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14 de mayo del 2004 |
La casa de Bernarda Alba
Federico García Lorca
Voz: ¡Bernarda! ¡déjame salir!
Bernarda: (En voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la criada) Criada: Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble. Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual. Criada: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le das. Martirio: ¡Tiene mala intención! Bernarda: (A la criada.) Déjala que se desahogue en el patio. Criada: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar. (Las hijas ríen.) Bernarda: Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo. Criada: No tengas miedo que se tire. Bernarda: No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana. (Sale la criada.) Martirio: Nos vamos a cambiar la ropa. Bernarda: Sí, pero no el pañuelo de la cabeza. (Entra Adela.) ¿Y Angustias? Adela: (Con retintín.) La he visto asomada a la rendija del portón. Los hombres se acababan de ir. Bernarda: ¿Y tú a qué fuiste también al portón? Adela: Me llegué a ver si habían puesto las gallinas. Bernarda: ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya! Adela: (Con intención) Todavía estaba un grupo parado por fuera. Bernarda: (Furiosa) ¡Angustias! ¡Angustias! Angustias: (Entrando.) ¿Qué manda usted? Bernarda: ¿Qué mirabas y a quién? Angustias: A nadie. Bernarda: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas? (Pausa.) Angustias: Yo... Bernarda: ¡Tú! Angustias: ¡A nadie! Bernarda: (Avanzando con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona! (Le da) La Poncia: (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta) (Angustias llora.) Bernarda: ¡Fuera de aquí todas! (Salen) La Poncia: Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que hacía, que está francamente mal. ¡Ya me chocó a mí verla escabullirse hacia el patio! Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que traían los hombres, que, como siempre, no se puede oír. Bernarda: ¡A eso vienen a los duelos! (Con curiosidad) ¿De qué hablaban? La Poncia: Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido a un pesebre y a ella se la llevaron a la grupa del caballo hasta lo alto del olivar. Bernarda: ¿Y ella? La Poncia: Ella, tan conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si tocara la guitarra. ¡Un horror! Bernarda: ¿Y qué pasó? La Poncia: Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza. Bernarda: Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo. La Poncia: Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son capaces de eso. Bernarda: No, pero les gusta verlo y comentarlo, y se chupan los dedos de que esto ocurra. La Poncia: Contaban muchas cosas más. Bernarda: (Mirando a un lado y a otro con cierto temor) ¿Cuáles? La Poncia: Me da vergüenza referirlas. Bernarda: Y mi hija las oyó. La Poncia: ¡Claro! Bernarda: Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte demasiado! La Poncia: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta. Bernarda: Treinta y nueve justos. La Poncia: Figúrate. Y no ha tenido nunca novio... Bernarda: (Furiosa) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien. La Poncia: No he querido ofenderte. Bernarda: No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán? La Poncia: Debías haberte ido a otro pueblo. Bernarda: Eso, ¡a venderlas! La Poncia: No, Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres! Bernarda: ¡Calla esa lengua atormentadora! La Poncia: Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza? Bernarda: No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más! Criada: (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones. Bernarda: Vamos. (A la criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto. La Poncia: Algunas cosas las podríamos dar... Bernarda: Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza y mira a sus criadas. Las criadas salen después.)
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