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18 de junio del 2004 |
La casa de Bernarda Alba
Federico García Lorca
Bernarda: Ya hemos comido. (Se levantan.)
Adela: Voy a llegarme hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco. (Magdalena se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.) Amelia: Yo voy contigo. Martirio: Y yo. Adela: (Con odio contenido.) No me voy a perder. Amelia: La noche quiere compaña. (Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la mesa.) Bernarda: Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar. Angustias: Usted sabe que ella no me quiere. Bernarda: Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes? Angustias: Sí. Bernarda: Pues ya está. Magdalena: (Casi dormida.) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se duerme.) Angustias: Tarde me parece. Bernarda: ¿A qué hora terminaste anoche de hablar? Angustias: A las doce y media. Bernarda: ¿Qué cuenta Pepe? Angustias: Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones.» Bernarda: No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos. Angustias: Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas. Bernarda: No procures descubrirlas, no le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás. Angustias: Debía estar contenta y no lo estoy. Bernarda: Eso es lo mismo. Angustias: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños. Bernarda: Eso son cosas de debilidad. Angustias: ¡Ojalá! Bernarda: ¿Viene esta noche? Angustias: No. Fue con su madre a la capital. Bernarda: Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena! Angustias: Está dormida. (Entran Adela, Martirio y Amelia.) Amelia: ¡Qué noche más oscura! Adela: No se ve a dos pasos de distancia. Martirio: Una buena noche para ladrones, para el que necesite escondrijo. Adela: El caballo garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo lo oscuro. Amelia: Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición! Adela: Tiene el cielo unas estrellas como puños. Martirio: Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar el cuello. Adela: ¿Es que no te gustan a ti? Martirio: A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante. Adela: Así te va a ti. Bernarda: A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo. Angustias: Buenas noches. Adela: ¿Ya te acuestas? Angustias: Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)
Adela: Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice: Bernarda: Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado. Amelia: Yo cierro los ojos para no verlas. Adela: Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros. Martirio: Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros. Bernarda: Y es mejor no pensar en ellas. Adela: ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo. Bernarda: Pero hay que acostarse. ¡Magdalena! Amelia: Está en el primer sueño. Bernarda: ¡Magdalena! Magdalena: (Disgustada.) ¡Dejarme en paz! Bernarda: ¡A la cama! Magdalena: (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.) Amelia: Buenas noches. (Se va.) Bernarda: Andar vosotras también. Martirio: ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias? Bernarda: Fue de viaje. Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Ah! Adela: Hasta mañana. (Sale.) |
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