Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
18 de julio del 2005 |
España, 1936-1939
Juan Modesto Guilloto León
Presentación para La Insignia: J.G.
Julio de 1936
La sublevación militar fascista la inició el día 17 el Ejército de Marruecos, donde abarcó a las cuatro comandancias, más las regiones militares y la guarnición de las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del día 18 se sublevó la guarnición de Cádiz, a la que había llegado la 5ª Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de las tropas de África a bordo del transporte «Ciudad de Cádiz» y del destructor «Churruca». La noticia fue conocida en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a través de los mil hilos por los que las grandes tragedias llegan al pueblo, el cual reaccionó con particular brío. Sólo el 18 de julio, en Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernación, radiada a las 8.30, el Gobierno decía al país: «El Gobierno se complace en manifestar que varios grupos de elementos leales resisten frente a la sedición en las plazas del Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad de la República… »En este momento, las fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepción señalada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber y se dirigen contra los sediciosos… »El gobierno de la República domina la situación.» Ocurría, por cierto, todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era manifiesto en todas las guarniciones del Ejército de Tierra de la Península; en muchas de ellas, la sublevación era un hecho consumado. Pero las fuerzas políticas obreras del Frente Popular tenían conciencia clara de la situación y la expresaron llamando al pueblo a la defensa de la República. Cuando el pueblo en la calle, en poderosas manifestaciones, pedía «armas», el Gobierno respondía esta vez en una Nota Oficial, radiada a las 15.15: «…el mejor concurso que se puede prestar es garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder.» Hacia aquellas horas, los «resortes del poder» habían saltado en todas partes o estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el día 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y proclamando el estado de guerra, dependió en cada sitio de diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no querer ver la trágica realidad en toda su crudeza. Sus llamamientos al apaciguamiento tenían un eco unilateral y conducían a contener la réplica popular y adormecer su vigilancia. Donde ocurrió así, triunfó la sublevación militar. Es notoria la actitud facciosa de la Flota de Guerra, que había comenzado el transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos auxiliares de la Armada –alma y motor de los barcos- sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la República cuarenta y seis unidades de las cincuenta y tres que la componían. De las fuerzas del Aire, con la excepción de los aeródromos de Logroño y Burgos, dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las guarniciones, todos los demás y las bases de hidros se proclamaron al lado de la República. Las fuerzas obreras, representadas por los partidos comunista y socialista, que actuaban de acuerdo, reclamaron la formación de un gobierno de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevación. A esta exigencia, el presidente de la República, Manuel Azaña, opuso la formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio, presidente de las Cortes, que rompía el marco del Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposición de armar a las MAOC. La noche del 19 al 20 de julio transcurrió bajo el signo de la lucha popular contra el gobierno de Martínez Barrio. Éste y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien hicieron proposiciones, que Mola rechazó. El pueblo, lanzado a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades, enarbolando como consignas de lucha «Abajo Martínez Barrio», «Abajo los traidores» y «Armas», destrozó de un manotazo aquel gobierno de capitulación. La formación del nuevo gobierno fue encomendada al doctor José Giral. Los días de julio en Madrid Conocido el ambiente en los cuarteles y en los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la sublevación militar fascista, a partir del 16 de julio las MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y concentradas en los que consideramos puntos clave para responder rápidamente a los facciosos en el terreno y lugar donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se concentraron el día 17. Cada distrito de las MAOC conocía su misión. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas constantemente para que la desplegaran al máximo. Aquella jornada y la de los días 17, 18, 19 y 20 de julio las pasamos en plena dedicación a la liquidación del movimiento faccioso en Madrid y en las guarniciones de su periferia. Desbordante actividad realizaron las MAOC bajo la dirección inmediata y en ligazón con el Comité Central y el Comité de Madrid del Partido Comunista, bajo cuyas directivas actuábamos. Nos habíamos instalado en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC en la capital Agustín Lafuente y Juan Fernandez (Juanito), caído el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, caído en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el puente de Titulcia, mandando el 4º batallón de la «18 Brigada Mixta»; Julio Zalamea, caído en la defensa de Madrid al mando de un batallón de la 3ª Brigada en los combates de la Casa de Campo en el mes de enero; y Manuel Díaz del Valle («el Tendero»), quien después de una actuación heróica en la Segunda Guerra Mundial hasta la liberación, combate que prosiguió en España hasta 1951, murió en Varsovia con el nombre de Manuel Arana. Estábamos al corriente de lo que ocurría en la ciudad a través de las MAOC de los distritos con los que teníamos enlace permanente. El día 18, y más ampliamente el 19, bandas de pistoleros fascistas, desde los edificios y las mansiones señoriales, bancos, iglesias, grandes hoteles y en el centro de la ciudad, que dominaban sus arterias principales, comenzaron a sembrar la muerte con el propósito de dominar el casco de la ciudad y facilitar la salida de los militares a las calles; pero, como es bien sabido, los acontecimientos siguieron otros derroteros. En lo que se refiere a las organizaciones del partido en las instituiciones de Orden Público y en las unidades militares, desempeñaron el papel que les correspondía. Los comunistas, unidos a sus camaradas socialistas y republicanos, o simplemente a núcleos de militares patriotas que hicieron honor a su juramento de soldados de España, tomaron la iniciativa político-militar en los ministerios de la Guerra, Gobernación, Marina y en las unidades militares donde pudieron hacerlo, y desde aquellas posiciones, ganadas para la República a los militares facciosos, hicieron abortar la sublevación. (…) Madrid en el plan de la sublevación Después de los primeros choques y movimientos de fuerzas realizados por los facciosos o los leales, que llevaron a la división del país en dos zonas, aquéllos pasaron a la defensiva en el sector oriental, realizando acciones de importancia local en Guipúzcoa, a fin de ocupar la frontera con Francia, y en Andalucía occidental, para asegurar una amplia zona de concentración y despliegue de las fuerzas de África, centrando sus esfuerzos ininterrumpidos en la conquista de Madrid. Ello se debía a que Madrid era considerado, con razón, el centro vital de la República y de la España popular. Concurrían en él las circunstancias de su capitalidad, de ser el centro dirigente nacional del movimiento popular y el principal nudo de comunicaciones de la Península. A conquistar Madrid, pues, subordinaron sus planes operativos y dedicaron las fuerzas más selectas de que disponían: españolas, marroquíes, tercio, italianas, alemanas, portuguesas y una brigada irlandesa, así como sus mejores medios de combate, de procedencia, como es notorio, alemana e italiana principalmente. Nueve meses duraron en el tiempo la lucha y los combates directos por Madrid, combates que comenzaron en las sierras de Guadarrama y de Gredos del Sistema Central, siguieron en el curso medio del río Tajo, continuaron en los valles del Jarama y del Manzanares, para terminar en la sierra de la Alcarria, al oeste del alto Tajo. En su desarrollo podemos dividirlos en cinco periodos operativos: 1.º Se ensambla con los choques armados de julio y se prolonga hasta septiembre. Se caracteriza por la contención del enemigo en los pasos de la Sierra del Guadarrama por las primeras unidades milicianas de las columnas enviadas sobre Madrid. 2.º Engloba los combates de septiembre-octubre en el valle del Tajo. En su dinámica, las tropas de choque de la sublevación, y de los intervencionistas extranjeros, alcanzan las puertas de Madrid. 3.º Comprende las acciones de noviembre de 1936 y enero de 1937, en las que fracasan los ataques frontales y las maniobras de cortos vuelos tendentes al cerco de la plaza. 4.º Operación del Jarama, en el mes de febrero de 1937, dirigida al aislamiento de la capital. 5.º Batalla de Guadalajara, cuya importancia político-militar y estratégica estriba en la derrota del Cuerpo italiano, cuando se proponía el cerco y la conquista de Madrid por Guadalajara y la destrucción del Ejército Popular del Centro. No obstante dicha división en periodos, la gran batalla de Madrid es un conjunto único de pequeñas, medianas y grandes acciones que se desarrollan escalonadamente en el tiempo y en el espacio comprendido desde los pasos de Soria, en dirección a Guadalajara, hasta el curso medio del Tajo en Talavera. Hay que partir de esto para apreciar las verdaderas dimensiones de la lucha en torno a Madrid, no tanto en lo que concierne al esfuerzo de los ocupados para ocuparlo, como a la resistencia de los leales para defenderlo. (…) Justificar lo injustificable Tras la derrota de la sedición en Madrid y en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoció que sobre la capital venían varias columnas procedentes del norte. Para hacer frente a la amenaza que representaba, salieron a su encuentro, con la misión de contenerlas en la Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los combates de julio-agosto en la Sierra. Dichos combates se desarrollaron por el dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo medio de la barrera montañosa del Sistema Central que separa ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones convergentes en Madrid. (…) Como responsable de la organización de las milicias, participé en la organización y gestioné el armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para Somosierra y Villalba, incorporándome a esta última. Al frente de ella íbamos el camarada Félix Bárzana, maestro nacional, miembro del Comité Provincial de Madrid del Partido Comunista, y yo como responsable militar. A la anochecida llegamos a Villalba, donde encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel Castillo, y del 2º Grupo de Asalto, al mando del teniente coronel Burillo, así como otros jefes y oficiales de Madrid y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada. Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En Navacerrada se combatía. (…) Al amanecer del día 22 subimos al Puerto de Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y leñadores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva «el Tuerto» que se habían batido con el enemigo. Este se encontraba sitiado en el gran mirador que se alza en la divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, límite de las provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas. Tomamos un cañón del 7,5 allí emplazado y nos lanzamos adelante, bajando hacía Balsaín y La Granja. Lo montañoso del terreno, cubierto además por el gran pinar de Balsaín, subordinaba todo movimiento serio a la carretera. Los obstáculos naturales, reforzados con barreras de pinos, nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte. El capitán José Fontán, con un pelotón de guardias de asalto, y yo, con un grupo de comunistas, íbamos en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su artillería, apoderándonos de otros siete cañones del 7,5 emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las Siete Revueltas. Llegamos al pueblo de Balsaín y estando preparado el asalto a la Granja, ocupada por la Guardia Civil, me alzanzó Bárzana, que me comunicó la orden del teniente coronel Burillo: «Volver hacia Dos Castillas, donde hay movimiento del enemigo. Y la cuestión se plantea así: A ver quién llega antes al alto.» Pero Bárzana me dijo una cosa más, verdaderamente indignante:
-Mira lo que ha pasado. Algunos han entrado en los establecimientos y han arramblado con todo lo que han podido.. Y agregué: -Burillo y los otros me conocen. Diles que tengan confianza. Llegado a Balsaín se me cayó el alma a los pies. Pero ya estaba tomada mi decisión. Empecé a revisar los camiones desde el último hasta el primero. Todo lo que había sido cogido de las tiendas de comestibles fue devuelto. Sólo un caso me exigió ser severo. Lo demás eran chiquilladas. Pero sumamente dañinas. A uno de los muchachos, Valeriano Hermosa, un verdadero crío, le vi con un jamón casi mayor que él. Le pregunté como a todos:
-¿Quién te ha dado eso? Dejó el jamón sin rechistar y se quedó firme. ¡Pobre Valeriano! Detrás del hombre había un héroe. Voluntario desde el primer día de la sublevación, combatió en todos los frentes hasta febrero de 1939, fecha en que evacuó con el Ejército a Francia, donde hizo también toda la guerra y la resistencia contra el hitlerismo, siendo deportado en 1951 a Argelia. Acogido en Polonia como emigrado político, se hizo perito en Varsovia, donde ha muerto. Desde que vieron la escena, los vecinos de Balsaín comenzaron a congregarse en torno nuestro. Más de un centenar de personas asistían al espectáculo. Y yo tenía que justificar lo injustificable. Me serví del ejemplo de Valeriano como caso más convincente y al devolverles lo que era suyo, pedí perdón a los vecinos de Balsaín. Me lo concedieron con esa generosidad que sólo es patrimonio del pueblo.
-Por favor, haceos cargo de esto y devolvédselo a sus dueños. Y salimos para Dos Castillas. |
|||
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción |