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La insignia
15 de diciembre del 2005


Tierra de sombras (I)


__Especial__
Diálogos
Roberto P. Guimarães (*)
Edición para Internet: La Insignia, diciembre del 2005.

De Globalización: La euforia llegó a su fin
Ed. Ediciones Abya-Yala (Ecuador).


El nuevo paradigma de desarrollo sustentable

La noción de desarrollo sustentable tiene su origen contemporáneo en el debate internacional iniciado en 1972 en Estocolmo y consolidado veinte años más tarde en Río de Janeiro. Pese a la variedad de interpretaciones existentes en la literatura y en el discurso político, la gran mayoría de las concepciones respecto al desarrollo sustentable representan en verdad variaciones sobre la definición sugerida por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, presidida por la entonces Primer Ministra de Noruega, Gro Brundtland (1987). "El desarrollo sustentable es aquel que satisface las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades".

Afirmar que los seres humanos constituyen el centro y la razón de ser del proceso de desarrollo significa abogar por un nuevo estilo de desarrollo que sea ambientalmente sustentable en cuanto al acceso y uso de los recursos naturales y la preservación de la biodiversidad; que sea socialmente sustentable en la reducción de la pobreza y de las desigualdades sociales y que promueva la justicia y la equidad; que sea culturalmente sustentable en la conservación del sistema de valores, prácticas y símbolos de identidad que, pese a su evolución y reactualización permanente, determinan la integración nacional a través de los tiempos; y que sea políticamente sustentable al profundizar la democracia y garantizar el acceso y la participación de todos en la toma de decisiones públicas. Este nuevo estilo de desarrollo tiene como norte una nueva ética del desarrollo, una ética en la cual los objetivos económicos de progreso estén subordinados a las leyes de funcionamiento de los sistemas naturales y a los criterios de respeto a la dignidad humana y de mejoría de la calidad de vida de las personas.


Dimensiones de sustentabilidad

Conviene precisar más detalladamente las distintas dimensiones que componen el paradigma de desarrollo sustentable. Desde luego, éste se refiere a un paradigma de desarrollo y no de crecimiento, por dos razones fundamentales. En primer lugar, por establecer un límite ecológico intertemporal muy claro al proceso de crecimiento económico. Contrarrestando la noción de que no se puede acceder al desarrollo sustentable sin crecimiento -trampa conceptual que no logró evadir siquiera el Informe Brundtland (Goodland y otros, 1992)- el paradigma de la sustentabilidad supone que el crecimiento, definido como incremento monetario del producto y tal como lo hemos estado experimentando, constituye un componente intrínseco de la insustentabilidad actual. Por otro lado, para que exista el desarrollo es necesario, más que la simple acumulación de bienes y de servicios, cambios cualitativos en la calidad de vida y en la felicidad de las personas, aspectos que, más que las dimensiones mercantiles transaccionadas en el mercado, incluyen dimensiones sociales, culturales, estéticas y de satisfacción de necesidades materiales y espirituales.

Con referencia a ese primer aspecto del paradigma -del desplazamiento del crecimiento como un fin último hacia el desarrollo como proceso de cambio cualitativo- justifícase reproducir el pensamiento de Herman Daly (1991, citado en Elizalde, 1996): "Las afirmaciones de lo imposible son el fundamento mismo de la ciencia. Es imposible viajar a más velocidad que la de la luz, crear o destruir materia-energía, construir una máquina de movimiento perpetuo, etc. Respetando los teoremas de lo imposible evitamos perder recursos en proyectos destinados al fracaso. Por eso los economistas deberían sentir un gran interés hacia los teoremas de lo imposible, especialmente el que ha de demostrarse aquí, que es imposible que la economía del mundo crezca liberándose de la pobreza y de la degradación ambiental. Dicho de otro modo, el crecimiento sostenible es imposible. En sus dimensiones físicas, la economía es un subsistema abierto del ecosistema terrestre que es finito, no creciente y materialmente cerrado. Cuando el subsistema económico crece, incorpora una proporción cada vez mayor del ecosistema total, teniendo su límite en el cien por cien, sino antes. Por tanto, su crecimiento no es sostenible. El término 'crecimiento sostenible' aplicado a la economía, es un mal oxymoron; autocontradictorio como prosa y nada evocador como poesía".

En segundo lugar y por añadidura, la sustentabilidad del desarrollo sólo estará dada en la medida que se logre preservar la integridad de los procesos naturales que garantizan los flujos de energía y de materiales en la biosfera y, a la vez, se preserve la biodiversidad del planeta. Este último aspecto es de suma importancia porque significa que, para que sea sustentable, el desarrollo tiene que transitar del actual antropocentrismo al biopluralismo, otorgando a las demás especies el mismo derecho "ontológico" a la vida, lo cual, dicho sea de paso, no contradice el carácter antropocéntrico del crecimiento económico al que se hizo alusión anteriormente, sino que lo amplifica. La sustentabilidad "ecoambiental" del desarrollo refiérese tanto a la base física del proceso de crecimiento, objetivando la conservación de la dotación de recursos naturales incorporada a las actividades productivas, como a la capacidad de sustento de los ecosistemas, es decir, la mantención del potencial de la naturaleza para absorber y recomponerse de las agresiones antrópicas y de los desechos de las actividades productivas.

Ahora bien, no basta con que el desarrollo promueva cambios cualitativos en el bienestar humano y garantice la integridad ecosistémica del planeta. Nunca estará de más recordar que (Guimarães, 1991b:24): "En situaciones de extrema pobreza el ser humano empobrecido, marginalizado o excluido de la sociedad y de la economía nacional no posee ningún compromiso para evitar la degradación ambiental, si es que la sociedad no logra impedir su propio deterioro como persona". Asimismo, tal como hizo ver muy atinadamente Claudia Tomadoni (1997), "en situaciones de extrema opulencia, el ser humano enriquecido, 'gentrificado' y por tanto incluido y también 'gethificado' en la sociedad y en la economía tampoco posee un compromiso con la sustentabilidad". Ello porque la inserción privilegiada de éstos en el proceso de acumulación y, por ende, en el acceso y uso de los recursos y servicios de la naturaleza les permite transferir los costos sociales y ambientales de la insustentabilidad a los sectores subordinados o excluidos.

Lo anterior implica, especialmente en los países periféricos con graves problemas de pobreza, desigualdad y exclusión, que los fundamentos sociales de la sustentabilidad postulan como criterios básicos de política pública, los de la justicia distributiva, para el caso de bienes y de servicios, y los de la universalización de cobertura para las políticas globales de educación, salud, vivienda y seguridad social. Lo mismo se aplica, en aras de la sustentabilidad social, a los criterios de igualdad de género, reconociéndose como un valor en sí mismo, y por tanto por encima de consideraciones económicas, a la incorporación plena de la mujer en la ciudadanía económica (mercado), política (voto) y social (bienestar).

En cuarto lugar, el nuevo paradigma postula también la preservación de la diversidad en su sentido más amplio -la sociodiversidad además de la biodiversidad- es decir, el mantenimiento del sistema de valores, prácticas y símbolos de identidad que permiten la reproducción del tejido social y garantizan la integración nacional a través de los tiempos. Ello incluye, por supuesto, la promoción de los derechos constitucionales de las minorías y la incorporación de éstas en políticas concretas de educación bilingüe, demarcación y autonomía territorial, religiosidad, salud comunitaria, etc. Apunta en esa misma dirección, la del componente cultural de la sustentabilidad, las propuestas de introducción de derechos de conservación agrícola, equivalente a los derechos reconocidos con relación a la conservación y uso racional del patrimonio biogenético, cuando tanto "usuarios" como "detentores" de biodiversidad comparten sus beneficios y se transforman de esa forma en corresponsables por su conservación. La sustentabilidad cultural de los sistemas de producción agrícola incluye criterios extra-mercado para que éste incorpore las "externalidades" de los sistemas de producción de baja productividad, desde la óptica de los criterios económicos de corto plazo, pero que garantizan la diversidad de especies y variedades agrícolas; pero además, la permanencia en el tiempo de la cultura que sostiene formas específicas de organización económica para la producción. En quinto lugar, el fundamento político de la sustentabilidad se encuentra estrechamente vinculado al proceso de profundización de la democracia y de construcción de la ciudadanía. Éste se resume, a nivel micro, a la democratización de la sociedad, y a nivel macro, a la democratización del Estado. El primer objetivo supone el fortalecimiento de las organizaciones sociales y comunitarias, la redistribución de activos y de información hacia los sectores subordinados, el incremento de la capacidad de análisis de sus organizaciones y la capacitación para la toma de decisiones; mientras el segundo se logra a través de la apertura del aparato estatal al control ciudadano, la reactualización de los partidos políticos y de los procesos electorales, y por la incorporación del concepto de responsabilidad política en la actividad pública.

Conviene subrayar que la postura adoptada aquí, la de privilegiar la complementariedad entre los mecanismos de mercado y la regulación pública promovida como política de Estado, se debe a una constatación exclusivamente pragmática, sin atisbos de ideología. Además de todo lo que se ha sugerido anteriormente, el Estado sigue ofreciendo una contribución al desarrollo capitalista que es, a la vez, única, necesaria e indispensable. Única porque transciende la lógica del mercado mediante la salvaguardia de valores y prácticas de justicia social y de equidad, e incorpora la defensa de los llamados derechos difusos de la ciudadanía; necesaria porque la propia lógica de la acumulación capitalista requiere de la oferta de "bienes comunes" que no pueden ser producidos por actores competitivos en el mercado; e indispensable porque se dirige a las generaciones futuras y trata de aspectos y procesos caracterizados sea por ser no-sustituibles, sea por la imposibilidad de su incorporación crematística al mercado. Ello se justifica aún más porque las dificultades provocadas por la desigualdad social y la degradación ambiental no pueden ser definidas como problemas individuales, constituyendo de hecho problemas sociales, colectivos. No se trata simplemente de garantizar el acceso, vía mercado, a la educación, a la vivienda, a la salud, o a un ambiente libre de contaminación, sino de recuperar prácticas colectivas (solidarias) de satisfacción de estas necesidades.

Actualmente "acorralado" o habiendo sobrevivido a su casi "extinción" en manos de los apóstoles del neoliberalismo (cf. Guimarães, 1990a y 1996, respectivamente), el Estado se presenta sin duda "herido de muerte". Su principal amenaza proviene del entorno externo. La internacionalización de los mercados, de la propia producción y de los modelos culturales pone en entredicho la capacidad de los estados para mantener la unidad e identidad nacional, provocando la fragmentación de su poder para manejar las relaciones externas de la sociedad y fortaleciendo los vínculos transnacionales entre segmentos dominantes en la sociedad. De persistir tendencias recientes, cuando el Estado asumió muchos de estos vínculos (p.e., la negociación de la deuda externa privada), habría el riesgo de tornar las políticas estatales en nada más que la ambulancia que recoge los heridos y desechos de una globalización neoconservadora, en un contexto en el cual gran parte de las decisiones que son fundamentales para la cohesión social se toman fuera de su territorio y mediante actores totalmente ajenos a su realidad.

Por último, lo que une y le da sentido a esta comprensión específica de la sustentabilidad es la necesidad de una nueva ética del desarrollo. Además de importantes elementos morales, estéticos y espirituales, esta concepción guarda relación con al menos dos fundamentos de la justicia social: la justicia productiva y la justicia distributiva (Wilson, 1992). La primera busca garantizar las condiciones que permiten la existencia de igualdad de oportunidades para que las personas participen en el sistema económico, la posibilidad real por parte de éstas para satisfacer sus necesidades básicas, y la existencia de una percepción generalizada de justicia y de tratamiento acorde con su dignidad y con sus derechos como seres humanos. La ética en cuanto materialización a través de la justicia distributiva se orienta a garantizar que cada individuo reciba los beneficios del desarrollo conforme a sus méritos, sus necesidades, sus posibilidades y las de los demás individuos.


Notas

(*) Roberto P. Guimarães es doctor en ciencias políticas con licenciatura en administración pública. Miembro permanente del departamento de desarrollo sostenible de la CEPAL (Santiago de Chile).
El documento completo "Tierra de sombras" fue preparado originalmente para presentación en el II Seminario Internacional Parques Tecnológicos e Incubadoras de Empresas, Gestión Local y Desarrollo Tecnológico, organizado por el Consejo Federal de Inversiones de la República Argentina en Mar del Plata del 11 al 13 de octubre de 2000. El capítulo que sigue debió ser discutido en el foro; lamentablemente Guimarães no pudo llegar a Quito por problemas de vuelos. Las opiniones expresadas en la presente versión son de exclusiva responsabilidad del autor y no comprometen a la CEPAL o al CFI.



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