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La insignia
13 de abril del 2005


Quinta parte

Ciencia y periodismo científico en Iberoamérica


__Sección__
Diálogos
Manuel Calvo Hernando (*)
La Insignia. España, abril del 2005.



¿Quién va a explicarnos el mundo de forma inteligible?

A juicio de algunas personas que se han preocupado por estas cuestiones, la única manera razonable de entender el mundo es estudiar minuciosamente cada uno de sus componentes, si hacerse demasiadas preguntas sobre el conjunto y preocuparse más por el "cómo" que por el "porqué". Pero va en detrimento de lo que desea la mayoría, porque describir no ayuda nada a comprender, sobre todo cuando esas descripciones de la realidad aparecen en formas enormemente especializadas y, por tanto, se convierten en algo tan complicado que roza lo ininteligible.

Lo que deseamos es saber por qué existe el Universo, por qué surgió la vida, por qué nació el ser humano. Este deseo natural, piensen lo que piensen algunos científicos, forma parte de lo "propio del hombre", de su naturaleza profunda. La respuesta a estas preguntas no sólo satisfaría una curiosidad evidente, sino que también permitiría eliminar muchas ambigüedades filosóficas o religiosas, al plantear mejor los problemas del significado del universo y nuestro lugar en él.

El hecho de que toda gran nueva teoría científica puede volver a poner en tela de juicio la actitud del hombre respecto al mundo, acentúa la incertidumbre del ciudadano medio ante la ciencia, sobre todo porque la ciencia moderna no se preocupa en absoluto de hacerse comprender por la gran mayoría. Ha llegado al punto de que en el que su comprensión exige una cultura y una atención que los ciudadanos corrientes sólo pueden adquirir mediante unos esfuerzos a los que no todos están dispuestos, ni suelen tener medios a su alcance.

La cultura científica no ha adquirido aún su fisonomía propia. Los programas científicos en televisión tienen una audiencia escasa, excepto los que hablan de medicina. Una encuesta reciente muestra que menos de la mitad de los estadounidenses saben que es la Tierra la que gira en torno al Sol -en Francia, son tres de cada cuatro- y sólo el 9% sabe qué es una molécula. Un francés de cada dos ignora la composición del agua. La mitad de los franceses y estadounidenses creen que los primeros hombres eran contemporáneos de los dinosaurios. El administrador de la NASA se acuerda de una pregunta que le hicieron cuando defendía ante un grupo de congresistas el presupuesto del organismo espacial: "¿Para qué quiere usted lanzar satélites meteorológicos, si todos los días nos ofrecen en televisión unas previsiones muy bien hechas?"

En todos los países, los parlamentarios son, en su inmensa mayoría, muy ignorantes en temas científicos; aun así, tienen la responsabilidad de resolver problemas de fuerte connotación científica, como los relacionados con la contaminación, la destrucción de la capa de ozono o la introducción de plantas modificadas mediante ingeniería genética. A pesar de ello, no hay un solo elemento de nuestro confort cotidiano que no sea resultado de una conquista científica, desde la televisión hasta el avión, desde la cadena de frío hasta los antibióticos. Sin embargo, la ciencia no está presente en las reflexiones cotidianas de los ciudadanos, más que para ser objeto de acusaciones cuando sucede una catástrofe como la de Chernóbil, o cuando surge un temor mítico como el de la manipulación genética de los seres vivos.

Vivimos en una época en que la ciencia, que durante muchos años triunfó en la cultura y en la sociedad, no sólo permanece ignorada con demasiada frecuencia, sino que incluso se la pone en tela de juicio y los propios científicos asumen una actitud tímida y vigilante. Así pues, ¿quién va a explicarnos el mundo de forma inteligible? Si la ciencia abdica, ¿hay que esperar la aparición de una nueva filosofía, lo que podríamos llamar una verdadera filosofía de la naturaleza, capaz de descifrar con claridad los misterios del universo y de la vida? ¿O surgirán otros modos de reflexión que ocupen el lugar vacante? Es posible, como piensan algunos físicos actuales, que haya otros medios que demuestren ser más adecuados para hacernos comprender el mundo. Si se excluye el regreso a las mitologías o la fe en alguna divinidad, que nunca contará con la adhesión de todo el mundo, ¿habrá que pensar en otras disciplinas culturales, asociadas al arte, la poesía o la meditación?


Cómo puede divulgarse la ciencia

El divulgador científico tiene una triple responsabilidad: informar, explicar y facilitar la comprensión. A grandes rasgos, la información científica ha sido dividida en tres grandes apartados: hechos, leyes y teorías (Martin Gardner). El divulgador debe tener en cuenta esta clasificación y poner el máximo interés en advertir al público, cada vez que trate uno de estos temas, si se trata de hechos, de leyes o de teorías, y yo añadiría de experimentos.

La ciencia es difícil de popularizar porque su propia estructura está diseñada para alejar, desde el principio, a la mayoría de la gente (Latour, 1992). Si esto es así, y parece serlo en la mayoría de los casos, el primer objetivo del divulgador será esforzarse en volver al punto de partida del científico, si es que puede encontrarse, o adoptar una mentalidad de traductor.

Los divulgadores utilizan metáforas, imágenes, descripciones, comparaciones con la vida cotidiana cuando se trata de cifras y cantidades, recursos narrativos que sólo en apariencia alteran el orden lógico en el que los textos especializados expondrían un tema (García Bergua, 1983) y, en general, cualquier otro tipo de herramientas que puedan utilizarse para incrementar la comprensión de la ciencia por el público. No se trata aquí de dar normas precisas, porque ello no es posible y ni siquiera deseable. "No hay recetas. Hay aprendizaje" (López Beltrán). Pero, en lo que se refiere a la prensa escrita, puesto que la radio y la televisión tienen sus propias técnicas, existen algunas fórmulas que Jean Pradal reducía a los seis procesos siguientes:

-El científico escribe el artículo en su forma definitiva y el periodista no interviene más que en la confección de la página.
-El periodista reelabora el artículo escrito por el científico para adaptarlo a las necesidades de sus lectores.
-El científico elabora un esquema directo, siguiendo el cual el periodista concibe y realiza el trabajo.
-El científico es entrevistado por el periodista, que redacta el trabajo utilizando las palabras del especialista o las notas tomadas.
-El periodista se inspira directamente en escritores científicos sin consultar al especialista.
-El periodista se inspira únicamente en otros trabajos de divulgación.

Pradal condena esta última opción, ya que el periodista debe aspirar a trabajar con fuentes de primera mano. Además, toda información pierde algo de su sentido y de sus matices cada vez que es transmitida y reelaborada, y ello es especialmente grave cuando se trata de información científica.

No parece haber una respuesta única ni válida para todos. Dependerá del medio, del nivel del público, de la disciplina científica de que se trate y de una serie de imponderables personales. Yo me he atrevido, en otro lugar ("Periodismo Científico", 2ª edición, 1992), a establecer algunos requisitos o condiciones que ha de cumplir, en términos generales, el divulgador de la ciencia, sea investigador, docente o periodista. También he tratado de estudiar las características, las exigencias y los problemas de la difusión de la ciencia al público. Ahora quisiera asomarme al campo profundo y gigantesco que se abre ante la interrogación de cómo divulgar la ciencia. Basados en estas consideraciones, muchos científicos que divulgan exaltan el misterio como ingrediente de sus trabajos y, como Einstein, consideran lo misterioso como fuente de verdad y de ciencia.

En la ponencia de apertura del profesor Pierre Fayard (Universidad de Poitiers) en el congreso internacional de Montreal (1994), al analizar la situación de la divulgación científica en Francia, y después de recordar que la cultura de nuestro tiempo está completamente marcada por la ciencia, Fayard sitúa el fenómeno social de la divulgación actual como parte de una evolución cuyo estadio inicial era el concepto estrecho y limitado a la sola transmisión de mensajes de vasos supuestamente llenos, es decir, los científicos, a vasos supuestamente vacíos, es decir, el gran público. Para Fayard, y para algunos de nosotros, este planteamiento no se adapta a los desafíos contemporáneos de la comunicación científica pública. Uno de los riesgos de la actitud que ahora se trata de superar es que la divulgación de la ciencia se quede en acción de relaciones públicas y en promoción de intereses u opciones ante la opinión pública.


Notas

(*) Manuel Calvo Hernando, escritor y periodista, es secretario general de la Asociación Iberoamericana de Periodismo Científico y director de la AEPC.
El presente texto es una transcripción de la conferencia de apertura de Manuel Calvo Hernando en el II Congreso Iberoamericano de Comunicación Universitaria y I Reunión Iberoamericana de Radios Universitarias, celebrados en Granada (España) el 14 de marzo del 2005.



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