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La insignia
21 de junio del 2004


¿Por qué escriben las personas?


Rolando Lazarte
La Insignia. Brasil, junio del 2004.


Debe de haber muchas respuestas a la pregunta ¿Por qué escriben las personas? Anais Nin dio algunas y las registró en "Em busca de um homem sensível" (São Paulo: Ed. Brasiliense, 1984). "Escribo para tener un lugar donde vivir, para testimoniar el viaje en el laberinto, para saborear la vida dos veces, dice la escritora. Es crear un clima, como se inventa un país". Hermann Hesse viene y también El principito. Un grito del edificio de al lado resucita viejos fantasmas que la lluvia no disipa. Caminhada: la patria no está allá o acá, está en ti o en ningún lugar, nos dice el caminante autor de Sidarta y El lobo estepario.

Es un mes arduo, junio. No hay uno que no lo sea. Partidas. Pero puede uno tratar de poner todo en una hoja. Aún sin ponerlo, apenas dejando las palabras silenciosas congregarse y las letras arreglarse y decir como en un sueño que todo está bien. Que no importa los males que le aquejen, son temporarios, como la vida misma. Eso aquieta. Consuela. Los mayores desvelos y tormentos un día terminan. No hay tortura por peor que sea que se estire por la eternidad. ¿No teminó el proceso? ¿No van desvaneciéndose sus secuelas como el trueno bajo la lluvia? Sigue naciendo el sol. Y ya no es un sol de hielo. Ahora cobija.

Y sea coincidencia o no -"No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo"-los gritos continúan en la noche y nada puede hacerse para que cesen. Las peores imágenes acuden. Puede ser sólo un dolor intenso de causa natural. Mejor pensar así. No podía hecerse esa conversión mental cuando lo que se oía a la noche era el canto fúnebre de la metralla. Y a nadie podías denunciar esos tiros callados. Era desde el ejército y la policía que se mataba. Ahora tienes que apostar a lo mejor. A lo mejor es algo normal. Algo que pasa como la lluvia y todo pasa.

"Después hay que llegar". Y entre Borges y Cortázar se teje una tela que te acoge. Como la araña entre las plantas. Hilos de perlas cristalinas que se mecen al más leve susurro del viento. Te sorprende la vida. Y ya no tienes que remontarte a teologías o sistemas de pensamiento. Piensas en tortura sexual, en abuso de niños. La televisión hace su trabajo. Los diarios también. El terror mora al lado. Estadísticas insisten hasta que lo crees. La prostitución infantil. Padres estupradores. Lo pones para afuera. Algo se revuelve en el estómago. Respiras hondo. Recuerdas cosas buenas. Lo que te hace vivir.

Esperanza. Esas cositas pequeñas en que te apoyas. Unas miradas especiales cambiadas con personas del medio popular. Puede parecer que no haces nada. Que apenas sobrevives. No es así. Hay cosas muy tenues en la vida. Sólo de mencionarlas de disuelven como nieve al sol. Entonces te callas. Dejas que el canto nocturno del grillo te guíe en esta madrugada y la respiración vuelve una y otra vez. A activar la energía que sube. Recuerdas el encuentro en Afya que te espera en julio. La tierra prometida donde siempre brilla el sol. Una madrugada que antecede al sol que vendrá. Vendrá sí, vendrá el sol y te calentará los huesos.

El silencio ya ha vuelto en la forma que lo conoces: ausencia de ruido. ¿Por qué las personas escriben? Para tener un lugar donde vivir. No importa que nadie lo lea. Y siempre alguien lo lee: eres tú. Recuerdo las palabras de Graciela Fernández en aquél 2001 posterior a la derribada de De La Rua - Cavallo, en la Revista La Nación. La misma que publicara las palabras póstumas de Cortázar escritas en 1977: "Se puede empezar de cualquier cosa. Un grito allá abajo en la calle..." El viento o un gato en el tejado, esa foto del Newsweek. "Pero después hay que llegar. No se sabe bien adónde pero hay que llegar".



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