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La insignia
16 de julio del 2005


G-8: Un acuerdo demasiado corto


Xavier Caño
CCS. España, julio del 2005.


El relator de la ONU para el Derecho a Alimentación, Jean Ziegler, ha advertido de que la falta de alimentos en Níger (África central sahariana) llevará a la hambruna a más de tres millones y medio de personas, un tercio del país. Sucede días después de que el G-8 (países más ricos y Rusia) acordara en Escocia la condonación de la deuda de 18 países pobres (40.000 millones de dólares), de los que 14 son africanos y cuatro, latinoamericanos. Además, el G-8 ha prometido 50.000 millones de dólares más en ayuda al desarrollo para África, y, en un plazo de año y medio, condonarán la deuda a otros nueve países.

La decisión del G-8, en sintonía con los Objetivos del Milenio de la ONU (reducir a la mitad en 2015 el hambre, la pobreza, el sida…) es positiva, pero inadecuada, por no decir injusta y, sobre todo, corta, muy corta. Veamos. El total de la deuda externa africana asciende a 300.000 millones de dólares, es decir, la condonación sólo alcanza a algo más del 13% de la deuda de África. Pero, además, la condonación se hará efectiva en tanto que los países de deuda perdonada pasen por las horcas caudinas de aplicar el dogma neoliberal (privatización de empresas públicas y servicios, desregulación financiera y "liberalización" del comercio, es decir, apertura a productos extranjeros).

Si se quería dar un empujón al maltrecho camino hacia los Objetivos del Milenio, según el Movimiento Mundial para el Desarrollo, se tendría que haber cancelado la deuda de 62 países empobrecidos. Según Pobreza Cero, una entidad que agrupa a más de 1.000 organizaciones solidarias españolas, la condonación es "escasa, excesivamente condicionada, sin garantía y claramente insuficiente". Y el profesor Eric Berr, de la Universidad Montesquieu Bordeaux IV, ha recordado que "entre 1997 y 2003, los países empobrecidos pagaron 323.000 millones de dólares más de lo que obtuvieron en préstamos y han reembolsado largamente su deuda, puesto que, a partir de 1980, han devuelto a sus prestamistas nueve veces el monto de la deuda. No obstante, hoy están cuatro veces más endeudados". ¿No les recuerda ciertas escenas de películas de mafiosos en las que el deudor nunca acaba de pagar el préstamo gansteril?

Pero, además, el G8 se ha olvidado por completo de América Latina. Los únicos países latinoamericanos a los que se condona la deuda son Nicaragua, Guayana, Honduras y Bolivia. Haití, el país más pobre del mundo, no está en la lista y Guatemala, con un 50% de su población sufriendo desnutrición o El Salvador con un 20%, tampoco figuran. ¿No merecía América Latina la atención del G-8? Según Pedro Medrano, director regional del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, la tercera parte de todos los niños latinoamericanos sufren desnutrición y añade que "no es cierto que el problema de la pobreza sea sólo de África, América Latina es el continente con los mayores niveles de desigualdad del mundo". Según datos de Naciones Unidas, el 40% de la población de América Latina vive -si se le puede llamar vivir- bajo el umbral de la pobreza.

Más allá de la cicatería y la cortedad de miras del G-8, habrá pobreza mientras persistan las tramposas prácticas actuales de comercio internacional. Para la mayoría de los analistas, poner fin a la pobreza en África, pero también en América Latina y en Asia, depende de levantar de una vez las barreras comerciales que los países ricos alzan frente a los productos de los empobrecidos. Como ha escrito el analista económico español Joaquín Estefanía, al comentar los acuerdos del G-8 y los discursos bien intencionados de sus líderes, "habrá que ver si esas medidas adquieren el compromiso de obligado cumplimiento para reformar las reglas internacionales del comercio".

La pobreza no son cifras frías, material impersonal de demógrafos, estadísticos, sociólogos y políticos profesionales. Los mil millones de hombres, mujeres, niños y niñas que sufren pobreza extrema, los tres mil millones que malviven con menos de dos dólares diarios -cuando lo consiguen- o los más de ochocientos millones de habitantes del planeta que pasan hambre día tras día, suman un volumen indescriptible, inenarrable, de sufrimiento, angustia, incertidumbre, temor e infelicidad ante el que debería caérsenos la cara de vergüenza en los países desarrollados. Y porque intentamos meternos en su piel, en la piel de quienes sufren hambre, son pobres severos y no vislumbran hoy horizonte alguno de esperanza, denunciamos que el G-8 se ha quedado penosamente corto.



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