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La insignia
9 de enero del 2005


El gran azul se tiñe de negro


Ana Muñoz
CCS. España, enero del 2005.



El océano se ha considerado una fuente de vida desde el principio de los tiempos. Sin embargo, el gran azul se tiñe hoy de negro y el mito de los océanos como fuente inagotable de recursos desaparece. Organizaciones medioambientales internacionales denuncian y alertan de las graves repercusiones que pueden traer al planeta la desaparición de los ecosistemas marinos. Sin embargo, los gobiernos mundiales y las grandes flotas pesqueras hacen caso omiso de sus advertencias. La contaminación, la sobreexplotación y la destrucción de las profundidades marinas son las tres amenazas más graves que sufren los mares y océanos del planeta.

La humanidad ha arrojado sus desperdicios al mar desde hace milenios. A pesar de su inmensidad, la contaminación actual de los mares está afectando de manera muy grave al ecosistema marino. Los vertidos, en muchos casos tóxicos, la falta de legislación del transporte de sustancias peligrosas por vía marítima o el cambio climático son agresiones que cada día soportan los océanos.

El último estudio sobre contaminación marina, realizado por el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (España), denuncia que el 35% de los gases de efecto invernadero de la atmósfera acaba en el océano. La consecuencia directa es que la acidez de las aguas marinas está aumentando de manera alarmante ya que esto hace que la producción de las pesquerías disminuya y el ecosistema se vea alterado. Los mares y océanos absorben, hoy en día, cuatro veces más dióxido de carbono que los bosques.

A las cada vez más negras aguas oceánicas, hay que sumar una actividad pesquera que está agotando la vida marina. Según la FAO, el 70% de las reservas y caladeros pesqueros del planeta se encuentran sobreexplotados. Así, la acuicultura se ha convertido en una de las empresas más rentables. Según la Agencia para la Alimentación de la ONU, en el año 2050 casi la totalidad de la dieta de productos marinos provendrá de la acuicultura.

No obstante, ésta no es la panacea porque puede ser destructiva para los ecosistemas. Los criaderos de langostinos, por ejemplo, acaban con los manglares tropicales. "Hay que tener una buena planificación y establecer límites para las jaulas de las granjas marinas. No deben ponerse sobre praderas de poseidonia ni en lugares de interés comunitario", dice WWF/Adena.

Las flotas pesqueras exceden la capacidad productiva de los océanos y muchas especies han sido explotadas hasta su extinción comercial. A ello hay que sumar el daño a los ecosistemas en los que viven. Las aves y los peces depredadores son los primeros en sufrir las consecuencias. Greenpeace denuncia que, en la actualidad, la cantidad de depredadores es un 10% menor que en la época preindustrial. Las tortugas, los mamíferos marinos y otras muchas especies se encuentran en peligro de extinción debido a un modo de pesca insostenible.

Las profundidades marinas tampoco se libran de las agresiones de las flotas pesqueras. Son el ecosistema más común de nuestro planeta, pero también el más desconocido. Los investigadores creen que allí viven entre 500.000 y 100 millones de especies, muchas de ellas aún sin descubrir. Existen más datos de la Luna que de las produndidades de nuestros océanos.

La mayor amenaza para las profundidades marinas es la pesca de arrastre. Esta es una práctica muy agresiva, que pone en peligro un gran número de especies marinas ya que es muy poco selectiva. Y sólo once países son responsables del 95% de las capturas de arrastre en alta mar, según denuncia Greenpeace. Todo ello trae consigo graves secuelas sociales. La falta de peces hace que las flotas de los países del norte busquen nuevos caladeros y paguen a los países empobrecidos del sur por pescar en sus aguas.

Se hace imprescindible, por tanto, la búsqueda de un sistema de pesca sostenible y responsable. Desde la Cumbre de Río, celebrada en septiembre de 1992, se ha llegado a acuerdos internacionales importantes, pero el estado de los océanos no sólo no ha mejorado sino que ha empeorado. Los compromisos quedan en mero papel mojado. Los gobiernos y organizaciones internacionales deben tomarse en serio el problema de los océanos y tomar medidas urgentes: reducir la capacidad de las flotas para hacerlas sostenibles, eliminar las técnicas de pesca destructivas, finalizar con la pesca pirata y las banderas de conveniencia, acabar con las subvenciones a las flotas o eliminar los vertidos tóxicos a los mares.

Para volver a ver un océano azul y lleno de vida habrá que buscar compromisos reales de gobiernos, empresas y sociedad, en general, para acabar con las agresiones a nuestros mares.



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