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26 de abril del 2005 |
Luis Peraza Parga
Las generaciones de humanos situadas en zonas estables y pacíficas durante las últimas décadas, con poca memoria para recordar guerras y hambrunas (o porque sencillamente no existíamos todavía), siempre nos preguntamos mientras contemplamos terrible imágenes televisivas cómo se puede seguir (sobre)viviendo y trabajando en zonas de conflicto armado como Sudán, Haití, Ruanda, etc. Se nos antojan crímenes abyectos, desatados lejos de nuestras indestructibles fronteras, motivados por odios étnicos ancestrales arraigados en el corazón de personas trastornadas por años de violencia, sin olvidar el control de los recursos naturales.
La tragedia desatada en la sudanesa Darfur, donde se entremezclan las etnias, los escasos recursos naturales y la lucha por su uso exclusivo, es de todos conocida. El Consejo de Seguridad ha remitido a la Corte Penal Internacional una lista secreta de presuntos autores de crímenes contra la humanidad y el informe, apresurado y escaso de medios, de una comisión internacional de investigación de Naciones Unidas. La complicada y lenta maquinaria de la justicia internacional está en marcha. Miles de cascos azules serán enviados para interponerse entre los dos grupos armados y disuadir al gobierno sudanés para que desmovilice al ejercito de mercenarios que pretenden combatir esta rebelión étnica. El acuerdo de paz ya se firmó hace meses. "Hotel Ruanda", cinta que describe con increíble tensión, la verídica vida y protección desplegada por un director hutu de Hotel de lujo en Kigali hacia sus semejantes sin importarle la etnia a la que pertenecieran, describe muy bien el crimen de instigación al genocidio a través de la radio y el efecto multiplicador de estos mensajes de odio ocurrido hace más de diez años. Se plantea la eterna pregunta: ¿Cuántos actos de genocidio se necesitan para que sea genocidio y sobre todo para que la Comunidad Internacional reaccione? A veces una película tiene más repercusión en la sociedad que centenares de prolijos informes y conmemoraciones del recuerdo. Sin embargo, debemos reconocer la ausencia de manifestaciones multitudinarias en todo el mundo contra estos genocidios lentos, primitivos y oprobiosos. *** Haití experimentó en el mes de abril del 2005 una nueva visita de investigación de la situación de los derechos humanos por parte de la Comisión Interamericana, representada por sólo uno de sus siete miembros, hecho que contrasta vivamente con las misiones en Colombia a las que se traslada en pleno. Se ha entrevistado con todos los poderes y la sociedad civil. Aunque ya existe sobre el terreno una misión de estabilización onusiana y, en mi opinión, los gobiernos latinoamericanos, comandados por Brasil, llevan a sus soldados a "practicar" misiones internacionales en un escenario mas o menos seguro para su integridad física y así alcanzar, con amplios réditos políticos y bajo riesgo, el reconocimiento como naciones protectoras e involucradas en la consecución de la paz internacional, la Comisión Interamericana solicita una mayor implicación de la Comunidad Internacional. La seguridad interna del país se ha deteriorado profundamente desde su última visita en septiembre del 2004, con seiscientos asesinatos (casi una veintena correspondientes a policías a quienes también se acusa de homicidios arbitrarios), jueces sin protección frente amenazas (y por tanto, no independientes), miles de armas en poder de pandillas, la evasión de quinientos reos que aún no han sido capturados, la detención prolongada sin cargos ni juicio de la casi totalidad de los presos, la violencia sexual contra mujeres y niñas (sólo recientemente se ha legislado la violación como delito), los ataques contra periodistas, defensores de derechos humanos y la próxima celebración de elecciones en este clima de violencia e inseguridad. Sólo el 10 % de la ayuda internacional comprometida ha sido realmente distribuida. El dinero está pero no se ha sabido o no se ha querido repartir. Además, debe asegurarse que la ayuda arribe al destinatario final y no se pierda en múltiples formas de corrupción. ¿Existe esperanza en un país donde el 80 % de la población vive por debajo de la línea de la pobreza y dos tercios carece de trabajo? Y pensar que en el siglo XVIII era la colonia francesa más prospera... ¿Cómo puede seguir la gente viviendo y trabajando con miedo a ser asesinado en cualquier momento simplemente por encontrarse en tiempo y lugar equivocados? ¿Cómo pueden las personas seguir trazando proyectos de vida si lo esencial, el derecho a la vida e integridad, no están asegurados por el Estado? ¿Cómo puede hablarse de dignidad del ser humano si ni ellos ni El estado son capaces de cubrir sus necesidades básicas más perentorias como alimento y agua potable? ¿Cómo pueden las clases medias y altas de países desarrollados pedir una pizza por teléfono después de ver esas imágenes espeluznantes sin pensar en donar esos placeres a una organización que intente paliar tantas necesidades? La caridad debe empezar por los que nos rodean, pero muchas veces sentimos vergüenza de expresarla en la cercanía y, en el mejor de los casos, nos embozamos en el anonimato de una donación o padrinazgo de un niño de otra etnia y lejano con la esperanza de no tener que verlo y simplemente sufrir sus cartas infantiles. Como Nicholson en la película "A propósito de Schmidt", donde interpreta a un hombre corriente que va perdiendo todas las referencias que le habían acompañado a lo largo de su vida, pero que llega al fondo de su ser al apadrinar un niño africano llamado Ngudu Ubu, al que comienza a escribir cartas íntimas. Se da cuenta de que no ha hecho nada destacado en su vida, ni tampoco nada por mejorar la vida de los demás. El pequeño Ngudu Ubu será su desesperada respuesta. Seamos sinceros, la mayoría somos así. Tenemos suficiente con capear los temporales diarios, lloviznas para otras personas en diferentes áreas del mundo, que nos afectan en nuestro imperturbable, impenetrable y aparentemente protegido mundo. Y la vida en aquellos países sigue valiendo tan poco... |
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