Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
12 de abril del 2005


Oralitura y testinovela

Señores bajo los árboles*


__Sección__
Diálogos
Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, abril del 2005.



Prólogo del autor

          Cuando volví a Guatemala después de diez años de ausencia, en 1992, recibí una invitación para formar parte del International Writing Program de la Universidad de Iowa, durante el otoño de 1993. Se trataba de una beca para escribir y convivir con escritores de todo el mundo durante cuatro meses, así como para ofrecer charlas sobre literatura en universidades estadounidenses. Cuando llegué a Iowa City, llevaba conmigo varias fotocopias de transcripciones de testimonios orales de indígenas que habían sobrevivido a las campañas contrainsurgentes de "tierra arrasada" del ejército guatemalteco a principios de los años ochenta, las cuales habían sido grabadas por personas anónimas dentro y fuera de Guatemala. Estas transcripciones, que yo había fotocopiado aproximadamente en 1988, las había encontrado en el centro de documentación de la Comisión de Derechos Humanos de Centro América (CODEHUCA), en Costa Rica, ubicada a poca distancia de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), en donde entonces yo traducía al español el libro Harvest of Violence, coordinado por Robert Carmack e integrado por ensayos e informes de trabajos de campo realizados por antropólogos y otros científicos sociales estadounidenses en Guatemala, muchos de los cuales se basaban principalmente en testimonios de sobrevivientes indígenas de la contrainsurgencia.

El impacto que me causaron tanto los testimonios que conformaban los informes del libro que traduje, como los que había encontrado en CODEHUCA, me obsesionó a tal punto que al encontrarme con unos cuantos sobrevivientes indígenas guatemaltecos que se habían refugiado en Nicaragua, los entrevisté y pude experimentar el lenguaje corporal, las estrategias discursivas, el tono emocional y la simplicidad desarmante con las que los testigos del horror contrainsurgente manifestaban sus experiencias en vivo. Todo esto, además de mi previa militancia como guerrillero que organizó a indígenas y a ladinos para la guerra popular, así como la tortura psicológica a la que había sido sometido en 1985 -por petición de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG)- en una cárcel sandinista (debido a que había criticado la irresponsable conducción militar urrenegista), me impelieron a concebir un libro utilizando como materia prima muchas voces indígenas para, a partir de ellas, crear una estética del horror convirtiendo sus hablas en una lengua literaria que diera cuenta de aquella traumática experiencia colectiva. Ya desde la lectura de Me llamo Rigoberta Menchú me había percatado de las posibilidades de una estética testimonial del horror a partir de la manera como los indígenas guatemaltecos narraban experiencias contrainsurgentes con su peculiar manera de hablar el español local, algo que había extrañado en el testimonio de Menchú a pesar de comprender que la autora Elizabeth Burgos jamás se lo había propuesto porque sus objetivos al escribirlo nunca fueron literarios. Además, pensé, el registro de lo ocurrido no podía depender de una sola voz testimonial sino, forzosamente, de muchas de ellas, pues se trató de un fenómeno masivo. Un libro que respondiera a esta estética tendría que ser, pues, polifónico, plural, diverso, según la experiencia individual de las víctimas.

Con estas ideas en la mente y con estos documentos bajo el brazo llegué a Iowa en agosto de 1993 y, durante todo el otoño escribí Señores bajo los árboles, un libro que resultó muy diferente de como me lo había imaginado porque el peso de las voces testimoniantes se me impuso con tal intensidad, que minimizó mis ilusiones de fabulación reduciéndolas a una función artesanal meramente viabilizadora de aquellas voces y aquellas hablas, marcadas a fuego por el terror.

Estando en Iowa, fui invitado a participar en el Segundo Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, en Tegucigalpa, Honduras, en febrero de 1994. A ese congreso llevé una ponencia que titulé "Entre la verdad y la alucinación: novela y testimonio en Centroamérica", en la que traté de explicar lo que era Señores bajo los árboles, un libro al que yo había caracterizado como "testinovela", así como el procedimiento que había utilizado para escribirlo. Expliqué entonces que la testinovela es un tipo específico de novela que se estructura a base de testimonios y que constituye una creación colectiva en la que el escritor profesional actúa como facilitador y ordenador -deliberado e interesado- de las voces y de sus verdades. También afirmé que al maximizar, por encima de cualquier otro recurso narrativo, el procesamiento de oralidades testimoniales, de voces de testimoniantes (que por sí mismas expresan visiones de mundo), el escritor lo hace para ofrecer una visión totalizadora del hecho que le interesa a su vez testimoniar. El escritor testimonia mediante testimonios con la finalidad de preservar la memoria colectiva y reciclar la identidad.

Tratando de teorizar sobre el testimonio y la novela testimonial para diferenciar de éstos a la testinovela, reflexioné que aquéllos y ésta tienen una venerable tradición estético-literaria local que podríamos caracterizar en términos de la testimonialidad como sistema literario. La testimonialidad como sistema literario que articula el sentido de los textos, debe rastrearse, luego de las Cartas de Relación de Colón y los Conquistadores, en libros como Brevíssima Relación de la Destrucción de las Indias, de Fray Bartolomé de Las Casas, Verdadera y Notable Relación de la Conquista de la Nueva España y Guatemala, del soldado convertido en cronista Bernal Díaz del Castillo, en los Títulos y los Memoriales, que son textos jurídicos mediante los cuales se asienta la propiedad de las familias indígenas sobre la tierra y en los que, para el efecto, se ofrecen largas genealogías que se remontan hasta los enrarecidos tiempos de la creación de los hombres de maíz; también, en los libros mágicos y rituales como el Popol Vuh, el Rabinal Achí y el Chilam Balam, cuya función social fue la de reciclar la memoria y la identidad según lo requerían los tiempos, y por esa razón fueron instrumentalizados testimonialmente (en sus versiones orales) en tiempos de la Colonia, no sólo como expedientes para la defensa de la propiedad sobre la tierra y como pruebas de legitimidad de linajes y descendencias, sino también -y sobre todo- como elementos de cohesión de los grupos sojuzgados, a los que aquellas historias maravillosas otorgaban identidad y sentido de legitimidad cultural y legitimación política. Explicaba yo así el recurso intertextual de usar los discursos precolombinos mezclándolos con las voces testimoniales, tanto en las formas como en los contenidos. La oralidad como tradición y como ejercicio cultural cotidiano fue, pues, el eje de la testinovela. El elemento "háblico", como lo llamé entonces, maximizado en su función estructuradora del texto narrativo, sería uno de los ejes de la estética del horror desde la perspectiva ficcional de los testimoniantes.

Consideré entonces que la testimonialidad así entendida y como elemento estructurador del texto y de su sentido, redefinía radicalmente la función de la ficción y la de su ejercicio, convirtiéndolo a veces en mera artesanía necesaria para crear nexos de continuidad y lenguas literarias que viabilizaran estéticamente la ruda verdad personal testimoniada. En otras palabras, para dar forma de libro y de discurso contemporáneo al relato de los testimonios. La ficción y sus recursos servía instrumentalmente al testimonio (puesto que su verdad rebasaba las posibilidades de la imaginación artística y la ficción mismas) y con ello la ficción creaba la testimonialidad como ética y como estética, pues era la testimonialidad el elemento que refuncionalizaba a la ficción como un quehacer instrumental adecuado a fines; como adecuados a fines fueron los recursos ficcionales del teatro maya, de las Crónicas, y de los Títulos y Memoriales. Asimismo, afirmé que el experimento de la testinovela ilustraba una vez más el pertinaz juego entre tradición (premodernidad) y ruptura (modernidad) que había originado los desarrollos más notables de la literatura latinoamericana. Mi procedimiento de hilvanar voces reales ficcionalizándolas, me condujo a adoptar una estructura narrativa fragmentaria que habría de hilarse mediante la historia de un personaje inventado a partir precisamente de la visión de mundo que vertían las voces testimoniantes.

Advertí entonces que como parte de su estética en desarrollo, la testinovela debería evitar: 1). la denuncia que apela a la compasión que denigra; 2). el efectismo que le resta fuerza a la verdad cándida y horrible del testimonio; y 3). el desbordamiento de técnicas narrativas por encima del elemento estructurador del texto: la testimonialidad. Esta era mi manera de serle fiel a la especificidad histórica de las voces que habían hecho nacer mi proyecto narrativo. En otras palabras, su estética debería inferirse de su ética.

Terminaba aquella ponencia, fechada en Iowa en el otoño de 1993, diciendo que me parecía que la testinovela -ese dispositivo narrativo fronterizo entre la verdad y la alucinación del terror y la guerra psicológica- era una manera adecuada de dar cuenta -mediante la intencionalidad estética surreal que según mi percepción reclamaban los tiempos- de la llamada crisis centroamericana de los años ochenta tal como se vivió en Guatemala, la cual sigue brindándonos, muy a nuestro pesar, amargos recuerdos, obsesivas imágenes, inolvidables dramas humanos, y prefigurando dolorosamente nuestro incierto ingreso en el siglo XXI.

Cuando Señores bajo los árboles se publicó en Guatemala, en 1994, las reacciones de la URNG y de ciertas izquierdas estadounidenses de campus fueron virulentas, y dieron lugar a comentarios de los que me defendí en una ponencia que ofrecí en el Tercer Congreso Internacional de Literatura Centroamericana, celebrado en Guatemala en febrero de 1995, la cual titulé "Oralitura y testinovela: la cuestión de la representación del subalterno en la literatura". Las acusaciones de las que fui objeto fueron las siguientes. Una furiosa feminista antimasculina de Estados Unidos afirmó que el prefijo "testi", en el vocablo testinovela, quería enfatizar que sólo quienes tenían testículos podían escribir este tipo de literatura testimonial y que, por ello, tanto mi literatura como yo éramos machistas y misóginos. Por su parte, algunos escritores guatemaltecos, simpatizantes acríticos de la URNG, arguyeron que mi testinovela no era nada "nuevo" y que yo le llamaba literatura al hecho simple de grabar y transcribir. También dijeron que mi híbrido no era ni novela ni testimonio: que no era nada. Algunos profesores estadounidenses llegaron a insinuar que lo mío era un plagio del libro de Carmack que yo había traducido en Costa Rica. También se dijo que yo no tenía derecho de hablar de los indígenas porque no soy indígena. Y que era un agente del enemigo porque denunciaba masacres de guerrilleros indígenas y ladinos por parte de la URNG. Como veremos, tuve que esperar cinco años para que se reconociera la veracidad de esta denuncia en mi libro.

Me defendí de las acusaciones de la siguiente manera:

Primero, expliqué, el prefijo "testi" no tiene que ver con la palabra "testículo", como la mencionada crítica feminista creyó y, si bien admití que el machismo puede aparecer de diferentes maneras en el libro como una irredenta mentalidad del autor, hice claro también que no creía que eso debería rastrearse en una palabra inventada por mí y que quería sintetizar la propuesta híbrida de juntar testimonio y ficción novelística (en este orden de importancia) en una misma narración, la cual también mezclaba realismo mágico con terror contrainsurgente y textos precolombinos.

Después dije que nunca pretendí proponer nada "nuevo" en un sentido vanguardista, en tanto que al escribir el libro había tenido en cuenta los aportes de la novela testimonial y del testimonio como géneros literarios. Lo que propuse, como ya indiqué, fue un tipo de texto en el que, al estar la ficción al servicio de la verdad testimoniada, aquélla se constituye en artesanía meramente viabilizadora de lo testimonial, creando con todo -según mi ingenuidad- la testimonialidad como ética y como estética, cuestión que -por otra parte- significa un nexo de continuidad en la larga tradición de literatura de emergencia y adecuada a fines que existe en Centroamérica.

Luego aclaré que mi libro tampoco era un plagio. Ante la acusación de que por haberme valido de algunas historias documentadas por científicos sociales estadounidenses en el libro Harvest of Violence, que yo traduje al español como Guatemala: cosecha de violencias (Costa Rica: FLACSO, 1990), he incurrido en plagio, lo que tuve que decir fue lo siguiente. Si de eso se tratara, no es justo decir que solamente "plagié" historias de ese libro. Se debería aludir también a otras publicaciones de donde obtuve material, como por ejemplo la revista Polémica, que primero editaba ICADIS y luego FLACSO, en Costa Rica. Además, puede decirse que "plagié" muchos testimonios transcritos del cassette a la página en blanco por personas anónimas, y que se encontraban archivados en CODEHUCA. Igualmente, "plagié" a personas que me relataron sus experiencias de Guatemala cuando estaban exiliadas en Nicaragua. Al respecto, remito a mis detractores al procedimiento que siguió Mario de Andrade para escribir su Macunaíma, y que consistió en empezar por "plagiar" las leyendas populares recopiladas por el etnólogo alemán Theodor Koch-Gruenberg, para después mezclarlas antojadizamente entre sí y con otras historias ya existentes o simplemente inventadas por el autor. En la defensa que de sí mismo hizo Mario de Andrade ante quienes lo acusaron de plagio, me inspiro para hacer mi propia defensa.

En cuarto lugar, expliqué que no me importaba que el libro no fuera ni testimonio ni novela, como habían exclamado algunos escritores guatemaltecos por lo visto muy afectos a los géneros canónicos. Si este no ser ni lo uno ni lo otro hace de Señores bajo los árboles el híbrido que quise hacer y que responde al epíteto de testinovela, me doy por satisfecho. Entre las razones esgrimidas para regatearle al libro su carácter literario, está la que alega que la juntura de mitologías y realismo mágico con horror contrainsurgente es poco menos que cínica. Sin la menor voluntad de apelar al principio de autoridad, puedo decir que las siguiente palabras de Luis Cardoza y Aragón me afirmaron en mi decisión libre de perpetrar la mencionada juntura. Dice Cardoza: "Las novelas indigenistas han casi desaparecido y se les lee poco. La lucha indigenista por el contrario está más viva que nunca. La actualidad de la lucha les confiere cierto injusto arcaísmo a las novelas. La realidad de los genocidios aleja lo pintoresco y a lo que tiende a distraernos de lo concreto. ¿Por qué no lo concreto y también lo mítico?" Y me dije: ¿por qué no?

Afirmé además que Señores bajo los árboles es un libro de ficción basado en hechos que ocurrieron en Guatemala. Las masacres cometidas por el ejército y las cometidas por la guerrilla son ficcionales en el libro, pero verdaderas en la realidad factual del pasado reciente. Es obvio que tanto la izquierda como la derecha tradicionales estén disgustadas con un libro que los evidencia como responsables de las masacres de indígenas. Y, claro, con el autor, por atreverse a decir esto en 1994, cuando todavía no era un hecho aceptado el contubernio, hoy de sobra demostrado, entre ejército y guerrilla, ni su responsabilidad compartida en la masacre de la población civil. Lo mismo ocurre con cierta intelectualidad solidaria con la URNG que no vislumbra todavía la necesidad ni la utilidad de la crítica de la izquierda.

También me referí al reclamo de algunos intelectuales y escritores ladinos e indígenas sobre que un ladino (como yo) no debe (no tiene autoridad moral) para hablar de los indios (indígenas o "mayas"), de sus mitologías (presentes y pasadas), de su tragedia. Un folklorizante poeta "maya", conocido por su exhibicionismo pintoresco, gritó en la presentación pública del libro que mi texto no le gustaba porque lo que yo narraba allí él no lo contaba sino lo lloraba. Victimización pública para turistas. Si el hecho de que el código letrado occidental es inadecuado para representar "otros" códigos, cuya "otredad" se toma como una absoluta exclusión marginalizada, y si esta inadecuación implica una "moralidad" intelectual que desemboca en la mudez "políticamente correcta", entonces al socorrido argumento de que el subalterno no puede hablar porque en el momento en que lo hace deja de ser subalterno, debiera suceder la interrogante: ¿debe seguir hablando el letrado? Y si al hecho de que el subalterno no puede hablar le sigue el de que el letrado no debe hablar, nos situamos frente a dos discursos que son espejos que mutuamente se devoran entre sí. La opción resulta, pues, suicida. Muy apropiada, diría yo, de la ideología culposa y expiatoria que ha llevado a toda esta complicada discusión eminentemente letrada. Ambos discursos se devoran porque representan esencialismos bipolares. Es decir, simplificaciones de la realidad, que siempre es mucho más compleja que la antojadiza división reduccionista en oposiciones binarias.

Repito que en mi anterior ponencia había explicado que entiendo la testimonialidad como una actitud ética y estética por medio de la cual la literatura, al ponerse al servicio de la oralidad testimonial e instrumentalizarse deliberadamente como forma artesanal de vehiculización del testimonio, se propone como una práctica estética adecuada a fines específicos, afirmándose así como ética. Expliqué también que la testimonialidad es asimismo un sistema literario que vertebra una gran parte de la literatura guatemalteca, incluso y sobre todo, mucha de la literatura anterior a la "nación". Expliqué también que, entre los antecedentes de la testinovela, está la tradición oral que cohesiona grupos sociales premodernos hasta la fecha, en Guatemala.

No es difícil inferir de todo esto que la testinovela es una forma de oralitura; es decir, de oralidad escrita, valga la tremenda contradicción. Porque es de la oralidad que se infiere la lengua literaria que estructura el texto como totalidad significante, y es de las visiones de mundo que implican las oralidades que el texto extrae su propia visión de mundo. Creo que decir literatura oral constituye una contradicción aun mayor que decir oralitura. Este último término expresa la función estructuradora de la oralidad respecto de esta particular forma de literatura que se objetiviza, en el caso que nos ocupa, como testinovela. No como novela testimonial, pues ésta se caracteriza porque en ella es la ficción novelística la que constituye el factor estructurador del texto, y no es el testimonio el que refuncionaliza el artificio de la ficción. En el caso de la testinovela, el factor estructurador es la voz testimonial o las voces testimoniales. Oralitura y testinovela. La primera: una forma específica de literatura, estructurada según la oralidad. La segunda: una forma específica de novela, de ficción narrativa, estructurada según la testimonialidad. Para recalcar que nada de esto pretende ser "nuevo", preguntémonos: ¿acaso la Ilíada y la Odisea son mucho más que oralitura y testimonialidad? Pareciera que a veces nos olvidamos de los orígenes orales de la escritura y del fundamental elemento ficcionalizador de la testimonialidad. Ficción no es sinónimo de mentira. Más bien lo es de reordenamiento de los elementos que componen un hecho que ocurrió (o no) en la realidad, para darle viabilidad narrativa y sentido deliberado.

Terminé mi segunda ponencia, fechada en Pittsburg en el invierno de 1995, diciendo que Señores bajo los árboles quería ser, en la ficción, una propuesta híbrida que, en el plano estético-literario, representara las hibridaciones culturales y políticas guatemaltecas en un momento especialmente trágico de su desarrollo, el cual no debe pasar al olvido. ¿Que se trata de una propuesta para letrados? Por supuesto, no sé hacer otro tipo de propuestas estéticas. (Por eso, cuando a fines de 1996 y principios de1997 escribí y publiqué por entregas mi testimonio personal Los que se fueron por la libre en un diario guatemalteco, lo subtitulé, según su hibridez y carácter fronterizo entre el testimonio y el folletín: "folletimonio". La palabra tampoco les gustó a ciertas buenas conciencias, pero sus críticas no pasaron de señalar una supuesta fealdad intrínseca del vocablo que, según su criterio, competía con la del término que ahora nos convoca: testinovela).

En cuanto al espinoso asunto de que las masacres de guerrilleros indígenas y ladinos por parte de la URNG, que se denuncian en la testinovela, eran una calumnia propia de un traidor, remito al lector al informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), que documenta estas masacres y cuya veracidad fue aceptada tanto por el ejército como por la guerrilla y la sociedad civil. El informe también es considerado por las partes como la versión más justa y veraz sobre lo que ocurrió durante el conflicto armado. Así lo calificó la militante de la URNG, Rigoberta Menchú, al día siguiente de su presentación, y su criterio fue refrendado de inmediato por voceros del ejército. Mi pecado y el de mi testinovela fue haber hecho público todo esto en 1994, es decir, antes de la componenda cupular entre militares y guerrilleros que se concretó con la firma de los llamados acuerdos de paz. Una componenda mediante la cual la URNG claudicó y traicionó a su militancia, y se convirtió en comparsa de la hegemonía oligárquica que actualmente ejerce el poder en Guatemala. En mi prólogo a la edición en inglés de Señores bajo los árboles (Face of the Earth, Heart of the Sky Tempe: Bilingual Press, 2000), dije, y lo sostengo, que consideraba la firma de esos acuerdos como la mayor estafa histórica cometida por cúpulas de poder en contra del pueblo guatemalteco, desde el derrocamiento de Arbenz. Todo este embrollo obligó también al excelente traductor al inglés de Señores bajo los árboles, Edward Hood, a escribir un prólogo explicativo en la edición estadounidense de mi testinovela.

A estas alturas, después de que David Stoll demostrara con creces que la verdad del testimonio es una verdad cuyo eje estructurador es ficcional, como quedó claro en el caso de Menchú, quien admitió haberse valido de experiencias ajenas para construir su historia, su personaje y su voz testimonial, creo con más convicción que nunca que el libro que el lector tiene en las manos es una ficcionalización apegada a los hechos ocurridos en Guatemala durante el conflicto armado, y que explica el papel concreto desempeñado por sus actores. Mediante él, ajusto cuentas con las elites de poder de mi país, a las cuales se vino a sumar la izquierda representada por la dirigencia de la URNG que, junto con el ejército, hizo de los acuerdos de paz el mecanismo para encubrirse mutuamente los crímenes de guerra que cometieron y que aparecen ilustrados en mi libro. Tuve que esperar cinco años hasta que en febrero de 1999 la CEH estableciera plenamente todo lo que aparece relatado en la testinovela. Mientras tanto, fui calumniado por la derecha y por la izquierda. Pero todo eso pasó, y mi libro permanece, creo, como un documento que habrá de seguir cumpliendo funciones de registro histórico, de transmisión de la memoria, de alegato acusatorio y de propuesta estética e identitaria de nuestros mestizajes culturales y políticos.

Una vez aclarado todo esto, no me resta sino entregar nuevamente mi testinovela al criterio de los lectores.


MRM

Octubre del 2004.


(*) La novela que lleva este nombre se publicará en segunda edición este año, en Guatemala. El presente prólogo, hasta ahora inédito, da cuenta de las dificultades que el libro tuvo cuando apareció su primera edición. Por tratarse de asuntos que rebasan con mucho la literatura y que tocan de lleno los debates ideológicos latinoamericanos, decidí ofrecerlo a La Insignia para su publicación.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción