica hacía veinte años y lo comparaba con la situación posterior, que, sin ser óptima, supuso importantes avances sobre el estado anterior de la divulgación de la ciencia en nuestros países. En este sentido, las aportaciones teóricas de Iberoamérica son no abundantes pero sí valiosas. Puedo citar -y no quisiera olvidarme de nadie- los trabajos de los argentinos Jacobo Brailovsky, Enrique Bellocopitow, Martín F. Yriart y Diana Cazaux; los brasileños José Reis, Julio Abramczyk, José Marques de Melo, Wilson da Costa Bueno, Glória Kreinz y otros; los colombianos Josué Muñoz Quevedo, Antonio Cacua Prada y Lisbeth Fog; los mexicanos Luis Estrada, Roger Bartra, Aaron Albourek, Carlos López Beltrán, Ana Mª Sánchez Monje, Fernando del Río y algunos otros congregados en torno de la revista Naturaleza, desgraciadamente desaparecida, junto con el fundador de la Asociación Mexicana, ingeniero Javier Vega Cisneros, el nicaragüense Eduardo Matus; los chilenos Eduardo Latorre, Sergio Prenafeta, Daniel Corrales y Manuel Ortiz-Veas; los peruanos Tomás Unger y Juan Vicente Requejo; los uruguayos Aquiles Silveira y José Luis Vera, y los venezolanos Arístides Bastidas, de memoria permanente, Marcel Roche, Luis Moreno Gómez, Argelia Ferrer y otros.
Notas
(*) Manuel Calvo Hernando, escritor y periodista, es secretario general de la Asociación Iberoamericana de Periodismo Científico y director de la AEPC. |
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