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La insignia
29 de junio del 2004


A fuego lento

El círculo vicioso del remedio y el mal


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2004.


Mientras escribo estas líneas, la tarde del domingo 27 de junio, en Querétaro, la multitudinaria manifestación que tuvo lugar por la mañana en el Distrito Federal, desbordó el Zócalo y las avenidas aledañas. La sociedad civil alzó su voz contra la inseguridad pública, sobre todo ante la exitosísima industria del secuestro. Loable intento que tal vez tenga algún efecto cosmético en el combate al delito pero que sin duda no logrará mucho más que eso.

Las leyes del mercado -dejadas sueltas, sin regulación alguna- originan contradicciones que desdicen sus voceados principios. Por ejemplo, la piratería. Esta actividad brota del más genuino de los consumismos, sólo que en el ámbito de la imposibilidad que tienen amplios sectores sociales de adquirir los objetos que estimulan su ansía de poseer para así vivir la ilusión de ser. Consecuentemente con sus leyes y con la ideología consumista que fomenta con intensidad paroxística, el mercado inventa la piratería. Haciéndonos eco de la ideología neoliberal, diríamos que sólo el mercado podría crear los mecanismos para absorber esta actividad, la cual considera "ilegal" echándole encima toda la "majestad de la Ley" y persiguiendo a los piratas y a sus disciplinados clientes. Sin embargo, quizá sea una combinación de leyes de mercado y leyes regulatorias de éste lo que logre absorber la piratería convirtiéndola en una actividad lícita que estimule las economías de que se trate.

Lo mismo puede decirse del narcotráfico, pues tal vez no sea sino hasta cuando el consumo de drogas se regule y legalice, que todo el circo de persecuciones moralizantes que tantas vidas cobra se torne en producción y consumo controlados de lo hasta ahora prohibido, y así esto pase a formar parte legal del omnipresente mercado.

Tanto la piratería como el narcotráfico son productos naturales del sistema de mercado. Si se estimula el alcoholismo, el tabaquismo y la angustia consumista en la gente por medio de técnicas de mercadeo y publicidad, ¿por qué se persigue a quienes hacen aguardiente en sus casas, a quienes siembran y consumen marihuana y a quienes se recetan tranquilizantes hasta el paro cardíaco? Ah, pues porque las leyes del mercado sólo favorecen a quienes lo controlan (aunque éstos repitan en vano que aquél se controla solo).

Cuando pienso en el secuestro, la prostitución, el robo de autos y demás expresiones del crimen organizado como negocio corporativo y transnacional, pienso en actividades que son el producto natural de la mentalidad acumulativa y consumista que el neoliberalismo considera ética, moral, progresista, moderna y hasta revolucionaria. No se trata, claro, de legalizar el secuestro ni el robo de autos. Pero, en la medida en que éstos se vinculan indisolublemente a las mafias transnacionales que se acogen a las leyes del mercado (aunque al margen de la "majestad de la Ley"), que sí tienen legalizada la producción y venta de armas (por ejemplo), sería de suponer que en tanto las corporaciones que controlan las "libres" leyes de aquél permitan que otros sectores también hagan negocios y sometan sus productos a los controles políticos pertinentes, éstos se hallarían mejor incentivados para abandonar actividades que atentan contra la dignidad humana, como el secuestro, el robo y el tráfico humano.

Para el fundamentalismo mercadológico, el consumismo no atenta contra la dignidad humana sino, al contrario, es el supremo ejercicio de la libertad. No pareciera, pues, haber en su ámbito contradicción alguna en la legalización de actividades que -en su específico carácter corporativo actual- brotan como desarrollos del consumismo. Se trataría entonces de buscar soluciones para éstas dentro de la lógica del mercado regulado y no fuera de él. El problema mercadológico que surge es que, por ejemplo, la represión policial que nada remedia es también una actividad rentable (como las guerras), y dejaría de serlo si lo que reprime se legalizara. Por eso, la mascarada del traspaso de poder en Irak no es sino una manera de estimular la continuación de la guerra.


(*) También publicado en Siglo Veintiuno.



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