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La insignia
20 de febrero del 2005


La respuesta de Gaya


Fernando Silva Santisteban
La Insignia. Perú, febrero del 2005.



Con el progreso y el desarrollo de la cultura material la humanidad viene cavando su propia tumba: esta cuestión viene preocupando cada vez más a los científicos, astrofísicos, paleontólogos, ambientalistas, sociobiólogos y a otros especialistas. Nunca como ahora el antropocentrismo está siendo objeto de tan escalofriante cuestionamiento y la "caña pensante" se inquieta por comprender la endeble consistencia de su capacidad adaptativa. Los descubrimientos científicos del último medio siglo nos han empequeñecido aterradoramente y el hombre, de imagen y semejanza de Dios, ha pasado a ser una plaga que altera el equilibrio biológico del planeta.

Según la ley de Cope, en la evolución no es posible vuelta atrás, el desarrollo de las especies es irreversible y el hombre, por inteligente que sea, no puede escapar a las leyes de la naturaleza que configuraron desde todas las formas de vida a las que él mismo debe su origen. El ser humano -cuya evolución ha discurrido desde las protobacterias hasta el homo sapiens, pasando por los gusanos, insectívoros, simios, antropoides y homínidos- ha alcanzado con el desarrollo de su cerebro y de su cultura tal grado de especialización que el proceso se ha vuelto irreversible.

Henrich Erben, paleontólogo de la Universidad de Bonn, publicó hace ya como dos décadas La evolución de la vida, libro en el cual decía, entre otras cosas abrumadoras, que nuestra especie debe enfrentar, con toda probabilidad, un declive paulatino en su evolución hasta llegar al final. El fin se deberá, entre otros factores, al exceso de población que está produciendo el agotamiento de los recursos del medio ambiente y, consecuentemente, de la cultura material que necesitamos cada vez más para continuar con nuestra existencia.

Como reevaluación del pronóstico maltusiano al que llega a través de la paleontología, Erben señalaba diversos indicios que denotan la adaptación del hombre en su grado óptimo o, tal vez, incluso en un grado excesivo. Cuando en el pasado las especies llegaban a este punto se le avecindaba inmediatamente la extinción al escapar pasajeramente a la selección natural por las favorables condiciones de vida que surgieron por entonces, como sucedió con el oso de las cavernas en la época del Neardenthal. Merced a estas condiciones favorables muchas especies han caído en un estado parecido al de los animales domésticos: la selección natural desaparece en gran parte de suerte que se propagan los animales con características perjudiciales y defectos genéticos, entrando en un proceso de decadencia y perdiendo la capacidad de resistencia a las contingencias del medio ambiente.

Acaso lo más dramático es entender, como lo explica John Gribbin en su conocido libro En el principio ... El nacimiento del universo viviente, que el universo actual no se ha hecho para el hombre y que ni siquiera ha surgido en beneficio de las formas de vida orgánica, se ha establecido -dice Gribbin- para que las galaxias, como nuestra Vía Láctea, puedan operar como criaderos de supernovas produciendo generaciones sucesivas de estrellas. Sucede que estos procesos requieren carbono, así como la presencia de moléculas orgánicas y agua, de suerte que estos componentes han evolucionado como parte de los procesos vitales de las galaxias. Para Gribbin es mejor vernos como un subproducto de los mecanismos por los que nuestra galaxia se mantiene viva por sí misma, o quizá mejor como un afortunado accidente, el hecho de que estemos aquí.

Por su parte James Lovelock ha planteado la idea de Gaya (1), esto es, la noción de que la Tierra es un planeta viviente que cuidará de sí misma y que la mejor manera de hacerlo podría ser librándose de nosotros los humanos. No es demasiado fantástico extender la idea y considerar a la humanidad como una plaga que infecta el planeta ocasionando una insana subida de temperatura y un desequilibrio biológico, que va en detrimento de muchas otras formas de vida.

La cosa empezó, según escribe Niles Eldredge en su libro Dominion, hace alrededor de diez mil años cuando el hombre produjo la Revolución neolítica, que cambió nuestra situación en el mundo natural al convertirnos en la primera especie capaz de vivir en cualquier ecosistema que pudiera cultivarse, desencadenando así la explosión demográfica. Por lo tanto el crecimiento de la población humana no puede seguir al ritmo que ha cobrado en la actualidad: estamos agotando las reservas minerales y energéticas de las que dependemos y destruyendo aceleradamente las fuentes que producen los alimentos y el oxígeno.

Se calcula que quinientos mil años antes de Cristo la población de la Tierra era de un millón de habitantes y subió a cinco hace diez mil años, cuando se descubrió la agricultura. A principios de la era cristiana llegaba a 200 o 300 millones y hacia el año 1800 había alcanzado la cifra de 1000 millones. En 1900 éramos 1600 y hoy somos 6000 millones. En un siglo la población del mundo se ha triplicado con creces y a este paso el 2015 habremos crecido 1000 millones más y en el 2050, según se calcula seremos nueve o diez mil millones.

Se habla de progreso y de civilización como desarrollo de la racionalidad; pero que dramáticamente contradictorio resulta que con el avance de la tecnología y de la producción se haya emprendido una carrera hacia la destrucción de nuestro propio medio ambiente. En los tres últimos siglos el homo sapiens sapiens -¿se le puede seguir llamando así?- se ha dedicado a arrasar la naturaleza con el propósito de satisfacer desmesuradamente sus egoísmos y su confort sin reparar en el futuro de su propia especie, cuando ya no le quede oxígeno para respirar ni para que puedan vivir los animales y las plantas que le han servido de alimento y le han acompañado en los últimos milenios. Hace diez años, en el Informe publicado por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, revisado por 540 especialistas de 40 países, manifestaba ya que no cabe duda sobre la influencia de la actividad humana en el clima, ni sobre sus efectos a largo plazo en la naturaleza de la Tierra.

La fundición de la densa capa de hielo que cubre la parte occidental de la Antártida podría elevar en casi 4,9 metros el nivel de los océanos, según las alarmantes predicciones de un equipo de científicos británicos. Los expertos, del British Antartic Survey (BAS), con sede en Cambridge (Reino Unido), han descubierto que esas masas de hielo, que se creían hasta ahora estables, pueden comenzar a desintegrarse, según se explicó en una conferencia internacional sobre el clima que se celebra desde el martes 15 de febrero de 2005 en la ciudad inglesa de Exeter.

Mil doscientos investigadores de todo el mundo, reunidos en París el 24 de enero pasado, en la Cumbre Internacional sobre Diversidad, han propuesto que se elabore un texto para alertar a todos los países sobre la degradación que sufre la diversidad del planeta. Según el director general del Programa de la ONU sobre Medio Ambiente "la Tierra vive una crisis sin precedentes desde la extinción de los dinosaurios... el 45% de los bosques han desaparecido, también el 10% de los corales y el resto está gravemente amenazado... nuestros hijos y nuestros nietos se preguntarán por qué hemos permitido que se desarrolle semejante desperdicio de vida" alertó Klaus Toepfer director del PNUMA. Los científicos consideran que el ritmo actual de desaparición de especies es entre 100 y 200% superior al normal y que el planeta está amenazado por esta pérdida progresiva de la riqueza animal y vegetal derivada principalmente de la contaminación generada por la contaminación industrial. "En todos los continentes y en todos los océanos se encienden señales de alerta" expresó con gravedad Jacques Chirac en la sede de la UNESCO, "la destrucción de este patrimonio, legado por milenios de evolución, es una terrible pérdida para el futuro" enfatizó el presidente francés reclamando "gestos concretos" para frenar el desgaste de la biodiversidad en el planeta.

Ahora, la mayor parte de los ríos son corrientes de agua infestada, en Europa el Danubio (que hace tiempo dejó de ser azul), el Rin, el Sena, el Támesis, el Ródano, el Tajo, para hablar de los más conocidos, carecen ya de peces; lo mismo sucede con los lagos que están siendo muertos con los desechos tóxicos, los gases industriales, la lluvia ácida y los residuos orgánicos. El Erie, uno de los más grandes de América del Norte ha sido envenenado; en África el Chad está por desaparecer y el lago Aral de la ex Unión Soviética se ha convertido en un desierto.

El programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente anuncia que los desiertos de la Tierra -ocho millones de kilómetros cuadrados- podrían triplicarse en una década. El Sahara crece a razón de 170 hectáreas ¡por hora! y en el Sudán el desierto avanza 16 metros por día. No son los cambios climáticos que producen la desertificación sino el afán de lucro, la desmedida explotación de los recursos, la ignorancia, el abandono y la irresponsabilidad que nos están llevando a ser de la Tierra un erial. La tala y la quema de árboles están destruyendo la Amazonia, el más grande pulmón de nuestro planeta y se degradas cada año 20 millones de hectáreas de tierras cultivables por las irrigaciones sin drenaje, por el excesivo pastoreo, por la agricultura irracional y por la siembra de cemento.

En el Perú se pierden anualmente 300.000 hectáreas de tierras cultivables debido a la creciente deforestación, especialmente en la selva, lo cual pone en peligro la ecología del país y contribuye al calentamiento general de la Tierra . Señala así mismo que de los 75.560.500 de hectáreas de bosques de la Amazonia peruana fueron taladas sin la tecnología adecuada alrededor de 8.250.000 hectáreas para dedicarlas a la agricultura y a la ganadería indiscriminadas. Y en la sierra, debido a la erosión, al abandono y a la irracionalidad se pierde un millón de toneladas de tierra fértil cada año.

Como ya lo advirtió Cuvier, la extinción de las especies constituye un fenómeno normal en la evolución de la biosfera, un proceso permanente y pasivo como la caída de las hojas de un árbol. En la teoría de Darwin no es otra cosa que el reemplazo continuo de unas especies por otras. Sin embargo, desde que en 1980 Louis y Walter Alvarez propusieron una revolucionaria interpretación para explicar la extinción de los dinosaurios y otras especies, por el impacto de un meteorito hace 65 millones de años, han surgido nuevas investigaciones sobre catástrofes planetarias similares. Los paleontólogos S. Raup y J. Sepkoski expusieron la hipótesis de que catástrofes semejantes se habrían producido cada veintiséis millones de años al entrar el sistema solar en el ámbito de Némesis, hipotética estrella hermana del Sol. Después se han publicado libros y artículos en revistas científicas con numerosos estudios sobre el fenómeno de las extinciones. Así, en la historia de nuestro planeta se han sucedido hasta nueve grandes extinciones masivas que han dado lugar a reordenaciones globales en la biosfera.

A las causas naturales, que tarde o temprano habrán de conducir a la extinción de nuestra especie, se suma otra evidentemente más activa: la propia acción humana. Si no cambiamos de actitud frente a las leyes de la naturaleza, fundamentalmente a la simbiosis que debe establecerse entre la satisfacción de nuestras necesidades y la conservación el medio ambiente, es un hecho que nuestro fin está más próximo de lo que podríamos esperar.


(1) Gaya o Gea, en la mitología griega, personificación de la madre tierra e hija de Caos. Fue madre y esposa del padre cielo, personificado como Urano. Ambos fueron los padres de las primeras criaturas vivas.
(2) Según la dirección técnica del Proyecto de Desarrollo Forestal del Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de Suelos.



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