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7 de febrero del 2005 |
Ignasi Carreras y Gonzalo Fanjul (*)
Ahora que más de 200.000 muertos y cinco millones de damnificados pesan sobre el ánimo de la comunidad internacional, lo que nos obsesiona es si se podría haber evitado. Dicho de otro modo, ¿qué podemos hacer para impedir que los desastres naturales se conviertan casi invariablemente en crisis humanas? Los sistemas de alerta temprana, la ayuda de emergencia y la eficacia a la hora de responder a la catástrofe juegan un papel esencial, pero ninguna medida sería más eficaz que evitar la tragedia antes de que se produzca. Para más de cien países en desarrollo situados en zonas de riesgo, la pobreza es al mismo tiempo causa y consecuencia de los desastres naturales.
Los países empobrecidos acumulan 98 de cada 100 muertos producidos en estas catástrofes durante los últimos veinte años. También han cargado con la mayor parte de los costes económicos, que sólo en la década de los noventa alcanzaron los 660.000 millones de dólares. La falta de infraestructuras y servicios básicos incrementa la vulnerabilidad de las poblaciones pobres ante los desastres naturales, agravando sus efectos, multiplicando los costes de la reconstrucción e hipotecando el futuro de las zonas afectadas durante años. A lo largo de este año, la Cumbre del G8 sobre África, la sesión especial de la Asamblea de la ONU sobre los Objetivos del Milenio y la VI Conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC), serán reuniones clave en la lucha contra la pobreza. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) acordados por los líderes mundiales en el año 2000 constituyen un conjunto de medidas para reducir a la mitad la pobreza y el hambre, garantizar educación para todos, detener el avance de enfermedades como el sida y ralentizar el deterioro medioambiental. La mayor parte de estas medidas tiene como horizonte 2015, y han sido elaboradas con criterios realistas y calendarios razonables. Si se considera el avance que estos logros supondrían para la Humanidad, el precio para alcanzarlos es muy bajo. Convertir la deuda de los 32 países más pobres del mundo en salud y educación tendría para el conjunto de los países ricos un coste de tan sólo 1.800 millones de dólares anuales durante 10 años. Incluso la mítica cifra del 0,7 resulta ridícula si la comparamos con los gastos de defensa o las ayudas que se llevan cada año los terratenientes y multinacionales agrarias en los países desarrollados. Ningún esfuerzo sería más rentable que el de garantizar unas reglas justas para el comercio internacional. La Ronda de Doha de la OMC se ha convertido en una frustración permanente para las expectativas de los países en desarrollo. El empeño de la Unión Europea, los EE UU y otros países ricos por conservar sus privilegios ha puesto las negociaciones al borde del fracaso, amenazando el futuro de esta institución. La prioridad absoluta es cambiar las reglas que rigen la agricultura, de la que dependen cientos de millones de campesinos pobres. Al amparo de las normas de la OMC, países como Francia y EEUU destinan a sus grandes compañías y terratenientes subsidios multimillonarios a la exportación con los que controlan ilegítimamente los mercados internacionales, negando a decenas de países en desarrollo las oportunidades que les ofrece el comercio. Un fracaso a la hora de eliminar el dúmping en las exportaciones agrarias supondría desaprovechar una oportunidad que no volveremos a tener hasta dentro de 20 años, cuando previsiblemente tendrá lugar una nueva ronda de negociaciones. Cinco años después del lanzamiento de los ODM, los avances han sido escasos. Es urgente incrementar los niveles de ayuda y condonación de deuda, así como garantizar un resultado justo para los países pobres en las próximas negociaciones comerciales. Si no se cumplen los compromisos hechos, 45 millones de niños habrán muerto antes de 2015, en un mundo donde 247 millones de africanos seguirán viviendo con menos de un dólar al día. En el siglo XXI, el coste de renunciar a una vida digna para todos no sólo recaerá sobre los países en desarrollo. La pobreza global amenaza la seguridad y la estabilidad globales, y es hora de asumir el reto histórico de erradicarla. La sociedad civil ya ha dado el primer paso: a lo largo de 2005 millones de activistas en todo el mundo se unirán a una Acción Global contra la Pobreza. Juntos, queremos construir el tipo de movimiento que logró acabar con el apartheid, que prohibió el uso de minas antipersonales y que puede lograr progresos reales en el acceso a medicamentos contra el sida. La ambición es mucha y la tarea no es fácil, pero estamos convencidos de que el éxito de este esfuerzo puede transformar la vida de las comunidades pobres de un modo nunca visto hasta ahora. (*) Ignasi Carreras es director general de Intermón Oxfam. Gonzalo Fanjul es coordinador de Investigaciones de Intermón Oxfam. |
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