Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
15 de diciembre del 2005


La ecología de la economía global (I)


__Especial__
Diálogos
Elmar Altvater (*)
Edición para Internet: La Insignia, diciembre del 2005.

De Globalización: La euforia llegó a su fin
Ed. Ediciones Abya-Yala (Ecuador).
Traducción del alemán: Birte Pedersen.


Un pequeño artículo no ofrece el espacio suficiente para siquiera discutir los temas más importantes de los cambios en la relación sociedad/naturaleza ocurridos en el transcurso de la globalización del último medio siglo. Habría que reflejar los intereses sociales, las "condicionantes" económicas, normas técnicas, condiciones de productos y patrones de consumo culturalmente arraigados cuyo seguimiento práctico en la vida diaria de los seres humanos del mundo entero, tanto en los países industrializados como en los países menos desarrollados, contribuyen a la destrucción de la naturaleza.

Los informes de las instituciones internacionales, desde el Banco Mundial pasando por la OCDE hasta el PNUD, o los análisis de las organizaciones no gubernamentales y especialistas críticos (los "encargados"en pensar, como los World Watch-Institutes, etc.) contienen tal cantidad de ejemplos que este artículo no puede reflejar ni una mínima parte. Por ello, resulta necesario condensar y restringir.

La siguiente reflexión se centra en el régimen energético que puede ser llamado "fósil" porque la producción y reproducción de las sociedades modernas están altamente determinadas y dependen del uso de los recursos energéticos fósiles: el ascenso de este régimen, sus consecuencias sociales y su ocaso, del que somos testigos - a veces sin saberlo - serán el tema de este artículo. Por consiguiente, hay que plantear la pregunta decisiva sobre las alternativas de la economía llamada "mineral" o "fósil". El debate se encuentra en su fase inicial a pesar de que el tiempo disponible para una redirección hacia un régimen energético solar, basado en el uso de la energía radial del sol, podría agotarse en muy pocas décadas. (Sawin 2003:179.)


Energías fósiles: la fuerza motriz ideal de la acumulación capitalista

La globalización se suele entender como la expansión de mercados hacia la economía mundial.Muchos historiadores señalan un salto cualitativo en el "largo siglo XVI", desde el "descubrimiento" y la conquista de América en 1492 hasta la Paz de Westfalia de 1648, cuando el moderno sistema internacional de los Estados nacionales fue acordado en las ciudades de Münster y Osnabrück (p.e. Braudel 1986.) El sistema mundial capitalista es extraordinariamente dinámico. Se expande en el espacio, la división de trabajo se intensifica y profundiza, y todos los procesos están sometidos al principio de la aceleración en el tiempo. Las nuevas técnicas desarrolladas e implementadas en los inicios de los tiempos modernos (en Europa) permiten la transformación radical del régimen espacial y del tiempo. Estas técnicas se basan en conocimientos científicos de la época del racionalismo, originados en la llamada "Edad Media", calificada de época "oscura". Se trata de la imprenta y la pólvora, la náutica con la brújula y el sextante, la carabela veloz y ágil y los mapas náuticos, el arnés de los caballos y la silla de posta para el transporte terrestre, las letras de cambio y cheques en las transacciones financieras. Estas innovaciones y muchas otras son los primeros medios de la expansión y aceleración. El desarrollo trae posteriormente un mejoramiento constante de los medios de transporte y comunicación. El espacio y el tiempo se comprimen, como ya observó Carlos Marx: "Con el desarrollo de los medios de comunicación, se acelera la velocidad del movimiento por el espacio y se acorta la distancia geográfica en el tiempo" (MEW 24: 253.) El espacio es destruido por el tiempo (véase también Harvey 1997).

La aceleración se convierte en principio del transporte y también de la producción, pues sólo es otra forma de expresar el incremento de la productividad del trabajo: más productos en la misma unidad de tiempo o la misma cantidad de productos en un tiempo menor (de trabajo), un tiempo comprimido. Los ritmos de tiempo diferentes por su origen cultural, son desplazados por los ritmos industriales que se sobreponen a ellos. El tiempo es dinero, se dice, y cuando desaparecen las diferencias cualitativas de los regímenes de tiempo, se puede expandir un régimen de tiempo global.

Karl Polanyi (1978) demostró que la economía de mercado se separa de su contexto social y con su lógica de "mercantilización" tiende a convertir en mercancía al mundo entero, ya que intenta obtener un beneficio con su comercio. Tanto más cuando la mercantilización conduce a la formación de mercados laborales y mercados de bienes inmuebles (históricamente posterior al desarrollo de los mercados de bienes, existentes desde hace miles de años). Polanyi lo llama proceso de "desinserción" de la economía con relación a la sociedad. Las consecuencias son fatales. La mano de obra y la naturaleza son sobreexplotadas al punto de que se pueden destruir las llamadas fuentes primarias de toda riqueza (ultimate resources), término acuñado por William Petty (1623 -1687) y citado por Marx. Con el desarrollo del capitalismo industrial a fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, surge la "cuestión social" y "cuestión obrera" que sigue siendo el centro de los análisis científicos sociales críticos y de la literatura contemporánea.

Sin embargo, la "cuestión de la naturaleza" se hace cada vez más urgente porque las posibilidades inherentes a la aceleración permiten la ocupación de todos los espacios y su amplia exploración. Es decir que éstos pasan a ser parte de la valorización capitalista. En el transcurso del siglo XIX, las últimas manchas "blancas" son colonizadas e integradas a los imperios de origen europeo. Sin embargo, la expansión en el espacio no llega a su fin con la apropiación y valorización de los territorios continentales. Los fondos del mar, el Ártico y la Antártica, los glaciares de las altas montañas, las selvas tropicales, el espacio cercano a la tierra, los nanoespacios moleculares de los genes son explorados, valorizados y convertidos en mercancía y dinero. La valorización es un proceso de transformación de bienes generalmente públicos, es decir de acceso general y en bienes privados. Por ello, se pueden también privatizar los espacios del ejido y el sector de salud y educación, que tradicionalmente fueron bienes públicos o comunes (a propósito del tema "desinserción y valorización", véase Altvater/Mahnkopf 2002, segundo y tercer capítulos.)

Sin embargo, no todo puede ser valorizado. Muchas cosas no tienen valor para los intereses económicos; y lo que carece de valor, puede ser destruido. Por ello, algunos ecologistas sostienen que un bosque manejado está mejor protegido que un bosque "sin valor". Sin embargo, esto es una ilusión porque lo que se protege no es el bosque sino su valorización que se basa en los réditos alcanzables en los mercados globalizados y no en las características naturales del biótopo.

Como hemos visto, la desinserción de la economía de la sociedad afecta a la naturaleza y a la sociedad por que densifica los espacios y los tiempos. Para ello, las tecnologías modernas, consecuencia de la racionalización del mundo entero, sirven de vehículo; y la organización social del capitalismo lo hace posible, también porque convierte el dinero en capital. Aristóteles y San Agustín ya sabían que el dinero con su mecanismo de tasas de interés es un motor de aceleración que destruye el tiempo (1).


La revolución industrial-fósil

Sin embargo, nada de esto se habría logrado sin el cambio del régimen energético de los recursos bióticos a los recursos fósiles que se produjo hacia fines del siglo XVIII. Gracias a la máquina de vapor, los recursos energéticos fósiles pudieron ser transformados en trabajo para multiplicar las potencialidades del trabajo vivo. A partir de este momento, a cada trabajador vivo se le asignaron cientos de "esclavos energéticos" o "fuerzas de caballo". La riqueza de reservas energéticas fósiles es transformada en un mayor bienestar para las naciones. Esa fue la promesa que hizo Adam Smith (1723-1790), aunque no había comprendido que la generación del bienestar se basaba en los recursos fósiles. A él no le interesó el carbón como recurso energético sino como fuente para calentar los espacios internos. Ilya Prigogine e Isabelle Stenger (1986) subrayan este hecho.

Sin el paso hacia el fosilismo, la misión del capitalismo, es decir el incremento de las fuerzas productivas, hubiera estado destinada al fracaso. Por consiguiente, la revolución industrial fue también una revolución fósil. Nicolas Georgescu-Roegen (1971) habla en este contexto de la "revolución de Prometeo", históricamente tan importante como la revolución neolítica hace unos 10.000 años, cuando los seres humanos aprendieron a cosechar sistemáticamente la energía de flujo al dedicarse a la agricultura y controlar activamente los flujos de recursos (Sieferle 1997; Ponting 1991; Debeir/ Deléage/Hémery 1989). También este nuevo régimen energético fue un salto cuántico en comparación con las culturas de los cazadores recolectores e incrementó la producción excedente a tal punto que el campo pudo alimentar a las ciudades emergentes con las clases improductivas que ahí se concentran, incluyendo a los gobernantes, artistas, científicos y clero.

Sin embargo, en el transcurso de la revolución industrial, el hombre pasó del uso de la energía de flujo, transferida a la tierra por el sol, a la explotación de las existencias, es decir la biomasa mineralizada a través de cientos de millones de años (2). La energía explotada era también solar, pero una energía solar almacenada que puede ser aprovechada porque se habían desarrollado los sistemas necesarios para su transformación.

El primer paso fue la máquina de vapor de Newcomen a comienzos del siglo XVIII. Sin embargo, sólo las mejoras introducidas por Watt convirtieron a la máquina de vapor en un medio universal que permite transformar a la energía almacenada en el carbón en trabajo útil. Este recurso se aplicó primero en la producción industrial, luego en el transporte, revolucionado por el ferrocarril y los buques de vapor. Más tarde, el petróleo es utilizado para fines de iluminación con lo que la noche puede ser convertida en día y el horario para la transformación del capital deja de depender de la luz natural.

A partir de fines del siglo XIX, se descubre y usa el potencial energético motriz de la gasolina, hasta esa fecha considerado como "desecho". Los motores de gasolina y diesel abren nuevas posibilidades de incremento de la productividad para el sistema industrial. Se crean redes energéticas de producción, transporte y distribución para los consumidores y campos de inversión para el capital.

Desde fines del siglo XIX, el motor eléctrico y el foco complementan el sistema de energía moderno que se basa, en gran medida, en la energía primaria fósil. En el transcurso de apenas un siglo, la humanidad experimenta un cambio revolucionario de gran trascendencia, un cambio como aquél de la gran revolución "de Prometeo" del neolítico que entonces había demorado miles de años. Se produce así un cambio radical de la sociedad y también de su relación con la naturaleza.


La generación de un régimen fósil de espacio y tiempo

Los recursos energéticos fósiles resultan muy apropiados para el modo de producción capitalista. Hay concordancia entre el régimen energé tico y la forma social. A diferencia de la energía hidráulica y eólica, pueden ser usados casi sin restricción geográfica y espacial. Su transporte desde los yacimientos a los sitios de consumo es relativamente fácil. La "separación espacial del transformador de energía y la fuente de energía" (Débeir/Deléage/Hémery 1989: 165) es el requisito de una geografía económica que se orienta en mayor grado hacia aspectos de rentabilidad que hacia las condiciones naturales. La ubicación de las empresas es el resultado de una política correspondiente y no de las condiciones naturales. Los recursos energéticos fósiles no dependen del tiempo porque son fáciles de almacenar y su uso no está supeditado a las estaciones o las horas del día ya que pueden ser empleados las 24 horas del día y 365 días al año. Además, pueden crecer sin límite, es decir crecer paralelamente a la acumulación del capital. A diferencia de las energías bióticas, cuyo uso para el trabajo útil suele ser descentralizado y limitado a unidades menores, los recursos energéticos fósiles pueden generar la concentración y descentralización de los procesos económicos y aumentar la fuerza del poder político, pues también los militares se sirven de ellos (y de la energía nuclear) para incrementar su fuerza destructiva.

La industrialización genera las mega ciudades. La urbanización, es decir la transformación de un número creciente de personas en citadinos, es uno de los corolarios más visibles del crecimiento industrial. A su vez, la ciudad grande genera problemas ecológicos antes desconocidos; entre ellos, las necesidades de movilización y la gestión de desechos sólidos. Si bien en este artículo no podemos tratar estos aspectos en detalle. Los recursos energéticos fósiles, primero el carbón, luego el petróleo y el gas natural, se convierten en fuerzas motrices ideales del crecimiento capitalista.


El crecimiento se convierte en fetiche…

Durante muchos siglos, concretamente hasta finales del XVII, el crecimiento económico alcazaba aproximadamente un 0,2% por año y era considerado a good result (Crafts 2000:13). Incluso en el medio siglo de "fuerte industrialización" entre 1780 y 1830, el crecimiento económico real per cápita en Gran Bretaña no superaba el 0,4% anual. Sin embargo, desde que se impusieron los métodos productivos de la moderna sociedad industrial, las economías nacionales y, ahora también, la economía mundial crecen a un ritmo acelerado.

En las épocas preindustriales, el crecimiento del producto social dependía sobre todo del incremento de la población, incremento que a su vez dependía de aquél relacionado con los bienes y servicios necesarios para la subsistencia y reproducción de la especie humana. Esto fue, por consiguiente, el núcleo racional de la teoría de Robert Malthus. Sin embargo, desde la revolución industrial, el crecimiento ya no depende primordialmente del aumento de la mano de obra sino del incremento de la productividad del trabajo. Como ya hemos visto, este incremento es la consecuencia del uso sistemático y racional-europeo de la ciencia y tecnología para el desarrollo de las fuerzas productivas, de la organización social de la producción capitalista del valor agregado y, en último lugar pero no menos importante, del empleo de los recursos energéticos fósiles. El llamado "trabajo inerte"(Marx) incrementa la productividad del trabajo porque ya no se recurre sobre todo a los flujos energéticos del sol sino a las amplias existencias de energía formadas a través de millones de años en la capa terrestre.

De todos modos, el aumento anual promedio del ingreso per cápita de 0,22% se multiplicó por diez en los siglos transcurridos desde el año 1000 al año 1820 hasta llegar a un promedio anual de 2,21% entre 1820 y 1998 (Maddison 2001). El nivel de vida de los habitantes de los países industrializados experimentó una mejora extraordinaria; en tiempos de paz, la malnutrición y el hambre desaparecieron por lo menos en Europa (Ponting 1992: 106.).

Con motivo del reciente cambio de milenio, Angus Maddison intentó algo que a primera vista parece completamente loco: trató de realizar un cálculo comparativo, en dólares estadounidenses y precios de 1990, del crecimiento de la economía en todas las regiones del mundo desde el nacimiento de Cristo. A pesar de todo, los resultados del estudio son plausibles. Del año 0 al año 1000, la población creció en 0,02% como promedio anual y pasó de 230,8 millones a 268,3 millones de personas. Del año 1000 al año 1820, su número aumentó a 1.041,1 millones. También el Producto Interno Bruto per cápita se estancó durante el primer milenio. Incluso se constata una leve regresión de 444 a 435 (en precios de 1990). En el segundo milenio de 1000 a 1820 el ingreso per cápita subió a 667. Durante el primer milenio, las diferencias de ingreso entre Europa occidental, Japón, América Latina, Europa oriental, África y Asia fueron mínimas. Variaban de 400 en Europa occidental a 450 en Asia (sin el Japón). Sin embargo, en el segundo milenio, las diferencias de ingreso entre países y regiones del mundo se agudizaron. En el año 1820, el ingreso promedio per cápita asciende a 1232 en Europa occidental mientras que en África, su valor, que no se ha modificado en los últimos 820 años, sigue siendo 418 (Maddison 2001: 28).

Es decir que Adam Smith tuvo razón. La división de trabajo permite la especialización; y la especialización favorece el incremento de la productividad que se refleja en ingresos más altos y un mayor bienestar. La mano invisible del mercado carecería de fuerza sin las energías fósiles. Sin embargo, la nueva dinámica no es únicamente alimentada por las energías fósiles, sino también estimulada por el dinero y el capital, es decir, por condiciones sociales caracterizadas por la iniquidad. Los obreros producen el valor agregado del que se apropian los dueños del capital. El antagonismo de clases funciona de modo que unos tienen y otros no, y se reproduce, tal como explicó Marx en El Capital, a niveles cada vez más altos (MEW 23: capítulo 22).

El dinero de la economía capitalista moderna es un activo de los dueños del patrimonio monetario y una obligación de lado de los deudores; así se genera un flujo unilateral del servicio de la deuda desde los deudores hacia los acreedores, flujo que polariza la sociedad. Paralelamente al crecimiento del bienestar crece también la pobreza. Si todos tienen poco, la pobreza es normal. Sin embargo, si aumenta el bienestar de las naciones, la pobreza se convierte en problema y los que no logran salirse de ella son estigmatizados. La pobreza no es un valor absoluto natural sino un factor relativo y una construcción social.


Notas

(1) San Agustín rechazó los intereses con el argumento de que el tiempo era dado por Dios y no puede ser comprado pagando un precio.
(2) También las materias primas destinadas a la transformación provienen cada vez más de los yacimientos minerales y no del mundo "orgánico" de la biosfera. Sin embargo, no podemos tratar este tema en el marco de este artículo.

(*) Elmar Altvater, economista y sociólogo, es profesor de la Universidad Libre de Berlín en el departamento de ciencias políticas (Instituto Otto Suhr) desde 1970. Profesor visitante en las universidades de Sao Paulo y Belém-Pará (Brasil), UAM y UNAM (México), York University en Toronto (Canadá), y en la New School for Social Research de Nueva York (EEUU), ha escrito varias obras relacionadas con el sistema económico mundial.
La versión más reciente de una obra suya en español es Las limitaciones de la Globalización, trabajo escrito con Birgit Mahnkopf y publicado por Siglo XXI Editores, México D.F. 2002.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto