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6 de noviembre del 2004 |
Ante la legitimación de la barbarie
Mario Roberto Morales
El fundamentalismo cristiano -enemigo del aborto y de los derechos homosexuales- que se traga el astutamente inducido temor de que ocurra otro 11 de septiembre, legitimó a los otrora asaltantes de la Casa Blanca y endosó su política exterior, sus guerras preventivas, su desprecio por el orden jurídico internacional, su conculcación de los derechos de sus ciudadanos y el estado de sitio que impusieron dentro del territorio estadounidense. Bush y sus ventrílocuos han quedado debidamente legitimados por el sistema democrático local, en vista de que el electorado conservador les otorgó incluso la mayoría del voto popular.
El hecho de que la población judía se inclinara por Kerry indica que el sionismo político es una ideología de elite y de ninguna manera constituye el sentir popular de los judíos estadounidenses. Aliado al fundamentalismo cristiano, el sionismo político tiene ahora el camino allanado para seguir buscando la destrucción del islam y la hegemonía militar en Medio Oriente. Lo que a su vez provoca la creciente respuesta criminal del terrorismo suicida árabe. Los fundamentalismo religiosos, que sueñan con aniquilar a sus contrapartes, están ahora legitimados por el sistema democrático estadounidense, y en poder de la maquinaria de guerra más grande del mundo, que busca instaurar una dictadura planetaria en nombre de la libertad de mercado, la democracia representativa y la ley de Jehová. Ni los cien mil muertos civiles de Irak, ni la ausencia allí de armas de destrucción masiva, ni las torturas de Abu Graib, ni el fraude empresarial Enron-Halliburton, ni el masivo desempleo estadounidense, ni los recortes de impuestos para la oligarquía local, ni la ruptura del orden jurídico internacional fueron hechos suficientes para convencer al temeroso electorado cristiano fundamentalista de que un candidato inteligente era preferible a uno cuya supuesta fuerza radica en su visión chata y unilateral del mundo, la cual se resume en la pugna maniquea entre lo que percibe como el bien y el mal. Esto, obviamente, alerta a la humanidad no sólo sobre las infinitas posibilidades de manipulación de la democracia, sino sobre el hecho de que los fundamentalismos han remontado con mucho el ejercicio de la razón y la cordura en un mundo en el que el reto más grande que existe es la convivencia pacífica entre multitudes que no son iguales ni piensan uniformadamente. Sin duda, la Unión Europea representada por Francia, Alemania y España habrán comprobado una vez más que ellos son el gran enemigo del capital corporativo de la industria armamentista y energética estadounidense, y que con ayuda de la cuña que significan la Italia de Berlusconi, la Rusia de Putin y la Inglaterra de Blair, los ultraderechistas republicanos planean usar contra la UE su soñada dominación sobre la geopolítica y el petróleo del mundo árabe. No hay duda tampoco de que, para seguir con sus planes de dominación planetaria, los republicanos buscarán hacer la guerra a Siria e Irán, provocando con todo el beneplácito de Ben Laden y Al Quaeda, que sueñan precisamente con exacerbar la misma guerra maniquea -debidamente legitimada por su sistema como "guerra santa"- entre el bien y el mal. Una nueva Edad Media ha terminado de asentarse en el mundo con esta supremacía de los fundamentalismos en guerra. A la humanidad que no quiere volver al pasado, no le queda sino resistir sola. La prueba de esta soledad está en que Kerry y los demócratas concedieron sospechosamente la victoria a su oponente demasiado pronto, lo cual indicaría que el bipartidismo oligárquico estadounidense está más interesado en mantener unida a su ciudadanía en torno al liderazgo de los fundamentalistas de ultraderecha, que luchar en contra de la hecatombe universal que esta creciente guerra de los fanatismos augura. Sólo queda pues la resistencia civil y pacífica ante la barbarie que implica la demencia del corporativismo neoliberal y sus expresiones religiosas fundamentalistas, así como la lucha en el frente intelectual y moral con ideas claras y propuestas factibles. Quizá una inmensa coalición transnacional de las más disímiles formas de diversidad política y cultural, pueda hacer surgir la respuesta global adecuada a esta amenaza que unos happy few están blandiendo contra las expectativas de la humanidad. A grandes males, grandes remedios. La reelección de Bush y el éxito que eso implica para los planes de Ben Laden, puede convertirse en la gran oportunidad para que la humanidad se una en torno al objetivo de la paz y en contra de la nefasta dominación y manipulación corporativa del libre ejercicio político participativo. Sería ésta una hermosa manera de hacer que se cumpla con creces aquella consabida sentencia optimista según la cual no hay mal que por bien no venga. (*) También publicado en A fuego lento |
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