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La insignia
9 de julio del 2005


El libre mercado, contra los consumidores


Ariel Celiberti
Rel-Uita. Uruguay, julio del 2005.


El avance del libre mercado, contrariamente a lo que sostienen sus defensores, no se traduce en una mayor capacidad de elección por parte de los consumidores sino en una mayor concentración en unas pocas empresas.


Si analizamos el mercado estadounidense de alimentos en las últimas décadas, comprobaremos que ha sufrido un importante proceso de concentración.

Considerando los rubros fundamentales encontraremos que, en cada uno de ellos, entre tres y cinco empresas controlan porciones significativas de la producción. En la carne, cuatro compañías se reparten el 83 por ciento del mercado, 11 puntos porcentuales más que en 1990. En la industria avícola, la mitad de lo producido corresponde a otras cuatro firmas, que incrementaron así su participación en un 20 por ciento en los últimos quince años. Por su parte, la soja está en manos de tres empresas, que llegan a controlar el 71 por ciento del mercado, un crecimiento cercano al 20 por ciento respecto a 1977. La estratégica producción de semillas presenta una realidad muy similar: cinco empresas controlan las principales semillas en Estados Unidos (y también en el resto del mundo). En algunos productos los niveles de concentración son aun más graves. Un ejemplo: entre Monsanto y DuPont controlan el 60 por ciento de la producción de semillas de maíz y soja.

Pero la concentración no se limita a estos aspectos. Si volvemos a revisar los datos encontramos que algunas empresas estadounidenses, varias de ellas muy conocidas en América Latina, se repiten en diversos rubros. Así, Swift & Co. ocupa un puesto destacado en la industria frigorífica de vacunos y de cerdos, ConAgra detenta una posición similar en la producción avícola y en la industrialización de cereales, y Cargill tiene una fuerte presencia en los frigoríficos de carne vacuna, la industria avícola, la producción de raciones para animales, la industria molinera, la producción sojera y de fertilizantes.

Lo mismo sucede en otras zonas del planeta. En Brasil, por ejemplo, si observamos la lista de las 20 principales empresas de la industria alimenticia se verá que la presencia de las transnacionales ha ido creciendo: eran seis en 1990, nueve en 2000 y treparon a once en 2003. Algunas de esas empresas ya las mencionamos anteriormente, como Cargill, y otras no requieren demasiada presentación, como Bunge, Nestlé Unilever, Kraft y Danone.

Idéntica situación registra, a nivel mundial, la venta minorista, que tiende a concentrarse en un puñado de grandes cadenas (Carrefour, Ahold, Tesco, Wal-Mart).

La concentración en la producción da a estas compañías un poder sobre el mercado, en función de su exorbitante poder de venta. Véase si no lo que ha pasado con los productores de soja en Argentina y Brasil, quienes después que Monsanto consiguiera extender la superficie plantada con soja transgénica bajo su patente, debieron someterse a pagar los royalties que definió la compañía. Del otro lado, la concentración en unas pocas cadenas de comercialización al menudeo brinda a las empresas un poder especial en función de su capacidad de compra, como ya lo han experimentado los productores y pequeños comerciantes uruguayos con la aún incipiente expansión de las grandes superficies de comercialización. Ese poder no se limita a la determinación de los precios, sino que también define qué es lo que vamos a plantar o consumir.

Como víctimas principales de este proceso de concentración, quedamos trabajadores y productores. Cuando los trabajadores de las plantaciones de tomate en Texas -inmigrantes mexicanos, guatemaltecos y haitianos- iniciaron sus movilizaciones contra Taco Bell, se encontraron con que la parte que les tocaba a los productores de la comercialización del producto se había reducido al 25 por ciento, contra el 40 que les correspondía en la década de los setenta. Ese deterioro del margen de los productores fue seguido de una pérdida radical de ingresos de parte de los propios trabajadores. La diferencia no fue trasladada a los consumidores, sino que incrementó las ganancias de las corporaciones.

Un par de décadas atrás los economistas coincidían grosso modo en que si cuatro empresas controlaban el 40 por ciento del mercado, éste veía gravemente afectada su condición de mercado competitivo. Como señalábamos anteriormente, el proceso de concentración consolidado desde la década de los 90 ya ha pasado largamente ese límite en muchos sectores de la cadena alimenticia. No deja de ser paradójico que este proceso se dé de manera simultánea con la hegemonía de un discurso que tiene en la libertad de mercado uno de sus pilares fundamentales. ¿Será que no entendimos nada y que cuando nos hablan de libre mercado simplemente nos están diciendo que trabajadores y productores debemos resignarnos a lo que las grandes corporaciones determinan?



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