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La insignia
15 de diciembre del 2005


Globalización: Sus límites, sus máscaras (I)


__Especial__
Diálogos
Birgit Mahnkopf (*)
Edición para Internet: La Insignia, diciembre del 2005.

De Globalización: La euforia llegó a su fin
Ed. Ediciones Abya-Yala (Ecuador).
Traducción del alemán: Birte Pedersen.


La euforia de la globalización llegó a su fin. Un número creciente de personas del mundo entero duda de la promesa de bienestar supuestamente inherente a la globalización. Los foros sociales mundiales llevados a cabo en Porto Alegre (Brasil) en los años 2001 y 2003, y en Bombay (India) en el 2004, los múltiples foros sociales regionales y el sinnúmero de iniciativas locales demuestran que la globalización económica genera oposición y resistencia y que no contribuye a la satisfacción de las necesidades humanas, al respeto de los derechos humanos y laborales, al incremento de las oportunidades de vida ni a la conservación de las bases vitales naturales.

El mensaje central del movimiento que cuestiona la globalización reza: la competencia global que apunta al incremento de la eficiencia económica es aceptable sólo en la medida en que no ponga en riesgo otros objetivos superiores como la creación de la justicia global, la garantía de la sustentabilidad ecológica y la participación democrática. Probablemente, estos objetivos sólo podrán realizarse con la ayuda de instituciones mundiales, con reglas y leyes que codifiquen la relación entre la economía y la sociedad en forma democrática. Es evidente que la "economía mundial libre" por sí sola no está en capacidad de velar por el bienestar de todas las personas. Tampoco puede regular y estabilizar los mercados y no tiene legitimación propia. Para poder cumplir con sus funciones, los mercados necesitan instituciones que no tengan forma de mercado (véase Desde la perspectiva de la historia de la economía Polanyi 1978 y Altvater/Mahnkopf 2002; 2004).

A pesar de ello, los propagandistas de la adulación neoliberal del mercado no se cansan de alabar los efectos benéficos de la globalización. Según los argumentos, repetidos hasta el cansancio, del mainstream económico, la apertura de los mercados generaría una transferencia mundial de capitales y conocimientos; a la vez, la profundización global de la división de trabajo incrementaría el uso eficiente de los recursos. Se obtendría entonces un mayor bienestar para todas las personas involucradas y se reduciría la pobreza de los países del sur como resultado del crecimiento económico. Para los pontífices del libre comercio, el crecimiento parece ser la panacea de todos los problemas, sean estos políticos, sociales o ecológicos.

Sin embargo, el mundo globalizado de comienzos del siglo XXI tiene otra cara. Se caracteriza por una creciente desigualdad en y entre países y regiones, por el ocaso económico, el estancamiento o crecimiento muy lento de la mayoría de países del sur, por los conflictos violentos y regímenes autocráticos en muchos países, por la desestabilización económica y política desencadenada por crisis monetarias y financieras en los llamados mercados emergentes y, por una agudización de la crisis ecológica en todas sus dimensiones. Estos efectos secundarios de la globalización no pueden ser negados, pero generalmente son interpretados como consecuencia de una política económica errónea. Por ello, estas "evoluciones equivocadas" deben ser superadas con medidas de reestructuración, y estas son, sobre todo, el paquete conformado por la liberalización, desregulación y privatización.

¿Pero hasta qué punto este programa es compatible con el objetivo de la sustentabilidad ecológica? ¿Es realmente verdad que el libre comercio, tal como se prometió, genera crecimiento económico? ¿Cómo se deben evaluar las inversiones directas extranjeras, aparentemente tan benéficas, que todos los países en desarrollo están tratando de conseguir? ¿Es posible que las empresas transnacionales se conviertan en "cooperantes"? ¿Qué importancia se debe otorgar a los tratados regionales y bilaterales de comercio e inversión en los cuales muchos gobiernos de América Latina y otras regiones depositan más confianza que en los acuerdos multilaterales concluidos en el marco de la OMC? De hecho, estos tratados se han convertido en sinónimo de un orden económico global que sirve exclusivamente a los que tienen poder económico.


Efectos de la liberalización del comercio sobre el medio ambiente

Existe una contradicción entre el comercio liberalizado y la sustentabilidad ecológica. Sin embargo, el potencial de conflicto inherente a esta contradicción suele ser reprimido por los responsables políticos.

1. La eliminación de las barreras arancelarias y trabas comerciales no tarifarias va de la mano de un incremento de los transportes; los costos ambientales de estos transportes son tan inmensos que la internalización de los costos (causados por el transporte de bienes a través de largas distancias) en los precios de los bienes comercializados convertiría el comercio mundial de muchos productos en un negocio no rentable.

2. La supresión de las barreras arancelarias facilita el comercio ilegal de desechos tóxicos, sustancias prohibidas y animales y plantas protegidos. Este efecto de la liberalización del comercio se puede estudiar tomando el ejemplo del comercio con el mercurio, metal pesado tóxico: mientras que los países industrializados están reduciendo el uso de este metal pesado porque provoca daños cerebrales,mutaciones genéticas y efectos permanentes en los pulmones, riñones y el sistema nervioso central, la India se ha convertido en el mayor importador mundial de mercurio; entre 1966 y 2002, las importaciones indias aumentan en más del doble (de 245 toneladas anuales a 531 toneladas); al mismo tiempo, la importación de sustancias con contenido de mercurio experimentó un incremento explosivo de 0,7 a 1300 toneladas (Devraj 2003).

3. La contaminación atmosférica producida por el transporte es una de las causas esenciales del cambio del clima. La eliminación de las barreras arancelarias facilita además la "invasión biológica" que contribuye en gran medida a la muerte de las especies. Ambas tendencias son reforzadas por el hecho de que el surgimiento de nuevos mercados de consumidores inducidos por el comercio, contribuye a la difusión de los estilos de vida de los países industrializados hasta el último rincón de nuestro planeta. Este estilo de vida, caracterizado por el uso intensivo de recursos y la fuerte contaminación, se llama también conteminación limpia. Al mismo tiempo se observa también un aumento dramático de la contaminación sucia causada por la minería, la pesca excesiva y la deforestación.

La eliminación de las barreras nacionales de comercio y las inversiones transfronterizas aceleran también el acceso mundial y la explotación acelerada de los recursos renovables y sobre todo no renovables. (Sobhani/Retallack 2001.)

4. También la globalización de la competencia va en detrimento del medio ambiente: los países pobres atraen inversiones extranjeras directas con condiciones ambientales poco estrictas e impuestos bajos. Las normas aptas para la globalización y un "clima ideal de inversión" para las empresas transnacionales son dictadas sobre todo por centenas de free trade zones (FTZ, zonas francas) surgidas, desde los años 1970, en Asia y América Latina. En muchos países (por ejemplo en la India), la desregulación realizada por los gobiernos nacionales mediante el derecho tributario tiene un efecto negativo sobre el desarrollo del derecho del medio ambiente (véase Karlinger 1997: 146). En otros países (por ejemplo, en México y Brasil), los recortes de los gastos públicos no comerciales, introducidos con el fin de reducir la carga tributaria de los inversionistas extranjeros, son muchas veces combinados con recortes del gasto público destinado a la protección del medio ambiente.

5. La globalización de la competencia en todas las regiones del mundo tiende a desplazar a los pequeños campesinos no competitivos que en la práctica son los que dan los mejores ejemplos ecológicos de agricultura sustentable. En el mundo entero, la agricultura de subsistencia del campesinado es destruida por las exportaciones agrarias (algunas altamente subvencionadas) de los países industrializados y por la producción de cash crops destinados a la exportación todo esto con numerosas consecuencias destructoras como la erosión de los suelos y el empobrecimiento por el pastoreo excesivo, desertificación, escasez de agua, contaminación química y pérdida de biodiversidad.

6. A ello se añaden las nuevas reglas comerciales de los tratados regionales, bi- y multilaterales que exigen múltiples medidas de desregulación, no sólo a iniciativa de los gobiernos nacionales. Los socios comerciales ejercen presión adicional. En el momento en que el libre comercio es declarado prioritario frente a todas las demás consideraciones, sean estas sociales, ecológicas o relacionadas con la política de desarrollo, se impiden los controles de exportación, los contingentes o las prohibiciones de importación.

En este momento, las normas ambientales pueden ser tratadas como "trabas comerciales no tarifarias" y ser sometidas a diversas presiones de reducción. Por ello, el margen de interpretación de las reglas de excepción a favor de la protección del medio ambiente, incluidas en el tratado de libre comercio tipo GATT (Art. XX), es particularmente limitado. Las normas duras de la OMC no sólo violan el derecho nacional, sino que socavan también los acuerdos multilaterales de medio ambiente como el Acuerdo de Washington sobre la protección de las especies o la Convención de Basilea sobre los desechos tóxicos. En la práctica, el derecho comercial internacional, considerado inamovible, excluye todo mejoramiento de la relación existente entre reglas OMC y convenios de protección del medio ambiente.

El resultado de la liberalización del comercio es una carrera de reducción de las normas ambientales. Menos de una década después de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, en la cual más de cien jefes de estado y gobierno habían decidido combatir la pobreza y la creciente destrucción del medio ambiente con una política de desarrollo sustentable, y poco después de la "cumbre ecológica" de Johannesburgo 2002, el "interés común por la supervivencia" de la humanidad, tantas veces citado, ha quedado reducido a un lindo recuerdo. Para el futuro cercano, el tercer informe sobre el medio ambiente de la UNEP (Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas) presenta varios escenarios más bien desalentadores: si las fuerzas de mercado siguen actuando libremente y si los ricos siguen preocupándose de su bienestar propio y nada más, es decir poniendo todos los recursos alcanzables al servicio del incremento de su consumo privado, utilizando los últimos recursos petroleros de fácil explotación en vez de recurrir a las energías renovables, abriendo áreas poco habitadas como el Ártico y la Antártida para la explotación económica tal como lo sugiere el presidente estadounidense Bush, más del 70% de la superficie terrestre podría -en apenas 30 años- quedar fuertemente afectado por obras (carreteras o asentamientos) o la minería.

Los más afectados por las catástrofes climáticas y naturales, el empobrecimiento de los suelos y la escasez extrema de agua serán entonces, los "don nadie" de los países en desarrollo quienes dentro de poco ya no tendrán la posibilidad de satisfacer sus necesidades básicas como la educación y la salud (UNEP 2002).


El libre comercio: ¿un motor de crecimiento?

Los efectos negativos causados por los mercados sin fronteras sobre el medio ambiente ya no pueden ser negados. ¿Pero qué ha pasado con los efectos económicos y luego sociales de los mercados liberalizados? ¿Tienen razón los defensores del libre comercio cuando afirman que los mercados mayores aumentan la productividad, gracias a una competencia más fuerte y a la difusión de conocimientos y capital, y contribuyen de esta manera al crecimiento económico y al desarrollo?

Los hechos empíricos sobre la interrelación entre liberalización comercial y crecimiento no confirman esta tesis. Aunque es verdad que los países en desarrollo, en su conjunto, han incrementado su participación en el comercio mundial, el éxito logrado con las exportaciones se concentra en unas pocas regiones. Las tres cuartas partes de los bienes transformados corresponden a Asia oriental; en el caso de los productos de alta tecnología, este porcentaje es aún más alto. Por otro lado, las exportaciones de Asia del sur, del Medio Oriente, África del sur y América Latina (a excepción de México) están bajando a comienzos del nuevo milenio. La participación de los 49 países más pobres en las exportaciones mundiales decreció incluso en forma drástica: de un 3% en el año 1950 al 0,5% a comienzos de los años 1980. Y hasta la fecha esta situación no ha cambiado (UNCTAD 2001; Kumar 2002). Esto se explica, por un lado, por la continua dependencia de los países pobres de la exportación de sus bienes primarios y por la importación de bienes industriales producidos con una fuerte inversión de trabajo. Por otro lado, los países pobres se benefician menos del comercio que los países industrializados, entre otras razones, porque los precios de las mercancías caen al ritmo que suben los intereses y réditos sobre el capital en las condiciones de los mercados financieros desregulados y por la exportación de bienes de poco valor agregado por parte de los países pobres.

Muchos países que demuestran un fuerte crecimiento de las exportaciones de determinados sectores - como Bangladesh y Honduras en la industria textil o México con sus productos de alta tecnología - obtienen estos aumentos gracias al simple montaje y la reexportación de piezas acabadas importadas. De esta manera, apenas unos pocos puntos porcentuales del valor de las exportaciones corresponden a factores locales. En otros países, la estrategia de industrialización orientada hacia la exportación fomentó incluso al sector extractivo: para lograr una industrialización exitosa, no sólo hay que importar el hardware (es decir la materia prima y los precursores industriales) sino también el software (las patentes, el conocimiento técnico para la gestión etc.). Como esto requiere de créditos o divisas, se intensifican las exportaciones de recursos minerales, energéticos y agrarios. Con ello, los países en desarrollo ricos en materia prima (por ejemplo, en África y América Latina) se hunden cada vez más en la trampa de la especialización (véase Muradian/ Martinez-Alier 2001) y se aumenta la distancia entre los rezagados y los países industrializados del norte y occidente. Además, la extracción de recursos minerales y petróleo causa daños ecológicos catastróficos y genera conflictos violentos por los territorios en cuestión. Frecuentemente, el incremento de las exportaciones, obtenido gracias a los bienes primarios, es contrarrestado por un incremento aún más grande de las importaciones. El Ecuador es un ejemplo particularmente triste: aunque se observa un incremento promedio anual del 5,6% de las exportaciones en el período de liberalización de 1991-2000, el aumento de las importaciones asciende al 15%. La única interpretación posible es una caída significativa de la productividad después de la liberalización (véase Saprin 2001).

Sólo en muy pocos casos, la liberalización del comercio parece estar acompañada de un incremento de la productividad y competitividad de las empresas nacionales. Lo demuestran los estudios empíricos que analizaron las consecuencias de los programas de reestructuración en 40 países (Saprin 2001). Una investigación de la UNCTAD sobre las consecuencias de la liberalización para los países más pobres (UNCTAD 2002) y los estudios nacionales elaborados por la UNEP acerca de las consecuencias de la liberalización para la pesca en Argentina y Senegal, así como el cultivo de banano en el Ecuador y la silvicultura en Tanzania (UNEP 2002 a, b, c, d,) llegan a resultados similares: la liberalización del comercio significa para los países más pobres la caída de su productividad agraria, una creciente falta de medios de producción agrarios y la perturbación del mercado nacional, porque se da preferencia a las empresas extranjeras frente a las nacionales. Más allá de ello, se constató como consecuencia de la liberalización del comercio una creciente iniquidad de género y una caída de la calidad y disponibilidad de alimentos (véase también PNUD 2003).

Hasta cierto punto, el desarrollo económico de América Latina de las dos últimas décadas puede servir de advertencia. A pesar de las reformas estructurales drásticas, la liberalización e integración creciente al mercado mundial aportaron apenas con un mínimo crecimiento económico, mientras que aumentó el desempleo, cayeron los salarios reales y crecieron el sector informal, la pobreza y la inestabilidad macroeconómica periódica después de las crisis financieras.

Ante este panorama, vale la pena recordar algunas lecciones históricas: los países desarrollados deben su riqueza actual precisamente a una política que quieren negar a los "rezagados" del sur y del este. No fue el libre comercio sino los aranceles proteccionistas sobre importaciones y exportaciones y una política selectiva en materia de inversiones extranjeras directas, la circulación controlada de capitales y ninguna protección de las tecnologías innovadoras con patentes - es decir prácticas prohibidas por el régimen de la OMC - las que permitieron a los países industrializados, hoy en día desarrollados y ricos, desarrollarse y hacerse ricos. La historia de los países económicamente exitosos nos enseña que la liberalización de los mercados sólo sirve a los poderosos (véase Chang 2002): el libre comercio es útil para países con un nivel económico similar. Los rezagados mejoran sus oportunidades con la aplicación de medidas proteccionistas a favor de sus empresas nacionales - hasta que estas se hayan vuelto competitivas en los mercados globales.

La historia industrial de los Estados Unidos del siglo XIX y la política industrial de Gran Bretaña, Alemania y Francia son casos ejemplares para un estudio correspondiente, al igual que las vías escogidas por países como Finlandia e Irlanda o Japón, Corea y Taiwán, rezagados hasta los años 1970 y 1980 (ídem).

El libre comercio no tiene sentido mientras que no se haya alcanzado un protagonismo técnico o un dominio en el comercio mundial basado en las economías de escala. Por ello, los países industrializados siguen practicando un proteccionismo más o menos agresivo en los sectores en los cuales se trata de ganar el dominio de los mercados globales -como en el caso de la competencia de los agroindustriales estadounidenses y europeos. Sin embargo, los países industrializados ricos obligan a los países pobres del sur (y este) - ya sea mediante las instituciones de Bretton Woods o los tratados comerciales bilaterales o regionales - a abrir sus mercados sin considerar la competitividad de sus industrias nacionales.

Es verdad que, a corto plazo, el libre comercio entre sociedades de diferente nivel puede aportar ventajas para los "rezagados", porque se aumentan sus posibilidades de exportación. Sin embargo, el desarrollo a largo plazo de estos países se verá afectado si se les obliga a producir bienes acabados de baja productividad. Esto es así porque, por un lado, la producción y generación de servicios que requieren mucha mano de obra dependen de modo extremo del desarrollo de la coyuntura de los países industrializados ricos; por otro lado, los efectos cualitativos y cuantitativos sobre el empleo o la transferencia de tecnología, efectos esperados y deseados de las inversiones extranjeras directas (Foreign Direct Investment, FDI) son más bien improbables si no se aplica una política con reglas estrictas. Sin embargo, a nombre del libre acceso a los mercados, se impide a los países en desarrollo llevar una estrategia selectiva e incluso restrictiva de manejo de las FDI, una estrategia que limitaría el acceso de las inversiones a los mercados de los países en desarrollo o aplicaría modelos de regulación diferentes para diferentes sectores económicos.

Además, los países en desarrollo tampoco pueden aplicar aranceles de protección, subvenciones u otros mecanismos de control que ayudarían a los productores nacionales que desean establecerse en el mercado. Por ello, hay que preguntarse: ¿qué es lo que los países en desarrollo pueden esperar realmente de las FDI?


Notas

(*) Birgit Mahnkopf, miembro del consejo asesor de la Fundación Alemana para la Investigación de la Paz y miembro del consejo científico de ATTAC en Alemania, es socióloga y profesora de política europea en la Escuela de Economía de Berlín. Entre sus ámbitos de trabajo se encuentran la economía política internacional y la globalización y la gobernabilidad; actualmente realiza una investigación sobre el efecto de la privatización de los bienes públicos.
La versión más reciente de una obra suya en español es Las limitaciones de la globalización, trabajo escrito con Elmar Altvater y publicado por Siglo XXI Editores (México D.F. 2002).



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