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La insignia
1 de octubre del 2004


España

Carta a Hipatia


Carlos Sánchez Almeida
República Internet. España, octubre del 2004.


«Lo perdimos todo, pero por eso mismo apostamos por algo que sólo te pueden arrebatar matándote:
el conocimiento.»
-Sari Nusseibeh-


1. A modo de prólogo: Cántico por Leibowitz

Este texto está dedicado a Manuel Hernández, un carmelita descalzo que, en los días que escribo, y según informa Ramón Lobo para El País, es el último español residente en Irak. Se ha quedado allí para defender la biblioteca de su convento, sin armas, de la única forma que se pueden defender las bibliotecas: ordenando, limpiando y clasificando sus libros. Con sus santos cojones –con perdón- y con una provisión de chorizo en la despensa. En la entrevista comenta con amargura que se pasa las tardes peleándose con Internet: “No consigo ver periódicos españoles; todos piden clave de acceso”. Entre ellos, aquel en el que se publica su entrevista, dado que el grupo mediático al que pertenece se ha empeñado en poner candados a la información, sea en Internet o a través de las señales de radiodifusión televisiva, mientras vende los libros de Saramago a veinte euros.

Un hombre solo, encerrado en su biblioteca, empeñado en salvar un montón de libros. Como tantos monjes anónimos a lo largo de la historia, como el hermano Francis de “Cántico por Leibowitz”, como tú, Hipatia.


2. La nueva Alejandría

Cuando Ignasi Labastida, coordinador del proyecto de traducción de las licencias Creative Commons, me pidió que preparase un texto para la presentación, lo primero que pensé es que yo no era la persona adecuada. Y no sólo porque hay otras personas que en nuestro país han hecho mucho más que yo por la difusión del copyleft; sin ir más lejos, Pepe Cervera y Javier Candeira, que hoy nos acompañan en esta mesa, o mi compañero y amigo Javier Maestre, cuyos conocimientos de inglés jurídico le han permitido abordar un gran trabajo de traducción. Hay otra razón más importante, que me convierten en una persona “inadecuada”, y es que yo no creo ni en el copyright ni en el copyleft: en lo que de verdad creo es en la piratería.

No se me asusten: cuando hablo de piratería me estoy refiriendo a la libertad de copia total, sin restricciones. Al derecho de cita en su sentido más amplio, a los hombros de gigantes sobre los que se sentaba Newton, para ver más lejos que nadie hasta entonces. A lo que ha venido haciendo el ser humano desde el principio de los tiempos: compartir el conocimiento.

La cuestión es que no podía defraudar la inmerecida confianza que los organizadores de este acto habían depositado en mi, así que me vi en el brete de improvisar unas palabras para defender algo en lo que no creo. Algo tremendamente complicado para un abogado –no se rían, por favor-, casi tanto como lo sería improvisar sermones para un cura ateo. Como es lógico, dados mis antecedentes, decidí recurrir a la piratería.

Tratándose de copiar ideas, lo primero que me vino a la cabeza es un viejo texto de Carl Sagan, publicado en su monumental obra “Cosmos”, donde explicaba la historia de la Biblioteca de Alejandría, cómo registraban todos los barcos que llegaban a su puerto en busca de libros. También lo cuenta Simon Singh en “El enigma de Fermat”. Se confiscaban todos los libros que los barcos llevasen consigo, y pasaban a manos de los escribas. Éstos copiaban los volúmenes y donaban el original a la biblioteca mientras que al propietario podían ofrecerle con displicencia un duplicado de la obra. Gracias a este meticuloso servicio de reproducciones para los antiguos viajeros, los historiadores de hoy mantienen cierta esperanza de que una copia de algún gran texto perdido pueda aparecer en un desván de cualquier rincón del mundo. Eso es lo que ocurrió en 1906, cuando J.L. Heiberg descubrió en Constantinopla un manuscrito, el Método, que contenía algunos de los escritos originales de Arquímedes.

También cuenta Sagan que la última bibliotecaria de Alejandría fue Hipatia. Y pensando en hablar de ella y para ella, me vino a la cabeza el blog que bajo el título “Mails a Hipàtia”, mantiene Vicent Partal, director de Vilaweb, el primer periódico en catalán de Internet. Decidí consumar mi crimen, no sin antes pedirle respetuosamente permiso a Vicent para piratear su idea. Excusatio non petita, acusatio manifesta.

Este humilde texto es una carta a Hipatia. Quiero explicarle a la última bibliotecaria de Alejandría a dónde hemos llegado, desde aquel lejano día en que se quedó sola, defendiendo su biblioteca. Y quiero explicárselo porque ahora, igual que entonces, son perseguidos todos aquellos que se acercan a la fruta prohibida del árbol de la ciencia. Porque en estos tiempos confusos que nos ha tocado vivir, es cuando más cerca está de cumplirse el sueño de Hipatia: la unificación, en una sola biblioteca, de todo el patrimonio cultural de la humanidad.

Y porque también ahora, la nueva Alejandría corre peligro. En unos casos, mediante la censura, y en muchos más, utilizando la propiedad intelectual como mordaza.

Han pasado dos mil años, y la lucha no ha terminado. Ahora los inquisidores visten toga, y se llenan la boca de derechos de autor, asesinando a Hipatia con cada nueva demanda que presentan. Igual que aquellos fanáticos enfurecidos que arrancaron la piel de Hipatia, para después prender fuego a su biblioteca, siguiendo consignas del arzobispo Cirilo, después proclamado santo:

“un grave eclesiástico destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables...”

Son palabras de Cervantes, la siguiente víctima de esta epístola. Hace escasas fechas, Miquel Vidal, webmaster de Barrapunto, y otra de las personas que dignificarían esta mesa con su presencia, me reprendía amablemente por sostener que la difusión del Quijote por Europa se debió en buena parte a la piratería de impresores sin escrúpulos. Sostenía Miquel, con razón, que no podía hablarse de piratería cuando no existían derechos de autor. Debíase mi yerro a la censura del licenciado Márquez Torres a la segunda parte del Quijote:

"muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y la novelas. Preguntáronme muy por menor su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre, a que uno respondió estas formales palabras: "Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?" Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento y con mucha agudeza, y dijo: "Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre,haga rico a todo el mundo".

Viejo, soldado, hidalgo y pobre. Así murió Cervantes, pocos meses después de que se escribiesen esas palabras, mientras en toda Europa ya se conocía su obra. El autor que hiciera ricos a tantos y tantos impresores fue enterrado con la cara descubierta, siendo sufragado su sepelio con cargo a la beneficencia. Sea ésta la mayor, que no la última, paradoja de los derechos de autor, que sólo enriquecen a aquellos que los roban.


3.- Si la propiedad es un robo,
los derechos de autor son un timo

Habré de confesarme de un nuevo pecado: a mi codicia le sumo la ignorancia. No hará ni dos años que descubrí las Creative Commons, de la mano del periodista, músico, y sin embargo amigo, Nacho Escolar, en cuyo blog Escolar.net aparecía un curioso símbolo gris con la leyenda “Some rights reserved”, algunos derechos reservados. Mofándome de él, quedé de lo más corrido, y mi penitencia no es otra que estar hoy aquí defendiendo la magna obra de Lorenzo Lessig, traducida a los idiomas de Cervantes y Ausiàs March.

Quien publica en Internet desde hace años, y conoce las reglas no escritas del medio, sabe que nada puede reclamar cuando le copian. Como mucho, y con buena voluntad, podría conseguirse el respeto por una de esas normas consuetudinarias: la etiqueta de la Red, por la cual aquel que cita a otro, debe informar al lector de la fuente original. Una regla vulnerada sistemáticamente por los medios convencionales que invadieron la Red en busca del Dorado, y que no contentos con haber intentado convertirla -fracasando- en un gran bazar, ahora quieren mutarla en campo de batallas judiciales.

A medio camino entre los mercaderes del copyright y los piratas, Lessig se me antojaba un iluso, un parvenu, alguien que no llegó a tiempo con la primera generación de ciberactivistas, y que en consecuencia tenía que buscar nuevas vías de negocio, abriéndose camino para buscar su nicho ecológico entre los dinosaurios de la Electronic Frontier Foundation.

Reconozco mi error, como tendrán que reconocerlo a medio plazo todos aquellos que aún desprecian el fenómeno weblog. Creative Commons, sea o no un negocio para Lessig, es una iniciativa imprescindible. Y lo es porque de ella depende la supervivencia del espíritu Internet.

A lo largo de los últimos años hemos visto ridiculeces de todo tipo. De entre todas, se llevan la palma las de aquellos leguleyos que planteaban acciones judiciales contra los enlaces de hipertexto, que son la esencia de la Red. Mercaderes que pretenden poner candados a la información, en nombre de la sacrosanta propiedad intelectual, al tiempo que imponen condiciones leoninas a sus creadores. Una especie que todavía tiene mucho poder en el mundo real, en la medida que los políticos profesionales les obedecen, redactando las leyes a su dictado. Pero también una especie que desconoce las reglas no escritas de la Red, con las que se han estrellado una y otra vez.

En este panorama, un mirlo blanco como Lessig es necesario. Y lo es porque ofrece un lenguaje inteligible a dos sectores hasta ahora irreconciliables: ofrece un texto jurídico que pueden entender tanto los que adoran la ley como los que, despreciándola, sólo creen en la etiqueta de la Red. Un texto que eleva la norma no escrita de Internet a rango de ley entre las partes. Las licencias Creative Commons conjugan el respeto a la autoría, el reconocimiento al creador original, con la posibilidad de que su obra se difunda entre el mayor público posible. Algo esencial para el nuevo tejido comunicacional que conforman los weblogs.

En pocos años no recordaremos cómo era posible pasarnos una mañana visitando sitios: pasarán a la historia los medios que no sindiquen sus contenidos mediante agregadores como Feedmania o Bloglines. En esa nueva Internet, Creative Commons será la ley. Y lo será porque de ello depende la supervivencia de Internet como la Nueva Alejandría, como gran tesoro del conocimiento humano.

Richard Stallman, en una de sus maravillosas metáforas, ha definido las patentes de software como un campo minado: cuesta muy poco sembrar los campos con ellas, y muchísimo trabajo eliminarlas. En el campo colectivo del conocimiento, cada señal de copyright es una mina contra la inteligencia, un atentado criminal al patrimonio cultural de la humanidad.

Sólo podremos reconstruir la Gran Biblioteca si mantenemos su integridad, y para ello hemos de volcar todo el conocimiento en la Red, de forma libre y gratuita. Y para conseguir ese objetivo, tenemos que vencer a los mercaderes de la cultura, desterrando de la Red a su areópago de leguleyos. Y en ese contexto de guerra total, Creative Commons es un arma de creación masiva.


4.- Si tiene copyright, no lo compres

La marca de los justos, frente a la que nada podrá hacer el ángel exterminador del copyright: eso es lo que representa Creative Commons para la nueva Internet. Un sello gris que informa al lector, diciéndole: lo que aquí encuentres pertenece a todos: su autor lo ha creado para que lo veas, para que lo copies, para que lo compartas, para que puedas crear tú también. Para que la galaxia de la creación común se multiplique como granos de arena. Para que las nuevas luminarias de la creación libre guíen la inteligencia humana, más allá de los agujeros negros del copyright.

Lawrence Lessig y Creative Commons han abierto una senda en el campo de minas, colgando en Internet un buscador de obras bajo licencia procomún, que permite encontrar todo tipo de creaciones intelectuales copyleft. No necesitamos a los grandes medios: en toda nuestra vida, no tendremos tiempo de leer todo aquello que ya es patrimonio común.

Cuando empresas como Disney, -que como ha denunciado Lessig, deben buena parte de sus títulos al reciclado de obras que ya estaban en el dominio público- consiguen que los partidos políticos amplíen el plazo de copyright hasta los 95 años; cuando los dos partidos políticos mayoritarios en España redactan un Código Penal a la medida de los grandes editores, la apuesta por el copyleft se convierte en militancia.

Normas como la Ley Orgánica 15/2003, que criminaliza la simple difusión de información, cuando ésta perjudique a los titulares de los derechos de autor, nos obligan a tomar partido. Ante la represión, sólo cabe la revuelta; y la revuelta, hoy, es renegar del copyright. Si no tiene un sello gris que permita difundir libremente la cultura, si no es copyleft, no lo compres. No lo leas, no lo escuches, no lo copies. No interesa.

Lo confieso, soy un sectario: me han obligado a serlo aquellos que me amenazan con cárcel mientras se llenan la boca de derechos de autor. Y por ello propongo desde aquí tomar partido: o con la cultura, o con el copyright. Como si fuese una consigna revolucionaria: si tiene copyright, no lo compres.

Que se guarden sus textos, sus canciones, sus películas. Si ensucian su obra con la rúbrica “Todos los derechos reservados”, la enterrarán para siempre.


5.- "Quant el preu, tan mòdic es, que penso no cobrar res"

A raíz de la caída de Málaga durante la Guerra Civil, el poeta León Felipe escribió un poema titulado “La insignia”. En su preámbulo escribió la más bella definición del copyleft que he podido encontrar:

“Este poema se inició a raíz de la caída de Málaga y adquirió esta expresión después de la caída de Bilbao. Así como va aquí es la última variante, la más estructurada, la que prefiere y suscribe el autor. Y anula todas las demás anteriores que ha publicado la prensa. No se dice esto por razones ni intereses editoriales. Aquí no hay Copyright. Se han impreso quinientos ejemplares para tirarlos al aire de Valencia y que los multiplique el viento.“

El copyright restrictivo es un inmenso cementerio de libros, condenados a la podredumbre por miserables que jamás los leerán. A sus turbios manejos políticos, como destapa Lessig en Free Culture, les debemos, por poner un ejemplo, que la Edad de Oro de la Ciencia Ficción siga en manos de editores mediocres. Obras maravillosas, que deberían haber pasado hace mucho tiempo al dominio público, duermen en el limbo del olvido.

Internet es una revolución, que nos sitúa en una encrucijada de importancia capital. De lo que ahora hagamos, tendremos que rendir cuentas ante nuestros descendientes. Cuando quieren arrebatarnos el campo común de la cultura, nuestro creative commons, nuestro procomún creativo, “el nostre empriu creatiu”, no caben medias tintas. Poder encender el ordenador y leer, escuchar, visualizar el patrimonio cultural que nos ha hecho humanos, no puede, ni debe, ser una batalla judicial. Ha de ser una prioridad política, porque es una necesidad histórica.

Sentado sobre hombros de gigantes, y no por ello menos miope, este texto que hoy firmo no tiene importancia, es otro grano de arena, una lágrima en la lluvia. Todo cuanto hay en él se lo debo a otras personas, muchas de las cuales han muerto; afortunadamente, también hay muchas que hoy me honran con su amistad. Todos me han enseñado algo, y por ello este texto no puede tener copyright: sería una apropiación indebida. Es para ti, Hipatia, y para cuantos quieran leerlo, copiarlo, reutilizarlo, e incluso olvidarlo, como la tierra que un día me cubra olvidará a su autor. Renunciando a cualquier derecho, para mi y para mis herederos, lo dejo sembrado en el campo común.

Y si ha de dar algún fruto, que lo multiplique el viento.

Barcelona, 1 de octubre de 2004.


***

Versión en catalán:

«Ho vàrem perdre tot, però per això mateix vàrem apostar per quelcom que únicament et poden arrabassar matant-te: el coneixement.»
-Sari Nusseibeh-

1. A manera de pròleg: Càntic per Leibowitz

Aquest text està dedicat a Manuel Hernández, un carmelita descalç que, en aquests dies en els que escric, i segons que informa Ramon Lobo per El País, és el darrer espanyol resident a l’Iraq. Ha restat allà per a defensar la biblioteca del seu convent, sense armes, de l’única manera que es poden defensar les biblioteques: ordenant, netejant i classificant els seus llibres. Amb uns sants collons –amb perdó- i amb una provisió de xoriço al rebost. A la revista comenta amb amargor que es passa les tardes barallant-se amb Internet: “No puc aconseguir veure diaris espanyols; tots demanen clau d’accés” Entre ells, aquell en el que es publica l’entrevista, atès que el grup mediàtic al qual pertany s’ha entestat en posar cadenats a la informació, be sigui a Internet o a través dels senyals de radiodifusió televisiva, mentre ven els llibres de Saramago a vint euros.

Un home sol, tancat a la seva biblioteca, encaparrat en salvar un munt de llibres. Com tants monjos anònims al llarg de la història, com el germà Francis, de “Càntic per Leibowitz”. Com tu, Hipàtia.

2.- La nova Alexandria

Quan Ignasi Labastida, coordinador del projecte de traducció de les llicències Creative Commons em va demanar un preparés un text per a la presentació, el primer que vaig pensar és que jo no era la persona més apropiada, i no únicament perquè hi ha altres persones que en el nostre país han fet molt més que jo per la difusió del copyleft, sense haver d’anar més lluny, Pepe Cervera i Javier Candeira, que avui ens acompanyen en aquesta mesa, o el meu company i amic Javier Maestre, els coneixements d’anglès jurídic del qual li han permès fer un gran treball de traducció. Hi ha una altra raó, més important, que fa que jo sigui una persona “inadequada”, i és que jo no crec ni en el copyright ni en el copyleft: Jo en el que crec de debò és en la pirateria.

No s'esverin: quan parlo de pirateria m'estic referint a la llibertat de còpia total, sense restriccions. Al dret de cita en el seu sentit mes ampli, a les espatlles de gegants damunt els quals s'asseia Newton per tal de veure més lluny que ningú fins llavors. Al que ha fet l'ésser humà des del principi del temps: compartir el coneixement.

Però la qüestió és que no podia decebre la immerescuda confiança amb la que m’havien honorat els organitzadors d’aquest acte i per tant em vaig veure obligat a improvisar unes paraules per a defensar quelcom en el que no hi crec. Una cosa molt complicada per a un advocat –no riguin, si us plau- gairebé tant com ho és improvisar un sermó per a un capellà ateu. Com és lògic, i atesos els meus antecedents, vaig decidir recórrer a la pirateria.

Tractant-se de copiar idees, el primer que em va venir al cap va ser un text de Carl Sagan, publicat a la seva monumental obra “Cosmos”, en el que explicava la història de la Biblioteca d’Alexandria i com s’escorcollaven tots els vaixells que arribaven al port, cercant llibres. També ho explica Simon Singh en “L’enigma de Fermat”. Confiscaven tots els llibres que portessin i passaven a mans dels escribes. Aquests copiaven el llibre i donaven l’original a la biblioteca, mentre que al propietari podien oferir-li amb displicència un duplicat de l’obra. Gràcies a aquest meticulós servei de reproduccions per als antics viatgers, els historiadors d’avui mantenen amb alguna esperança que alguna còpia d’un gran text perdut pugui aparèixer en unes golfes a qualsevol racó del món. Això és el que va succeir el 1906, quan J.L. Heiberg va descobrir a Constinoble un manuscrit, el Mètode, amb alguns dels escrits originals d’Arquímedes.

Sagan explica també que la darrera bibliotecària d’Alexandria fou Hipàtia.I pensant en parlar d’ella i per a ella, em va venir al cap el blog que, amb el títol de “Mails a Hipàtia”, manté Vicent Partal, director de Vilaweb, el primer periódic en català d’Internet. Vaig decidir, doncs, consumar el meu crim, demanant-li primer respectuosament a Vicent permís per a piratejar la seva idea: Excusatio non petita, accusatio manifesta.

Aquest humil text és una carta a Hipàtia. Vull explicar a la darrera bibliotecària d’Alexandria on hem arribat, des d’aquell dia ja llunyà en el que es va quedar sola, defensant la seva biblioteca. I li ho vull explicar perquè ara, igual que aleshores, són perseguits tots aquells que s’acosten a la fruita prohibida de l’arbre de la ciència. Perquè en aquests temps confusos que ens ha tocat viure és quan més a prop està de complir-se el somni d’Hipàtia: la unificació, en una sola biblioteca, de tot el patrimoni cultural de la humanitat.

I també perquè ara la nova Alexandria corre perill. En uns casos, mitjançant la censura, i en molts d’altres, utilitzant la propietat intel.lectual com a mordassa.

Han passat dos mil anys i la lluita no s’ha acabat. Ara els inquisidors duen toga i s’omplen la boca de drets d’autor, assassinant Hipàtia amb cada nova demanda que presenten, igual que aquells fanàtics que van escorxar Hipàtia, per a calar foc després a la biblioteca, seguint les consignes de l’arquebisbe Ciril, proclamant sant posteriorment:

“un eclesiàstic greu d’aquells que governen les cases dels prínceps; d’aquells que, com que no neixen prínceps, no encerten a ensenyar com ho han de ser els que ho són; d’aquells que volen que la grandesa dels grans es mesuri amb l’estretor de llurs ànims; d’aquells que volent ensenyar als que ells governen a ser limitats els fan ser miserables”.

Són paraules de Cervantes, la víctima següent d’aquesta epístola. Fa pocs dies, Miquel Vidal, webmaster de Barrapunto, que és una altra de les persones que dignificarien aquesta mesa amb la seva presència, em reprenia amablement per sostenir que la difusió del Quixot per Europa va ser deguda, en bona mesura, a la pirateria d’impressors sense escrúpols. Deia en Miquel, i amb raó, que no podia parlar-se de pirateria quan no existien els drets d’autor. La meva errada es basava en la censura del llicenciat Márquez Torres a la segona part del Quixot:

“Molts cavallers francesos, d’aquells que vingueren acompanyant l’ambaixador, tan cortesos con entesos i amics de les bones lletres, s’atansaren a mi i a d’altres capellans de mon senyor el cardenal, amb el deler de saber quins llibres d’enginy eren els millors; i, potser per haver-se parlat d’aquest que jo estava censurant, tan bon punt van sentir el nom de Miguel de Cervantes, van començar a desfer-se en lloances, ponderant l’estimació en la que, tant a França com en els regnes confinants, es tenien les seves obres: La Galatea, de la qual alguns d’ells coneixen gairebé de memòria la primera part, i les novel.les. Em preguntaren amb detall la seva edat, la seva professió, qualitat i quantitat. Em vaig veure obligat a dir que era vell, soldat, “hidalgo” i pobre, responent un d’ells amb aquestes paraules: “I doncs, a un home tal no el te Espanya per molt ric i mantingut per l’erari públic?”. Va atansar-se un altre d’aquells cavallers amb aquest mateix pensament i va dir: “Si la necessitat l’ha d’obligar a escriure, Deu vulgui que mai tingui abundància, per tal que les seves obres, si ell és pobre, facin ric tothom.”

Vell, soldat, “hidalgo” i pobre. Així va morir Cervantes, pocs mesos després d’haver-se escrit aquestes paraules, mentre que a tot Europa ja es coneixia la seva obra. L’autor que va fer rics tants i tants impressors va ser enterrat amb la cara descoberta, en un sepeli sufragat per la beneficència. Potser sigui aquesta la més gran, que no la darrera, paradoxa dels drets d’autor, que únicament enriqueixen aquells que els roben.

3.- Si la propietat és un robatori, els drets d’autor són una estafa

Haig de confessar-me d’un nou pecat: uneixo a la meva cobdícia la meva ignorància. No fa encara ni dos anys que vaig descobrir les Creative Commons, de la mà del periodista, músic i no obstant amic, Nacho Escolar, al blog Escolar.net en el qual apareixia un curiós símbol gris amb la llegenda Some rights reserved, alguns drets reservats. Fent mofa d’ell vaig quedar ben moix, i la meva penitència no és cap altra que estar avui aquí defensant la magna obra de Lawrence Lessing, traduïda als idiomes de Cervantes i d’Ausiàs March.

Qui publica a Internet des de fa anys i coneix les regles no escrites del mitjà, sap que no pot reclamar res quan el copien. Com a màxim, i amb bona voluntat, podria aconseguir-se el respecte per una d’aquestes normes consuetudinàries: l’etiqueta de la Xarxa, d’acord amb la qual aquell que cita un altre ha d’informar el lector de la font original. Una regla vulnerada sistemàticament pels mitjans convencionals que van envair la Xarxa cercant Eldorado i que, no contents amb haver intentat convertir-la –fracassant- en un gran basar, ara la volen transformar en un camp de batalles judicials.

A mig camí entre els mercaders del copyright i els pirates, Lessig em semblava un il·lús, un parvenu, algú que no va arribar a temps amb la primera generació de ciberactivistes i que, en conseqüència, havia de cercar noves vies de negoci, obrint-se camí per a buscar el seu nínxol ecològic entre els dinosaures de l’Electric Frontier Foundation.

Reconec el meu error, com l’hauran de reconèixer a mitjà termini tots aquells que encara menystenen el fenomen weblog. Creative Commons, sigui o no sigui un negoci per a Lessig, en una iniciativa imprescindible. I ho és perquè depèn d’ella la supervivència de l’esperit Internet.

En els darrers anys hem vist ridiculeses de tota mena. Entre totes, cal destacar les d’aquells lletraferits que plantejaven accions judicials contra els enllaços d’hipertext, que són l’essència de la Xarxa. Mercaders que pretenen posar cadenats a la informació, en nom de la sacrosanta propietat intel·lectual, mentre imposen condicions lleonines als seus creadors. Una espècie que encara te molt poder en el món real, en la mesura que els polítics professionals els obeeixen, redactant les lleis al seu dictat. Però també una espècie que desconeix les regles no escrites de la Xarxa, contra les que s’estavellen un cop i un altre cop.

En aquest panorama, cal una merla blanca com Lessig. I cal perquè ofereix un llenguatge intel·ligible a dos sectors fins ara irreconciliables: ofereix un text jurídic que poden entendre tant els que adoren la llei com els que, menyspreant-la, únicament creuen en l’etiqueta de la Xarxa. Un text que eleva al rang de llei entre les parts una norma no escrita d’Internet. Les llicències Creative Commons conjuminen el respecte per l’autoria i el reconeixement al creador original amb la possibilitat que la seva obra es difongui entre el major públic possible. Una cosa essencial per al nou teixit comunicacional que conformen els weblogs .

En pocs anys no recordarem com era possible passar-nos un matí visitant sitis: passaran a la història els mitjans que no sindiquin llurs continguts mitjançant agregatius com Richard Stallman, en una de les seves meravelloses metàfores, ha definit les patents de sofware com un camp minat: costa molt poc sembrar els camps amb elles i moltíssim treball eliminar-les. En el camp col·lectiu del coneixement, cada senyal de copyright és una mina contra la intel·ligència, un atemptat criminal contra el patrimoni cultural de la humanitat.

Només podrem reconstruir la Gran Biblioteca si mantenim la seva integritat, i per això hem d’abocar tot el coneixement a la Xarxa, de manera lliure i gratuïta. I per aconseguir aquest objectiu hem de vèncer els mercaders de la cultura, desterrant de la Xarxa el seu areòpag de lletraferits. I en aquest context de guerra total, Creative Commons és un arma de creació massiva.

4.- Si té copyright, no ho compris

La marca dels justos, contra la qual res no podrà fer l’Àngel Exterminador del copyright: això és el que representa Creative Commons per a la nova Internet. Un segell gris que informa el lector dient-li: el que trobis aquí pertany a tothom, el seu autor ho ha creat per a que ho vegis, per a que ho copiïs, per a que ho comparteixis, per a que tu puguis també crear. Per a que la galàxia de la creació comuna els multipliqui com els grans de sorra. Per a que les noves lluminàries de la creació lliure guiïn la intel·ligència humana més enllà dels forats negres del copyrigth.

Lawrence Lessig i Creative Commons han obert un camí en el camp de mines, penjant a Internet un cercador d’obres sota llicència procomú, que permet trobar tota mena de creacions intel·lectuals copyleft. No ens calen els grans mitjans; en tota la nostra vida no tindríem temps per a llegir tot allò que ja és patrimoni comú.

Quan empreses com Disney –les quals, com ha denunciat Lessig, deuen una bona part de llurs títol al reciclat d’obres que ja estaven en el domini públic- aconsegueixen que els partits polítics ampliïn el termini del copyright fins els 95 anys; quan els dos partits majoritaris a Espanya redacten un Codi Penal fet a mida dels grans editors, l’aposta pel copyleft esdevé militància.

Normes com la Llei Orgànica 15/2003, que criminalitza la simple difusió d’informació, quan perjudiqui els titulars dels drets d’autor, ens obliguen a prendre partit. Davant la repressió, únicament hi cap la revolta, i la revolta és avui renegar del copyright. Si no te un segell gris que permeti difondre lliurement la cultura, si no és copyleft, no ho compris. No ho llegeixis, no ho escoltis, no ho copiïs. No interessa.

Ho confesso, sóc un sectari: m’han obligat a ser-ho aquells que m’amenacen amb la presó mentre s’omplen la boca de drets d’autor. I per això em proposo des d’aquí prendre partit: o amb la cultura o amb el copyright. Com si fos una consigna revolucionària: si te copyright, no ho compris.

Que es guardin els seus textos, les seves cançons, les seves pel·lícules. Si embruten la seva obra amb la rúbrica “Tots els drets reservats”, l’enterraran per sempre.

5.- Quan el preu, tan mòdic és, que penso no cobrar res

Arrel de la caiguda de Màlaga durant la Guerra Civil, el poeta León Felipe va escriure un poema titulat “La insignia”. En el seu preàmbul va escriure la més bella definició del copyleft que he pogut trobar:

“Aquest poema es va iniciar arrel de la caiguda de Màlaga i va adquirir esta expressió després de la caiguda de Bilbao. Tal com va aquí és la darrera variant, la més estructurada, la que prefereix i subscriu l’autor. I anul·la totes les altres anteriors que ha publicat la premsa. Això no es diu per raons ni per interessos editorials. Aquí no hi ha Copyright. S’han imprès cinc-cents exemplars per a llençar-los a l’aire de València i que el vent els multipliqui.”

El copyright restrictiu és un immens cementiri de llibres, condemnats a la podridura per miserables que mai els llegiran. A les seves tèrboles maniobres polítiques, com destapa Lessig a Free Culture,debem, per posar un exemple, que l’Edat d’Or de la Ciència Ficció segueixi en mans d’editors mediocres. Obres meravelloses, que haurien d’haver passat fa molt temps al domini públic, dormen en els llimbs de l’oblit.

Internet és una revolució que ens situa en una cruïlla de capital importància. Del que fem ara haurem de donar comptes als nostres descendents. Quan ens volen arrabassar el camp comú de la cultura, el nostre creative commons, el nostre empriu creatiu, no hi caben mitges tintes. Poder engegar l’ordinador i llegir, escoltar, visualitzar el patrimoni cultural que ens ha fet humans no pot ser ni ha de ser una batalla judicial. Ha de ser una prioritat política, perquè és una necessitat històrica.

Asseguts a les espatlles de gegants, que no per això soc menys miop, aquest text que avui signo no te cap importància, és un altre gra de sorra, una llàgrima dins la pluja. Dec tot el seu contingut a altres persones, moltes de les quals han mort; sortosament, també hi ha moltes que avui m’honoren amb la seva amistat. Tot m’han ensenyat alguna cosa, i és per això que aquest text no pot tenir copyright: seria una apropiació indeguda. Es per a tu, Hipàtia, i per a tots aquells que el vulguin llegir, copiar, reutilitzar o fins i tot oblidar, com la terra que un dia em cobreixi oblidarà el seu autor. Renunciant a qualsevol dret, per a mi i per als meus hereus, ho deixo sembrat en el nostre empriu.


Bibliografía:

-“Creative Commons”:
http://www.creativecommons.org/
-“Creative Commons Search”, buscador de obras copyleft:
http://search.creativecommons.org/index.jsp
-“Dossier copyleft”, varios autores:
http://www.sindominio.net/afe/dos_copyleft/
-“Esta guerra no se gana con F-18”, entrevista a Sari Nusseibeh, por Lluis Amiguet:
http://www.lavanguardia.es/web/20040918/51163269273.html
-“El último español en Irak”, artículo de Ramón Lobo:
http://www.elpais.es/articulo.html?xref=20040920elpepiult_1&type=Tes&anchor=elpporint&d_date=
-“Cántico por Leibowitz”, Walter M. Miller:
http://www.cyberdark.net/ver.php3?cod=64
-“Cosmos”, Carl Sagan:
http://www.geoplaneta.es/03/03_ns.asp?IDLIBRO=12333
-“El enigma de Fermat”, Simon Singh:
http://www.editorial.planeta.es/03/03_ns.asp?P=ON&IDLIBRO=12306
-“Mails a Hipàtia”, Vicent Partal:
http://blocs.mesvilaweb.com/bloc/38
-“La propiedad intelectual como mordaza”, David Casacuberta:
http://www.kriptopolis.com/more.php?id=P52_0_1_0_C
-“El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, Miguel de Cervantes Saavedra:
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/Cervantes/obra/completas.shtml
-“How to fight software patents - singly and together”, Richard M. Stallman:
http://barrapunto.com/article.pl?sid=04/09/13/1926233&mode=nested
-“Liberen la cultura”, Lawrence Lessig, traducción de Antonio Córdoba:
http://www.elastico.net/archives/001222.html
-“Les cançons d’Ariadna”, Salvador Espriu:
http://www.uoc.edu/lletra/noms/sespriu/index.html
-“La insignia”, León Felipe:
http://www.lainsignia.org/2000/diciembre/red_001.htm

-“Los imprescindibles”, por lo menos para mi:
www.barrapunto.com/
www.dominiuris.es/
www.elastico.net/
www.escolar.net/
www.kriptopolis.com/
www.perogrullo.com/



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