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La insignia
4 de junio del 2005


A fuego lento

Vivir el instante


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2005.


A estas alturas de la comercialización del esoterismo por parte de la moda New Age, a nadie le es extraña la idea de que hay que vivir el presente sin preocuparse del pasado ni del futuro. Ocurre sin embargo que, de acuerdo a las modas intelectuales consumistas, "vivir el presente" suele entenderse como un ejercicio hedonista del instante, sin comprender su naturaleza y mucho menos responsabilizarse de sus consecuencias. Tiene que ser así para que la idea sea mercadeable, es decir, para que seduzca a un consumidor disciplinado cuya orgullosa identidad gira en torno a su capacidad de compra, y a quien esta especie de absolución de la responsabilidad le resulta más apetecible mientras más antigüedad, sabiduría y autoridad oriental le adjudica la publicidad y el mercadeo de productos "espirituales".

La enseñanza de vivir el presente consiste en realidad en tomar plena conciencia de sí durante el instante de marras; todo, con la finalidad de conocerse, de entrar en contacto con la naturaleza de uno mismo, más allá de las falsas imágenes que de nosotros nos hemos ido forjando a lo largo de una vida pautada por normas civilizatorias basadas en el ejercicio de la hipocresía como norma y condición de la convivencia pacífica y de los valores sociales "buenos".

El valor simbólico de la historia de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por volver a ver atrás, radica en que Lot sí practicó el "vivir el instante" sin aferrarse a su condición de vida previa ni a sus expectativas futuras, mientras que su mujer no pudo o no quiso hacerlo. Lo cual implica que, para Lot, sólo era posible remontar su estado de ser si entre lo que dejaba atrás se contaba también a su esposa. Este es un caso que ilustra el hecho de que no todos los matrimonios son salvables ni vale la pena esforzarse por salvarlos todos sólo porque son matrimonios. Hay algunos que son genuinos infiernos, y quizá así haya sido el de Lot. Lo mismo puede decirse de todas las instituciones sancionadas por los poderes que mediante las mismas ejercen control poblacional y territorial sobre los conglomerados que dominan.

En un extraño aforismo de Cioran (extraño por moralizante), queda expresado el sentido profundo de vivir el presente sin más. Dice así:

"No mires hacia atrás ni hacia delante, mira en ti sin temor ni nostalgia. Nadie desciende en sí mismo mientras permanezca esclavo del pasado o del futuro".

A esto se refería la inscripción en el oráculo de Delfos, tan querida de Sócrates, "Conócete a ti mismo". Es decir, desciende en ti prescindiendo de ocupar tu mente en el pasado (tu anterior estado de ser) y en el futuro (una condición que todavía desconoces), y no te ocupes por conocer el mundo si no llegas a conocerte a ti.

Atreverse a permanecer en el vértigo del presente absoluto es el reto de quien quiera entrar en contacto con su propio laberinto. Suspender el tiempo y el espacio en la conciencia plena del instante presente (lo cual equivale a experimentar la eternidad) observándonos sin juzgarnos, es la hazaña que todas las enseñanzas esotéricas, los libros sagrados y los mitos de origen proponen al iniciado.

La experiencia hedonista del instante no tiene, pues, nada que ver con la idea original de experimentar la conciencia del presente, de nuestro presente. Entre una concepción y la otra media una distancia tan grande como la que va de la tierra al cielo. La primera es adoptada por quienes no se atreven a sacrificar su sufrimiento y se parecen a la mujer de Lot. La otra es asumida por quienes de hecho son capaces de destruir lo que les impide volar hacia un estadio superior de su ser, aunque ese impedimento forme parte (y así suele ser) de ellos mismos. Por eso también ha sido dicho: "Si tu mano derecha te escandalizare, córtala y lánzala lejos de ti". Con mayor razón, pienso yo que pensó Lot, si se trata de tu media naranja. Eso imagino que se dijo así mismo este hombre extraordinario en medio del caos y la destrucción que dejaba tras de sí, caminando con el paso más firme y regocijado que había experimentado en su vida.


(*) También publicado en A fuego lento



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